EXPRESIONES RELACIONADAS CON LA COCINA (I)
Decía la santa de Ávila, de la que
este año hemos conmemorado el V centenario de su nacimiento, que también entre pucheros anda el
Señor. Aquí no vamos a buscar a Dios en la cocina. Vamos a “cocinar” con un menaje y unos ingredientes que de tanto “saltearlos” han saltado de la cocina a la calle y se han convertido en una serie de
expresiones relacionadas con la alimentación y lo culinario, que adquieren significados figurados. Nos
fijaremos fundamentalmente en las palabras
o expresiones que tienen un sentido peyorativo, los llamados
disfemismos, tema sobre el que ya he
escrito en otras ocasiones.
En este primer artículo sobre lo
culinario, empezaremos entrando en la cocina y preparando el menaje, la
cubertería, la vajilla y, posteriormente, la mesa para comer.
En siguientes artículos
elaboraremos variados y suculentos “menús”.
Si somos unos cocinillas, mejores o peores, no unos muerdesartenes, y nos
movemos entre fogones, oiremos la música y la palabra de todos los instrumentos
que hacen posible que la comida llegue a la mesa.
La técnica de los fritos y los refritos tiene en nuestra cocina una presencia especial. Para freír hay que agarrar bien la sartén por el mango y no dejar que esta se crea superior y entable conversaciones engreídas con el cazo del tipo: Apártate que me tiznas.
La técnica de los fritos y los refritos tiene en nuestra cocina una presencia especial. Para freír hay que agarrar bien la sartén por el mango y no dejar que esta se crea superior y entable conversaciones engreídas con el cazo del tipo: Apártate que me tiznas.
Algún día nos sentiremos nerviosos porque estamos
fritos por algo y otros nos quedaremos fritos de puro
cansancio. Debemos entregarnos concienzudamente a nuestro trabajo de cocineros y no hacer refritos, que son indigestos, ni dar
la salsa a alguien, porque
el hacerlo podría dejarlo frito y así lo
mandaríamos al cementerio y le quitaríamos el hambre para siempre. Eso les
ocurre a los que los fríen a tiros.
Tampoco debemos acercarnos tanto a la cocina que nos asemos vivos de
calor o que se nos queme la piel y parezcamos un cangrejo ni
descuidar el guiso para que no se nos
pase el asado.
Aunque en el lenguaje actual hay
cocinas en que el guiso no se quema ni los cocineros se asan, porque lo asado
no es un sabroso cordero, sino que los
cocineros se dedican a algo tan poco culinario como cocinar encuestas, especialmente
las políticas, en períodos electorales. Eso es una práctica frecuente y aceptada en los
trabajos demoscópicos, lo que no es común ni aceptable en democracia es que
haya un pucherazo en unas elecciones.
Los ciudadanos deberían rechazar sentarse a la mesa de quienes ponen el cazo o meten el cazo o se despachan con
el cucharón, y apoyar la de aquellos que se comprometen y ponen la carne
en el cazo o en el asador. Pero como la selección de quienes nos gobiernan es un coladero,
siempre hay alguien que se cuela –y no de amor-, por lo que parece
inevitable que en toda olla haya algún garbanzo negro.
Las cacerolas a veces salen
también de la cocina y se reúnen en la calle en manos de personas indignadas que golpean recipiente con tapa, y el
resultado es una atronadora cacerolada, acompañada con frecuencia de caras irritadas que parece que hacen pucheros. Las
tapas de esas cacerolas ayudan a que el guiso esté en su punto, pero no pueden ser tapadera de nidos de
corrupción.
Nunca ha sido justa la ley del embudo ni puede ser aceptable. Por eso ante las injusticias nos hierve la sangre o la cólera, aunque por temperamento seamos unas almas de cántaro. A veces, cuando no está el horno para bollos porque se ha calentado mucho, se nos ahuma el pescado. Entonces no tenemos ganas ni de de hablar y nos tienen que sacar las palabras con sacacorchos hasta que somos de nuevo conscientes de que nos están sacando el jugo y de que tenemos que luchar por el pan de nuestros hijos. En ese momento, con cocinas poco abastecidas, volvemos a tomar la palabra.
