Expresiones relacionadas con la cocina VIII: postres
Después de haber
preparado los utensilios para cocinar y haber elaborado jugosos primeros y
segundos platos en artículos anteriores (al final aparecen los enlaces), ahora vamos a hablar del postre: a poner la
guinda, para que la comida resulte más sabrosa y mejor presentada.
En una comida festiva
es mejor no pedir peras para postre, por si se las pedimos al olmo, ni
poner la manzana prohibida. Conviene servir un pastel, porque a nadie le amarga un dulce, aunque
no sea la flor y nata del mejor postre.
Para elaborar con mimo
los dulces tenemos que dedicar el tiempo suficiente (¿no son buñuelos?),
y no ahorrar en el coste de los ingredientes, porque el ahorro sería como el chocolate del loro y el
resultado podría convertirse en un churro. De esta forma, terminaríamos pareciendo
el tonto de los pasteles
dedicándonos a vender miel al colmenero, mientras
vemos cómo otros se reparten el
pastel sin contar con nosotros.
Si hay que descubrir el pastel, hay que hacerlo con
sumo cuidado, para que no sea una mala noticia que nos den disfrazada
con azúcar o con queso, y
nos deje cuajados. Es preferible hablar claro y llamar al pan, pan,
y al vino, vino, porque siempre
se dijo que las cosas debían ser
claras, y el chocolate espeso. Además, nunca es recomendable ser más dulce de lo que
conviene y hacerse de miel, pues si somos excesivamente melosos parece que estamos haciendo unas gachas y, si hay que enfrentarse a un problema, con azúcar está peor.
Para cocinar buenos postres conviene evitar los momentos en que no está el horno para bollos, porque nos podemos armar un bollo en la cabeza, especialmente si nos tomamos de postre otro chocolate no comestible. Siempre es preciso seleccionar la masa, porque, si el pastel es de mala masa, un bollo basta.
Pero, si el esfuerzo resulta excesivo, hay que perdonar el bollo por el coscorrón, salvo que nos apropiemos del esfuerzo ajeno y actuemos como ese que hace bollos que no se han cocido en su horno.
Para cocinar buenos postres conviene evitar los momentos en que no está el horno para bollos, porque nos podemos armar un bollo en la cabeza, especialmente si nos tomamos de postre otro chocolate no comestible. Siempre es preciso seleccionar la masa, porque, si el pastel es de mala masa, un bollo basta.
Pero, si el esfuerzo resulta excesivo, hay que perdonar el bollo por el coscorrón, salvo que nos apropiemos del esfuerzo ajeno y actuemos como ese que hace bollos que no se han cocido en su horno.
Es imprescindible cocinar con tino y tranquilidad y estar a punto de
caramelo, pues si estamos nerviosos como un flan, es posible que nos
pasemos de rosca y el resultado sea un pestiño, aunque nos
cueste la torta un pan. ¡Y ay de nosotros si encima nos lo pagan con una
torta o una galleta!
Si los bollos no nos salen bien,
porque estamos con la torrija, siempre podemos hacer la rosca de
forma interesada. Quizá consigamos turrón, porque lo que sí está claro es
que no nos comeremos la rosca que estábamos preparando. Desde luego,
cualquier postre dulce: pasteles, miel (sobre todo si es miel sobre
hojuelas), bollos, roscas, pestiños…
nos lo vamos a comer como rosquillas.
Si no somos melindrosos, como la
dama de la almendra, podemos olvidarnos de los dulces y poner en la mesa
unos frutos secos. Si se trata de nueces, debemos cascarlas nosotros mismos, porque a nuestro pelo no le agradaría nada que le cascaran las nueces de otra persona. Comer castañas también
es una buena elección: asadas, cocidas… Y, sobre todo, las exquisitas marrón glacé.
En cambio, si no se comen, no nos gusta que algo
resulte una castaña, ni que nos den para castañas, ni tener que sacar
las castañas del fuego a alguien… Es un fruto sabroso, que no cansa,
siempre que no pase de castaño oscuro o que las castañas o nueces
vuelvan al cántaro sin apretarle a nadie la nuez. En definitiva, siempre que no haya que decir: ¡Vaya castaña!
Los postres no siempre van
acompañados de dulces palabras,
salvo que estemos hablando de una luna de miel. Brava mermelada se llama a un
despropósito que, aunque sea una afrenta, nunca debe terminar con jarabe de palo. Es mejor que
cualquier desencuentro acabe con jarabe de pico, a pesar de que las promesas no
se vayan a cumplir, especialmente si el que se embarca en ello lo hace con poco bizcocho.
Las frutas también pueden
acompañar, como postre, a los pasteles.
El que quiera fruta tendrá que subir al árbol y, si es fruta prohibida, la más apetecida,
pero que el trepador no sea un soplaguindas
porque, si sopla, la fruta se cae y se estropea.
Cogida la fruta, hay que prepararse para mondarla, pero en plan serio, porque si nos mondamos de risa nos podemos cortar. Y si nos decidimos por las naranjas, que sean las nuestras, y enteras, que no queremos medias naranjas ni naranjas de la China.
Cogida la fruta, hay que prepararse para mondarla, pero en plan serio, porque si nos mondamos de risa nos podemos cortar. Y si nos decidimos por las naranjas, que sean las nuestras, y enteras, que no queremos medias naranjas ni naranjas de la China.
Si elegimos la pera, que sea una perita
en dulce, pues no parece apropiado que al convidado le demos para peras. Pero si elegimos
peras al vino, quizá alguno termine hecho una uva, por eso es mejor
catar el melón antes y comprobar la capacidad de resistencia de cada uno. Y
si elegimos manzana, que no sea la manzana podrida o la de la
discordia.
