El siguiente artículo aparece publicado en el número 89, del mes de mayo de 2022, de la revista universitaria Nueva Etapa, fundada en 1898, del Real Colegio Universitario María Cristina (UCM).¿Somos
exagerados los españoles? Tal vez lo seamos, dada la gran cantidad de expresiones que existen en nuestra lengua
común para referirnos a la abundancia,
tanto en lo relativo a la cantidad como a la excelencia. Es evidente que
contamos con palabras y expresiones para
parar un tren, aunque sería difícil verlas juntas como un obstáculo en las
vías. Quizá
tengamos un carácter hiperbólico, y eso se lo hayamos trasladado al idioma. Y no
solo en la lengua se refleja este hecho, sino también en otras manifestaciones
culturales como los chistes.
Una de las
formas más simples de indicar una cualidad en un nivel elevado es mediante el uso del grado
superlativo aplicado al adjetivo y a algunos adverbios o con el uso de sufijos
aumentativos. Todas las lenguas tienen
formas diversas de formar el superlativo para indicar la cualidad de grande. El
español ha usado tradicionalmente el sufijo -ísimo, en adjetivos y adverbios: grandísimo, tardísimo. También los
adverbios de cantidad muy (superlativo
absoluto) y más (precedido de
artículo, en el superlativo relativo) antepuestos al adjetivo: muy grande o el más grande de la clase. Incluso podemos usar un adverbio antepuesto a un adjetivo: tremendamente
listo, increíblemente tonta. El tamaño
grande lo podemos marcar con los
sufijos aumentativos -ón, -ote,
en adjetivos y sustantivos: sosón,
librote. También nos sirven para
aumentar los sufijos –ado/ada
o –azo/aza: bolsada, sueldazo, que
conviven con otros más largos y modernos: casoplón.
Nuestra
lengua también cuenta con una serie de prefijos que indican la idea de grande: re-, requete-, archi-, extra-: relimpio,
requetebueno, archimillonario, extrafino. En los últimos años un prefijo (para
añadir al adjetivo o al adverbio) ha ido sustituyendo de forma muy generalizada
a los prefijos y sufijos citados.
Comenzó siendo algo propio del lenguaje juvenil y ha conseguido ir
extendiéndose al resto de los hablantes. Se trata del prefijo super-. Así, la variedad de formas con
las que se podía expresar la cualidad superlativa se elimina, pues todo lo grande va precedido
de un super: superlimpio,
superbueno, supermillonario, superfino… Y ya comienza a ser supertarde
para cambiar esa moda lingüística. Otro sufijo actual para indicar la idea de
grande, muy activo en el lenguaje juvenil, es –aco, -aca: fiestaca. Y la palabra mazo a modo de prefijo, aunque formalmente no lo sea: es mazo listo. Los jóvenes también usan
con frecuencia el prefijo mega-. En
algunas ocasiones unen unos cuantos prefijos para llevar la exageración al
infinito: hipersupermegalisto. No
cabe ya mayor exageración. A mazo se
ha añadido, en el argot juvenil y como intensificador, puto, que puede acompañar a adjetivos, sustantivos o verbos: me da puto yuyu, me puto fastidia…
En
español existen adjetivos que expresan
de forma precisa el concepto de grande. De lo grande y lo bueno podemos decir
que es grandioso, colosal, formidable, imponente, morrocotudo, macanudo, pistonudo cojonudo,
extraordinario… También óptimo,
superior, máximo y supremo.
La
época de la “modernidad líquida” ha puesto de moda algunos adjetivos que sorprenden por el cambio
semántico que están adquiriendo. Son palabras que tienen relación con la violencia.
Ahora se habla tranquilamente de que alguien
tiene un optimismo bestial o un encanto
brutal. Bien mirado no debería ser
esa una persona con la que quisiéramos entablar amistad por su optimismo o por
su encanto. Tampoco con esa que sabe una
burrada, pues parece que su
sabiduría fuera asnal.
