Poemario
Editorial Diwan Ibérica
142 págs.
Victoria Olaya Magadán es Técnica
Superior en Gestión del Paisaje y
encargada de Medio Ambiente en el Vivero de Estufas del Parque del
Retiro. Poemas suyos aparecen en varias
antologías poéticas. Ha organizado y participado en muchos recitales poéticos. Susurros del jardín es su tercer poemario individual. Una
persona, en definitiva, que se mueve en torno a los jardines y la poesía, y que
se define como poeta y jardinera. Los jardines y la naturaleza siempre han
inspirado a los poetas y también lo han hecho con ella.
He
de decir que lo primero que me gusta de este poemario es el título. Oír a un
jardín que nos susurra es una experiencia muy hermosa. La palabra susurro,
onomatopéyica, es una palabra que
podemos oír en ese jardín que nos
habla, personificado a través de ese susurro. Pero ese jardín no solo nos
habla, sino que lo percibimos a través
de todos los sentidos: sus colores, especialmente verdes y ocres que son
colores de primavera y de otoño; las fragancias del azahar y otras flores y del
olor del naranjo y los sabores que también degusta nuestro paladar: nueces,
manzanas, pétalos fermentados,
sabores que endulzan nuestro gusto… Y
abundan las referencias a los sonidos y
a la música que aparece en la cadencia de sus
versos y en esas piezas musicales que nos sugiere la autora que escuchemos mientras leemos cada poema.
He
probado esa experiencia con media docena
de poemas y el resultado es magnífico. La fusión de la música con los versos
nos hace disfrutar de la lectura del poemario de forma más intensa. Siempre han
hecho buenas migas el arte poético y el musical. En la selección musical (69
sugerencias) encontramos distintos tipos de música, desde la clásica hasta la
de las bandas sonoras de películas como La
misión o música de grupos como Medina Azahara y de otros compositores contemporáneos. El
léxico usado también está con frecuencia en relación con la danza o la música: pentagrama, melodía, notas… Cadencias que se manifiestan hasta en el
llanto: La cadencia del llanto / amamanta
las páginas de este poemario… Y no falta el sentido del tacto, pues en
ocasiones parece que podemos palpar o
“mamar” aquello de lo que habla. Además
de poesía sensorial estamos ante una poesía intimista de una poeta que se extasía ante la belleza
del paisaje: del paisaje interior y del paisaje exterior. Victoria Olaya es una
persona que sabe mirar. Y mira hacia su yo interior y mira hacia los paisajes,
los naturales y los urbanos. Lo mismo es
capaz de tender su mirada hacia
la naturaleza que hacia la
monumentalidad de una ciudad como Roma.
El
poemario ya destila intimismo y ternura desde la dedicatoria a su madre y a su hijo: “Lo más amado”. Después de un
prólogo del escritor Alberto Morate (El jardín que habita Victoria Olaya),
nos encontramos con un poema que es como el frontispicio del poemario, y el
título es bien significativo: Estaba
llamada a ser jardín, que es toda una declaración de intenciones. Los
poemas se agrupan en dos partes que
contienen en su conjunto 68 poemas. La primera acoge los Poemas de flores y la segunda, los Poemas de espinas. Es bastante significativa esta división. Todos
los lectores sabemos lo que significan simbólicamente las metáforas de las
flores y las espinas relacionadas con la vida humana.
La
primera parte del poemario se podría
decir que agrupa los poemas “transparentes”. De hecho el léxico habla con frecuencia de
luz, claridad: aguas limpias y claras,
estrellas, luna, velas… Son versos también de mucho colorido… Hasta sus
ojos se tiñen del verdor del paisaje. Para
la poeta, en esta primera parte, la vida es un jardín, como dice el título de
un poema y estos versos: La vida es un
jardín/ de cosechas y penurias / cuando acaba la función / queda vacío el cajón
/ y la fruta enmohecida. En el
poemario unas veces nos introduce en un jardín pequeño, muy cuidado, y otras nos hace caminar por el inmenso jardín natural en que aparecen
muchas especies de árboles: alisos,
fresnos, fresnos, pinos… O con un río que garabatea. Allí están
también arbustos como el tomillo, cantueso, piorno… En los poemas dedicados al
pueblo de Bohoyo recuerda las tareas del
campo y se funde con su paisaje y paisanaje. Todos esos paisajes rezuman colores y olores.
En esta
primera parte hay también poemas
dedicados a la poesía y a la creación poética. Escribir poesía es, pues, comulgar en vida /… disfrazar, disimular y mitigar / el peso que porta el alma… Y
en otro poema expresa su concepción poética: No
hay que domar la palabra / no hay que adornar la oración / no hay que fustigar
la idea / solo dejarse fluir / cual organza transparente de seda. Y es que
la belleza de su poesía está en su propia claridad y simplicidad. La hace más
sincera, pues parece que brota sin esfuerzo, de forma natural, como el agua de
un manantial.