También podemos comernos unos higos, una de las frutas más dulces, y la que más connotaciones tiene en el ámbito
del disfemismo. Pero, ¡no caerá esa breva! El que está en la higuera (quizá haya subido por eso de que el
que quiera fruta tendrá que subir al árbol) está ajeno a la realidad circundante, por eso no
la estima en un higo, ni da un higo por ella. Es posible que lo que tenga alrededor no valga un higo, pero, si no baja a tiempo del árbol, se
va a quedar tan arrugado como
los higos que le hacen compañía.
Si aspiramos a tener una
piel de melocotón, esa es la fruta que debemos tomar, aunque a veces nos tenemos que
conformar con la poco lustrosa piel de naranja. Y si elegimos las uvas, no seamos unos
camuesos y estemos de mala uva mientras las comemos.
A veces, se alarga tanto la sobremesa que nos pueden dar las uvas de la medinoche, y no, precisamente, de segundo postre. En una comida larga también se pueden generar discusiones, sobre todo, si se mezclan uvas con agraces o alguien está a por uvas o se dedica a mondar nísperos. Al final, todo suele terminar en mucho ruido y pocas nueces.
A veces, se alarga tanto la sobremesa que nos pueden dar las uvas de la medinoche, y no, precisamente, de segundo postre. En una comida larga también se pueden generar discusiones, sobre todo, si se mezclan uvas con agraces o alguien está a por uvas o se dedica a mondar nísperos. Al final, todo suele terminar en mucho ruido y pocas nueces.
Desde luego, hay que
desembarazarse de los posibles melones que haya a nuestro lado en la mesa que no sean comestibles, porque la
conversación con ellos sería insustancial. Y mejor prescindir de la cereza, porque son como los males, detrás
de una vienen cincuenta. También hay
que estar atentos para que no nos hagan una pera, porque esta fruta se daña
y, dañada una pera, dañadas las
compañeras, y no comer los nísperos, porque el que nísperos come y besa a una vieja, ni come ni
besa.
Y para postre, lo peor sería tener que compartir mesa aguantando a algún maestro Ciruelo. Siempre suele aparecer alguno que se las da de café con leche y consigue darnos el té. Aunque no se sabe si es mejor aguantar al presumido, al inexperto yogurín o al pastelero que se acomoda a todo y pone la guinda en el pastel. También se puede cortar de cuajo la armonía de una comida, porque alguien, a los postres, descubra algún pastel no comestible o porque quiera dárnoslo con queso.
Y para postre, lo peor sería tener que compartir mesa aguantando a algún maestro Ciruelo. Siempre suele aparecer alguno que se las da de café con leche y consigue darnos el té. Aunque no se sabe si es mejor aguantar al presumido, al inexperto yogurín o al pastelero que se acomoda a todo y pone la guinda en el pastel. También se puede cortar de cuajo la armonía de una comida, porque alguien, a los postres, descubra algún pastel no comestible o porque quiera dárnoslo con queso.
Después de haber servido la comida en bandeja y de haber comido como es menester, porque quien come mal, a la cara le sal(e), nos retiramos a descansar con mucho cuajo, porque ya nadie va a pasar la bandeja. Y, ya se sabe: comida sin siesta, campana sin
badajo.
Otro día seguiremos, pues, aunque esta no se coma, no hemos colgado la galleta.
Otro día seguiremos, pues, aunque esta no se coma, no hemos colgado la galleta.
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Sólo puedo añadir que "te ha salido a pedir de boca". Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo.Almudena Guadalix
Pues, mira, después de tanto cocinar con palabras, creo que no tengo recogida esa expresión. Me la apunto. Gracias, Almudena. Un abrazo.
EliminarAsí es difícil estar a dieta. Me encanta. Besos.
ResponderEliminarEstos dulces no engordan. Peor es ponerlos en el plato, pero de vez en cuando también se pueden comer. Besos
EliminarA pesar de que el reto no era fácil, veo que no has dudado en «abrir el melón» de los postres en otro de tus interesantísimos artículos.
ResponderEliminarTu forma de hilvanar entre sí todas esas expresiones coloquiales, la mayoría aforismos o verdaderas sentencias, denotan un oficio de escritora «de dulce».
Mi admiración y afecto siguen cotizando al alza.
Un beso
Es un pequeño juego lingüístico, que se realiza con paciencia, un poco de humor y mucho gusto por la palabra. Gracias, Alfonso, por tus palabras de amigo. Un abrazo.
EliminarHe disfrutado con tus postres y con muchas de tus "palabras" y dichos con ellos relacionados, lo del "soplaguindas" "el maestro ciruelo" y demás me han parecido geniales.
ResponderEliminarGracias, Paco. Si al menos despierta alguna sonrisa, ya vale la pena. Un abrazo.
EliminarMe has hecho reflexionar sobre el abismo existente entre poseer una piel de melocotón, o de naranja, y me quedo perpleja porque son dos frutas que me gustan mucho, además del melón, que por la mañana es oro, por la tarde plata y por la noche mata.
ResponderEliminargracias.
No pretendía tanto como hacer reflexionar sobre naranjas y melocotones, con una pequeña reflexión sobre la riqueza del idioma y una sonrisa ya me conformo. Gracias por dejar tu comentario. Un abrazo.
EliminarMe he relamido de gusto leyendo tu escrito sobre tantos y tan buenos postres; como decía mi madre, "a ningún tonto le amarga un dulce.
ResponderEliminarMuy bonito como siempre Margarita.
Un abrazo
Muchas gracias, Aureliano, por dejar tu opinión, me alegro de que te preste. Un abrazo.
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