A VUELTAS CON EL GÉNERO Y EL SEXO (II)
Completan este artículo otros dos más sobre el mismo tema:
A vueltas con el género y el sexo I
A vueltas con el género y el sexo III
Es un hecho innegable que en nuestra lengua hay elementos sexistas que reflejan la escasa
consideración social que históricamente se ha dado a la mujer. Son expresiones
que reflejan la historia vivida por un pueblo y que difícilmente desaparecerán
por mucho que un lenguaje más o menos políticamente correcto trate de evitar. Pero muchos de estos
términos hoy están desprovistos de intención lingüística peyorativa, salvo que la
persona que los utiliza se la dé conscientemente.
Se puede constatar también que en nuestro idioma hay aún muchos
términos en que el desdoble de masculino y femenino añade connotaciones
negativas, en el caso del femenino, que no las tiene en masculino o, incluso,
en algunos casos, el femenino envilece y el masculino enaltece. Fijémonos en lo que
ocurre con zorro (astuto, listo) y zorra (ramera); verdulero,
que no tiene significación negativa,
frente a verdulera; hombre público (valoración positiva),
frente a mujer pública (valoración negativa); ser algo cojonudo o
acojonante, frente a ser un coñazo; conejo (dientes largos) / coneja
(mujer que pare frecuentemente); golfo (poco trabajador) / golfa (prostituta);
pendejo (tonto) / pendeja (prostituta); perdido (sentido
moral) / perdida (sentido sexual). Lo mismo ocurre con fulano / fulana,
guarro / guarra, lagarto / lagarta, lobo / loba, hombrezuelo / mujerzuela, cualquier / cualquiera... y tantas
otras. También presentan distinto matiz
las expresiones: fue engañado / fue engañada (seducida), le va la
marcha (persona divertida / mujer casquivana). Asimismo perra, suegra, solterona tienen unos matices
peyorativos que no tienen sus correspondientes masculinos (otra vez el sexismo
social).
Aunque la palabra hombre en su acepción de ser humano o
persona significa ser animado racional, hombre o mujer, hay muchas
cualidades que asociamos a la palabra hombre
que denotan solamente la exaltación del varón. Son expresiones relacionadas con la inteligencia:
hombre de letras, hombre de ciencia; con la honestidad: hombre de
palabra, de buen corazón, de ley, de una pieza, de provecho…; con el
mundo de los negocios: hombre de estado, de mundo, público…; con
la valentía: hombre de carácter, de pelo en pecho, de pelea, todo un
hombre…, con la bondad o la equidad: hombre bueno, o expresiones
como: ser muy hombre, hablar de hombre a hombre.
No existen en
castellano apenas valores equivalentes en femenino aplicados a las mujeres, más
bien ocurre lo contrario. Veamos: mujer del arte, mujer del partido, mujer
mundana, mujer pública, mujer perdida son términos que equivalen a
prostituta. Ser una mujer de su casa reduce a la mujer al ámbito
doméstico y no tiene equivalente en masculino. Sí existen, en
cambio, muchos términos que reflejan la
concepción de la mujer como un objeto decorativo, tanto elogiosos: bombón,
mujer bandera, mujer diez, monumento, mujer fatal… como
ridiculizadores: cacatúa, arpía, cotilla, maruja, cotorra, pécora…
También es verdad que hay otros términos relacionados con
los hombres que presentan
connotaciones negativas: acojonado,
huevazos, pijada, pijotero, calzonazos…,
aunque, en conjunto, la mujer sale lingüísticamente peor parada.
Pero la sociedad no cambia porque hagamos cambios
artificiales en el lenguaje, la sociedad y la concepción de la mujer cambian
desde la familia, desde la escuela y desde la legislación; y desde esos ámbitos el cambio se extiende a toda la
sociedad.
El lenguaje es una invención social
y es la sociedad la que modifica las lenguas, y no al revés. Si el
hombre era el cabeza de familia y el que dirigía la hacienda familiar es
explicable que la expresión ser el que lleva los pantalones o bajarse
los pantalones esté vinculada con lo masculino. Si embargo, ahora que los
pantalones son de uso habitual en la mujer y que muchas mujeres son “la cabeza
de familia”, seguramente poco a poco estas frases carezcan de sentido.
Perviven aún otros rasgos sexistas en los usos sociales
como citar a las mujeres en primer
lugar: señoras y señores…, y que nada tienen que ver con sexismo
lingüístico propiamente dicho, sino más bien con convenciones sociales. En
cambio, cada vez menos la mujer pierde su apellido para ser denominada señora
de… Sigue vigente, sin embargo, el desdoblamiento del tratamiento señora / señorita,
para denominar a una mujer casada o soltera, respectivamente. Pero, en el caso
del hombre, no se utiliza el término señorito para el mismo estado
social. Lo lógico, pues, sería que se utilizaran las palabras señora / señor
para referirse a mujeres o a
hombres, independientemente del estado civil.
