lunes, 27 de mayo de 2024

Reseña de LOS SUSURROS DEL JARDÍN, de Victoria Olaya

 




Poemario

Editorial Diwan Ibérica

142 págs.

            Victoria Olaya Magadán es Técnica Superior en Gestión del Paisaje y  encargada de Medio Ambiente en el Vivero de Estufas del Parque del Retiro. Poemas suyos aparecen  en varias antologías poéticas. Ha organizado y participado en muchos   recitales poéticos. Susurros del jardín es su tercer poemario individual. Una persona, en definitiva, que se mueve en torno a los jardines y la poesía, y que se define como poeta y jardinera. Los jardines y la naturaleza siempre han inspirado a los poetas y también lo han hecho con ella.

       He de decir que lo primero que me gusta de este poemario es el título. Oír a un jardín que nos susurra es una experiencia muy hermosa. La palabra susurro, onomatopéyica, es una palabra que  podemos oír en ese  jardín que nos habla, personificado a través de ese susurro. Pero ese jardín no solo nos habla, sino que  lo percibimos a través de todos los sentidos: sus colores, especialmente verdes y ocres que son colores de primavera y de otoño; las fragancias del azahar y otras flores y del olor del naranjo y  los sabores  que también degusta nuestro paladar: nueces, manzanas, pétalos fermentados, sabores que endulzan nuestro gusto…  Y abundan las referencias a  los sonidos y a la   música que aparece en la cadencia de sus versos y en esas piezas musicales que nos sugiere la autora  que escuchemos mientras leemos cada poema.

    He probado esa experiencia  con media docena de poemas y el resultado es magnífico. La fusión de la música con los versos nos hace disfrutar de la lectura del poemario de forma más intensa. Siempre han hecho buenas migas el arte poético y el musical. En la selección musical (69 sugerencias) encontramos distintos tipos de música, desde la clásica hasta la de las bandas sonoras de películas como La misión   o música de grupos como Medina Azahara y  de otros compositores contemporáneos. El léxico usado también está con frecuencia en relación con la danza o la música: pentagrama, melodía, notas…  Cadencias que se manifiestan hasta en el llanto: La cadencia del llanto / amamanta las páginas de este poemario… Y no falta el sentido del tacto, pues en ocasiones parece que podemos palpar  o “mamar” aquello de lo que habla.  Además de poesía sensorial estamos ante una poesía intimista  de una poeta que se extasía ante la belleza del paisaje: del paisaje interior y del paisaje exterior. Victoria Olaya es una persona que sabe mirar. Y mira hacia su yo interior y mira hacia los paisajes, los naturales y los urbanos. Lo mismo es   capaz de tender su mirada hacia la naturaleza  que hacia la monumentalidad  de una ciudad como Roma.

       El poemario ya destila intimismo y ternura desde la dedicatoria a su madre y  a su hijo: “Lo más amado”. Después de un prólogo del escritor  Alberto Morate (El jardín que habita Victoria Olaya), nos encontramos con un poema que es como el frontispicio del poemario, y el título es bien significativo: Estaba llamada a ser jardín, que es toda una declaración de intenciones.   Los poemas se agrupan en  dos partes que contienen en su conjunto 68 poemas. La primera acoge los Poemas de flores y la segunda, los Poemas de espinas. Es bastante significativa esta división. Todos los lectores sabemos lo que significan simbólicamente las metáforas de las flores y las espinas relacionadas con la vida humana.

     La primera parte  del poemario se podría decir que  agrupa  los poemas “transparentes”.  De hecho el léxico habla con frecuencia de luz, claridad: aguas limpias y claras, estrellas, luna, velas… Son versos también de mucho colorido… Hasta sus ojos se tiñen del verdor del paisaje.           Para la poeta, en esta primera parte, la vida es un jardín, como dice el título de un poema y estos versos: La vida es un jardín/ de cosechas y penurias / cuando acaba la función / queda vacío el cajón / y la fruta enmohecida.     En el poemario unas veces nos introduce en un jardín pequeño, muy cuidado, y  otras nos hace caminar por  el inmenso jardín natural en que aparecen muchas especies de árboles: alisos, fresnos,  fresnos, pinos…  O con un río que garabatea.  Allí están también arbustos como el tomillo, cantueso, piorno… En los poemas dedicados al pueblo de  Bohoyo recuerda las tareas del campo y se funde con su paisaje y paisanaje. Todos esos  paisajes rezuman colores y olores.

        En esta  primera parte hay también  poemas dedicados a la poesía y a la creación poética. Escribir poesía es, pues, comulgar en vida /… disfrazar, disimular  y mitigar / el peso que porta el alma… Y en otro poema expresa su concepción  poética: No hay que domar la palabra / no hay que adornar la oración / no hay que fustigar la idea / solo dejarse fluir / cual organza transparente de seda. Y es que la belleza de su poesía está en su propia claridad y simplicidad. La hace más sincera, pues parece que brota sin esfuerzo, de forma natural, como el agua de un manantial.

      En este bloque muestra, poema tras poema, su amor  y su compromiso con la naturaleza y nos deja constantemente pinceladas de su emotividad y,  de vez en cuando, de sus conocimientos (nombres científicos) referidos a ese mundo natural en que se mueve. En general, en las flores de esta primera parte se presenta la  vida como algo atractivo,  con una visión optimista.

