La leche: de la ubre al cartón
Una natera en la que se puede apreciar el agujero por el que se deburaba la leche y que se tapaba con el beliello o belillo. Foto: MAR. |
La leche también ha estado muy presente en la dieta de los
omañeses de hace décadas. Hasta entrada
la década de los 60 se tomaba de forma natural. ¡Qué sabrosa nos sabía aquella
leche espumosa y templada que nos dejaba unas blancas foceras alrededor de la boca y que tomábamos directamente de la zapica en la que se muñía! A lo largo de los años 60 comenzó a hervirse para prevenir
el contagio de la tuberculosis que podía afectar a las vacas. Cuando no se tenía leche casera, se compraba en casa
de algún vecino o se prescindía de ella una temporada. Allí se acudía con la
botella o la lechera para recogerla, pues en esa época no se vendía envasada
como ahora. Con la nata de la leche se elaboraba la manteca (mantequilla). Y con leche y con nata los sabrosos cuchifritos de los que hablaré en otra ocasión.
Cada día se ponía la leche
en la natera o ñatera y se colocaba en un lugar fresco para que la nata se
concentrase y subiese a la superficie. Era frecuente dejarla en una ventana y
no era inusual que los mozos, más por broma que por necesidad, a veces se
dedicaran a “robar” nateras. En la mayoría de los casos lo que hacían era
cambiarlas de lugar. La natera era
un recipiente alto de barro, que tenía
un pequeño agujero lateral, por el que se sacaba la leche aceda para que quedara dentro la nata
escurrida, que, por su densidad, no salía por el agujero. Este agujero se
tapaba con un palín cortado, y perfectamente adaptado al orificio, llamado beliello o benillo. Este nombre se aplicaba también al propio agujero. La acción de separar la leche de la nata se llamaba deburar. La nata se
guardaba en otro recipiente, generalmente también de barro, y, cuando se había
recogido la de varios, días se mazaba.
Cuando se contaba con suficiente cantidad de nata, se echaba al
odre, inicialmente de cuero de piel de cabrito y luego de hojalata, y se
mazaba, agitándolo fuertemente de un lado a otro hasta que se separaba el
suero de la manteca. También existían
mazadoras de manivela. Cuando la
cantidad de nata era poca se podía mazar simplemente dándole vueltas y aplastándola
con una cuchara de madera. El resultado de
la mazada era un buen rollo de manteca
que podía pesar al menos un kilo y que se adornaba por la parte superior con
dibujos que se realizaban con una cuchar. Con frecuencia se vendía o se
hacía trueque en la tienda por otros productos. La mantequilla de esta zona era
muy apreciada. Los niños la tomábamos,
de vez en cuando, para merendar, untada en pan, con azúcar o miel por encima. Esa mezcla era una
delicia culinaria, pero no la tomábamos tan frecuentemente como quisiéramos,
pues, como hemos dicho, solía venderse. En algunas ocasiones se hacía un rollo
grande para vender y otro más pequeño para el consumo casero. La leche aceda que se desprendía de hacer la
mantequilla, en general, se tiraba o se
les echaba a los gochos.
Odre de hojalata. Foto: MAR |
Teniendo en cuenta de que hablo de una época en que no existían los frigoríficos en los pueblos de forma generalizada y antes de ser recogida por las empresas lácteas parte de la leche se estropeaba cuando coincidía que parían varias vacas a la vez y los terneros no terminaban la leche de la madre. Aunque se guardaba en sitios frescos, se ponía ácida y al calentarla se cortaba, por ello, la mejor manera de conseguir algún rendimiento económico para esa leche era la elaboración de la manteca.
Hay que recordar que el noroeste de León tenía una raza propia de
vaca, la mantequera leonesa, una vaca
que no producía gran cantidad de leche,
pero una leche de mucha calidad, con una gran cantidad de grasa, (en
algunas superior al 9%). Con la leche de estas vacas se producía la
famosa manteca de Laciana que fue muy apreciada en Madrid a lo largo del siglo
XX a través del famoso comercio llamado Mantequerías Leonesas. Actualmente se
está trabajando para recuperar esta raza autóctona, a través del Centro de Reproducción y Selección Animal, de
la Junta de CyL, con sede en León y estación de testaje en Boñar. Se está
tratando de identificar a los animales que se parezcan más
a la raza pura para conseguir sementales que hagan aumentar la población de la
mantequera leonesa.
A medida que fue cambiando la cabaña ganadera, aumentó la producción de leche y se producía más de la que se consumía en casa. Se retiraban pronto los terneros para comercializar la leche que era más productiva. Es el momento en que llegan las ordeñadoras mecánicas y las empresas lecheras comienzan a recoger la leche por los pueblos. Entonces aparece otro recipiente habitual en las cuadras para contener mayores cantidades de leche: la zafra. Y el camión de la leche, que recorría los pueblos a diario o varios días a la semana, empezó a ser parte también de nuestro paisaje rural. Hoy la producción de leche es escasa, pues la mayoría de las vacas son de carne. En algunas casas también se ordeñaban las cabras. La leche de cabra era una leche más fuerte, con más cuerpo. Actualmente hay algún ganadero emprendedor que elabora queso con la leche de las cabras de su propio rebaño.
Cuando había leche en casa se tomaba para almorzar (desayunar) o para cenar, acompañada de trozos de pan que se echaban mezclados con ella dentro de la cazuela de barro: era la leche migada. A veces se le añadía el malte o la achicoria para darle sabor, menos veces el café, porque era más caro. Si no había leche para desayunar se recurría a las patatas, que eran el alimento estrella, y, en el caso de los niños, algunas veces se les hacía chocolate elaborado con agua. De ese mismo chocolate “de hacer”, de tarde en tarde, nos llegaba una onza de chocolate sin leche (tal vez de La Cepedana, de Astorga), chocolate que era muy sabroso elaborado a la taza, pero no tanto para comerlo a mordiscos, pues, comido así, tenía una textura poco fina.
