A
vueltas con la gramática…
A todas esas personas que han tenido que esforzarse para comprender los intríngulis gramaticales y a las que han tratado de explicarlos...
Abordo el cuarto artículo de dichos
relacionados con la lengua o con cambios de valores morfológicos de algunas palabras. En esta
ocasión, y ser una deslenguada, pretendo hablar de la
gramática, disciplina que, un poco
denostada en los estudios académicos,
ha generado dichos, más bien negativos,
en la lengua común.
La
palabra sujeto o mal sujeto no nos habla de alguien de recta moral, más bien de
uno que sabe latín o es experto en
esa gramática poco clara llamada gramática parda, que parece que es más
práctica para él que la académica que habla de las clases de palabras.
Existe
también el tipo de erudito a la violeta que, desde su ignorancia,
nos repetirá que la gramática no es útil ni
por activa ni por pasiva ni por
perifrástica (expresión que
alguno ha incorporado ya a su incultura gramatical). Y en un
verbo, que es lo mismo que decir en un santiamén, nos dará una lección
magistral de su incultura.
Lo
de la activa y la pasiva son expresiones muy recurrentes en la actualidad: fumador pasivo, clases pasivas…, población activa, servicio activo… Y, por supuesto, para la Hacienda Pública,
que llama al contribuyente sujeto pasivo, nombre que se las trae,
porque, por muy pasivo que lo considere la Agencia Tributaria, tiene que
convertirse en activo a la hora de pagar impuestos. Impuestos que paga por
mandato imperativo o por imperativo
legal. En ese asunto solo hay una
salida: pagando, que es gerundio. Y, si no es así, ya intervendrá Hacienda rompiendo las oraciones.
El
nombre o sustantivo tampoco pasa desapercibido en el lenguaje coloquial. Muchos
hemos firmado alguna vez un talón nominal, nos hemos visto obligados
a hablar en nombre de alguien, y algunos incluso se permiten hablar en nombre de Dios, aunque
arrogarse esa representación es algo tan osado que no tiene nombre. Ahora se ha puesto también de moda el verbo sustantivar, con él trata de darse valor
sustantivo o importancia cardinal o superlativa
a cosas que no siempre la tienen.
También
preposiciones y conjunciones tienen un hueco en las expresiones coloquiales. A
los españoles, dicen que como manifestación de la envidia, nos gusta poner
objeciones, nuestros peros, a la
valía ajena, y basta que unamos un adverbio y una conjunción para que la
crítica aparezca clara, con el famoso: sí,
pero… Cuando queremos complicar más la expresión, afirmamos y negamos a la
vez, y aparece el sí, pero no. Si la
primera expresión nos dejaba un resquicio
para la anuencia, la segunda, una auténtica paradoja, nos deja decepcionados
y perplejos.
La
rivalidad que han mantenido tradicionalmente las preposiciones con y sin se está zanjando a favor de sin,
cosa que resulta chocante, porque las
privaciones no nos suelen gustar. Si pedimos café sin cafeína, tabaco sin
nicotina, cerveza sin alcohol… ¿qué queda del café, el tabaco y la cerveza? Pues,
aun así, ¡marchando una sin! Siempre que no sea una sinpa, expresión recién aparecida para
llamar a los que se aprovechan de servicios prestados por otros y se van sin
pagar. A estos tendremos que hacerles
la pregunta ¿por qué?, y para que no
desentone con la escuálida expresión
anterior la reduciremos también a una preposición: ¿por? Desgraciadamente la preposición sin la unimos con frecuencia a situaciones que implican carencias sociales: los sin techo, sin papales, sin trabajo, sin paro... Y este sin no es por elección propia. Es, en realidad, un sin-vivir.
Hay
también una conjunción que ahora está muy de moda y que se hace más intensa por
su repetición, es la conjunción copulativa negativa ni, que además tiene
compañía y hasta plural. Y, por si fuera poco, le damos rango de nombre, los ninis, para llamar a aquellos jóvenes
que ni estudian ni trabajan, muchas veces por decisión propia.