A mogollón (y con preposición)
Además
de las formas de creación de superlativos y aumentativos, atesoramos en el
idioma expresiones a rodo o a porrillo para ponderar cualquier cosa a lo grande. Muchas de ellas comienzan por la preposición a. Lo vemos, por ejemplo, en lo
referido al elemento esencial de la vida, el agua, que, cuando es generosa, mana a borbotones, sale a chorros y corre a raudales, con fuerza y rapidez. Para la idea de confusión y de abundancia usamos la expresión a barullo. Del mundo del trabajo hemos introducido en el idioma
las expresiones a destajo y también a punta
pala. Del comercio nos han llegado al
por mayor y a granel. Relacionada con lo militar
existe la expresión ir (o
entrar) a degüello, que habla de
hacer gran daño en lo físico (degollar) o en lo moral. De ese ámbito procede
también a mansalva (a mano salva, sin daño), que hoy se usa más con el
significado de abundancia. Además,
usamos dos expresiones curiosas por su
sonoridad. Una es la francesa a
gogó, que indica la falta de límite, y otra, a tutiplén. Esta expresión puede derivar de las
palabras latinas totus plenus o, tal vez, y siguiendo a
Corominas, de la deformación de la expresión catalana tot ple.
En
el lenguaje de lo extraordinario también
proliferan las expresiones que comienzan por la preposición de. Podemos
elegir el mundo de la fantasía para
decir de algo que es de cine, de película, de ensueño, de fábula.
O el mundo de la elegancia para
calificar algo como de lujo
o de postín. En este ambiente hay personas que presumen de
lo lindo. Si hablamos de la excelencia de una persona en lo físico y
psicológico, decimos que es alguien de
bandera, de pro o de lo más. Y lo que debería producirnos inquietud, como
el miedo o la muerte, precedidos de la preposición de, se convierten,
curiosamente, en algo apetecible: estar
de miedo, estar de muerte. Incluso, para exagerar en grado notable, tampoco
nos olvidamos del demonio: hace un frío
del demonio, tiene una cantidad de dinero
del demonio… Los bigotes y las
narices también sirven para indicar el tamaño generoso de algo que es de bigotes o de narices. Además, determinadas medidas de peso nos pueden resultar útiles para ponderar cosas o hechos
que son de a kilo o de los que entran pocos en un quintal.
Algunos
de los modismos que se inician con la preposición de pueden estar relacionados con
el deporte y con el juego: de primera, de
campeonato, de primer orden, de órdago, de los que hacen época… Sin
olvidarnos del partido o la boda del siglo. Y quien triunfa por ser magnífico en algo es un as. Y seguimos ponderando con expresiones
como de la leche, del copón, de aquí
te espero, de aúpa, de caballo, de coña… Sin olvidar el debuten o dabuten que en el lenguaje
juvenil adoptan la forma dabuti. No
aparece en los diccionarios usuales, pero sí aparece en el Diccionario de la Lengua Española (RAE) buten, que procede del caló “buten” y que significa excelente, de gran calidad.
A diestro y siniestro
Si
miramos a nuestro alrededor vemos que los utensilios domésticos también
tienen su hueco en las expresiones
hiperbólicas. Así contamos con un porrón de, porrón que sirve para casi todo menos para beber, porque la
“bebida” contenida en él sería, a veces,
poco digerible: un porrón de gente, un
porrón de dinero… También la ropa de casa está presente en el lenguaje de
lo grande, pues podemos decir de alguien que tiene dinero a manta, un cuyo caso parece que esa manta monetaria lo protege, pero
puede no salir tan bien parado si llueve a
manta, pues en esa situación la manta de lluvia, en lugar de proteger, puede
aumentar la mojadura a más no poder.