Nunca ha sido justa la ley del embudo ni puede ser aceptable. Por eso ante las injusticias nos hierve la sangre o la cólera, aunque por temperamento seamos unas almas de cántaro. A veces, cuando no está el horno para bollos porque se ha calentado mucho, se nos ahuma el pescado. Entonces no tenemos ganas ni de de hablar y nos tienen que sacar las palabras con sacacorchos hasta que somos de nuevo conscientes de que nos están sacando el jugo y de que tenemos que luchar por el pan de nuestros hijos. En ese momento, con cocinas poco abastecidas, volvemos a tomar la palabra.
Este menú del insulto hay que
guisarlo con mimo para que no se nos
vaya la olla. Lo queremos servido en platos que no sean de segunda mesa
ni que se rompan, para no tener que pagar los platos rotos. Y con
raciones generosas, que nadie quiere nada entre dos platos. Pero
no debemos pasarnos de generosos y hacerle el plato a alguien para que coma
la sopa boba. Y si comemos en el mismo plato será que compartimos
mesa y mantel con buenos amigos y podremos estar al plato y a las tajadas, pero sin ser
demasiado melosos, porque entonces en
lugar de sopas nos haríamos unas gachas.
Ya tenemos el mantel y los platos, pongamos la mesa, pues. A la
derecha del plato, y no entre los dientes,
un pacífico cuchillo, pero, ese cuchillo no servirá para pasar a
cuchillo, ni para matar a alguien con cuchillo de palo, ni para que alguien
sea cuchillo de otra persona, porque, como se dice, en casa del herrero, cuchillo de palo.
En esta mesa pondremos también cuchara que nos sirva para que nos sintamos hartos de sopas,
sobre todo si necesitamos algo caliente porque estamos empapados como una sopa y
agradecemos comer algo de cuchara.
Pero tenemos que ser educados al
comer, pues comer sopas y sorber, no puede ser. Cuando calentemos el
estómago, nos sentiremos tan reconfortados que nos quedaremos
sopas. La cuchara también sirve a
veces para meter algo con cuchara en la cabeza torpe de los sopazas, que, a buen seguro, alguno se sentará a nuestra mesa.
Con la sopa y el caldo hay que tener cuidado porque siempre nos
pueden amargar el caldo, por eso
de si no quieres caldo, toma tres tazas. Tampoco conviene hacerle
el caldo gordo a alguien, porque a veces las personas a las que hemos
apoyado se dedican luego a revolver el caldo, generando disputas… Pero,
en fin, ya que la cosa va de caldos, siempre nos quedará la posibilidad de
poner a caldo a quien se lo merezca.
También colocaremos un aséptico tenedor, a la
izquierda, para aquellos que son más de cuchillo y tenedor.
Y, por supuesto, los vasos y las
copas. Un vaso no muy grande para que no nos podamos ahogar en él
y una copa, no como la de un pino, para un buen vino que nos haga olvidar
la copa del dolor. Después del banquete, si hemos comido algo flatulento,
tenemos que tener cuidado para no irnos de copas…
Y de agasajo alguna chuchería, que
dure más que un caramelo a la puerta de un colegio, que se pueda chupar y que no sea el espíritu de la golosina. No nos gustaría nada que nos dijeran irónicamente lo que a Geroma: Toma,
Geroma, pastillas de goma.
Que nadie proteste
si no le gusta el menú, porque a
gusto de los cocineros comen los frailes y siempre es más
agradable estar de servilleta en el ojal,
por ser convidados en una comida, que doblar la servilleta porque nos morimos, y se acabó la
tarea de comer para siempre.
Pero nos seamos muy
glotones, porque el refranero nos anuncia y previene del peligro de la gula: de golosos y tragones
están llenos los panteones o de
grandes cenas están las sepulturas llenas.
Ya tenemos los utensilios de
cocina, mantel y servilleta, pero nos
queda lo fundamental: contar con los ingredientes y cocinarlos. Pero eso será
otro día…
Y todos a colaborar, porque el
que quiera peces, que se moje el culo, y si no haremos como Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo
como.
(Se completará este tema con nuevos artículos).