El lenguaje a menudo no es inocente, pues trata de orientar nuestra mirada en una dirección determinada. Y donde la inocencia lingüística brilla por su ausencia es, precisamente, en el lenguaje político, seguido de forma mimética, con mucha frecuencia, por el lenguaje periodístico. A ambos hay que reconocerles la creatividad, pero esa creatividad se presenta casi siempre con algún grado de retorcimiento, que parece llevarnos por vericuetos por los que es difícil transitar. A través de eufemismos, metáforas, circunloquios, hipérboles, alargamientos de vocablos y otros varios recursos (que dejaremos para otra ocasión), se distorsiona el uso estándar que hacemos los ciudadanos corrientes del idioma y en algunos momentos este se nos hace casi ininteligible.
Este lenguaje, en boca de la clase política, es un
claro signo de demagogia, pero sería de agradecer que los periodistas sacaran a la luz esa
demagogia e hicieran gala de la claridad y la concisión propias de
su profesión para acercar a los ciudadanos aquello que en el lenguaje de la
política se vuelve muchas veces sorprendente y cercano a lo esotérico.
En los últimos tiempos, los políticos, en lugar de dedicarse solo a su
tarea, y hacerla bien (y ya tendrían
suficiente con ello), parece que desean invadir, a través del lenguaje, otros
campos profesionales que van de la filosofía al mundo del juego, pasando por
otras actividades. No sabemos si se sienten parte de ellas o pretenden que
nosotros las conozcamos, porque usan con asiduidad expresiones que no siempre se entienden, si no es con el
concurso de especialistas en distintos campos profesionales.
Hagamos un pequeño repaso en este artículo de algunas expresiones que conciernen a distintas profesiones y pululan por el lenguaje político. Últimamente, se ha puesto de moda, por ejemplo, el verbo sustanciar, que, fuera del marco jurídico, significa llevar a cabo un proyecto. Resulta que ahora se sustancia cualquier cosa, porque los complementos directos son de lo más insospechado. Uno de ellos tiene que ver con las responsabilidades que ahora no se asumen, sino que se sustancian. Pareciera que quisieran resucitar una profesión, real o creada por la pluma de Julio Camba, la del sustanciero de la posguerra que iba por las casas alquilando un hueso de jamón para que diera sustancia al puchero, y al que se le pagaba de acuerdo al tiempo que dejaba cocer el hueso en cada casa. Fuera real o no la profesión, lo cierto es que en muchas casas sí existía el hueso llamado sustanciero que se usaba y reusaba en varias ocasiones.
Otro verbo que se ha puesto de moda es trasladar.
Ahora los políticos, no dicen, no
contestan, no hablan, no comunican, si bien no están mudos, sino que trasladan lo que, en realidad, dicen.
El verbo decir nos habla de un acto propio del ser humano, es un verbo de entendimiento, en cambio,
trasladar parece que deshumaniza la acción política, como si se trasladara un
mueble o un objeto cualquiera. Así oímos en boca de cualquier político: Me han trasladado, le hemos trasladado… Y no nos
sorprende que así ocurra, porque ahora
tienen que trasladar los paquetes de
medidas o de ayudas aprobadas por el
Gobierno. Cuando eran un simple conjunto bastaba con que las explicaran y los
medios de comunicación recogieran la noticia. Eso sí, de esta manera, a fuerza de trasladar, los
políticos no pueden ser acusados de no bajar a la calle. Y hasta hacen gala
de ello y de ser receptivos a las peticiones de los ciudadanos. Me piden por la calle, aseguran algunos.
Cosa que también sirve para justificar determinadas decisiones.
Si elevamos el listón, hay muchos que aspiran a convertirse en filósofos, porque para negar la falsedad de un argumento se
niega la mayor. Con ello se
alude a la premisa mayor de un silogismo clásico. Es verdad que si la premisa
mayor es falsa, es falso todo el razonamiento, pero más de un español se
quedará sorprendido al oír esa expresión. ¿Qué es la mayor? ¿Es la mayor…
mentira, verdad, bellaquería, tontería? ¡Ah,
no! Hay que darse una vuelta por la lógica aristotélica para comprender esa
expresión. Tal vez el busilis de la cuestión esté en que no la entendemos, porque no nos
la explican, sino que nos la trasladan,
o porque no se ajusta a la verdad (está proscrito decir que algo es mentira).
