La palabra pregunta y se contesta
tiene alas o se mete en los túneles...
M. Benedetti
En una palabra, en dos palabras, en
pocas palabras… Las expresiones relacionadas con palabra abundan en nuestra lengua.
Podemos definir sin dificultad la mayoría de las palabras del idioma, sin embargo,
definir qué es una palabra resulta
difícil. Esa definición que nos dice que es una unidad lingüística que se separa de las demás por
pausas o espacios en blanco en la escritura nos deja insatisfechos y perplejos,
porque parece que la pausa o el espacio son tan importantes como la propia palabra.
El idioma está hecho de palabras y la palabra no solo es el vehículo del pensamiento, es la propia sustancia del mismo. La relación entre la palabra y el pensamiento es precisamente la esencia de los artículos de este blog. Es la creación del lenguaje articulado lo que
de verdad nos diferencia de los animales.
Los
dichos que giran en torno al término palabra son muy abundantes en español y tendremos que recogerlos necesariamente con palabras.
Como palabra y piedra suelta no tienen vuelta, además de decir y escribir palabras, conviene reflexionar sobre ellas, porque a veces son palabras
preñadas, dispuestas a alumbrar sorpresas. Aquí estamos, pues, para descubrirlas, de la primera a la última palabra.
Palabras, palabras, palabras…
A veces, decimos que no tenemos palabras suficientes
para expresar lo que sentimos. Otras
veces, cargamos sobre la palabra la
responsabilidad de un compromiso personal. Prometemos con palabras de honor o palabras
de rey, decimos que somos hombres de
palabra, damos nuestra palabra y hacemos verdad que más apaga buena palabra que caldera de agua. Con promesas
o sin ellas, es un lujo poder confiar en
la palabra de alguien.
Pero la santa palabra a veces se convierte en mala palabra. Hay personas que no tienen palabra o no tienen más que palabras o faltan a su palabra o solo tienen buenas palabras (pero malas obras); otros que saben torcerlas o trocarlas y las convierten en ininteligibles palabras de oráculo, o en palabras ociosas, palabras pesadas, palabras mayores, palabras gruesas, palabras afiladas, palabras vanas… Personas que no solo venden palabras, sino que con ellas tratan mal de palabra a otros.
Pero la santa palabra a veces se convierte en mala palabra. Hay personas que no tienen palabra o no tienen más que palabras o faltan a su palabra o solo tienen buenas palabras (pero malas obras); otros que saben torcerlas o trocarlas y las convierten en ininteligibles palabras de oráculo, o en palabras ociosas, palabras pesadas, palabras mayores, palabras gruesas, palabras afiladas, palabras vanas… Personas que no solo venden palabras, sino que con ellas tratan mal de palabra a otros.
No faltan los que simplemente lanzan palabras al aire
que, por ser palabras vacías, son tan ligeras que se las lleva el viento. En estos casos, lo mejor es hacer oídos sordos a las palabras necias. Pero
siempre quedará alguien que nos hará llegar palabras emotivas, sentidas, amables, educadas…, palabras de buena crianza de personas que tienen una sola palabra.
En
algunas ocasiones parece que percibimos que las palabras toman entidad física y
se pueden tocar, gustar, y hasta manosear… Sentimos que nos vuelven las palabras al cuerpo. Por eso podemos coger
la palabra, comernos las palabras,
dejar a alguien con la palabra en la boca,
beber las palabras a alguien o estar colgado de ellas, remojar las
palabras, saborear las palabras… Pueden ser
dulces o finas, pero también: picantes,
ásperas, agrias, destempladas, duras… No es extraño,
por tanto, que después de saborearlas en nuestra boca luego se queden en ella y las tengamos en la punta de la lengua.
Nos
pueden proporcionar entretenimiento si nos dedicamos a buscar las palabras cruzadas de los crucigramas.
Incluso nos pueden sacar de algún apuro ya que podemos empeñar nuestra palabra, como si la dejáramos en prenda para
conseguir algo.
También
parece que las podemos cuantificar. Por eso, medimos las palabras para no gastarlas en balde, con el fin de que no nos falten. A veces, por ahorrar, o porque nos falta facilidad de palabra o somos
de pocas palabras, optamos por no decir
ni media, por si no encontramos la otra media y nos quedamos con la boca abierta.
A pesar de
ello, le damos tanta importancia a la
comunicación que pedimos la palabra y,
si no nos la dan, robamos la palabra, y hasta dejamos
a alguno con la palabra en la boca cuando está
en el uso de la misma. Y siempre habrá alguien que coge la palabra y no la suelta, porque, aunque no tenga más que palabras, se esfuerza al máximo para decir siempre la última palabra.
Con
la palabra exigimos a veces a otros guardar silencio, especialmente cuando
les contamos un secreto. De esto ni media
palabra, ni palabra, no digas ni palabra… Así que nos vamos, sin decir palabra… Es como si estuviéramos castigados al
silencio eterno. Pero no todos, siempre habrá alguno que se vaya de la lengua y pregone el secreto palabra por palabra.
Si
la palabra es un cauce de comunicación, sin necesidad de hacer juegos de palabras, sería una pena no dirigir
la palabra a alguien o no
cruzar palabra con esa persona por haber
tenido unas palabras desafortunadas con ella.
En otra época se daba palabra de matrimonio y, posteriormente, al celebrar los esponsales, se daba palabra y mano. Entonces, los contrayentes,
acompañados de las damas con sus escotes
palabra de honor, se dirigían palabras
de presente, con la lectura de textos
religiosos que siempre son palabra de Dios.
Ese
hiperónimo, palabra, parece el vientre de una madre que ha parido muchos miles de hijas con otro nombre
específico. La mayoría son claras y educadas…
Las hay, sin embargo, extrañas como las palabrejas que ahora nos ha dado por llamar palabros. Y también las hijas más díscolas, las palabrotas, que, cuando están bien traídas a la situación, pueden expresar una emoción positiva o negativa de una manera más expresiva que toda una disertación, pero cuando su uso se convierte en hábito indica la poca competencia lingüística o la zafiedad del hablante, aunque este se disculpe alguna vez diciendo que se le escapó la palabra, como si fuera un guardián poco diligente.
Las palabras, viejas y nuevas, bonitas y feas, comunes y raras..., son propiedad de los
hablantes y son ellos los que las aman o las detestan, los que las inventan o las olvidan y los que las convierten en
lugares de encuentro o desencuentro.
De la primera hasta la última palabra del credo, todas son importantes, todas nos sirven para pensar y para ser… El poder de la palabra es algo incuestionable.
De la primera hasta la última palabra del credo, todas son importantes, todas nos sirven para pensar y para ser… El poder de la palabra es algo incuestionable.
Mientras buscamos la palabra mágica que nos abra la puerta de algún secreto, cerramos este artículo, que ya está bien de palabrear, porque a buen entendedor, pocas palabras
bastan. Os doy mi palabra.
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