Género: narrativa (relatos)
Págs. 129
Alfredo Álvarez Álvarez es doctor
en Filología Francesa, traductor técnico
y literario, autor de novelas, de
relatos y de literatura infantil y juvenil. Es profesor
universitario y, además de por la docencia, siente pasión por la literatura y
la traducción.
El
río de los sueños es
un libro de relatos. Su título,
metafórico, tiene mucho que ver con un
río real, el Bernesga, cerca del cual se ambientan los relatos de este libro,
pero también con un río simbólico: el río de la vida. Un río que arrastra esa barquita de papel
azul de la portada por los escollos de la corriente hasta la muerte. Por ello
este título parece hablarnos de una fusión
río-vida y, en definitiva,
llevarnos a una
reflexión más trascendente. Ya
lo decía el poeta: Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar
en la mar/ que es el morir… También
la Epístola moral a Fabio… Y lo
repitieron luego Quevedo, Machado… En este libro de Alfredo Álvarez hay vida de largo recorrido, pues se arrastra
a través de varios siglos, y, además,
hay vida vivida: vida de vivencias…
Ocho relatos componen esta obra, relatos en los que están reflejados los cuatro pueblos del Ayuntamiento de Sariegos, en León: Sariegos, Pobladura de Bernesga, Carbajal de la Legua y Azadinos. El autor dedica dos relatos a cada pueblo.
Es una obra donde se funden las pequeñas historias de la gente de esos pueblos con la historia grande de los héroes o de los altos estamentos sociales. Pero, a mi modo de ver, lo que brilla en estos retratos es la “intrahistoria”, la vida de la gente sencilla que hace la historia con su trabajo y que no se refleja en los libros de historia. Ese concepto que acuñó Unamuno y que gustaba tanto a la Generación del 98. Decía Unamuno: Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de millones de hombres sin historia que a todas las horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia.
Es significativo que Alfredo Álvarez dedique el libro a sus abuelos, esos que le "descubrieron el placer de contar historias", esos abuelos que han transmitido oralmente las historias durante generaciones, transmisión que ya no se realiza, en el caso de los abuelos actuales, porque las pantallas han invadido todo y sustituido a la palabra.
En los relatos de este libro se mezclan elementos histórico-legendarios y elementos novelescos, pero el autor los engarza de tal manera que a veces no sabemos dónde acaba la realidad y comienza la ficción o dónde lo que parece ficticio pudo ser real o acercarse a la realidad. Y es que las historias contadas pueden no ser ciertas, pero son realistas o, cuando menos, verosímiles. No faltan elementos que son típicos de la leyenda, como la narración esquemática, centrada en lo esencial (pasan a veces años en la vida de los personajes que no se cuentan en la narración), en eso que impacta en la mente del oyente o lector y permanece en la memoria individual o colectiva.
Aparecen elementos de tipo sobrenatural típicos de la leyenda, elementos que son o han sido fundamentales en la cultura rural: premoniciones, sueños, augurios que luego se cumplen, coplas de ciego (en La cruz del tío Luis), ornitomancia, mitología... También están presentes algunos personajes típicos de la leyenda leonesa: trasgos, daimones, zarramplas, reñuberos (renuberos)... Y no faltan los lobos, que en la montaña tienen su propia cultura, con su aureola de magia y leyenda. Seguramente, Alfredo Álvarez es deudor de esas palabras difundidas por el aire en las veladas o filandones y que, de alguna manera, nos han marcado a los leoneses de las generaciones de mayores.
En los relatos de este libro hay algunos trazos en los que se refleja la "historia grande", la de los personajes históricos: enfrentamiento entre astures y romanos, presencia del emperador Octavio Augusto y sus legiones, artistas como Juan de Juni...
Al lado de esa historia escrita con letras grandes, la "historia pequeña". En esa intrahistoria se refleja la pobreza del pueblo en distintas épocas y el esfuerzo de esas gentes para poder sobrevivir con una economía de subsistencia. En general son vidas desgraciadas: En realidad no tenemos más que nuestras manos y el día y la noche para trabajar. Cuando el año viene bueno, eso sí es verdad, la tierra nos regala un poco de todo para que podamos alegrarnos mínimamente la vida, dice un personaje. (pág. 58). A veces incluso pasan frío porque los señores les roban hasta la leña que tienen para calentarse. Así se queja otro personaje: Un mísero cepo tiene el valor angustioso del que no posee prácticamente nada más que el aire y el frío lúgubre que sopla inmisericorde desde la cordillera.
En algunos relatos los campesinos dependen como arrendatarios de las tierras del Monasterio de san Marcos de León o sufren la opresión de administradores de la Orden del Temple, como ocurre en el titulado La apuesta. En general, estos relatos reflejan la vida de gentes trabajadoras, que dependen del tiempo meteorológico para obtener sus cosechas. Con frecuencia tienen que organizarse, e incluso rebelarse, con desigual fortuna, ante los abusos que sufren por parte de los poderosos que actúan de forma injusta con ellos y en algunas ocasiones hasta les quitan la vida. Así anunciaba una copla de ciego la muerte del guarda del monte que había contratado el pueblo de Sariegos: Siete tiros en el pecho/ y uno más en la cabeza/ le acabaron con la vida/ unos ladrones de leña.
En los relatos Alfredo Álvarez utiliza distintas estructuras narrativas: algunas historias están contadas en tercer persona y otras en primera. en las que usan la técnica autobiográfica a veces el autor se introduce en la narración como un investigador que persigue la historia que quiere contar y busca datos sobre ella (Lucio) y, cuando la encuentra, aparece un segundo narrador que, en tercera persona, se convierte en contador de historias diversas y el autor (y primer narrador) se convierte por un tiempo en receptor, aunque en algunos relatos vuelve a aparecer al final para continuar la historia. En el relato de Juan Anges es el propio personaje quien narra en primera persona. La narración no siempre avanza de forma lineal, sino que el autor mezcla distintos tiempos narrativos.