Otra profesión en la cual parece que se encarnan con
frecuencia es en la de maestro. Les gusta
bajar a la escuela y acusar a los
alumnos más díscolos y vagos de no hacer los deberes o de
hacerlos mal. A veces le dicen al rival de turno que no sabe la lección y,
por si no la ha entendido, ridiculizan al agraviado de forma engreída y despectiva con frases del tipo: Se lo volveré a explicar…
Pero no es extraño que no la sepan,
porque los mismos que acusan de vago al contrario son capaces de asumir
que no lo han hecho bien al afirmar
abiertamente: No hemos sabido explicarlo. Incluso
añaden: Tenemos que hacer pedagogía… Pasar
por una facultad de Pedagogía siempre está bien, pero esto no parece cuestión
de pedagogía, sino más bien de respeto al contrincante que es posible que posea parte del patrimonio
de la verdad.
Tampoco les importa convertirse en meteorólogos, pues
por su lenguaje aparecen tormentas políticas, huracanes… Y hasta
ciclogénesis. Pero, como no son tan expertos como los especialistas mencionados,
no saben distinguir bien los fenómenos meteorológicos y deciden usar una
expresión tópica que sirve tanto para
aguaceros como para nevadas o tormentas de cualquier signo. Todo se
queda reducido a la expresión con
la que está cayendo…
Pero, cuando
llegan esas situaciones tormentosas, se muestran preparados para velar por
nuestra seguridad y siempre dispuestos a intervenir, como si fueran soldados,
bomberos, policías… Por si saltan todas las alarmas. Si realmente saltaran todas a la vez y fueran físicas, dejaríamos de oírlas muy
pronto, porque el ruido sería tan
ensordecedor que nos rompería los tímpanos. Y, aun refiriéndose a las metafóricas, estamos tan acostumbrados a “oírlas” que ya
no les hacemos caso. Por otro lado, ¿son “todas” las alarmas de España? ¿”Todas” las del mundo? No hay que preocuparse, porque se trata de
alarmas que, por uno u otro motivo, están siempre saltadas, pues solemos estar
inmersos en permanentes guerras, sobre todo, guerras de cifras.
No faltan los que se sienten guías de turismo, pues se pasan el tiempo
haciendo hojas de ruta. ¿Adónde van
esas rutas? Eso es un misterio. Parece que en la política actual están sustituyendo a los proyectos... Los proyectos sabemos
que son el pensamiento de ejecutar algo,
pero las hojas de ruta
no sabemos si son hojas volanderas, hojas
sueltas u hojas que se convierten en papel
mojado. Los que trazan la ruta no siempre
se responsabilizan de guiarla bien, quizá porque hoy ya la gente no se responsabiliza
de casi nada, solo se realizan ejercicios de responsabilidad,
cuyo resultado desconocemos, y en ese alambicar
las expresiones se queda toda la energía.
Tampoco son
ajenos el mundo de la farándula, tan
denostado en otras épocas, pues otra de
las expresiones que abundan en el lenguaje político es eso de no
contemplar ese escenario. De repente
parece que estas personas no se dedican a hacer política, sino a contemplar
escenarios, como si estuvieran asistiendo permanentemente a un
espectáculo. Y da la sensación de que los espectáculos son variados, por
eso de que al no contemplar “ese” escenario (uno concreto por el valor del
demostrativo), sí parece que pueden contemplar otros. Se pueden valorar
posibilidades, pero escenarios es un tanto difícil. Aunque, está claro que el
verbo valorar es otro de los desterrados del idioma, pues ahora la moda no nos
lleva a valorar las cosas, sino a ponerlas
en valor, siempre y cuando haya alguien que entre a valorarlas. ¿Estaremos, tal vez,
hablando de que se sienten de tasadores?
Alguna vez hemos oído a algún político acusar a otro
de ser un tahúr en el sentido de mentiroso o jugador fullero.