El género gramatical es algo lingüístico, que no siempre añade valores
relacionados con el sexo, ni siempre se relaciona con el sexo biológico: soprano, periodista, testigo... son palabras de género común, pues se pueden aplicar a los dos sexos variando el artículo. Otras como: iguana, leopardo, bebé, persona... son epicenos, y, por tanto, aunque tengan forma masculina o femenina, designan indistintamente a los dos sexos.
El
castellano ha asignado el masculino y el femenino a las palabras de forma
arbitraria: día es masculino y noche femenino, sol es
masculino y luna o nube femeninos… Y esto ocurre incluso en palabras que se refieren a conceptos similares: la palabra persona es de género femenino y ser (humano) masculino.
Una clave fundamental para cambiar estas formas de
discriminación, como se decía más arriba, es la educación. Si al educar al
conjunto de los hijos o alumnos –hombres
y mujeres- queremos hacer de ellos hombres
de provecho (en el sentido masculino del término), seguiremos educando en
la discriminación. Si adoptamos comportamientos, en la familia o en las aulas, a través de imágenes o con la
palabra, en que asociamos a los hombres con unas actividades más dinámicas,
intelectuales o de mayor rango social que las referidas a las mujeres, seguiremos
educando en la discriminación. El idioma solo es un fiel reflejo de lo que
somos.
Es frecuente oír críticas
a la Real Academia Española, porque en su diccionario no aparezca tal o cual palabra o porque se
recojan acepciones hoy mal vistas o no se hayan incorporado otras
novedosas. El DRAE recopila solamente las palabras que van modificando
los hablantes y no siempre a la velocidad que imponen los nuevos usos, puesto
que la palabra debe antes consolidarse en el idioma, de forma que se
constate que existe un acuerdo tácito
entre los hablantes. Tampoco puede suprimir un significado si la palabra se
sigue utilizando con ese sentido, como ocurre con la palabra callo, por
ejemplo, en la acepción de mujer fea.
A veces no es la RAE la que da
definiciones “discriminatorias”, sino que es la propia sociedad la que crea las
diferencias de significado a pesar de que
la definición del DRAE no
sea sexista. Modista y modisto tienen una definición equivalente:
hombre o mujer que tiene por oficio
hacer prendas de vestir, sin embargo, la sociedad relaciona la
profesión de la mujer con una dedicación doméstica y la del hombre con el
prestigio de la moda y el glamour.
La RAE termina siempre plegándose a las novedades lingüísticas Cuando las mujeres
se incorporaron masivamente a la carrera judicial, la RAE introdujo la juez,
como femenino de juez, sin embargo, andando el tiempo incorporó también jueza,
porque socialmente se había acuñado ese femenino. Lo mismo ha ocurrido con presidenta,
como ocurrió en su día con extrovertido,
aunque sean formas anómalas de presidente y extravertido, pues los afijos deberían ser –ente y extra-, respectivamente. Y con otros muchos términos: ingeniera,
médica, concejala, ministra, torera… Las mujeres se han incorporado de
forma masiva a profesiones “masculinizadas” y, al cambiar la realidad social,
de forma natural ha cambiado el idioma.
En otras profesiones, en cambio, aún no se ha generalizado
el uso del femenino, aunque sea correcto y posible desde el punto de vista
lingüístico, como ocurre con sargenta y otras similares del mundo
militar. Esta palabra no aparece
definida en el DRAE con ese significado de grado militar y, en cambio,
sí aparecen unas acepciones que deberían ser revisadas, pues nos presentan a la
sargenta como una mujer
hombruna y de ruda condición o como mujer del sargento. A
pesar de que el Diccionario Panhispánico de Dudas recomienda
que palabras de este tipo se usen como
comunes en cuanto al género: el cabo / la cabo, el / la sargento…, en
casos como este debería incorporarse la variante femenina de sargento, para
mitigar en parte la carga negativa que posee sargento aplicado a la
mujer.
Sí llama la atención algo curioso que no suele aparecer en
las críticas y es que el DRAE,
que parece que sigue un riguroso orden alfabético, sin embargo, lo conculca de
forma clamorosa al introducir la palabra
en masculino antes que la femenina, siempre que existe desdoblamiento de género
en –o y en-a, cuando es evidente que la a debe ir antes que la o
alfabéticamente. Desde la palabra aarónico, aarónica, la primera con
desdoble de género, hasta la última, zutano,
zutana, habría que cambiar el orden de todos los diccionarios. Eso sería lo
lógico. ¿Para cuándo ese cambio? No parece que lo contemple la edición vigésimo
tercera del DRAE, que aparecerá próximamente.
Es cierto que no podemos adivinar el futuro, pero es seguro
que los hablantes irán modificando el idioma, y que, más pronto o más tarde, la
RAE será una fiel notaria de esa transformación, a pesar de que a veces
tengamos la sensación de que esa transformación es demasiado lenta.
Completan este artículo otros dos más sobre el mismo tema:
A vueltas con el género y el sexo I
A vueltas con el género y el sexo III