Pinceladas gramaticales
Escuchamos... Imagen: Pixabay. com |
Son
dos verbos que en español tienen que ver con el sentido del oído y que nos pueden parecer sinónimos, pero que
reflejan matices diferentes en su
significado.
Escuchar
es poner atención o aplicar el oído para
oír algo o a alguien. La acción de
escuchar es voluntaria e implica atención por parte de la persona que realiza
la acción: Escuché con atención las
explicaciones del profesor. Escuchar es prestar atención y dar sentido a lo que se oye.
Oír, en
cambio, es percibir por el oído algo sin una atención o intención expresa, de
una forma pasiva: A lo lejos oí un
petardo. En el uso del español los hablantes teníamos claro, hasta no hace
mucho tiempo, la diferencia de uso entre ambos verbos. Pero en uso
actual del idioma se está dando una tendencia cada vez más generalizada al uso
de escuchar en lugar de oír, y no solo entre los hablantes de la
calle, sino también en los medios de
comunicación.
Resulta chocante este cambio, porque las lenguas siempre han
evolucionado de acuerdo con un “principio de economía lingüística” y es raro
que una palabra más larga sustituya a una más breve, salvo en los casos en que
se busca ampulosidad en el idioma. Pero
quizá esté ocurriendo con escuchar
lo mismo que con climatología
(clima), analítica (análisis), argumentar (argüir) y tantas otras palabras con la que se busca utilizar un idioma menos
natural.
Se sorprende uno cuando oye o
ve, en un programa de radio o televisión,
cómo, al tratar de conectar con un informador exterior y existir
dificultades de conexión, el que está en
el estudio dice cosas como esta: No te
escucho bien. Si escuchar, como hemos dicho, es algo que requiere atención,
parecería que la persona no “escuchada”
debería decir: ¡Cómo me vas a oír si no
me escuchas! Y el que no escucha, cuando alguien le habla, parece un maleducado, ¿no? Pero resulta que no es un
problema de mala educación lo que se da en esa situación, sino el del uso de un
verbo inadecuado.
En algunos casos
podrían producirse confusiones en la interpretación al decir unas frases como
estas: Por la ventana oí la discusión de
los vecinos. El significado parece claro: se entiende que mi
oído estaba cerca de la ventana y oí sin querer. En cambio, si dijéramos escuché
discutir por la ventana no sabemos si estábamos espiando por esa ventana o si oímos por
casualidad. De no ser espías los oyentes, resultaría más claro lo que queremos decir con
el uso de oír.
En
realidad, entre oír y escuchar hay la
misma relación semántica que entre ver y mirar. El verbo mirar y sus derivados
a veces se usan con sentido figurado, en el sentido de ver con el entendimiento: Mira a ver si… Andarse con
miramientos… El primero nos habla solo de la acción de captar con la vista
y en el caso de mirar presupone ver con atención. Vi que se había producido un accidente y me paré a mirar. Lo primero es involuntario; lo segundo, no.
Volviendo
al oír/escuchar, son posibles dos situaciones en la comunicación: Te oigo, pero no te escucho, es decir, oigo,
como quien oye llover, un sonido
monótono y ajeno a mí. También sería posible te escucho, pero no te oigo, es decir, pongo mi interés en oírte, pero hay un obstáculo que lo impide.
Según
el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), como oír tiene un significado más general que escuchar, podría
utilizarse en lugar de escuchar, como ya se hacía en español clásico: Óyeme ahora, por Dios te lo ruego. (Égloga,
J. del Enzina).
En
los dichos populares en que aparece el verbo oír, corroborando lo que dice el
DPD, se puede percibir que en muchos
casos el significado está más próximo al de escuchar. A los que oyen y escuchan
una emisora de radio les llamamos
oyentes, aunque no falta algún locutor que, buscando un guiño a los oyentes, los llama
escuchantes.
Cuando
nos envían o nos entregan algo que no podemos escuchar en el momento, solemos
decir: Luego lo oigo, o sea, lo escucho,
porque lo voy a hacer con intención. Aquí ambos verbos se usan de forma
intercambiable y se ve cómo oír tiene un significado más amplio. Cuando al oyente le contamos algo que le sorprende lo solemos
avalar con las expresiones: ¡Lo que oye! ¡Lo
que le cuento! Para manifestar
enojo, amenazamos con que me van a oír,
quizá, más bien, a escuchar por “imperativo legal” y, si se aburren, al menos nos van a oír largo rato, porque la
perorata va a ser larga.
Los
imperativos oye y oiga pierden su valor verbal y funcionan
como vocativos para llamar la atención,
cuando desconocemos el nombre de la
persona advertida o no lo queremos decir, o para mostrar extrañeza. En
este caso estamos reclamando que nos escuchen para comunicar algo de interés.
En situaciones como esta está claro que las expresiones verbales se nominalizan, y sustituyen a nombres de
persona. Recuerdo el chiste que contaba el caso de aquel que, al ser preguntado sobre cómo llamaba a su suegra, si por el
nombre propio o por su condición de
suegra, respondió que la llamaba Oiga.
En la repetida expresión oír, ver y callar, parece que está más presente el
significado de oír, puesto que hemos oído algo accidentalmente y nos debemos
hacer los sordos.
Menos justificable es el uso de escuchar en lugar de oír, para referirse a la acción de
percibir un sonido a través del oído sin
intencionalidad… Eso dice el DPD. Y este
es el uso que no se entiende bien, desde
el punto de vista semántico, como venimos diciendo. Sin embargo, añade que fue usado por algunos autores clásicos, y
actualmente por algunos contemporáneos, sobre todo
hispanoamericanos.
Gramaticalmente
ambos usos son posibles e intercambiables, porque no afectan a la construcción
de la frase, pero, aunque los dos verbos
los podemos considerar sinónimos, eso no
significa que los sinónimos tengan idéntico significado. Por tanto, si dejamos oír para el oído y escuchar para la
atención y el entendimiento, seguramente nos entenderemos mejor y no pecaremos
de aparente descortesía con esos no te escucho bien, porque, si
queremos oírnos, antes debemos escucharnos. En caso contrario, es muy difícil la comunicación. Por eso, con escuchar en su sitio y oír en el suyo, todo es mucho más claro
y cortés.
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Margarita Álvarez Rodríguez