Vamos a hacer números...
A todos los amantes de las matemáticas y, de forma especial, a todos los que trabajan con números en el Colegio Santo Domingo Savio.
Las matemáticas son el alfabeto con el cual
Dios ha escrito el Universo. Galileo
Hoy abordo en este artículo una tarea aparentemente ajena a alguien que ha preferido las palabras a los números, pues voy a intentar convertir una ciencia exacta en algo tan poco riguroso y sensato como la tarea de montar un número, que espero sea algo más que un numerito. Quizá más de uno, porque por las siguientes líneas van a desfilar una serie de dichos o expresiones que están incorporadas a la lengua común y que tienen relación con las matemáticas. La aritmética, el cálculo, el álgebra, la geometría... tendrán cabida en este revoltijo.
Hoy abordo en este artículo una tarea aparentemente ajena a alguien que ha preferido las palabras a los números, pues voy a intentar convertir una ciencia exacta en algo tan poco riguroso y sensato como la tarea de montar un número, que espero sea algo más que un numerito. Quizá más de uno, porque por las siguientes líneas van a desfilar una serie de dichos o expresiones que están incorporadas a la lengua común y que tienen relación con las matemáticas. La aritmética, el cálculo, el álgebra, la geometría... tendrán cabida en este revoltijo.
(Excluyo la mayoría de los refranes que hacen referencia a números, pues el listado sería demasiado largo).
Nunca
tanto como en la situación política actual se habían citado los números en el
lenguaje político y periodístico español. Los
números son los números, oímos repetir con frecuencia. Parece que nos
estuvieran descubriendo algo extraordinario. Mal serían las matemáticas una
ciencia exacta si los números no fueran lo que parecen. Los números no dan, la suma
no sale, hemos oído repetir durante meses, como si las matemáticas, por
arte de magia, tuvieran que dar la solución exacta al problema que otros no
saben resolver. Algún político ha llegado a decir, sin ningún empacho, que la aritmética es caprichosa (sic). Solo falta ya continuar con ¡la culpa es de la
aritmética!
Los
números no solo están inmersos en el habla de cada día, sino que marcan también
nuestro ciclo vital. Quinceañeros,
veinteañeros, treintañeros… Parece que el sufijo –ero, nos halaga, nos reconcilia con la juventud. Pero, ¡ay de
nosotros cuando cambia el sufijo y –ero se transforma en –tón! Sentimos que esa última sílaba
aguda nos golpea y nos hace cobrar conciencia de nuestra edad: cuarentón, cincuentón, sesentón… El término ya no es halagador,
más bien nos suena como algo amenazador. Ya el refranero nos lo recuerda: De los cuarenta para arriba, no te mojes la
barriga.
También
los números marcaron, y siguen marcando, la vida de oración de los monjes, pues
sus rezos llevaban a veces el nombre de las horas en que se producían. Así, la tercia era la tercera hora después de salir el sol,
luego vendrían la sexta y la
nona. Nuestra tópica siesta
también está ligada a la hora sexta, tanto si es la siesta reparadora de después de comer (eso
sí, con comida más temprana de lo que ahora es habitual) o la siesta del carnero, que se duerme antes.
Como
la lengua española es muy creativa, a veces busca formas de esconder los
números bajo el ropaje de populares metáforas. Así, el número 1, tan esbelto y
espigado él, es el galán, pero, si se
repite formando el 11, se convierte
en dos banderillas; el 13 es el de la
mala suerte; el 15, la niña bonita,
el 22 nos recuerda a dos
patitos o un par de monjas arrodilladas;
el 24 y el 25, nochebuena y navidad, respectivamente; el 33, la edad de Cristo; el 55, dos guardias civiles; el 77, las dos banderas; el 88, las calabazas; el 90, el abuelo; el 99, la agonía. En algunos
lugares existe un calificativo para cada uno de los cien primeros números.
A la de una, a la de dos, a la de tres…
Comienza la carrera. Un minuto, por favor.
Esta frase es con frecuencia sinónimo de “impaciente” paciencia para el que
espera a ser atendido por teléfono, sobre todo si va acompañada de una torturadora musiquilla que hará casi eterno el “minuto” y que
golpeará nuestro oído y nuestra paciencia hasta llegar al infinito.