En alguna ocasión Alfredo Álvarez recurre a la argucia narrativa del manuscrito encontrado a partir del cual construye la trama. Eso ocurre en el relato de Alodia la cristiana. Finge el autor encontrar un legajo antiguo que recoge la historia de Alodia con Almanzor. Es esta una técnica muy repetida en literatura, desde El libro los Reyes bíblico, pasando por El Quijote, La familia de Pascual Duarte, El nombre de la rosa... A partir de ese supuesto hallazgo el narrador deja de ser Alfredo y comienza a ser el autor anónimo del manuscrito. Con ello mezcla distintos tiempos históricos: el año 892, en que ocurren los hechos; el año 1580, en que alguien escribe el manuscrito hallado que contiene la historia, y el momento actual en que el autor del relato nos dice que ha encontrado dicho manuscrito. Al final volvemos a encontrarnos con la voz en primera persona del autor que nos añade nuevos datos sobre la vida de la protagonista en Al Andalus. Otro de los relatos, Los Monteros, está contado por una mujer, pero el autor mantiene el suspense hasta casi el final, que donde nos enteramos de que la narradora es una mujer y conocemos quién es y la importancia que tiene en el pueblo donde vive.
Utiliza también la técnica narrativa de anticipar hechos que van ocurrir después. Ya en las primeras líneas se puede ver con claridad: Ya el propio mes de noviembre fue un preludio de lo que llegaría más tarde...
Uno de los relatos más complejos en su estructura interna es La cruz del tío Luis. Desde el principio conocemos el asesinato del guarda, pero luego el narrador recurre al flash back para contarnos todos los antecedentes de los hechos. A modo de anuncio siniestro se van desgranando por el relato una serie de coplas de ciego que anuncian una desgracia. Tras cada una de las coplas se reflejan los sentimientos de angustia que experimenta el guarda al saber que presagian su propia muerte.
Los relatos se desarrollan en distintos tiempos históricos: Edad Media, siglo XVI, siglo XIX y en la época actual. En cada una de esas épocas refleja la vida de aquel tiempo en sus aspectos económicos, sociales, históricos, ideológicos... Así en la Edad Media se refleja la visión que tenían los cristianos de otros grupos sociales y religiosos. Hay que ver los que saben estos árabes, si no fuera por lo traicioneros que son hasta se les podría tener por personas normales y devotas, dice un personaje sobre ellos. Aparecen las monedas de distintas épocas: maravedíes y ducados, los tipos de armas y pertrechos militares... También trae a la actualidad la vida y el ambiente de principios del siglo XVI y la importancia de la imaginería religiosa en esa época. Recrea a la perfección el ambiente en que se movían los artistas importantes como Juan Anges, autor del retablo de la iglesia de San Martín de Carbajal, aparece también Juan de Juni...
Un gran acierto es la elección del presente histórico como tiempo de la narración, pues da a la historia una apariencia de actualidad: parece que evoca más que cuenta. Eso y otros elementos descriptivos dan plasticidad y colaboran a darle veracidad a lo contado.
Su forma de narrar es literaria, pues introduce descripciones de personajes, de lugares, del tiempo... escuetas, pero muy plásticas, por la precisión del léxico relativo al mundo de las sensaciones. Encontramos también bellas imágenes, como esta: la frente se va perlando de pequeñas gotas de sudor. A veces mezcladas con personificaciones: Pasa la palma de la mano por encima de la pieza de madera para leer su veteado, escuchar el quejido o sentir su respiración. Y también otros recursos literarios.
Es un libro que rezuma sabor leonés. De vez en cuando, y de una forma natural, nos topamos con esas palabras tan nuestras: feje, negrillo, madreñas, repasar, aveseo, urces, puertos, cuelmo, marallos… Maliciarse… Y muchas más. Al lado de ellas aparecen latinismos, como Bergidum (en La noche en que el emperador Augusto pernoctó en Pobladura), y muchas palabras que muestran la expresividad de la lengua coloquial, con expresiones como hueso duro de roer, temblar como una vara verde, por un quítame allá esas pajas. Además recoge vocabulario técnico referido a los soldados, a los escultores, tejedores, caballeros… Esta mezcla de niveles léxicos le da un gran juego literario. Hay mucha riqueza de lenguaje toponímico, pues sus personajes pisan la tierra, caminan por los caminos de los pueblos, se adentran en los montes.
Evoca el funcionamiento del concejo abierto,
patrimonio inmaterial de los pueblos leoneses junto con el pendón, que
representan una democracia genuina donde los vecinos (uno por casa) deciden
sobre la administración de las propiedades del pueblo, con frecuencia en
reuniones dominicales: A la salida de misa, concejo.
En fin, un libro que entretiene, que enseña, que
sorprende, que nos hace disfrutar de la palabra: que
emociona. Sí, emociona, porque lo que viven estos personajes y sus reacciones
no nos deja indiferentes. Ocho historias distintas, todas muy emotivas. Los vecinos
de los pueblos del Ayuntamiento de Sariegos estarán
agradecidos al ver que el autor se ha fijado en ellos y en la intrahistoria de
sus pueblos para elevarla a un rango
literario. Todo eso, y seguramente mucho
más, es este libro de relatos
que Alfredo Álvarez Álvarez pone
en las manos del lector. Adentrémonos en él, que no nos defraudará.
© Margarita Álvarez Rodríguez,
profesora y filóloga
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