      La segunda parte recoge los poemas de espinas. Sabemos que las espinas, en sentido metafórico nos hablan de pesar  y de dolor, físico o espiritual, porque, según ella: Me empeño en batallas llenas de incertidumbre. Se abre este bloque con un poema titulado A tu luna Federico, en que una luna trágica es testigo de la muerte del escritor. Más adelante le dedica otros dos poemas. Lo abre, pues, hablando de muerte y dolor,  de sus dolores personales y sus “dolores literarios”.  Bastaría fijarnos en los títulos de los poemas para darnos cuenta de que el estado de ánimo  es distinto a los  textos de la primera parte: Amores que matan, Búsqueda desesperada, Contra viento y marea, Desesperación, La madre tierra fallece, Tengo roto el corazón…  El léxico utilizado está en consonancia  con una visión de la realidad que está próxima a la amargura: dolor, duelo, pérdida, soledad, ausencias,  abandono, decepción, culpa, tormento, incertidumbre, borrones… Desesperación.  Es significativo también que en varios poemas haya menciones al otoño y al ocaso, momentos en que la luz  comienza a menguar. Sentimos de cerca el sufrimiento de una chica aliquebrada, que dice en un poema: Soy especialista en dolores del alma. Ahí están  sus pérdidas afectivas y las decepciones amorosas de amores que se han vivido con pasión: El amor te pellizca y duele / es frío y desalmado, dice la autora.  También está muy presente  la preocupación por el maltrato que sufre el planeta. Nos invita a respetar a la madre Tierra, con la que tiene un fuerte compromiso. Ese compromiso  que muestra con la  vida y la naturaleza a veces la lleva a la decepción, porque se siente impotente para cambiar las cosas: Lamentable es tener viento / pero las velas plegadas.

       La poesía de Victoria Olaya habla de la vida que bulle en torno a ella y de su vida interior.  Su poesía es liberadora: atrapa la realidad, a través del sentimiento y la palabra: Los ojos del corazón / son únicos y verdaderos.

        Su poesía es clara, va fluyendo de forma natural buscando lo esencial: su mar, por eso es parca en adjetivación, con predominio de adjetivos explicativos que combina a veces con sinestesias: aciago hollín, dulce melodía… A veces con contrastes inesperados: negros rescoldos. Nos encontramos con personificaciones de la naturaleza: esos árboles o plantas que nos hablan, que  nos susurran…   Con metáforas  que también sirven para acentuar  las sensaciones, como cráter de mi boca.  En el léxico abundan los sustantivos y verbos que indican sensaciones, como he expresado más arriba, que nos hacen percibir su jardín por los cinco sentidos. Toda su poesía es muy sensorial.

      En general, sus poemas están escritos en versos libres, aunque en algunos poemas aparezca la cadencia del octosílabo y de la rima asonante. La autora busca el ritmo poético con elementos de tipo repetitivo, especialmente  el paralelismo sintáctico: Me duele, te llamo / me duele, te oigo / me duele, te añoro. Y también con el juego de la repetición de los pronombres de la primera y la segunda persona: Déjame que me acurruque… Déjame que te cante… No miré las cuchillas… No supliqué de rodillas.

      Estamos ante una poesía  de compromiso que nos reconcilia con la vida, con las flores y las espinas que esta nos pone delante. A buen seguro, ahí estará Victoria, esta chica del silencio, que se hace verso, para atrapar la cotidianidad de la vida que nos pasa por delante. Y lo hará con la pasión y la sensibilidad de esa chica que creció en los 80 y que aprendió en el barrio humilde en que se crió que la única piedra angular / es la dignidad y el respeto. Son las últimas palabras del último poema de Susurros del jardín… Y tal vez  su credo.  Lorca, ese poeta que admira y que llora en su poemario decía de la poesía: “La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”.  Según la visión lorquiana, se trata solo de tener mirada de poeta y, ciertamente, Victoria Olaya la tiene, y seguirá buscando flores y susurros en los  jardines de la vida.

 ©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura




domingo, 12 de mayo de 2024

Madres que alumbran palabras (3)


Madres sí hay más que una




Este artículo fue publicado en mi sección Palabra de Mujer en la Revista MasticadoresFEM (Masticadores de Letras). Es el tercero de una serie de cuatro.

      Si seguimos hablando de la relación entre mujer y lenguaje en torno a la palabra madre, después de los dos artículos anteriores (De madres y mamás y  De embarazos a mamandurrias),  no podemos olvidarnos de los significados connotativos de  esta palabra  y de la variedad de frases hechas formadas en español sobre ella,  pues madre, como decimos en el título, es  alumbradora de otras palabras. Y es que madres, en sentido lingüístico, sí hay más que una. En realidad,  hay otras muchas madres figuradas que  hemos mentado miles de veces. De ellas vamos a hablar.

        Desde ¡la madre del cordero!, que muestra  nuestra sorpresa, hasta  ahí está la madre del cordero, para destacar el dato más importante  o el meollo de algo, encontramos frases hechas variopintas  con el vocablo madre. La madre del cordero es una  expresión documentada desde el siglo XVIII  que resulta un tanto extraña y, a pesar de que en algunas zonas del español se dice la madre del borrego, tal vez no tenga que ver con la oveja. El cordero de Dios  era en la Biblia Jesús, que se sacrifica por el género humano lo mismo que el cordero que se sacrificaba en la pascua judía, por eso  podría tener un sentido religioso y aludir a la Virgen.  


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