La cazuela para la leche migada. Foto: MAR
A Omaña llegó también el famoso Colacao, ese producto creado en 1945 en Barcelona y cuyo uso se generalizó en la década de los 60 en nuestros pueblos como fiel acompañante de la leche que tomábamos los niños en el desayuno. A veces se sustituía por otros cacaos que se usaban como sucedáneos. A la difusión de la introducción del Colacao en la alimentación contribuyó notablemente la llegada de la radio a los pueblos y, a través de ella, del famoso anuncio de la canción del Colacao: “Yo soy aquel negrito, / del África tropical / que cultivando cantaba / la canción del Colacao…” que aparecía en la emisión del programa Matilde, Perico y Periquín, pues era patrocinado por la marca. El Colacao era además “el alimento de la juventud”. Seguramente todos tenemos en la memoria aquellos envases con imágenes de personas negras trabajando y posteriormente las latas altas de lunares u otras horizontales que luego tenían un uso posterior, pues ya la lata indicaba ese uso secundario: garbanzos, hilos, botiquín... Más de una vez compré con mi madre alguna de esas latas en los comercios de Riello. Allí en las alforjas del burro, entre compras diversas, iba como una compra especial la lata de Colacao. Yo, contenta, por el contenido, y ella también, por el uso que iba a dar a ese envase tan práctico y decorativo.
A medida que las cocinas se fueron modernizando apareció la yogurtera y se comenzó a elaborar en casa el yogur natural. Se ponía la leche en un vaso grande o en varios pequeños dentro de un aparato eléctrico que la templaba durante horas y esa leche, a la que se había añadido una cucharada de yogur para activar la transformación, terminaba convertida en yogur, del que se guardaban unas cucharadas para la próxima tanda. La yogurtera fue toda una innovación y se convirtió en uno de los pequeños electrodomésticos que antes llegaron a muchas casas.
Yogurtera conservada en mi casa. Foto: MAR |
Además de la leche natural de vaca, cabra u oveja, en los años 50
del siglo pasado los niños omañeses tuvimos ocasión de probar otra leche muy
diferente por su origen. Hasta entonces
sabíamos que la leche que tomábamos salía del ubre de los animales
domésticos, pero entonces también pudimos comprobar que podía salir de un bote. Recuerdo que me resultaba muy difícil comprender cómo un
líquido como la leche se podía transformar en polvo. Eran “moderneces” que un
niño omañés de los años 50 no podía comprender. Como tampoco entendíamos las
inscripciones en inglés que figuraban en los envases. Se trataba de la leche de la
ayuda americana que llegó a las escuelas de España para completar la alimentación de los niños. Leche,
queso y mantequilla se distribuyeron por las escuelas nacionales y otros
organismos a cambio de ceder terrenos por parte del Gobierno español para instalar
en España las bases militares de EEUU.
Así llegaron a nuestras escuelas unos productos extraños, de distinto
sabor y aspecto que los que conocíamos. La
leche se repartió de forma generalizada. En la escuela calentábamos el
agua en una pota sobre la estufa, se
añadían unas cucharadas de polvo, se removía… ¡Y ya estaba la leche lista para servir! Era una labor que hacíamos directamente los
niños, supervisada por los maestros. Si el agua no estaba bien caliente o no se
removía bien quedaban unos grumos de aspecto y sabor muy desagradable. Recuerdo todavía perfectamente
el gusto que tenía, raro, como de algo artificial. Cada uno de los niños
llevábamos nuestro propio tanque
en el que tomábamos a media mañana la
leche templada. También llegó el queso, en una lata cilíndrica, un queso de aspecto amarillo,
parecido quizá al queso chedar o al de bola. La leche se solía repartir a la
hora del recreo de la mañana y el queso por la tarde, aunque el reparto de
queso no fue algo tan habitual. En cuanto a la mantequilla, desconozco si se
llegó a repartir en las escuelas de la montaña. Desde luego, no se hizo en la escuela
a la que yo asistía.
Aceitera que conservo realizada con una lata del queso de la ayuda americana. Foto: MAR |
En realidad, los niños de Omaña de aquella época seguramente teníamos
más necesidad de comer carne y otros
alimentos que leche, pues en la mayoría de las casas había leche natural, pero
no cabe duda de que en otros lugares los niños tomaban pocos productos lácteos
en esos años de posguerra. Entre 1954 y 1968 llegaron a España más de 300000 toneladas de leche de la llamada Ayuda Social Americana (ASA), que
se distribuyó por las escuelas y otros
organismos.
En la época de la que hablamos, en la montaña leonesa, solían hacerse cinco comidas al día,
especialmente en las épocas de trabajo duro en el campo: el almuerzo (desayuno), tomar las diez o las once, comida (se la llamaba la comida de las doce, aunque fuese más
tardía), la merienda, hasta el final del verano cuando los días se iban
acortando y aparecían por los praos
las quitameriendas (a finales de
agosto), y la cena. Para tomar las diez y para la merienda se solían comer embutidos: un cachín de chorizo con pan era lo más
socorrido, pero a veces había que conformarse con una rebanada de pan untada
con el tocino que había quedado de la ración del mediodía. A los niños nos
podía llegar también algún producto lácteo a la hora de la merienda, en
especial, la manteca untada en pan. Y más tarde un trocín de membrillo.
La leche, pues, junto con las patatas, el pan y la matanza, fue parte fundamental de la alimentación omañesa a
lo largo del siglo XX.
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