En
este bloque muestra, poema tras poema, su amor
y su compromiso con la naturaleza y nos deja constantemente pinceladas
de su emotividad y, de vez en cuando, de
sus conocimientos (nombres científicos) referidos a ese mundo natural en que se
mueve. En general, en las flores de esta primera parte se presenta la vida como algo atractivo, con una visión optimista.
La
segunda parte recoge los poemas de
espinas. Sabemos que las espinas, en sentido metafórico nos hablan de
pesar y de dolor, físico o espiritual,
porque, según ella: Me empeño en batallas
llenas de incertidumbre. Se abre este bloque con un poema titulado A tu luna Federico, en que una luna
trágica es testigo de la muerte del escritor. Más adelante le dedica otros dos
poemas. Lo abre, pues, hablando de muerte y dolor, de sus dolores personales y sus “dolores
literarios”. Bastaría fijarnos en los
títulos de los poemas para darnos cuenta de que el estado de ánimo es distinto a los textos de la primera parte: Amores que matan, Búsqueda desesperada,
Contra viento y marea, Desesperación, La madre tierra fallece, Tengo roto el
corazón… El léxico utilizado está en
consonancia con una visión de la
realidad que está próxima a la amargura: dolor,
duelo, pérdida, soledad, ausencias,
abandono, decepción, culpa, tormento, incertidumbre, borrones…
Desesperación. Es significativo
también que en varios poemas haya menciones al otoño y al ocaso, momentos en
que la luz comienza a menguar. Sentimos
de cerca el sufrimiento de una chica
aliquebrada, que dice en un poema: Soy
especialista en dolores del alma. Ahí están sus pérdidas afectivas y las decepciones
amorosas de amores que se han vivido con pasión: El amor te pellizca y duele / es frío y desalmado, dice la autora. También está muy presente la preocupación por el maltrato que sufre el
planeta. Nos invita a respetar a la madre Tierra, con la que tiene un fuerte
compromiso. Ese compromiso que muestra
con la vida y la naturaleza a veces la
lleva a la decepción, porque se siente impotente para cambiar las cosas: Lamentable es tener viento / pero las velas
plegadas.
La
poesía de Victoria Olaya habla de la vida que bulle en torno a ella y de su
vida interior. Su poesía es liberadora:
atrapa la realidad, a través del sentimiento y la palabra: Los ojos del corazón / son únicos y verdaderos.
Su
poesía es clara, va fluyendo de forma natural buscando lo esencial: su mar, por
eso es parca en adjetivación, con predominio de adjetivos explicativos que
combina a veces con sinestesias: aciago
hollín, dulce melodía… A veces con contrastes inesperados: negros rescoldos. Nos encontramos con
personificaciones de la naturaleza: esos árboles o plantas que nos hablan, que nos susurran…
Con metáforas
que también sirven para acentuar
las sensaciones, como cráter de mi
boca. En el léxico abundan los
sustantivos y verbos que indican sensaciones, como he expresado más arriba, que
nos hacen percibir su jardín por los cinco sentidos. Toda su poesía es muy
sensorial.
En
general, sus poemas están escritos en versos libres, aunque en algunos poemas
aparezca la cadencia del octosílabo y de la rima asonante. La autora busca el
ritmo poético con elementos de tipo repetitivo, especialmente el paralelismo sintáctico: Me duele, te llamo / me duele, te oigo / me
duele, te añoro. Y también con el juego de la repetición de los pronombres
de la primera y la segunda persona: Déjame
que me acurruque… Déjame que te cante… No miré las cuchillas… No supliqué de
rodillas.
Estamos
ante una poesía de compromiso que nos
reconcilia con la vida, con las flores y las espinas que esta nos pone delante.
A buen seguro, ahí estará Victoria, esta chica
del silencio, que se hace verso, para atrapar la cotidianidad de la vida
que nos pasa por delante. Y lo hará con la pasión y la sensibilidad de esa
chica que creció en los 80 y que aprendió en el barrio humilde en que se crió
que la única piedra angular / es la
dignidad y el respeto. Son las últimas palabras del último poema de Susurros del jardín… Y tal vez su credo. Lorca, ese poeta que admira y que llora en su
poemario decía de la poesía: “La poesía es algo que anda por las calles. Que se
mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía
es el misterio que tienen todas las cosas”.
Según la visión lorquiana, se trata solo de tener mirada de poeta y,
ciertamente, Victoria Olaya la tiene, y seguirá buscando flores y susurros en los jardines de la vida.