¿Mancástete? Te ponemos un encaño.
Entre las palabras que identifican al leonés, hay una inconfundible: mancarse. Porque los leoneses no nos hacemos daño o nos lastimamos, eso sería demasiado largo o fino, nosotros nos mancamos. Tampoco nos ponemos vendas o tiritas: nos encañamos. Las mancaduras leonesas son diversas y nos permiten tener un vocabulario muy rico y expresivo.
Entre las palabras que identifican al leonés, hay una inconfundible: mancarse. Porque los leoneses no nos hacemos daño o nos lastimamos, eso sería demasiado largo o fino, nosotros nos mancamos. Tampoco nos ponemos vendas o tiritas: nos encañamos. Las mancaduras leonesas son diversas y nos permiten tener un vocabulario muy rico y expresivo.
Con frecuencia los jostrazos,
jostradas o jostrapadas son golpes
que nos hacen medir el suelo con
metros que quedan fuera de las matemáticas. Parece que quisiéramos coger una liebre, que se esconde tras una panguada, arrastrándonos por el suelo. Unas veces caemos en tierra
de forma accidental y otras, porque alguien con mala intención nos da un emburrión.
Las técnicas para medir el suelo pueden ser muy variadas. Con tripadas, culadas, llombadas o lomadas,
costaladas, ñalgadas, tumbonazos… Es
fácil adivinar el tipo de cinta métrica que usaríamos en cada caso. Podemos también medirlo a morrazos
o, cual elefantes o sapos, a trompazos, sapadas.
Y si el suelo no está limpio el resultado será un guarrazo. Pero siempre es mejor darse un guarrazo, aunque quedemos poco presentables, que partirse la crisma, escalabrarse o esnucarse. Si preferimos medir paredes, postes… entonces es preferible el cotazo o trancazo. Después de todo este ejercicio gimnástico, posiblemente quedemos un tanto escogorciados.
Y si el suelo no está limpio el resultado será un guarrazo. Pero siempre es mejor darse un guarrazo, aunque quedemos poco presentables, que partirse la crisma, escalabrarse o esnucarse. Si preferimos medir paredes, postes… entonces es preferible el cotazo o trancazo. Después de todo este ejercicio gimnástico, posiblemente quedemos un tanto escogorciados.
En algunas ocasiones quedamos en
equilibrio inestable, no llegamos al suelo, y la mancadura se convierte en torcedura. Los pies también sufren sus propias penas.
Tras una larga caminata o un calzado inapropiado se quejan por sentirse aspeados o por presentar
bojas, producto de las mancaduras.
Las piedras, y las manos que las lanzan, pueden ser también
nuestras enemigas. Quizá alguien decide acantiarnos y un buen cantazo o pedrada seguro que nos produce un renegral en la piel. Un
morrillo que ruede sin control puede
convertirse en enemigo de nuestros pies
que recibirán el morrillazo en un ay y de no muy buena gana. Y las piedras también están
presentes si alguien nos achuquina o nos estimpana contra una pared.
Las plantas se convierten en algunas ocasiones en amenaza
para nuestra integridad física. Si pasamos por entre vardascas,
ramascos o jamascos, conoceremos bien lo que son vardascazos, ramascazos o
jamascazos en nuestras piernas y brazos.
Y después de una quema en
nuestros montes, los garranchos y estaracos también pueden dejar señal visible en nuestra piel.
Algunos, además, probaron cuando eran
niños las famosas varas de mimbre (brimbias) o de avellano,
o recibieron un fuchacazo, con vara
de roble, en sus espaldas o posaderas.
Los animales adquieren protagonismo
en algunas de nuestras mancaduras: un
gato que nos arresguña y nos produce un arañón, un perro que nos da una mordilada, un un fínife
o ganga que, con sus picotazos, nos adorna la piel con unos decorativos tortollos, una
abeja que nos deja de regalo su aguijón, una avispa que nos deja su mordida, las vacas acornionas
que nos pueden clavar un cuerno o amenazarnos con una turriada, un gallo que, cual piqueta, cava en nuestras piernas… Y la peor mancadura de animales en la montaña leonesa sería ser alobanados o alobadados, si, literalmente, nos metemos en la boca del lobo, aunque los lobos suelen preferir
el rebaño al pastor.