Cada
expresión recogida en este artículo es una de tantas expresiones relacionadas con
las matemáticas. Los números son
artículos de primera necesidad y los usamos a la
primera de cambio, así que solo nos
queda una: congraciarnos con ellos. Quien más quien menos ha pasado por
problemas económicos lo que le ha obligado
a echar números para poder
solucionar algún problema de economía
doméstica. Espero que este repaso
numérico que va del cero al infinito no tome
el número cambiado a nadie, y que el lector lo reciba como lo que es: un
juego lingüístico.
Cuando
apareció el cero nos dieron la primera en la frente, y corrimos a
ponernos a la derecha, porque nadie quiere ser un cero a la izquierda. Hablando de nuestro peculio, conviene ir
colocando ceros a la derecha para llegar al menos al número diez, porque si nuestra cuenta se queda a cero, los amigos de
conveniencia se olvidan de nosotros y nos quedamos más solos que la una.
En cambio, si tenemos una cuenta con muchos ceros (siempre a la derecha), se nos multiplican las amistades. Así que una de dos, o el cero nos hace medrar, o el cero no hace pobres de solemnidad. La fortuna nos puede hacer pasar de una situación a otra en cero coma, como dicen ahora los modernos, (no sabemos si tras la coma hay más ceros), que en realidad es lo que toda la vida habíamos llamado en un santiamén.
Sin embargo, a este número, de valor nulo, se
le tiene un respeto especial, desde el
minuto cero. Hace unos años las autoridades académicas lo suprimieron de
las calificaciones, porque podía provocar efectos psicológicos traumatizantes para los alumnos. Pero bien mirado parece una preocupación
tonta, porque si es un número sin valor por sí mismo, poco importa que los
profesores pongan un cero, porque en
realidad no ponen nada, salvo que sea un cero patatero o pelotero, que no sabemos si va acompañado de patatas o simplemente
tiene forma de patata, o es solo un cero al cociente.
Hoy
el cero es un número que está de moda: aspiramos al déficit cero, defendemos la tolerancia cero ante determinados
asuntos y hasta duplicamos el cero para indicar la ausencia absoluta de alcohol de cerveza 0/0 %. Una conocida marca de refrescos, que ya había creado la variedad zero azúcares (con z, como reclamo comercial), crea ahora también su refresco zero, zero. Parece ser que, si solo aparece el cero, no es suficiente cero: un engaño y una auténtica
paradoja.
Incluso las salidas para iniciar algo se dan a veces contando al revés: tres, dos, uno, cero…
Algunos
también optan por cortarse el pelo al
cero, y no siempre para perseguir a unos “inquilinos” poco gratos de nuestro
cuero cabelludo, sino por motivos
estéticos, políticos… Incluso por ganar algún programa de la tele. Otros, en el
pasado, celebraban menos este corte cuando era una obligación o un castigo militar. En los
cortes de pelo de este tipo, mejor uno y no más, santo Tomás.
El
uno marca, pues, el inicio de una
serie que puede llegar al infinito. Nos gusta tener cubiertos los artículos de primera necesidad y, si es posible, estar en la primera línea, o ser de primera, porque el que
da primero da dos veces. Y, si es posible, llegar al número uno, aunque tengamos
que partir de cero, porque a
nadie le agrada ser un segundón.
Con
los ordinales del uno, hablamos en
primera persona, recordamos el primer amor, nos gusta saber las noticias de primera mano, marcamos la distinción social de la primera dama de un país, el acto social
de la primera comunión o el éxito de un primer espada. En el mundo laboral, aspiramos a ser conductores de primera, oficiales de primera. En la escuela, es un honor ser el primero de la clase. En lo militar, en
cambio, no es tan bueno estar en la
primera línea (de fuego). En lo afectivo, ¿quién no recuerda el primer amor? Y el de madre, que es incomparable, por eso madres no hay más que una.
El
dos
parece mejor número, porque no
está tan solo como la una, pero puede
ser peligroso si se refiere a una casa
con dos puertas, que siempre es difícil de guardar, o desagradable, si se
trata de nadar entre dos aguas, especialmente
si los interlocutores tienen segundas
intenciones. También nos hace ser reticentes ante las cosas de segunda mano.
De dos en dos y cada dos por tres, este número opta por
presentarse en pareja, por partida doble
o haciendo doblete, como Pili y Mili o la parejita
que los padres desean siempre tener. Pero, tan real como dos
y dos son cuatro, no siempre todas
las parejas nos son propicias,
especialmente la pareja de la Guardia Civil, si cometemos una infracción del tráfico.