Las
partes del cuerpo, asimismo, sirven para describir lo grande. Si tenemos algo a puñados, lo tenemos en abundancia y,
si los puñados nos quedan escasos, preparamos también el pie y los
sustituimos por a patadas. La generosidad también se mide a manos llenas. Incluso las partes pudendas, ¡cómo no!, aparecen en
el vocabulario de la abundancia. Ahí están los cojones preparados para casi todo lo grande o lo grandioso: hace un frío de (tres pares de) cojones, es listo de cojones… El
pene, para hablar de lo muy bueno, que resulta ser la polla o la polla con
cebolla. Además, hay cosas que
nos han costado un ojo de la cara, un
riñón o un cojón; ansias que llevan a comer hasta reventar o corazones
generosos tan grandes que no caben en el
pecho. Tampoco puede estar ausente esa expresión escatológica, no muy agradable, pero que sirve para exaltar lo más diverso: que te cagas... Hace un calor que te cagas. Y no sabemos si es porque nos
produce envidia la abundancia ajena, calificamos lo grande con la expresión a rabiar, expresión que sirve también
para calificar la impaciencia o el enojo
en grado sumo.
Si
se trata de comer nos podemos comer un bocadillo que no se lo salta un gitano. Esta expresión curiosa, referida a la etnia
gitana y que hoy puede parecer racista, quizá esté relacionada en su
origen con el intento de los terratenientes andaluces de construir muros altos
en sus fincas para que no pudieran saltarlos los gitanos que tenían intención
de robar. Y, si se trata de beber algo, lo mejor, la leche: es la leche, la releche, la hostia. Aunque
de los que están demasiado presentes decimos que están hasta en la sopa. Grande
es también la pusilanimidad de los que se
ahogan en un vaso de agua.
Para
hiperbolizar nos gustan también las comparaciones. Podemos empezar por decir
que algo es tan grande como una casa,
pero, si la casa no es suficientemente vistosa, optamos por decir que es
como una catedral. Si se trata de
una gran mentira es una mentira como un
piano. Y eso se lo podemos aplicar incluso a una mentira. Si se trata de
adornos excesivos, vamos como burro en
cabalgata. Y si algo prolifera mucho nos acordamos de la micología, pues crece
como hongos o setas. Claro que mejor que
crezcan setas que no que montemos un
circo y nos crezcan los enanos. Esta
expresión sigue muy viva en español, a pesar de que podría considerarse
políticamente incorrecta, si bien no sabemos si habla de demasiada abundancia de enanos artistas o de
que, al aumentar de talla, no podrían seguir
actuando en un espectáculo creado para ellos. En cualquier
caso, la expresión nos habla de
abundancia de penalidades. Exceso refleja también la expresión como un descosido. Si es aplicada a un trabajador que trabaja en exceso, se entiende que lleve la ropa de esa guisa, pero si le aplicamos el
calificativo porque habla como un descosido, tal vez los descosidos sean los que dejen escapar las
palabras sin control. Cuando nos referimos a la gran velocidad podemos usar también comparaciones relacionadas con lo bélico: como una bala, como una flecha, como un tiro...
Existen otras
expresiones comparativas de superioridad, de carácter hiperbólico, que usamos
con profusión en español. Para la rapidez, somos más rápidos que un rayo;
para la lentitud, caminamos más lentos que una tortuga; para la
pesadez, somos más pesados que una vaca
en brazos; para la rareza, más raros
que un perro verde; para la torpeza, más
cortos que las mangas de un chaleco. Y se podrían añadir una buena retahíla
de expresiones similares.
Si
hablamos de un lugar atestado de gente, decimos que está repleto,
pues no cabe ni un alfiler, o sea, está hasta los topes, porque ha acudido hasta el rey o porque ha asistido todo Dios. Pero, en caso de
asistir, aunque los dioses del Olimpo sean muchos, aún sería peor, si asistiera todo bicho viviente. Desde luego en esa cantidad indeterminada
caben dioses, hombres, animales, plantas…Pero tal vez ese lugar esté mordor, lo vean muy lejano y decidan no acudir.
|
Foto: Gentileza de M. Á. Oliver |
Por todo lo alto
Sin
duda, la palabra que más se repite en frases hechas que sirven para
hablar de grandes cantidades es todo.
Y lo repetimos mucho como todo quisque.
Todo el mundo lo sabe, decimos cuando queremos destacar que algo es
muy conocido. Sin embargo, no somos
conscientes de que todo el mundo sería toda la población del mundo, o sea, miles de millones de personas.
