domingo, 19 de febrero de 2023

"Querencia recíproca", de Marcelo Tettamanti

 

Marciano Sonoro Ediciones

89 páginas



Este es el segundo libro en solitario de Marcelo Tettamanti, después de Lugares comunes. Editado por Marciano sonoro, en una edición muy hermosa,  consta de 66 poemas, de distinta extensión. Hay poemas que ocupan más de una página y otros que no llegan a media docena de versos.

Tuve la suerte de presidir la mesa del acto de  presentación del libro Querencia recíproca en la Casa de León en Madrid, en la que el autor estuvo acompañado por la escritora Sol Gómez Arteaga y la cantautora Isamil9. En ese acto Marcelo Tettamanti recitó varios de los poemas contenidos en este poemario. Ya entonces me impresionó la belleza de  los textos y la emoción que ponía el poeta en la recitación.  

El    poemario Querencia recíproca habla de la vida, de la vida dolorida, de sueños perdidos y de esperanzas queridas, de decepciones y de  esperas, del pasado y del presente… Es la vida una rama con sus giros y torsiones, dice el poeta. Y en otro verso define la suya como una semilla que creció entre las baldosas. Esa semilla germina y crea emociones que el poeta transmite al lector. Semillas que el autor ha ido recogiendo, no como labrador, sino como pájaro,  un pájaro que sobrevuela las emociones, que las observa,  se las cuelga en las alas y vuelve al hogar por el que tiene querencia.

De las querencias habla esencialmente este poemario: de la necesidad  querer y de ser querido. Parece que  la querencia recíproca no es tanto la que tiene el autor, sino la que desea. La reciprocidad es imprescindible en la vivencia amorosa. El poeta nos habla de un amor que necesita implicación, compromiso, de un sentimiento que debe ser cosa de dos, pero ese  amor ha herido   y su alma tiene cicatrices. Ese abandono, ese amor no correspondido, le lleva a invitar a la amada a oler la tierra recién mojada. ¿Tal vez con el riego de sus lágrimas?

El símbolo máximo de ese amor parece el beso, que es que es como  un hilo conductor que une muchos poemas. El beso  del que nos habla es un símbolo de pasión, pero la pasión vivida en el pasado se ha quedado  convertida en ceniza.  Los   besos que evoca y que ansía  se han caído, se han perdido, se marchitan como pétalos. De esa pasión amorosa aparecen muestras abundantes, especialmente cuando en algunos poemas describe el encuentro amoroso, de una forma muy sugerente  y poética: de tu cadera dormida rezuman / verbos prohibidas. Y en otro verso: entre cuatro paredes / dos cuerpos amainan la tormenta. O también: Me quemé en el fuego del encuentro. El autor, para hablar de la pasión amorosa, recurre  a las imágenes del   fuego y   de la ceniza que son recurrentes en la literatura universal. Ese amor añorado, perdido, en cuya espera impaciente  se encuentra el autor, es su refugio ante la incertidumbre: ese es mi refugio. Pero ese amor buscado parece desvanecerse ante él, por ello, hasta sueña con encontrar un te quiero en un papel escondido en un bolsillo, cuando lo atenaza la soledad, cuando siente que la soledad / te duele en todo el cuerpo.

La espera de ese amor que no llega va recorriendo todo el poemario, como un cauce donde se van encontrando y recogiendo los sentimientos doloridos (y las lágrimas) que rezuman sus versos. Esa   búsqueda va de la niebla a la luz, que a veces parece  teñirse de mil colores, pero que al fin resulta engañosa, pues acaba vistiéndose de amarillo y, del tono otoñal, pasa después  al gélido invierno. Es muy hermoso ver como Marcelo Tettamanti juega con los símbolos naturales, las estaciones, la luz,  el ocaso, la niebla, la sombra… Se siente como un árbol que espera la señal / de la primavera, pero,  en su invierno, lo atenaza el silencio del que no consigue salir: habla la piedra / y yo aún permanezco mudo.

