Caen los ocasos sobre los horizontes de la vida.
Los miramos de frente.
Ahí están nuestras huellas:
afanes, ilusiones, quereres, saberes…
Han dejado una señal indeleble.
Pero las suelas de nuestros zapatos
nos invitan a seguir caminando:
a despertar albas,
a cultivar afectos,
a acunar sueños…
A seguir viviendo con pasión,
porque llevamos dentro en-theos,
el dios del entusiasmo.
Cumplir años, cuando ya se han vivido unas cuantas décadas y, sobre todo, cuando la cifra que refleja la edad cambia el número de las decenas, produce siempre un poco de vértigo. Yo trato de contrarrestar ese vértigo haciendo míos los versos de Saramago, que, de haber vivido hoy, tendría cien redondos años:
¿Qué
cuántos años tengo?
¡Eso!... ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios
para perder ya el miedo
y hacer lo que quiero y siento.
Sí, ciertamente, como el autor, son
años en los que ya he perdido el miedo y puedo decir lo que quiero y siento.
Esa es una gran ventaja de la edad
provecta.
Cumplir años siempre es un lujo, puesto que es un tiempo vivido y al que sumamos un día o un año más. Y aunque nos gustaría que los minutos avanzaran mucho más despacio, como no podemos detener el tempus fugit, el mejor remedio para evitar la angustia existencial es aprovechar al máximo cada día cumpliendo la máxima del carpe diem. Una buena actitud para ello es procurar sentir una nueva emoción, hacer algún pequeño descubrimiento, aprender algo nuevo: sorprendernos. Conviene preguntarse al final del día: ¿Qué me ha sorprendido hoy? ¿Qué he aprendido hoy?
No debemos ser sujetos pacientes de la vida, sino
sujetos agentes; no hay que dejar que la vida pase por nosotros, debemos pasar
nosotros por ella y dejar alguna huella en el ámbito en el que nos movemos.
Quizá simplemente un trabajo bien hecho, una mirada cordial, una lágrima de
emoción… Algo que quede en la memoria de quienes nos conocieron. Ese es el secreto de la inmortalidad. Para ello no solo hay que vivir, sino ser conscientes del vivir. Y
evitar la rutina, porque la rutina va devorando poco a poco los minutos del vivir.
Al llegar a la edad del júbilo, conviene prepararse para vivir esa etapa de
una manera sosegada, pero “sonora”. El primer paso para sentirnos jubilosos es vivir en paz, con nosotros mismos y con los demás. Y para conseguirlo hay que rodearse de personas de luz y apartar de
nuestra vida a las personas tóxicas: a las
egoístas, rencorosas, pesimistas, intolerantes, pesadas… A esas personas
que nos desgastan, que nos roban
energía vital.
Una vez pacificado nuestro entorno,
nos podemos dedicar a disfrutar plenamente de una afición, a ofrecer
nuestro tiempo a ayudar otros, a
observar lo que nos rodea para disfrutar
de las pequeñas cosas de la vida, al dolce
far niente… A mí, además de otros
haceres y quehaceres que llenan mis días, me entusiasma disfrutar de la belleza que nos brinda la naturaleza y de la que nos
ofrece cualquier manifestación artística.
Mi infancia de pueblo me enseñó a
contemplar, a sorprenderme y a
emocionarme ante el vuelo y belleza de
una mariposa, ante una gota de lluvia
suspendida en una hoja de una planta o
un pétalo de una flor. A escuchar el canto de los grillos en una noche de
verano, el canto de los pájaros al final de la primavera. A observar cómo avanza el paso de las estaciones, cómo de
un día a otro las ramas empiezan a verdear con la primavera o amarillear y caer
en el otoño. A quedarme extasiada viendo
correr el agua de un río, oyendo su murmullo, que es como un canto y una danza. A mirar cómo se mueven
las nubes en un cielo azul del verano. A ensimismarme ante los colores del
ocaso… En fin, criarse en un pueblo me ha enseñado a observar y a admirar.