Los
adverbios de afirmación y negación, sí
y no adquieren a veces unas formas
peculiares. Algunos hablantes sustituyen la rotundidad del no, por la palabra negativo, con cuyo término parece que
están calificando nuestro comportamiento. O por un no, para nada, que no se sabe muy bien si va dirigido al
interlocutor o a algo o alguien llamado Nada. Ahora, además,
se han puesto de moda dos formas que parece que están constipadas o están a
medio estornudo: sip y nop. Y una frase emblemática se ha
incorporado al repertorio del lenguaje político de los últimos tiempos: No es no. Esa frase nos pone en una disyuntiva, pues no se sabe si indica
rotundidad o es una explicación gramatical para torpes de la que hacía gala su
autor cuando preguntaba qué parte del no debía explicar. Nos quedamos con el interrogante, del que seguramente nos
saque su autor con un sí es sí…
El
sí
y el no también forman una
pareja inseparable y colorista cuando los recitamos, a modo de retahíla, mientras arrancamos los pétalos de una
margarita y buscamos respuestas sobre el amor: sí…, no…, sí…, no…, sí…¡síííí!
Hay
una palabra que puede servir para introducir nuestro parecer, según nuestra opinión, cuando es una
simple preposición, o dejar opiniones y
decisiones en el aire. cuando la transformamos en adverbio: según o según y cómo. Una contestación indeterminada o ambigua que puede
esconder tras sí complejos razonamientos.
Son
los indefinidos, sin embargo, como dijo el otro, los que
más abundan en el repertorio de frases coloquiales. Si conseguimos ser alguien en la vida el indefinido nos
da relevancia social. En cambio, el pronombre negativo nos empequeñece
socialmente, si dicen de nosotros que no somos nadie. Y peor todavía si nos
vemos obligados a reconocer que no somos
nada, pues esa expresión tiene connotaciones funestas. Ser un donnadie no resulta tampoco un
tratamiento muy favorecedor, ni tampoco estar en tierra de nadie, que curiosamente no es de nadie, pero tampoco
nos la podemos apropiar.
Desde
luego nos trata mejor el indefinido algo,
por eso de que siempre algo es algo. Es
una verdad de Perogrullo. Aunque a veces es mejor cosa de poco que algo gordo. Pero si al final todo se queda en nada de nada, tengamos cuidado para que no
nos dé algo a causa del disgusto.
Algunos
hacen silenciosamente una de las suyas
o no dan una y no son calificados de
forma despectiva, incluso algunas de esas personas tienen relevancia social. Pero,
¡esa
es otra!, hay un indefinido que solo
trata mal a las mujeres. Se puede ser cualquier hombre, una persona cualquiera,
pero, ¡ay de una mujer si decimos de ella que es una cualquiera!
Otros,
sin hacer daño a nadie, vocean: ¡Otra,
otra, otra! Así pretenden que un
artista haga bises en el escenario y alguno
que otro tiene a bien hacerlo. Nosotros voceamos y aplaudimos e
intercambiamos lo uno por lo otro.
También hay indefinidos que tienen sus más y sus menos. Parece que algunos están de más y tienen tiempo para estar inventando nuevas expresiones que parezcan más modernas. Una de ellas, que ahora está muy de moda en el llamado minimalismo, es esa que dice que menos es más. Algo paradójico que nos deja con la boca abierta.
¡Ahí es nada!
Este es el indefinido que se lleva la palma, como
si nada. Nos sirve para contestar cuando nos dan las gracias: De nada. (Será por algo, ¿no?).
Expresamos nuestro asombro sumando y restando a la vez con nada
más y nada menos… Negamos con rotundidad con nada de nada o con una expresión que parece disfrazar
la negación con un halago: de eso
nada, monada. Hablamos de la carencia de algo con casi nada o nada y menos, sin darnos cuenta de que
no puede existir nada que sea menos que nada.