El trabajo nos deja a veces sus marcas. Por hacer un esfuerzo físico no
ordinario nos podemos ganar en pago unas
burras en las manos, burras que las decoran con sus bojas transparentes. En
algunas ocasiones, con el añadido de las muñecas espalmadas o abiertas. El trabajar con ferrunchos,
con frecuencia, puede provocar heridas, que son especialmente peligrosas porque suelen estar forroñosos. Y una madera que se astilla puede clavarnos una bresna en las manos.
La piel también puede ser agredida por el fuego demasiado cercano, que
nos abura y nos provoca quemaduras; por el frío intenso, que nos arfía y nos provoca empiñas, por el roce, en el caso de las personas encamadas a las que se les
forman encetaduras. Las escoceduras también pueden ser
nuestras acompañantes no deseadas. Las
ortigas suelen ser inmisericordes con nuestra piel, si nos atrevemos a hacerles
una caricia. Nos ortigan y nos agranotan
la piel con un sarpollo y una picadera
muy desagradables.
Por despiste nuestro o ajeno, nos
podemos encontrar con algún dedo entallado
o entratallado por una puerta o por
algo que nos cae encima. Tanto si es
dedo como si es deda, el dolor suele
ser conocido por todos y también la
experiencia posterior de la uña renegrida
y la caída de la misma.
¿Y qué decir si la mancadura es producto de un castigo o
agresión? Nos pueden amenazar con soplarnos
los mocos… ¡Bienvenida sea esa amenaza, porque nos evita usar moquero! Nos pueden agasajar con darnos
algunos regalos frutales: unas guindas,
un níspero, una castaña o un castañazo. O nos dan
una panadera, que nos traerá una galleta, una torta o un tortazo, si hacemos más méritos, con hule incluido. Y todo ello para tomarlo con una leche o para acompañar a la chuleta, a la carrillada o las sardinas de cinco rabos... Y también nos pueden proteger del frío con una guantada, un guantazo, una somanta...
¡A que cobras!, tampoco nos suena mal, aunque casi siempre sea una falsa promesa, que amenaza y no da. Zurrar la badana o la pandereta nos vuelven la piel más fina y, además, con acompañamiento musical. Otras amenazas o actuaciones suenan peor: dar un sopapo, cachete, tunda, paliza, mosquilón, lamprazo, somanta, mandangas, ñalgadas, palestrina, tralla, tulipanda, torniscón, sornavirón tortazo, zurra, zurriagazo… Y si nos andan con el culo, nos lo pueden redecorar y ponerlo como un tomate o calentarlo, si nos arrean candela. Y ya que nos han dado candela, nos pueden después brear.
¡A que cobras!, tampoco nos suena mal, aunque casi siempre sea una falsa promesa, que amenaza y no da. Zurrar la badana o la pandereta nos vuelven la piel más fina y, además, con acompañamiento musical. Otras amenazas o actuaciones suenan peor: dar un sopapo, cachete, tunda, paliza, mosquilón, lamprazo, somanta, mandangas, ñalgadas, palestrina, tralla, tulipanda, torniscón, sornavirón tortazo, zurra, zurriagazo… Y si nos andan con el culo, nos lo pueden redecorar y ponerlo como un tomate o calentarlo, si nos arrean candela. Y ya que nos han dado candela, nos pueden después brear.
Peor sería aún si nos dan una camada o una tunda de palos y, dándonos tralla, nos parten
los morros. O que nos estrellen contra el suelo o una pared. O que nos cojan por las gorjas, nos apescuecen, y estén a punto de añuesgarnos. Y lo más cruento de todo
sería que nos comieran los hígados, el normal y el de repuesto. O que nos saltaran la tapa de los sesos. En esos casos, ya llegaríamos tarde con los encaños…
Después de haber sufrido cualquiera
de las “averías” anteriores, nos podemos quedar espatarrados, espanzurrados, estingarrados, escalabrados, esmorrados, esgañados, esnucados, escadrilados… Esperemos
que nos queden fuerzas todavía para dar
agraídos. Y si la cosa no es tan grave, nos podemos encontrar con algún huevo o cuerno,
producto de un coscorrón, con renegrales en el cuerpo o con heridas que
necesiten un encaño. Tendremos que vigilar para ver si la herida
tiene buena encarnadura hasta que se
forme la postilla. Si no hay herida,
pero sí algún hueso o tendón que no está en su sitio, siempre podremos acudir a un componedor o que nos pongan una bizma.
Pero si la matadura es seria, el médico será nuestro mejor aliado, no vaya a ser que se nos salga por ella el alma piquiñina...
De cómo nos leían la cartilla y nos daban un torniscón