Pero
hay personas que no encuentran fácilmente pareja y siempre se quedan a dos velas. Y las
dos velas pueden ser peligrosas si nos colocamos entre ambas, pues a la primera de cambio, caen sobre nosotros y podemos estar entre dos fuegos, que son
como dos caras de la misma moneda. Pero aunque velas y fuegos se parezcan
como dos
gotas de agua, no debemos preocuparnos, porque el agua apaga el fuego. Y, si
no es así, siempre quedará echarle a la cosa dos cojones, pues parece que en ellos reside la fuerza y la
valentía necesarias para vencer cualquier situación arriesgada.
En
cualquier caso, no nos gusta ser platos
de segunda mesa, porque nunca segundas partes fueron buenas. También tenemos
que evitar las armas de doble filo
y procurar salir airosos de las situaciones comprometidas, para no tropezar dos veces en la misma piedra. La clave está en solucionar los problemas que
se nos presenten en un dos por tres y
¡a
vivir que son dos días!, según recomendaba el carpe diem latino.
El
dos tiene a veces resonancias artísticas, porque los dúos han proliferado en el mundo del espectáculo y en la
literatura: dúos-personaje y dúos-persona. Muchos nos vienen a la memoria en
distintas manifestaciones artísticas: en el mundo del cómic (Mortadelo y Filemón), del cine
(imposible olvidar, por ejemplo, al Gordo y al Flaco), de la música… En este
año cervantino, es inevitable no recordar al dúo formado don Quijote y Sancho. A veces también oímos duetos, con voces en vivo o, de manera
más esotérica, acoplando la voz de un
vivo a la voz de un muerto. ¡Qué cosas
tiene la técnica moderna!
El
dos sirve para marcar grados de
parentesco. Hablamos de tíos segundos,
primos segundos, segundo grado de consanguinidad. Y también marca distancias. Cuando
algo está cerca siempre se encuentra a dos
pasos, claro que ¡a saber cómo se miden los pasos! Pero a dos pasos o más,
ya que vamos al lugar, aprovechamos y matamos dos pájaros de un tiro.
Dentro
del mundo del boxeo, en la expresión segundos
fuera, el ordinal no señala el tiempo, sino que los ayudantes
(segundos) de los boxeadores deben abandonar el cuadrilátero, porque va a
comenzar el combate.
Como no hay dos sin tres, este número es
el
tercero de la discordia. Tiene un atractivo especial, pues parece el
número del ánimo: con tres pares de narices (¡ahí es nada!, necesitaríamos a seis
portadores de este apéndice); de la suerte: una,
dos, tres o, directamente, a la de
tres. Es además un número misterioso
de resonancias mitológicas: la Santísima
Trinidad, los tres Reyes Magos y sus tres regalos, las tres Marías –las
asignaturas y las otras-, las tres
negaciones de Pedro, los tres jueves que relumbran más que el sol… Jesús
resucitó al tercer día; tres eran también las gracias, los cerditos; tres los deseos
que se piden, tres los príncipes, las hijas de Elena, los Mosqueteros… Virgilio
decía: “Omne trinum perfectum”. Por ello Dios es omnipresente, omnipotente y
omnisciente. Y los seres humanos, que no aspiramos a tanto, nos conformamos con conseguir las tres cosas que hay en la vida: salud, dinero y amor y mantenerlas incluso en la tercera
edad, aunque ahora, con mejor calidad de vida, este ordinal es motivo de
preocupación por el crecimiento desmesurado de este segmento de población en la pirámide
demográfica.
Las tríadas las encontramos en todas las religiones, en el mundo filosófico, en el ámbito económico, en la estructura social (los tres estados) y en los estados democráticos modernos (tres poderes)... El número tres da solemnidad a lemas que han marcado la historia. Libertad, igualdad, fraternidad era la tríada de la Revolución Francesa. Dios, patria, rey, del carlismo. Una, grande, libre, del franquismo. Sangre, sudor y lágrimas ofrecía Churchill a su pueblo ante los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Otros han preferido repetir la misma idea por partida triple para que de forma más rotunda impacte sobre el receptor: programa, programa, programa, decía un conocido político; dinero, dinero, dinero, pedía Napoleón para ganar una guerra. Los ejemplos de podrían multiplicar.
