Expresiones relacionadas con la cocina IX: hierbas, especias y condimentos
Siguiendo
con la serie de artículos relacionados con lo culinario, y para concluir el ciclo, ha llegado al momento de hablar de esos ingredientes que
ocupan un lugar secundario en la elaboración de los platos, pero que añaden un toque mágico para que lo
cocinado esté de rechupete.
Los
condimentos y las especias, a pesar de que dice el refrán que a buen hambre no hace falta condimento, también dan juego para
que nuestros guisos estén en su salsa,
aunque no sepamos ni patata de
cocina. Es verdad que la misa y el
pimiento son de poco alimento,
pero desaboridos quedarían nuestros guisos si no añadiéramos condimentos a la
hora de cocinar.
Si
nuestros comensales tienen poca sal o
poco salero (sin sal todo sale mal), son
sosos, sosainas o cortos de
entendederas, decimos que tienen poca sal
en la mollera. Pero siempre pueden compartir mesa con otros más despiertos que estén hechos de sal -por tanto, serán salados-, que tengan
su sal y su pimienta o que sean como
una pimienta.
Los condimentos también sirven para definir aspectos de nuestra personalidad. De los que se enojan fácilmente
se dice que comen sal y pimienta. Los
entrometidos son perejil de todas las
salsas. A los testarudos hay que dejarlos que se frían en su aceite. Pero no es conveniente ser aceite de todas las salsas para no atosigar a los que tenemos
alrededor como aceite rancio. Los que
tienen mal carácter están avinagrados,
porque son unos vinagres (quizá podrían ser buenos candidatos al Premio Limón). Y sal quiere el
huevo, dicen los que buscan alabanza.
En el aspecto físico, los condimentos de huerta también nos ponen calificativos. Se dice de una barba rala que es perejil mal sembrado. Apio se aplica a los hombres de aspecto afeminado. Nos parecemos a una cebolla cuando nos vestimos con muchas capas de ropa. Y, aunque andemos más tiesos que un ajo, si llevamos adornos de mal gusto, nos convertimos en un perifollo.
Hay
condimentos y verduras que son imprescindibles en nuestra cocina para cocinar
otros platos: ajo, sal y pimiento, y lo
demás es cuento; la cebolla, pues la
olla sin cebolla es boda sin tamboril,
y la pimienta, que es chica y pica. Pero
hay que buscar la medida exacta, pues muchos
ajos en un mortero, mal los maja el majadero. Terminará muy impregnado de su olor y podrá ser
llamado, con razón, harto de ajos, especialmente si se pica. Tal vez el bochorno que va a sentir le haga ponerse como
un tomate, aunque no haya usado su salsa.
Con
medida y todo, siempre hay alguno que piensa que todo el monte es orégano o que se puede conseguir algo sin esfuerzo, y se duerme en los laureles. Se se duerme, aunque sea en ese árbol, no va a alcanzar nunca los laureles del triunfo. Ni siquiera llegará a ser coronado con el Bachillerato (del latín, bacca laureatus: coronado de laurel).
¡Bueno anda el ajo! En las cosas importantes, para que alcance la sal al agua, hay que estar en el ajo y cuidar lo que traemos entre manos para evitar que se vuelva sal y agua. ¡Orégano sea!, se oye a veces para expresar el temor de que algo pueda salir mal. Nunca es bueno revolver el ajo ni hacer que otros lo muerdan por someterlos a mortificaciones para que parezca que comen pimienta.
¡Bueno anda el ajo! En las cosas importantes, para que alcance la sal al agua, hay que estar en el ajo y cuidar lo que traemos entre manos para evitar que se vuelva sal y agua. ¡Orégano sea!, se oye a veces para expresar el temor de que algo pueda salir mal. Nunca es bueno revolver el ajo ni hacer que otros lo muerdan por someterlos a mortificaciones para que parezca que comen pimienta.
Desde
luego, mejor será estar a partir un piñón
con los que convivimos o llevarse como el
pan y el aceite que ser como el
aceite y el vinagre o pasarse el tiempo echando
aceite al fuego. Pero, aunque la relación sea cordial como una balsa de aceite, siempre aparecerá algún abuelo cebolleta, que nos aliñe la
ensalada con pesadez y salsa vinagreta.
Sin
duda, el aceite y el vinagre son esenciales en la cocina: la mejor cocinera, la aceitera. Deben ser de calidad, pues con mal vinagre y peor aceite, mal gazpacho
puede hacerse, pero no por ello debe
tener mucha pimienta o ser caro como el aceite de Aparicio.
Si
hay que elegir entre vino y aceite, la elección es clara: el vino calienta, el aceite, alimenta. Y si añadimos un poco de romero, aceite y romero frito, bálsamo bendito. El aceite es, pues, un condimento de gran valor, debe de ser por eso por lo que algunas personas no entienden por qué otras pierden aceite.
El vino, especialmente el blanco, también es un buen condimento en nuestra cocina, siempre que no añadamos al guiso nuestro mal vino y el vino no esté bautizado. Pero no debemos tomarlo mientras cocinamos, no vaya a ser que luego tengamos que dormirlo. Y siempre hay que elegir bien al vendedor, porque hay algunos que tienen buenas palabras y malas obras, o sea, que pregonan vino y venden vinagre.
Los que tratan de engañar siempre llevarán las de perder, porque la verdad, como el aceite, queda siempre por encima. Si quieren salir airosos de situaciones complejas, nada como el aceite sobre el agua y, por supuesto, echar aceite a la lámpara para recuperar fuerzas. Si alguien nos da un puñetazo en la nariz nos hace la mostaza, pues provocará el sangrado. En esa situación, nuestro enfado hará que nos suba la mostaza a las narices. Si no podemos defendernos por nosotros mismos, siempre tendremos la opción de pedir ayuda a unos guindillas como aquellos que escoltaban a Max Estrella en la famosa obra valleinclanesca.
Mientras damos su tiempo para que la comida esté en su punto y echamos un poco de harina que no sea de otro costal para ligar la salsa, si tenemos compañía, podemos jugar a la perejila o entretenernos oyendo machacar el ajo a la cigüeña. Todo menos hablar de desgracias, porque ajos y cebollas no vienen solos, sino por ristras y ya cada quien busca su cebolla para llorar, aunque siempre hay alguno que no sufre, porque todo le importa un comino. Otros eligen un pimiento para mostrar su arte del desprecio, pero esa elección puede ser peligrosa, sobre todo, si son ellos los que no valen un pimiento. Pero esto no va de lloros, ni queremos hacer el canelo, así que los llantos serán olvidados cuando comamos un postre dulce que sea canela en rama, canela fina o azúcar y canela.
Con el sabor y olor de estos condimentos y especias, cierro esta serie de artículos sobre dichos culinarios, en que me he ceñido de forma esencial a las frases hechas que tienen sentido metafórico y peyorativo (disfemismos) y en que he dejado fuera el refranero (salvo alguna excepción) que daría para escribir mucho más.
Espero que este convite haya sido del agrado del lector aunque haya llegado a los anises, que la cocinera haya sido buena harina y que todo haya salido a pedir de boca.
Solamente me queda decir, como Alí Babá: ¡Ciérrate, sésamo!
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