Según la RAE, tahúr también significa
jugador que practica el juego con
mucha habilidad. Desde luego jugadores
se sienten, porque barajan posibilidades, y hábiles, también, pues son capaces de barajar
“una” posibilidad. Es imposible barajar una carta, como lo es barajar una posibilidad.
Barajar, en sentido figurado, es
considerar varias posibilidades, como barajar cartas es mezclar varias. Pero en
este mundo nada hay imposible, por lo que parecen ser, aparte de jugadores,
auténticos prestidigitadores.
Los ciudadanos somos conscientes de que conviene
cuidar el buen ánimo de los
gobernantes, pues algunas decisiones dependen
de si están o no en el ánimo del Gobierno. ¿Y
qué pasa si el ánimo no es el apropiado? ¿O si algo está en su ánimo, pero no
en su pensamiento? El ánimo pertenece el
mundo de los sentimientos, los proyectos son tareas de la mente. ¿No vendría
bien la ayuda de un psicólogo? Desde luego
parece que, con frecuencia, las
mentes están confusas, por eso plantean
dilemas, cuando en realidad lo que plantean son varias opciones y la
palabra dilema se refiere solo a dos. A veces van más allá y pasan de lo psicológico
a lo físico y aseguran que determinados proyectos están en su ADN. De repente nos quedamos
estupefactos, pues hemos pasado de la
necesidad de pasar por un gabinete de terapia psicológica a la de analizar el ADN de los partidos políticos con la ayuda de
bioquímicos. Y nos seguimos sorprendiendo con frases como esta en boca de un
ministro: El detenido nunca ha estado en
el radar por radicalización. De los bioquímicos hemos pasado a los físicos
para que nos expliquen qué es estar en el radar.
No hace mucho tiempo, en el Congreso, oímos a un diputado, sin ningún empacho, llamar
a una parlamentaria bruja. Mal vamos si hay brujas en el Parlamento y, aún peor, si
existen perseguidores de brujas. Necesitamos varios siglos para acabar con Inquisición, pero parece que no hemos acabado
todavía con la caza de brujas.
Si seguimos poniendo el oído atento en algún momento también podemos pensar que los políticos
necesitan la ayuda de un melonero, porque por sí mismos no se atreven a abrir
el melón, el de la Constitución o cualquier otro. Y es que, según parece, hay muchos melones que abrir y pocas
manos que atinen y quieran hacerlo.
Algunos días hay que elevarse a niveles superiores y
buscar el apoyo de teólogos y moralistas para entender lo que quiere decir un
político cuando acusa a otros de ser los
profetas del Apocalipsis (parece que nos obligan a conocer el Antiguo
Testamento) o cuando queremos entender la diferencia que hay entre gente
honrada y gente honesta. Tradicionalmente en nuestro idioma
había una diferencia clara entre los significados de honesto, que significaba
decente o pudoroso, y que se aplicaba más bien en la moral sexual, y honrado,
que significaba probo, o sea, persona que
actúa con rectitud. A los ciudadanos
debería interesarnos más que el político sea honrado que el que sea
honesto. Ahora como se han confundido
ambas palabras ya no tenemos tan claro qué tipo de moral, si la privada o la
pública, nos interesa del político en cuestión.
En
fin, que, fijándonos en el lenguaje de los políticos y de los periodistas
podemos encontrarnos referencias frecuentes
a otros campos profesionales, pero, curiosamente, faltan las referencias a los
lingüistas… Vamos, pues, a cerrar este
artículo con una pequeña pincelada lingüística: la diferencia entre oír y escuchar. Si te escucho y no te oigo, la culpa no es mía, pues hay
otra causa que lo impide, pero, si alguien dice a la persona a la que no oye que
no la escucha, lo lógico es que no la
oiga, precisamente por no escucharla y, además, mostraría su mala educación. Escuchar es poner atención,
oír es solo captar por el oído. Quizá
estemos solo ante una muestra de
evolución del idioma, aunque los
idiomas, en su evolución, se suelen
regir por el “principio de economía
lingüística” y es más simple (menos sílabas) decir oír que escuchar, que es
ahora la tendencia frecuente en el habla
urbana. Pero el futuro de un
idioma es impredecible y seguramente otras personas lo explicarán en su día.
© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga
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