Las tríadas las encontramos en todas las religiones, en el mundo filosófico, en el ámbito económico, en la estructura social (los tres estados) y en los estados democráticos modernos (tres poderes)... El número tres da solemnidad a lemas que han marcado la historia. Libertad, igualdad, fraternidad era la tríada de la Revolución Francesa. Dios, patria, rey, del carlismo. Una, grande, libre, del franquismo. Sangre, sudor y lágrimas ofrecía Churchill a su pueblo ante los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Otros han preferido repetir la misma idea por partida triple para que de forma más rotunda impacte sobre el receptor: programa, programa, programa, decía un conocido político; dinero, dinero, dinero, pedía Napoleón para ganar una guerra. Los ejemplos de podrían multiplicar.
El
tres tiene gran importancia en las Matemáticas, que lo utilizan con frecuencia para clasificar conceptos geométricos, trigonométricos
(triángulos y sus clases, ángulos…); en la Física (tres estados de los cuerpos); en Biología (tres reinos), en Bellas Artes (tres
colores primarios, tres órdenes arquitectónicos…) en la Teología, Mitología, en la Masonería. Número esencial para Platón, Aristóteles y
Pitágoras.
No
solo hay tripletes en Biología y en Física, también en
fútbol: doblete, triplete, y hasta póquer y repóquer. En cualquier caso, a la tercera va la vencida y, si fracasamos en el tercer intento, podemos seguir dos más
hasta sumar cinco, porque no hay quinto
malo. Pero si no conseguimos mejorar
ni a la de tres, nuestro destino será
tres cuartos de lo mismo.
Es
un número también optimista y generoso, pues aunque tengamos un salario de tres al cuarto, estamos convencidos de
que la economía se multiplica, porque donde comen
dos, comen tres y, puestos a dar de comer, lo hacemos hasta con el que no
quiere, pues si no quieres caldo, toma
tres tazas y después… a reposar recostados en cómodo tresillo desde el que podamos decir que los problemas de los demás nos importan tres cojones o tres pares de cojones (números extraños en relación a los órganos a los que se refieren)
o tres pitos, se supone que
silenciosos, porque, de lo contrario, fastidiarían nuestro descanso.
Y
si somos tres, como tres patas para un
banco, y buscamos entretenimiento,
podemos hacerlo buscando tres
pies al gato, (cosa difícil si no le escondemos dos patas y confundimos el
rabo con una tercera) o tríos
de ases, que serían más productivos. Podemos participar también en un trío
amoroso, que puede tener su aliciente, siempre que no haya terceras personas que rompan parejas y
hagan daño a terceros (expresión
curiosa porque parece que no importa hacer daño “a segundos”). Hasta podemos
optar por escuchar un trío
musical, sin ir más lejos, aquel
famoso trío La la la que los
españoles hemos oído tantas veces.
Cualquier cosa mejor que oír los tambores de guerra del mediático trío de las Azores, que se parecen poco
al ritmo solemne de los tercetos encadenados. En el mundo de
las relaciones políticas y sociales a veces hay que desear que aparezca una tercera
vía que trate de apaciguar los conflictos, aunque no siempre se consiga.
Cuatro
jinetes han inmortalizado al cuatro
en nuestra cultura occidental, son los
cuatro jinetes del Apocalipsis: la victoria, la guerra, el hambre y la
muerte. Cuatro son los elementos de la
naturaleza, cuatro los cuartos de la
luna, cuatro las partes de una hora,
cuatro los cuartos de un
animal cuando se despieza, cuatro son los versos de un cuarteto. En el mundo del teatro se habla de esa cuarta pared mágica que separa el
escenario de los espectadores. En las prendas también existe el abrigo tres cuartos. Merece, pues,
que dediquemos cuatro letras a este
número.
Si
somos personas de tres al cuarto, pareceremos unos chiquilicuatro,
que solo podemos contar con el apoyo de cuatro
monos o cuatro gatos, salvo que demos
un cuarto al pregonero.
Para
tener una economía doméstica estable y no tener sobresaltos o no quedarnos a la cuarta pregunta, hay que intentar ahorrar al menos cuatro cuartos. Y, aunque nadie
da duros a cuatro pesetas, podemos
también probar con el juego y jugar dos a
dos.