¡Demasiadas tal vez! De igual manera podemos recriminar a alguien
diciéndole que lleva todo el día o todo el tiempo haciendo lo mismo. Ese todo, además de gran exageración, es una magnitud difícil de cuantificar. Es muy
difícil estar un día entero haciendo lo mismo y, ya
imposible, utilizar todo el tiempo (del mundo), pues, ¿cómo se mide ese tiempo?
Estaríamos hablando de la eternidad.
Y a todo trance y sin reparar en riesgos,
exageramos la velocidad de quien
escapa y lo hacemos usando expresiones como a todo correr
o a todo meter, a todo gas, a toda máquina, a toda
mecha, a todo trapo… Y es que todo nos sirve
para celebrar fiestas por todo lo alto o para llevar una vida a todo pasto o a todo tren (tren de vida), tres expresiones
que comparten el indefinido todo y el
significado, aunque parezca que carecen de relación lógica la altura, el pasto
y el tren. Prestamos la máxima atención
siendo todo
oídos y nos mostramos optimistas con todo
se andará. La
palabra todo se puede anteponer a un adjetivo de cualidad para exagerar, con un
valor superlativo, como en estaba
todo preocupado, o anteponerse a un sustantivo
abstracto para acentuar su cualidad: es todo maldad.
Si
lo que queremos destacar es la sabiduría o las ganas de aprender de una
persona, nos sirven expresiones como ser
todo un sabio o ser todo un experto. Aunque, para ponderar la sabiduría,
podemos usar también ser el libro gordo de Petete o ser un libro abierto. La última nos
habla de una obviedad, pues un libro cerrado no aporta ninguna información. Del que
estudia mucho, decimos que es un empollón
y del muy inteligente, que es un pitagorín.
Pero también están los torpes que no
saben ni jota ni torta ni hacer la o con un
canuto, porque son del género tonto
o más tontos que ni hechos de encargo, como le pasó a
Abundio. Y para ponderar algo podemos llegar a decir que es lo mejor del mundo. Ese nivel ya no se
puede superar.
Otras
expresiones que sirven para hiperbolizar son las que se forman con artículo + sustantivo
+ la preposición de. Y para construir la expresión usamos
los sustantivos más variopintos: la
tira de, la pila de… Un montón de…
Y hasta el mar, pues en el mundo hay la
mar de estúpidos o, lo que es igual, una infinidad, por eso llegan al
infinito y más allá, la conocida expresión de Buzz. Esperamos que no
superen nunca al mogollón de gente sensata.
Otros
modismos relacionados con la exageración se construyen con artículo + sustantivo
+ que: ¡la cara que tiene tu amigo! O
con la variante artículo + preposición + sustantivo + que: ¡la de dinero que tiene! Y
también nos sirven para exagerar expresiones que comienzan
directamente por la conjunción que: ¡que
no veas!, ¡que tiembla el misterio (de la Sta. Trinidad!, que te cagas, que te
mueres… Tal vez las tres últimas sean consecuencia lógica unas de otras.
Incluso podemos morirnos de miedo, de cansancio, de risa… Hasta podemos empeñar nuestra palabra en tan
gran medida que nos comprometemos con expresiones como ¡ni que me maten!, ¡que me muera aquí mismo!
Otras
palabras que nos gusta utilizar para exagerar son los numerales. Empezamos por
el número siete para reconvenir a alguien con un ¡te he
dicho siete veces que te calles!, hasta llegar a mil y o un millón, sobre todo cuando se trata de repetir
algo, pues decimos que lo hemos repetido miles
o un millón de veces. Sean las que fueren, seguramente
son una burrada.
Cerramos
el artículo, después de haber intentado con
creces, y escribiendo lo que no
estaba escrito, reflejar cantidad de fórmulas
que sirven para exagerar en el idioma español, aunque es posible que se hayan
quedado muchas en el tintero, porque, existen a cascoporro. Pero de algo estamos seguros, de que el afán
de exagerar de los españoles es de padre y muy señor mío. Nos gusta lo grande, porque el burro grande, ande o no ande.
|
Portada de la publicación |
|
Reproducción de una página de la revista
Autora: Margarita Álvarez Rodríguez
|