jueves, 17 de diciembre de 2015

ENTRE PUCHEROS... NOS DEFINIMOS

       
       EXPRESIONES RELACIONADAS CON LA COCINA (I)           
          



Decía la santa de Ávila, de la que este año hemos conmemorado el V centenario de su nacimiento, que también entre pucheros anda el Señor. Aquí no vamos a buscar a Dios en la cocina. Vamos a “cocinar”  con un menaje y unos ingredientes que de tanto “saltearlos”  han saltado de la cocina  a la calle y se han convertido en una serie de expresiones relacionadas con la alimentación y lo culinario, que  adquieren significados figurados. Nos fijaremos fundamentalmente en las palabras  o expresiones que tienen un sentido peyorativo, los llamados disfemismos, tema  sobre el que ya he escrito en otras ocasiones.

En este primer artículo sobre lo culinario, empezaremos entrando en la cocina y preparando el menaje, la cubertería, la vajilla y, posteriormente, la mesa para comer.


En siguientes artículos elaboraremos variados  y suculentos “menús”.


Si somos unos cocinillas, mejores o peores, no unos muerdesartenes, y nos movemos entre fogones, oiremos la música y la palabra de todos los instrumentos que hacen posible que la comida llegue a la mesa. 

La técnica de    los fritos y los refritos tiene en nuestra cocina una presencia especial. Para freír hay que agarrar bien la sartén por el mango y no dejar que esta se crea superior y entable conversaciones engreídas con el cazo del tipo:  Apártate que me tiznas.

Algún día  nos sentiremos nerviosos porque estamos fritos por algo y otros nos quedaremos fritos de puro cansancio. Debemos entregarnos concienzudamente a nuestro trabajo de cocineros y no hacer refritos, que son indigestos,  ni dar la salsa a alguien,  porque el  hacerlo podría dejarlo frito y así lo mandaríamos al cementerio y le quitaríamos el hambre para siempre. Eso les ocurre a los que los fríen a tiros. Tampoco debemos acercarnos tanto a la cocina que nos asemos vivos de calor o que se nos queme la piel y parezcamos un cangrejo ni descuidar  el guiso para que no se nos pase el asado.

Aunque en el lenguaje actual hay cocinas en que el guiso no se quema ni los cocineros se asan, porque lo asado no es un sabroso cordero, sino  que los cocineros se dedican a algo tan poco culinario como cocinar encuestas, especialmente las políticas, en períodos electorales. Eso es una práctica frecuente y aceptada en los trabajos demoscópicos, lo que no es común ni aceptable en democracia es que haya un pucherazo en unas elecciones.

Los ciudadanos deberían rechazar sentarse a la mesa de quienes ponen el cazo o meten el cazo o se despachan con el cucharón, y apoyar la de aquellos que se comprometen y ponen la carne en el cazo o en el asador. Pero como la selección de quienes nos gobiernan es un coladero, siempre hay alguien que se cuela –y no de amor-, por lo que parece inevitable que en toda olla haya algún garbanzo negro.

Las cacerolas a veces salen también de la cocina y se reúnen en la calle en manos de  personas indignadas  que golpean recipiente con tapa, y el resultado es una atronadora cacerolada, acompañada  con frecuencia de caras irritadas que  parece  que hacen pucheros. Las tapas de esas cacerolas ayudan a que el guiso esté en su punto, pero  no pueden ser tapadera de nidos de corrupción. 

Nunca ha sido justa la ley del embudo ni puede ser aceptable. Por eso ante las injusticias nos hierve la sangre o la cólera, aunque por temperamento seamos unas almas de cántaro. A veces, cuando no está el horno  para bollos porque se ha calentado mucho, se nos ahuma el pescado. Entonces no tenemos ganas ni de de hablar y nos tienen que sacar las palabras con sacacorchos hasta que somos de nuevo conscientes de que nos están sacando el jugo y de que tenemos que luchar por el pan de nuestros hijos. En ese momento, con cocinas poco abastecidas, volvemos a tomar la palabra.

Este menú del insulto hay que guisarlo con mimo  para que no se nos vaya la olla. Lo queremos servido en platos que no sean de segunda mesa ni que se rompan, para no tener que pagar los platos rotos. Y con raciones generosas, que nadie quiere nada entre dos platos. Pero no debemos pasarnos de generosos y hacerle el plato a alguien para que coma la sopa boba. Y si comemos en el mismo plato será que compartimos mesa y mantel con buenos amigos y podremos estar al plato y  a las tajadas, pero sin ser demasiado  melosos, porque entonces en lugar de sopas nos haríamos unas gachas.

Ya tenemos el mantel y los platos, pongamos la mesa, pues. A la derecha  del plato, y no entre los dientes, un  pacífico cuchillo, pero,  ese cuchillo no servirá para pasar a cuchillo, ni para matar a alguien con cuchillo de palo, ni para que alguien sea cuchillo de otra persona, porque, como se dice,  en casa del herrero, cuchillo de palo.   

En esta mesa pondremos también  cuchara que nos sirva para que nos sintamos hartos de sopas, sobre todo si necesitamos algo caliente porque  estamos empapados como una sopa y agradecemos comer algo de cuchara.


Pero tenemos que ser educados al comer, pues comer sopas y sorber, no puede ser. Cuando calentemos el estómago, nos sentiremos tan reconfortados que  nos  quedaremos sopas.  La cuchara también sirve a veces para meter algo con cuchara en  la cabeza torpe de los sopazas, que, a buen seguro,  alguno se sentará a nuestra mesa.


Con la sopa y el caldo  hay que tener cuidado porque siempre nos pueden amargar el caldo,  por eso de si no quieres caldo, toma tres tazas. Tampoco conviene hacerle el caldo gordo a alguien, porque a veces las personas a las que hemos apoyado se dedican luego a revolver el caldo, generando disputas… Pero, en fin, ya que la cosa va de caldos, siempre nos quedará la posibilidad de poner  a caldo a quien se lo merezca.


También colocaremos  un aséptico tenedor, a la izquierda, para aquellos que son más de cuchillo y tenedor.

Y, por supuesto, los vasos y las copas. Un vaso no muy grande para que no nos podamos ahogar en él y una copa, no como la de un pino, para un buen vino que nos haga olvidar la copa del dolor. Después del banquete, si hemos comido algo flatulento, tenemos que tener cuidado para no irnos de copas…

Y de agasajo alguna chuchería, que dure más que un caramelo a la puerta de un colegio,  que se pueda chupar y que no sea  el espíritu de la golosina.  No nos gustaría nada que nos dijeran irónicamente lo que a Geroma: Toma, Geroma, pastillas de goma.



Que nadie proteste si no le gusta el menú, porque a gusto de los cocineros comen los frailes y siempre es más agradable estar de servilleta en el ojal, por ser convidados  en una comida, que doblar la servilleta porque nos morimos, y se acabó la tarea de comer para siempre.

Pero nos seamos muy glotones, porque el refranero nos anuncia y previene del peligro de la gula: de golosos y tragones están llenos los panteonesde grandes cenas están las sepulturas llenas.


Ya tenemos los utensilios de cocina,  mantel y servilleta, pero nos queda lo fundamental: contar con los ingredientes y cocinarlos. Pero eso será otro día…  

Y todos a colaborar, porque el que quiera peces, que se moje el culo, y si no haremos   como Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como.


(Se completará este tema con nuevos artículos).



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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.