Desde luego, el conocimiento de las cuatro reglas no solo nos servirá
para contar las ganancias, sino para poner nombre al propio juego. Desde las inocentes tres en raya o las cuatro esquinas, hasta
juegos de naipes con los que se puede ganar dinero como el as, dos, tres, y también: el tresillo,
el cinquillo, los seises, las siete y
media, los tres sietes…
En fin, si jugamos bien, podemos no hacernos ricos por los cuatro costados, pero dejaremos de estar a tres cuartos y un penique.
El
cinco es un número de contrastes.
Nos puede conducir a encontrar la quintaesencia
de algo pero, si no podemos pagar un guía, porque no tenemos ni cinco, y elegimos mal el
camino, podemos terminar en el quinto
pino, el quinto coño, la quinta puñeta, el quinto infierno. Si se trata de un mozo al que el sorteo le ha convertido
en un quinto, en la quinta columna, que le hará
actuar de forma clandestina para el
enemigo. Otros quintos dirigieron sus pasos, en su día, al famoso Quinto Regimiento. Para no equivocarnos hay que poner los cinco sentidos y, si no vemos tres en un burro, es mejor elegir compañía, porque cuatro ojos ven más que
dos. Así llegaremos a buen puerto, tal vez a la quinta dimensión, y podremos
chocar los cinco y tomarnos un
quinto o un tercio de cerveza
para celebrarlo.
El
cinco también sirve para amenazar cuando le decimos
a alguien cuántas son cinco o para aprender a contar con los dedos, menos al holgazán que tiene en vano los cinco
dedos de la mano. Y si los holgazanes son cinco, mal vamos, porque uno a ganar, cinco a gastar, milagrito será
ahorrar.
El
seis no tiene gran presencia
lingüística, quizá porque el sexto
sentido es poco visible, aunque el peligro de incumplir el sexto mandamiento nos ha perseguido durante
siglos… Más agradables son las
resonancias musicales o poéticas si hablamos de los
seises que cantan y bailan en la
catedral de Sevilla, de las notas que forman un seisillo o de los versos que forman un sexteto o sextina. Con menos música, pero más con más orgullo deportivo, hablan los seguidores de un club de fútbol de que han hecho un "sextete".
En cambio, el siete es esencial en nuestra vida y cultura. Es el número matemático por excelencia: el número perfecto, según Pitágoras. Siete son los pecados capitales y las virtudes, los sacramentos, los colores del arco iris, los días de la semana, los de la Creación, las notas musicales, las maravillas de mundo, los sabios de Grecia, las palabras de Jesús en la cruz, los dones del Espíritu y Santo. Sobre siete columnas se construyó el Templo de la Sabiduría. Las artes también son siete con la inclusión del séptimo arte. También lo incorporan los cuentos tradicionales: las botas de siete leguas, los siete enanitos, las siete cabezas del dragón... Hasta las vidas de un gato... Y por si fuera poco, la luna cambia de fase cada siete días.
En cambio, el siete es esencial en nuestra vida y cultura. Es el número matemático por excelencia: el número perfecto, según Pitágoras. Siete son los pecados capitales y las virtudes, los sacramentos, los colores del arco iris, los días de la semana, los de la Creación, las notas musicales, las maravillas de mundo, los sabios de Grecia, las palabras de Jesús en la cruz, los dones del Espíritu y Santo. Sobre siete columnas se construyó el Templo de la Sabiduría. Las artes también son siete con la inclusión del séptimo arte. También lo incorporan los cuentos tradicionales: las botas de siete leguas, los siete enanitos, las siete cabezas del dragón... Hasta las vidas de un gato... Y por si fuera poco, la luna cambia de fase cada siete días.
Con el siete se forma sietecalleros, gentilicio, para los que viven en las siete
calles del casco histórico de Bilbao. Nada elogiosos son los términos matasietes,
si son fanfarrones, o sietemesinos, si se aplica a alguien que
presume de mayor, sin serlo. Y menos aún
si dicen que hablamos más que siete o somos unos pícaros o vagos de siete suelas, exageración notoria,
pues los mejores zapatos solo tienen tres o cuatro. Y ejerciendo la picaresca o
el juego, más de una vez a nuestros padres les habrán dado los siete males, cuando el siete haya aparecido como un jirón en la ropa, quizá por
practicar de forma inadecuada el llamado fútbol
7.