Otro  símbolo que se repite es el del  arcoíris y  la tierra mojada. Y a veces, la tormenta.  Tal vez son otro anuncio de las lágrimas derramadas, que están muy presentes en el poemario: la lágrima / perfila su forma en mi horizonte. Hay imágenes bellísimas cuando habla de las lágrimas: Dentro de la nube / mi alma se libera / y mis lágrimas / abrillantan las conchas / de los caracoles. Son lágrimas que causa el desamor, pero que le hacen sentirse vivo. Resulta más doloroso  cuando no están presentes las lágrimas, ya  que, en su sequía, se asemeja a un desierto lleno de incomprensión y de falta de afectos. Así te busco / con la esperanza de sentir / la vida más allá de mí. Y siempre  busca besos y  caricias que se mueren sin su dueño.

Además de ese amor de pareja perdido, el poeta siente que le faltan otros amores, amores lejanos en el tiempo y en el espacio. Marcelo Tettamanti es un emigrante, asentado en León, que hace unos cuantos años dejó atrás su Argentina natal. Allí quedaron muchas de sus querencias: su madre, sus paisajes, su paisanaje: hecho de tango y río / en cuna de llanura / nací para migrar. En sus versos está también su río Paraná: nací bajo la cruz del mar del sur, dice en otro verso. Allí, en el pasado y en la lejanía, se quedaron sus raíces: Vengo del tiempo en el que tenía / abuelos y era guapo. En el presente esas querencias le producen añoranza. Pero, a pesar de que se ha encontrado entre dos aguas sin saber  nadar, también  se siente bien acogido en su tierra de adopción, pues entre esas gentes  encontré / la esencia de mi tierra. Y la madre,  siempre abnegada, siempre amorosa…  Siempre presente. Siente que nació entre algodones de amor y que su madre le enseñó una forma de ver la vida. Su hijo también aparece en algunos poemas, le recuerda al niño que fue. También él transita por caminos / sinuosos y arbolados. Los abrazos del hijo cercano compensan los amores lejanos.

La pandemia, con su confinamiento,  asoma también entre algunos de sus versos: Camino por la casa y veo, / entre cuatro paredes un desierto. Hasta las mascarillas  se nos presentan con   imágenes que las embellecen y humanizan: hablan los ojos / asomados al balcón / de una mascarilla. Nos habla de días duros de ausencia de caricias y de abrazos.

Aunque el poemario habla más bien de la visión metafísica de la vida, de la espera, de la pérdida… también aparece la crítica social. Crítica  la “modernidad  líquida” de la que nos hablaba Zygmunt Bauman. Vamos como animales enfurecidos / detrás de las necesidades que nos han sido impuestas / esclavos sin saberlo.  Esa vida  impersonal, vida de pantallas,  vida de prisas para no ir a ninguna parte: corremos para ir a ningún lado…  Se critica la hipocresía,  la indiferencia y  el materialismo en varios poemas y, de forma especial, en el poema final: hincamos la rodilla al capital…  Olvidamos  pensar, leer, soñar

El poeta llega a preguntarse por qué los abrazos son tan huecos / y los besos me saben a mordiscos. Pero el gran tema del poemario es, sin duda, la visión de la vida. Una vida que no ha sido fácil para el poeta: la moneda  siempre fue  cruz. Nunca pude sonreír en plenitud, / siempre algo ahogó mi risa, se lamenta.  Hay un dolor del cuerpo y del alma que parece acompañarle en todo el poemario: no se me permite pedir / no se me permite llorar / solo esperar. Habla, pues, de decepciones, de sufrimiento, incluso de miedo, en su entorno familiar, de esperas no fructíferas, de sueños muertos. En muchos versos parece que hay un cansancio de vivir:  uno empieza a apagarse en los silencios. Intenta gritar, pero su grito es mudo. En algún caso, el dolor busca esconderse en el alcohol: cuando el alcohol me deja En ese cansancio también  la muerte traicionera amenaza  desde el  acantilado al que se asoma o en imagen  de una guadaña o  de un pájaro negro… El amor es el único  refugio ante la incertidumbre, pero su ausencia nos deja a la deriva.

Es un poemario escrito en versos libres, con una palabra poética muy cuidada. Usa muchas imágenes (metáforas y símbolos) para expresar sus sentimientos. Las lágrimas cobran un protagonismo especial, junto con el arcoíris, los truenos  y las tormentas que  las presagian y la tierra mojada que es su consecuencia. Está lloviendo en mis ojos. El invierno,  el desierto, el cántaro seco, las sombras, la niebla son imágenes  de la ausencia de amor. La negrura presagia la muerte. También encontramos bellas comparaciones: gritos como truenos negros, lágrimas como granizo helado.