Y eso lo he trasladado al paisaje urbano, que también me hace sorprenderme y aprender. Me pregunto qué o quién se esconde tras el nombre de una calle o plaza, me maravilla descubrir un día la belleza de un edificio que me había pasado desapercibida, me paro ante las estatuas: me fijo en su belleza, en lo que representan, las veo con distinta mirada según las estaciones. Y a veces hasta entablo con ellas un diálogo silencioso. Me encanta asistir a actos culturales y ver exposiciones que nos subyugan con la belleza artística o que nos hacen aprender. Y siempre que se puede hago fotografías. Me gusta volver a ver de forma reposada esa imagen que me llamó la atención… Y también me gusta compartir esa belleza o sorpresa con las personas que no han podido disfrutar de ello en directo para que puedan hacerlo desde la lejanía.
He disfrutado mucho de los viajes a sitios cercanos y lejanos, que me han
permitido conocer lugares y culturas diferentes. He podido viajar por casi toda
España, por la mayoría de los países europeos y por otros
países más lejanos. Tristemente se quedó Ucrania en proyecto.
He disfrutado mucho de la lectura a lo largo de mi vida: de vivir las vidas de otros, de conocer los lugares de otros, de entender el pensamiento de otros. La lectura es el mejor complemento del viaje para conocer al ser humano y el mejor remedio contra la intolerancia. Más libros, más libres, decía un lema hace décadas. El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho, decía Cervantes. La lectura pone alas a la imaginación. También decía el autor del Quijote que la pluma es la lengua del alma. He leído mucho y he aprendido mucho leyendo. Antes llegaba siempre al final de los libros (¡bueno, hubo uno que no, y de un escritor muy importante!), ahora me permito el lujo de no hacerlo. Si un libro no me dice nada en las primeras 50 páginas (me doy de plazo hasta las 100, si es extenso) lo puedo dejar sin remordimiento. ¡Hay tanto que leer! Las ventajas de hacer lo que quiero y siento.
Disfruto
también con la escritura. Con la escritura más concienzuda del artículo o ensayo que requiere trabajo
de documentación y con la escritura simple de una coplilla que felicita un
cumpleaños o sirve de pie a una fotografía. Y también con escritura de poemas más sentidos y pensados. Escribir para mí, en este momento, es una manera de ser y de estar en el mundo.
Pero también puedo disfrutar de lo más
sencillo, por ejemplo, de una
conversación. De una conversación pausada en que se pueden compartir saberes,
quereres, sentires. Y una conversación puede tener interés, independientemente
de la formación cultural o el estatus social de los conversadores. Me pueden
sorprender personas poco letradas por su profunda sabiduría y sentido común, tanto
como personas de rango intelectual
reconocido. Y me puede dejar pasmada el agudo y lógico razonamiento de un niño. Y, de forma especial,
los abuelos disfrutamos de los nietos, de lo que nos miman, de lo que nos dicen, de lo que nos
preguntan. De ver cómo maduran y se hacen mayores.
Y disfruto de tener conciencia de que amanece y de que tengo delante un nuevo día para levantarme
y ponerme a caminar por la vida… Para plantearme retos y desplegar las alas del
entusiasmo para pescar los peces de la
aurora, de los que hablaba Pablo Neruda, en la Oda a la edad:
¡Tiempo, te enrollo,
te deposito
en mi caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora!
Me voy a pescar... los peces de la aurora |
16 de enero de 2023
Margarita Álvarez Rodríguez
Es un magnífico prólogo al libro de la vida. Como siempre sucede al leerte, haces reflexionar. ¡Gracias! Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Nieves. Tus palabras, llegadas desde el otro lado del gran charco, son una parte de esas cosas de las que puedo disfrutar, de haber conocido a través de este humilde blog a una persona de luz. Un abrazo.
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