El
siete es también el número que nos recuerda la contundencia de las órdenes que
dicen que nos han dado: Te he dicho siete
veces que te pongas a estudiar. Pero sean siete las órdenes o las que
fueren, es más cómodo seguir en el
séptimo cielo o viendo una la
película sobre el Séptimo de Caballería. A fin de cuentas, Dios también descansó el séptimo día.
El
ocho tiene mucho que ver con nuestra
apariencia. Para unos marca la elegancia: van más chulos que un ocho. A otros, en cambio, no les importa su
aspecto físico y les da lo mismo ocho que ochenta. Ni qué ocho cuartos les
importa lo que digan de ellos, a pesar de que alguna vez le den
con los ochos y los nueves. En el mundo poético, el ocho, adquiere el ritmo
cadencioso de la octava real.
El nueve, no el nueve corto ni el nueve largo, que de armas ya andamos
sobrados, nos lleva a andar de novenas, seguramente recitadas
a una virgen, porque los santos tienen octava. Así, con
conciencia religiosa, superaremos la
prueba del nueve, y cambiaremos un
rediós poco respetuoso por un rediez, como si el diez le quitara el halo blasfemo.
Si
miramos al pasado, el diez tiene
connotaciones de servidumbre, pues
muchos pueblos de España y durante largos siglos supieron lo que era el diezmo. Ya ellos entendían qué era la
décima parte antes de imponerse el sistema métrico decimal.
Por
decenas de miles se cuentan de forma
inconcreta las reuniones multitudinarias de gente, sin que los que recibimos la
información podamos saber si se trata de
unos miles o algún millón. Mejor hablar
de forma directa y literal de un sinnúmero de personas, pues, puestos
a ser inconcretos, es la forma más “exacta” de hablar.
Con
sus once de oveja, si alguien se
entremete en lo que no le toca, que es lo mismo que meterse en camisa de once varas, el once no parece que case bien con el vestido de etiqueta, pues llevar la ropa a las once no es adecuado en un convite
elegante, aunque nos lo podemos permitir
si solo es la hora de tomarnos
las diez o las once,
porque eso no pasa de un tentempié.
Si
salimos de fiesta hay que tener presente que
de doce a una no corre la fortuna.
Podemos aventurarnos más y probar con los juegos de dos cifras: jugar a la
escoba del quince, a las treinta y
cuarenta o a las treinta y una.
Si conseguimos sumar las diez de últimas
o cantar las cuarenta, seguro que
nuestro canto sonará mejor que si nos
cantan las cuarenta a nosotros, porque, de ser así, seguro que el canto es poco armonioso. Y con
un canto vital seguro que espantaremos, sin problemas, la crisis de los cuarenta.
Si
nos decidimos por pasear, por si caen cuatro gotas, nos llevaremos un tres cuartos o un siete octavos,
especialmente si nos encontramos con las lluvias mil de abril, porque ya se
sabe que hasta el cuarenta de mayo no te
quites el sayo, no vaya a ser que luego nos toque estar en cuarentena.
Del
doce, a la docena, que seguimos asociándola con la compra de los huevos,
aunque hoy en los envases de estos ya se confunden las docenas y decenas. Se meten en docena,
los que se inmiscuyen en una
conversación de desiguales, y al entrar en docena con ese doce más uno, el entrometido, formaremos la
docena del fraile, que se llama docena, pero, ¡oh sorpresa!, tiene trece unidades. Una vez más parece que no
siempre lo matemático es exacto.
El
trece tiene mal fario. Sobre él pesa
la superstición de la Última Cena (doce, más uno: el traidor), que se recuerda
en tiempo de Cuaresma. Así que en trece y martes, ni te cases ni te
embarques.
Y mantenerse alguien en
sus trece no es sinónimo de ser persona flexible, especialmente si se
siente superado por su interlocutor que le
da quince y falta. El quince tiene mejor predicamento pues, convertido en quincena, tiene resonancias veraniegas y
vacacionales. El cuarenta, en cambio, tiene en nuestra cultura un sentido más negativo. Cuarenta días forman la Cuaresma, tiempo de reflexión y arrepentimiento, cuarenta días forman una cuarentena, que nos suena a prevención y desconfianza. El número cuarenta tiene una gran presencia bíblica: cuarenta años pasó el pueblo de Israel en el desierto en su camino hacia la Tierra Prometida, cuarenta días duró el diluvio universal, que la tradición nos presenta como un castigo...