Acompañamos al autor verso a verso sin que decaiga nuestra atención y nuestra emoción. El poeta logra cautivarnos con muchos de sus poemas. Creo que debemos pedir tres cosas a un texto para que sea verdadera poesía: emoción, ritmo y belleza en el uso de la  palabra poética. Pues las tres las consigue con creces este poemario de Marcelo Tettamanti.

Al llegar al final el lector siente con el escritor que, después de todo, la vida es una rama… con su hoja verde, / a centímetros de la hoja / muerta / como el sueño muerto / junto a la esperanza. La esperanza sigue ahí (el árbol espera la señal / de la primavera…)  en el simbolismo de  esa rama viva que  abraza la portada y contraportada, rama que sale de la casa del poeta en pos de un abrazo: el de la Querencia recíproca. 

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora.




Otras reseñas de poemarios en este blog:

"Cauces", Antonia Álvarez Álvarez

"Te lo dedico a ti", de Raúl Portugués Matilla

"Entre el jueves y la noche", de Manuel Ramos López

"Tréboles refulgentes", de Ana Ortega Romanillos

"El arca de los días", de Antonia Álvarez Álvarez

"Un árbol que tiembla",  de Isabel Marina

"Las caras de la sal",  de Margarita Campos


sábado, 11 de febrero de 2023

"Las caras de la sal", de Margarita Campos Sánchez

 

Editorial Visión libro, 2020

Páginas 143




Escribo…  Porque me lleno de brisas y también de tormentas…

Cien poemas forman el poemario Las caras de la sal de Margarita Campos Sánchez. Un hermoso título, cuya simbología se va “develando”, como dice Juanmaría G. Campal en el prólogo, a lo largo de su lectura.  Ante el mar, que contempla la marcha definitiva  de su amante, la poeta envía un beso bañado de sal… Con la mar se funde la sal de mis lágrimas, dice en otro poema. Y lágrimas del cuerpo o del alma se derraman en la mayoría de los textos.

Margarita Campos Sánchez es una escritora madrileña que participa de forma habitual en tertulias y encuentros poéticos. Ha colaborado y publicado en antologías poéticas y este es su segundo poemario en solitario, tras Sendero de sentimientos.

El poemario Las caras de la sal arranca con un poema en que la poeta se presenta como un ser raro, una persona que quiere romper con lo establecido, con las convenciones sociales, morales, literarias… Soy la loca /  que arrasa por las calles…/ cada predeterminado comportamiento / destruyendo saberes / y conciertos. En el poema 6 abunda en la misma actitud y se burla irónicamente de que alguien pueda considerarla amoral: Dicen que soy amoral. / Posiblemente lo sea.  Esa aparente no cordura la lleva a sentirse un paño de limpiar sombras. Ya sabemos, pues, cómo se siente Margarita Campos desde el inicio del poemario.

El tema nuclear de este poemario es el amor, o mejor, los sentimientos de añoranza y dolor que siente la poeta  por el abandono de la persona amada. La autora nos presenta en la mayoría de los poemas el sentimiento de pérdida. Y  ese sentimiento de pérdida va ligado a la noche. Es el ámbito de la noche lo que aviva el recuerdo y desencadena el dolor: Cae la noche / apagando las luces que llevamos dentro (poema 20). El amor ha sido algo pasajero en la vida de la poeta, un pequeño instante / que dulcificó el semblante y lo llenó de luz, pero ella se empeña en seguir  soñando,  persiguiendo ese amor: Pero soñar no es gratis / deja un sabor agridulce. Por ello, sus sueños están poblados de soledad.

El amanecer es, en algunos textos, un halo de esperanza para disipar el dolor que genera  la ausencia de la persona amada, un amanecer que nos llenará de luz.  En esa “presencia ausente” de la persona amada en algunos momentos parece que se levanta el ánimo de la poeta: Y seguiré con la costumbre de tenerte / por muy lejos que te encuentres (51). Incluso cree que es capaz de dejar de llorar y de olvidar: Olvidaré para poder renacer, para contradecirse en el verso siguiente: aunque no podré olvidar / cada momento que a tu lado pasé. Así pues, esa subida de ánimo suele acabar en espejismo, pues no siempre el amanecer mitiga el dolor: Hoy amanezco / huérfana de brazos que me acunen… Hoy, solo amanezco (15). El recuerdo de las noches de entrega entre los amantes siguen causando dolor. La autora  no  solo se lamenta de la ausencia de un  amado concreto, sino que se siente desgraciada por  no haber encontrado un  amor sincero a lo largo de  su vida: Siempre quise / simplemente querer. Pero no me quisieron…

Para buscar consuelo evoca la presencia  del amado ausente de forma mental  y de forma física. Hubo un tiempo / que me alimenté de amor /… Hoy me alimentan los recuerdos. Los sentimientos expresados son contradictorios, parecen moverse en vaivén. Por una parte, desea librarse del recuerdo de la persona amada, pero al mismo tiempo busca traer al presente, una y otra vez, las sensaciones que vivió con ella. Esa evocación está llena de sensualidad y de erotismo, pues  revive una relación amorosa  pasional que despierta los sentidos: sentimientos cargados de pasiones.

Aparecen sensaciones relacionadas con el oído, con el tacto, con la vista, con el olfato… Cobra una presencia especial el recuerdo de la voz del amado: El solo sonido de tu voz / reverberando a través del viento, / me trae aromas de amores, / flores y besos.  Son los versos que forman el poema 48. En este poema tiene una gran presencia la sinestesia, ya que mezcla sensaciones que captamos a través de distintos sentidos y también sentimientos con sensaciones. La sinestesia es uno de los recursos literarios más presentes en el poemario. En el 68 también aparece el deseo de oír de nuevo la voz del amado: los silencios / se hacen tan grandes /…esperando tu voz. La necesidad de querer, de  buscar amor y compañía la lleva a estar constantemente buscando esa red / ese abrazo / esa voz. También el sentido del tacto: unas sábanas le  recuerdan a la persona amada.

La pasión queda reflejada en la imagen del fuego, imagen recurrente del amor apasionado  en la literatura universal: Besos que encendían mi cuerpo hasta / convertirlo en cenizas. O también beso con sabor a deseos. O ardientes manos.  O labios ardientes. Son imágenes muy plásticas pues la evocación se hace en presente: Sé que me quieres / cuando tomas mi mano… O  quiero que sujetes mi cuerpo / llevándome al éxtasis deseado y soñado (89).

Ante la lejanía de la persona amada la poeta, además de dolor y soledad, siente desconcierto: me encuentro perdida / perdida fuera de tu mirada. Trata de consolarse con seguir aguardando: Cierro la ventana / y aguardo (19). Pero el ánimo vuelve a caer, porque está convencida de que la oscuridad me persigue / desde el principio de mis días (65). Y es que los sentimientos que expresa Margarita Campos en este poemario nos dan la sensación de que van  montados  en una montaña rusa, en una permanente contradicción. Pasado de presencia, presente de ausencia. Pasado de sonidos, presente de silencios. Noches de amor, noches de dolor. Momentos de esperanza, momentos de desolación… La mujer amante no se resigna a olvidar el amor: quiero seguir tatuada / en un rincón de tu cerebro. En otro poema dice: No, no aprendí a no tenerte. Y en el poema 38 asegura: Encerrada en el capullo / que aun siendo de seda / es una dura coraza que encierra / un corazón enamorado.  En varios momentos expresa su gran error sentimental: No aprendí a desamarte.

Hay algunos poemas (30, 31 ,33, 43…) que parecen hablar del goce de  la libertad o de la  falta de ella. La libertad entendida como atrevimiento para romper con las ataduras, con los grilletes, para recuperar la libertad que es presa. Aparecen los pies y las alas como símbolos que parecen querer alejarla de esa realidad dolorosa: Alas que vuelan / cual gaviotas. Pies libres. Pero la libertad ya no se estila. / La libertad calla.

Los  sentimientos presentes en estos poemas son sentimientos encontrados, pero vivencias que sentimos como verdad. Los seres humanos sufrimos por el desamor, por la soledad, y vivimos, con frecuencia, sentimientos contradictorios. Es esencia del ser humano. Nos empeñamos en seguir amando a quien nos ha causado daño y aún nos sigue dañando a través del recuerdo. Pero esa contradicción hace más creíbles los sentimientos. Y aquí nos hace más cercano y real el yo lírico de la poeta, porque este poemario gira en torno a ese yo. Sentimos que la poeta se desnuda, verso a verso,  por eso sus sentimientos los hacemos nuestros.

Los cinco últimos poemas tienen un corte muy diferente, el de una mujer que encuentra el verdadero amor, un amor generoso y sin condiciones: el amor de madre.  La madre que se enamora, con un  amor sin medida y se siente gozosa al ver la carita de su hija recién nacida. Si los anteriores son poemas de noche, estos son poemas de luz. Esta imagen u otras similares se repiten en ellos. Me enamoré de ti, / y de la curiosidad de tu mirada. Poemas dedicados a sus tres hijas Elena, Sandra e Irene y a otros seres queridos: Con colores dorados y azules / eclipsó la luz del día, dice de su tercera hija. Y remata con un poema lleno de tequieros.

Desde el punto de vista formal, los poemas están escritos en versos libres. La autora proclama el amor al verso libre y hace una declaración poética: Libre de todo impedimento / quiero escribir mis versos y asegura que están escritos sin métrica ni rimas,  pero, en varios poemas, nos sorprende con llamativas asonancias. También aparecen concatenaciones (26) y paralelismos  como  otros elementos de ritmo.

 Ya he comentado más arriba la importancia de la sinestesia para hablar de la pasión, pero se repite también  en otros poemas: suave calor, rocío perlado, sentimiento sepia, piel de seda, versos dulces, suspiros de anhelos… Por supuesto, aparecen también  símbolos: las alas, la noche, el alba  Y sugerentes metáforas: me balanceo en tus pupilas, tormenta de pasiones… 

Los poemas carecen de título. Ese es un aspecto que les da unidad y continuidad temática y contribuye a que el lector sienta que las emociones que le llegan se presenten como matices de un único sentimiento, la montaña rusa del desamor y la soledad que siente la protagonista femenina de esos versos. Es como un círculo amargo del que no puede salir  y que la lleva a una reflexión existencialista  sobre el sentido  de la vida: Los seres humanos llevamos sobre los hombros / una carga / que no nos deja levantar / el alma hacia el firmamento, dice en el poema 8. Más adelante repite: Solo la inexistencia / me sería agradable. Incluso en un poema se siente como una mercadería que se vende por piezas (85). Grito, / pero me estrello contra el muro de silencio (94). Y  al final de su trayectoria se siente aprisionada por la verdad y con una carga de alas rotas, dispuesta a asumir el vacío, el pasado, el silencio… Pero, sobre todo, desearía volver atrás para no tener que soportar esa pérdida.

Este poemario va creciendo en intensidad emotiva y en calidad literaria a medida que avanzamos por sus versos y nos dejamos seducir por ellos. La autora dice en el poema 32 que escribe porque tiene palabras / con las que emocionar a quien me lea. Escribo… Por poner palabras de abono en la tierra / donde flores silvestres / se enamoren de ellas.

Y, aunque en otro poema decía: Hoy vuelan poemas / sin que nadie los recoja, / sin que nadie los sienta / en su corazón y mente…, los poemas de Margarita Campos Sánchez sí han encontrado lectores que los recojan y  los sientan. Al fin, han conseguido abonar la  tierra y enamorar  a las “flores silvestres”.

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura.

 




Otras reseñas de poemarios en este blog:

"Cauces", Antonia Álvarez Álvarez

"Te lo dedico a ti", de Raúl Portugués Matilla

"Entre el jueves y la noche", de Manuel Remos López

"Tréboles refulgentes", de Ana Ortega Romanillos

"El arca de los días", de Antonia Álvarez Álvarez

"Un árbol que tiembla",  de Isabel Marina




 

 

lunes, 6 de febrero de 2023

"¡Mujeres que cuentan!", de Margarita Cueto Veiga y Nuria Sánchez Villadangos

 

Ilustradora: Marta Ponce

Platero Editorial, 2022

Páginas 114




Margarita Cueto Veiga y Nuria Sánchez Villadangos tienen en común que son filólogas, la primera, licenciada en Filología Hispánica;  la segunda, doctora en la misma especialidad.  Ambas son profesoras de Lengua castellana y Literatura de Educación Secundaria. Ambas han recibido premios por sus respectivos trabajos de investigación. Ambas son creadoras de un  blog de contenido literario latintaentretusdedos.com y escriben una colaboración semanal en  el diario  digital Leonoticias, consistente en una reseña de una obra literaria, acompañada de una entrevista a su autor o autora (hace un año tuvieron la gentileza de dedicar un espacio  a mí libro Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio). Y ambas fueron galardonadas en 2021, con el Premio Nacional, otorgado por el Ministerio de Defensa, en la categoría de docencia no universitaria, por   su proyecto La lectura de valores y el valor de la lectura.

Este libro, ¡Mujeres que cuentan!, nace del entusiasmo que las dos sienten por la literatura,  por la docencia y por su compromiso social como mujeres. Entusiasta y entusiasmo proceden de  “en-theos”, persona poseída por  un dios. De ese “dios” del entusiasmo nace el bellísimo libro que tengo entre las manos. Bello por la temática y por su forma de presentarla  y también por las hermosas ilustraciones de Marta Ponce. Las autoras  nos dejan en el libro su entusiasmo como hicieron en vida todas y cada una de las mujeres que se  retratan en él. “Dejo a las mujeres de España mi entusiasmo por la vida. Nada  más. Es todo lo que tengo”, dice María Teresa León en esta frase que incluyen en la obra.

Después de leer el prólogo de Nuria Capdevilla Argüelles, catedrática de la Universidad de Exeter (Reino Unido), y  la introducción de las autoras, los lectores tenemos constancia de que la finalidad de este libro es didáctica y de que va  dirigido esencialmente a alumnos  y alumnas de ESO y Bachillerato, aunque no de forma exclusiva, pues es un libro con cuya lectura puede gozar cualquier tipo de  lector.

Las autoras seleccionan veinte "mujeres que cuentan", cuya vida transcurrió esencialmente en el siglo XX. Se fijan, sobre todo,  en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado. Las mujeres de las que hablan en el libro son escritoras, pintoras, científicas, filósofas…  Son mujeres  “prolíficas, incansables, pioneras, exiliadas” y  unidas por relaciones de amistad, por su defensa del feminismo  o  por vinculaciones de  tipo cultural o sociopolítico. Todas ellas fueron poco o nada reconocidas en la época en que les tocó vivir, especialmente  si las comparamos con sus contemporáneos varones de méritos similares,  y que, a diferencia de ellas, gozaron de gran reconocimiento social e intelectual.  

Pocas de las  mujeres  que aparecen  en ¡Mujeres que cuentan! tuvieron el reconocimiento que merecieron en su juventud y madurez. Quizá la más valorada fuera  Concha Espina, que fue tres veces propuesta para el Nobel. Algunas tuvieron que esperar décadas para que su valía fuera plenamente reconocida, tal es el caso de la filósofa María Zambrano o de la escritora Carmen Conde, que terminó siendo  la primera mujer académica  de la Real Academia Española. Entre las veinte seleccionadas, además de escritoras y periodistas, aparecen también pintoras, como Maruja Mallo y Delhy Tejero, escultoras, como Marga Gil Roësset o científicas, como María Cegarra.

Las  escritoras de las que hablan  han estado durante décadas ausentes de los libros de texto de literatura española. Los profesores de la materia de las últimas décadas del siglo XX, veíamos curso a curso cómo, después de las escritoras románticas (Rosalía de Castro, Coronado y Avellaneda) y la realista Pardo Bazán, los nombres de mujer volvían a desaparecer de los manuales  de literatura de Enseñanza Secundaria. Pero  ahí estaban ellas, aunque silenciadas,  y tímidamente empezaban a  ser mencionadas en actos, exposiciones, conferencias  y en la voz del profesorado más informado y comprometido, que subsanaba esos silencios.

En el libro de las profesoras Margarita Cueto y Nuria Sánchez tienen  un hueco ese grupo de  escritoras esposas, que estaban a la altura de sus maridos, pero que quedaban ocultadas  tras la sombra de estos. Casos como el de Zenobia Camprubí, con Juan Ramón Jiménez, o  escritoras del 27 como Concha Méndez, esposa de Manuel Altologuirre,   María Teresa León, esposa de Rafael Alberti o Ernestina de Champourcín, esposa de José Domenchina. Y  el caso más sangrante  fue el de María de la O Lejárraga, que escribió más de cien obras y las ocultó bajo el nombre de su marido, el escritor Gregorio Martínez Sierra. Es la autora más silenciada, la que califican de “autora invisible”.  También nos produce emoción encontrarnos  entre las “mujeres que cuentan” con Pilar Valderrama, esa Guiomar que fue famosa en la voz (masculina) de Antonio Machado y menos por sus propios méritos literarios, que fueron muchos. También nos impresionan mucho las vidas de  Margarita Ferreras, recluida en un psiquiátrico,  o la de la escultora Marga Gil Roësset, que se quita la vida en plena juventud.  Cuando repasamos las biografías de estas mujeres sentimos una viva emoción y una profunda sensación de injusticia.

Por eso esta obra era, y es,  necesaria. Lo es para llevarla a las aulas, con el fin de darle una vuelta a la enseñanza de la literatura española, y lo es también fuera de ellas. Las autoras nos acercan a estas mujeres  silenciadas en su época y tratan de situarlas en el pedestal que les debió corresponder, cuando en su juventud mostraban su rebeldía y  su espíritu reivindicativo, tanto  en lo intelectual como en    lo social. Y especialmente  en su feminismo. Y nos las acercan de una forma muy plástica y muy emotiva, haciendo brillar  el  espíritu de estas mujeres, que no se rindieron en su lucha por la dignidad. A cada una de las veinte mujeres seleccionadas le dedican un capítulo y todos tienen el mismo formato, sin que  percibamos   diferencia de pluma entre las dos autoras.

Después de presentarnos el nombre de la mujer a la que se dedica cada apartado, incluyen una breve frase de cada una de ellas. Sigue   una explicación muy sucinta (un párrafo) que las sitúa en el tiempo y en el lugar de nacimiento. María Zambrano: “Nací en la ciudad de Vélez-Málaga, el  22 de abril de 1904…”. Alfonsa de la Torre: “Nací en Cuéllar, Segovia, el 4 de abril de 1915…”. Y a continuación mencionan, casi siempre, a modo de pincelada rápida,  un hecho que ocurre en torno a ese año. Un hecho  literario, social, deportivo, científico… “1903, año en que la británica Dorothy Levitt fue la primera mujer que compitió en una carrera de automóviles”, referido a  María Teresa León. Esa ráfaga cronológica sirve para destacar  algún  hito que  se estaba produciendo cuando  esa mujer venía al mundo, protagonizado unas veces por hombres y otras por mujeres. En algún caso, sin embargo, relacionan su nacimiento con un hecho futuro: “Cien años después de nacer Maruja Mallo la escritora Gioconda Belli recibe el Premio Internacional de Poesía Generación del 27”. La mención de este hecho literario parece que fuera un homenaje a aquellas escritoras del 27 que en su día no fueron reconocidas: Concha Méndez, Pilar Valderrama, Rocío Sánchez, Rosa Chacel, Margarita Ferreras, María Teresa León, María Zambrano y otras más del grupo de Las  Sinsombrero que ahora se vuelven a reunir y a estrechar lazos  en este  libro.

A continuación de esa sucinta presentación inicial, aparece un apartado con título triple: Piensa, Recuerda, Atrévete. En Piensa nos dan algún dato esencial para recordar y valorar a la persona de cada “mujer que cuenta”.  En Recuerda nos suelen presentar algún pensamiento de la mujer de la que se trate (a veces en verso), reproducido con palabras la propia autora.  Y en Atrévete invitan a llevar a nuestra vida algunos de los valores que representó esa mujer y su actitud ante la vida. En este último apartado el componente educativo cobra especial interés. Atrévete: “A guiar tu vida asumiendo la ética de tus acciones”, “A ser tú para que siga viva la llama roja de tu corazón”, “A ser de Ciencias y de Letras”… El uso de los imperativos en segunda persona deja claro que apostrofan al lector.

Tras  pedir la implicación del lector  en el apartado anterior, nos presentan un texto más largo (un par de páginas) en que se nos cuentan aspectos significativos de la vida y personalidad de la mujer retratada. Esta parte, lo mismo que la  breve presentación biográfica inicial, suele estar escrita en primera persona, de forma que parezca que es  la propia protagonista,  la que nos presenta aspectos de su vida y de su pensamiento.  También  incluyen textos escritos por la protagonista. El uso de la primera persona en la parte narrada por las autoras y en la que cuenta la protagonista le da uniformidad narrativa y  estilística.   Además,  es un acierto, porque el personaje se presenta con más verdad y con más cercanía y la evocación resulta mucho más emotiva para el lector, especialmente, para el lector adolescente. El que las autoras se metan en la piel  de  estas mujeres y las  hagan hablar  a través de su pluma   es otro de los aciertos del libro.

Una vez presentadas todas estas mujeres “que cuentan”, incluyen dos apartados finales, bajo el título genérico Caminando junto a ellas, que tienen corte claramente didáctico: Educar para la igualdad. Formar para transformar y Educar para pensar. Crear para recordar. En ellos presentan  muchas  y variadas actividades en las que complementan el trabajo   para llevar al aula. En algunas de ellas proponen ir más allá y buscar otros materiales para ampliar lo leído: documentales, manifiestos, datos nuevos  sobre  los personajes y la época, información sobre organizaciones con las que estuvieron vinculadas, exilio, movimientos literarios…  También proponen realizar ejercicios creativos de diversos tipos: escritura literaria, grabaciones, representaciones, debates… Estas propuestas son muy interesantes y tienen un gran valor educativo pues van orientadas a educar en la igualdad, en el respeto, en la tolerancia, en la no violencia… Y también pueden suscitar en el lector adulto la curiosidad por saber más sobre este tema.

Este libro presenta muchos valores, pues, aparte de sacar de la sombra a estas mujeres y valorarlas como se merecen y de ser una obra muy bella desde el punto de vista formal, es claramente una obra didáctica. Las autoras enseñan la materia  Lengua y Literatura, pero además quieren enseñar a madurar a su alumnado, a  pensar: a vivir. Aspiran a  transformar la sociedad a través de la educación, gran reto siempre pendiente de  conseguir. Y lo hacen con un lenguaje cuidado, incluso literario, pero sin perder nunca la claridad estilística. Así,   además de ilustrarnos, consiguen emocionarnos y hacernos seguidores de su causa. Por todo ello,   merecen mi enhorabuena por este trabajo. 

Estamos ante una edición muy clara y visual, por la tipografía,  las ilustraciones y la disposición del contenido, con textos escuetos, que hacen la  lectura fácil para los adolescentes que viven inmersos en la cultura de la imagen. Se nota que las autoras son docentes, por tanto, maestras en saber enseñar  sin cansar.     Y también está de enhorabuena todo el profesorado que pueda llevar este libro al aula  para trabajar con él en las clases de Lengua castellana  y Literatura, para educar en valores y  para transmitir a los adolescentes el entusiasmo de Margarita Cueto  Veiga y Nuria Sánchez Villadangos por reivindicar el papel de la mujer en la historia y en la sociedad actual y por seguir educando. Su obra se suma a otras iniciativas recientes,  como la  excelente exposición sobre Las Sinsombrero, en el Centro Cultural Fernán Gómez, y  la dedicada,  meses atrás, a Clara Campoamor, en la BNE. Ambas en Madrid. 

Todavía sigue siendo necesario  poner luz en la oscuridad en la que la historia de nuestro país  ha escondido a muchas mujeres notables que lucharon por mejorar la vida de todas nosotras. Y quizá algún día las autoras de ¡Mujeres que cuentan! (del siglo XX) puedan completar este trabajo  y sacar a la luz a otras tantas  mujeres de siglos anteriores que también necesitan que alguien les preste la voz, porque su legado sigue vigente  y “hoy es un deber inexcusable reconocerlas como referentes de la Cultura”.


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura




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