Nos sirve también para expresar nuestro malestar: ¡Nada, que no se calla! A veces evitamos la palabra y la sustituimos por expresiones
más adornadas y coloristas: ni flores, que
los más frikis sustituyen por flowers.
Y eso que
los demostrativos también se han incorporado a abundantes dichos coloquiales.
Decimos de alguien que tiene un encanto especial que tiene su aquel. Perseguimos al que huye con el grito: ¡A ese! Pero ni por esas conseguimos atraparlo
aunque hayamos puesto en ello todo el empeño. En
eso alguien plantea algo que nos satisface y lo asumimos con entusiasmo con un rotundo: ¡Eso mismo!
Pero
si hay un pronombre que brilla por sí mismo es
yo, pues hasta le rendimos
culto, a veces bajo la aureola del
clásico ego. En alguna ocasión
hasta nos apropiamos de la decisión de otros con el famoso yo que tú, si es que nos dejan
y no nos responden a tú por tú. Para
mí que también nos gusta mucho usar
el pronombre mí con el mismo cometido: ¡Y
a mí qué!, o por mí que… (se
muera). Entre los pronombres personales podemos encontrarnos con relaciones de
conveniencia o extraños socios: entre nosotros; hoy por ti, mañana por mí…
También
los posesivos tienen algún uso extraño. Cuando queremos decir que alguien es
raro, reservado… decimos que es muy suyo. ¿Es que hay alguien que no sea suyo?
Podemos dudar de todo menos de la “propiedad” de nuestra propia persona.
Desde
hace ya unos años hay un concepto
morfológico que se ha adueñado del lenguaje político y periodístico, y que
merece una reflexión aparte. Es, sin duda,
el de género. De tal manera ha salido del ámbito gramatical que ha
llegado al político, e incluso al jurídico, y no siempre con connotaciones
positivas.
El
sexo se reserva hoy para la condición
biológica y el género se aplica a los roles sociales. Violencia de género, discriminación
de género… son palabras con las que nos hemos familiarizado demasiado. Sin embargo,
las palabras tienen género gramatical, no sexo; en cambio, los seres humanos
tienen sexo y no género. Seguramente es ya una batalla lingüística perdida,
pero confundir ambos conceptos es no llamar a las cosas por su nombre, con lo
que eso supone a la hora de disfrazar la realidad.
La
expresión violencia de género se ha tomado como calco léxico del inglés gender violence, gender based violence.
En inglés la expresión incluye género gramatical y sexo, pero en español, hasta
época reciente, solo tenía un significado gramatical, al que ahora se le ha
añadido un significado social. Nuestra Constitución, en el artículo 14, habla
de discriminación por razón de sexo. Parece, pues, que lo adecuado sería hablar
de violencia doméstica, violencia de pareja o por razón de sexo. Cuando se aprobó la Ley Integral contra la Violencia
de Género, la Real Academia Española propuso llamarla Ley integral contra la
Violencia Doméstica o por Razón de Sexo.
La violencia se produce de forma casi
exclusiva contra las mujeres, en demasiados casos con resultado de muerte, ante
la que asistimos estupefactos e impotentes. Si las víctimas de esa violencia
son las mujeres, es precisamente por ser mujeres, es decir, por su sexo.
Por
ello, parecería más lógico y más claro hablar de razones de sexo y no de
género. Por otra parte, el asesinato de la esposa o pareja debería llamarse uxoricidio, pero, como este término es
desconocido para la mayoría, se prefieren expresiones más largas como violencia
machista o violencia de género, que
van en contra de la economía lingüística.
Pero
a la vista está que la denominación de la ley que proponía la RAE no triunfó ni
tampoco el término uxoricidio (últimamente
empieza a parecer el término feminicidio).
Ha triunfado la lengua viva, frente a una palabra de una lengua muerta. Y es que la lengua no la hacen las academias, la hacen los
hablantes. Y lo mismo que ellos no puede
ser pluscuamperfecta…
En
cualquier caso, no siempre las leyes cambian la
realidad. Tampoco la cambia la
gramática, pero sí la educación
en igualdad, tolerancia y libertad.
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