Con
números de dos cifras, y el plano
sexual, no podemos olvidarnos del 69,
cuya imagen, por eso de que una imagen
vale mal que mil palabras, por sí
sola es bastante significativa.
Llegados
al cien, hay que
tomarse las cosas con más calma, porque
si nos ponen o vamos por la vida
a cien, y además somos cien por cien
sinceros, nos podemos crear enemistades, pues, aunque vale más una palabra a tiempo que cien a destiempo, al final, boca
de verdades, cien enemistades Lo bueno es que no hay
mal que cien años dure, ya que, como Jesús recomienda, hay que perdonar siempre setenta veces siete y,
en el caso de robar a un ladrón, más, porque quien roba a un ladrón tiene
cien años de perdón. Cuando se reúne un número excesivo de gente y queremos
mostrar un cierto desagrado sumamos al cien a una persona que tiene efecto
multiplicador, pues los reunidos se convierten en ciento y la madre. ¡Pobre madre si los ciento eran sus hijos! Y pobres también los trabajadores a los que sus jefes les exigen dar más del cien por cien, como si su tiempo y su esfuerzo fueran extensibles. Serán tierra fructífera, pero difícilmente conseguirán el ciento por uno bíblico, salvo que sean personas que den cien vueltas a los demás.
Con
eso de que cien refranes, cien verdades,
nos estamos entreteniendo demasiado en
este revoltijo de números y corremos el peligro de llegar a las veinte o, si nos paramos más, a las
mil y una o las mil quinientas a
nuestra cita con el lector. Para buscar su beneplácito y para que no nos reciba con
un genio de mil demonios, podemos ofrecerle como obsequio unas milhojas, pero que no se asuste, que son hojas para comer, no para leer.
Antes
de cerrar este baúl de los números bajo siete llaves, nos queda aún por contestar a
una pregunta de cinco cifras, aunque no sea la pregunta del millón, pero es misteriosa, donde las haya. ¿Podía ir santa
Úrsula acompañada de once mil
vírgenes? Vírgenes puede haber esas y más, pero acompañantes de la santa, y
todas juntas, parecen demasiadas, pues en fila habrían llegado, como Buzz, al infinito y... ¡más allá! Quizá un pintor castellano, conocido como el Maestro de las Once Mil Vírgenes, estuviese en el secreto. En fin, es una pregunta recurrente que nos
tendremos que hacer por enésima vez,
porque aún no tiene respuesta. (Tal vez todo el misterio resida en que se leyó mal la abreviatura de un documento y se confundió once con once mil).
Museo del Prado. Maestro de la Once Mil Vírgenes |
Otra pregunta que queda
sin contestar, y que hace que no nos podamos fiar mucho de las matemáticas, es
saber por qué, si tenemos la certeza de
cuántos días tiene cada mes con esta retahíla: Treinta días trae septiembre, con abril, junio y noviembre, los demás
traen treinta y uno, excepto febrero mocho que solo trae veintiocho, en lo
que toca a quitarse el sayo, mayo tiene al menos cuarenta días. ¿Misterio o
simplemente metáfora? ¡A ver si es que es verdad que los números son caprichosos...!
Desde luego sí existe un número que es muy misterioso, que varía de año en año, y que además puede cambiar la vida de quienes puedan verlo de cerca. Es el número que produce más alegrías, pero también muchas decepciones. Nunca sabremos previamente qué guarismos lo van formar, pero todos conocemos su nombre: el gordo. Nada le quita lustre, ni siquiera la pedrea que le cae alrededor.
Esperando no haber tomado el número cambiado, con la complicidad de lingüístas y matemáticos, y no haber aburrido al lector, nos quedaremos preparando un segundo artículo, que será un suma y sigue, porque... esto es matemático.
Desde luego sí existe un número que es muy misterioso, que varía de año en año, y que además puede cambiar la vida de quienes puedan verlo de cerca. Es el número que produce más alegrías, pero también muchas decepciones. Nunca sabremos previamente qué guarismos lo van formar, pero todos conocemos su nombre: el gordo. Nada le quita lustre, ni siquiera la pedrea que le cae alrededor.
Esperando no haber tomado el número cambiado, con la complicidad de lingüístas y matemáticos, y no haber aburrido al lector, nos quedaremos preparando un segundo artículo, que será un suma y sigue, porque... esto es matemático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario