Marciano Sonoro Ediciones
89 páginas
Este es el segundo libro en solitario de Marcelo Tettamanti,
después de Lugares comunes. Editado
por Marciano sonoro, en una edición muy hermosa, consta de 66 poemas, de distinta extensión. Hay poemas que
ocupan más de una página y otros que no llegan a media docena de versos.
Tuve la suerte de presidir la mesa del acto de presentación del libro Querencia recíproca en la Casa de León en Madrid, en la que el autor
estuvo acompañado por la escritora Sol
Gómez Arteaga y la cantautora Isamil9. En ese acto Marcelo Tettamanti recitó
varios de los poemas contenidos en este poemario. Ya entonces me
impresionó la belleza de los textos y la
emoción que ponía el poeta en la recitación.
El poemario Querencia
recíproca habla de la vida, de la vida dolorida, de sueños perdidos y de
esperanzas queridas, de decepciones y de esperas, del pasado y del presente… Es la vida una rama con sus giros y
torsiones, dice el poeta. Y en otro verso define la suya como una semilla que creció entre las
baldosas. Esa semilla germina y crea emociones que el poeta transmite al
lector. Semillas que el autor ha ido
recogiendo, no como labrador, sino como pájaro, un pájaro que sobrevuela las emociones, que
las observa, se las cuelga en las alas y vuelve al hogar por el que tiene querencia.
De las querencias habla esencialmente este poemario: de la necesidad querer y de ser querido. Parece que la querencia recíproca no es tanto la que
tiene el autor, sino la que desea. La reciprocidad es imprescindible en la vivencia
amorosa. El poeta nos habla de un amor que necesita implicación, compromiso, de
un sentimiento que debe ser cosa de dos, pero ese amor ha herido y su
alma tiene cicatrices. Ese abandono,
ese amor no correspondido, le lleva a invitar a la amada a oler la tierra recién mojada. ¿Tal vez con el riego de sus
lágrimas?
El símbolo máximo de ese amor parece
el beso, que es que es como un hilo
conductor que une muchos poemas. El
beso del que nos habla es un símbolo de
pasión, pero la pasión vivida en el
pasado se ha quedado convertida en
ceniza. Los besos que evoca y que ansía se han
caído, se han perdido, se marchitan
como pétalos. De esa pasión amorosa aparecen muestras abundantes,
especialmente cuando en algunos poemas describe el encuentro amoroso, de una forma
muy sugerente y poética: de tu cadera dormida rezuman / verbos prohibidas.
Y en otro verso: entre cuatro paredes
/ dos cuerpos amainan la tormenta. O también: Me quemé en el fuego del encuentro. El autor, para hablar de la
pasión amorosa, recurre a las imágenes
del fuego y
de la ceniza que son recurrentes en la literatura universal. Ese amor
añorado, perdido, en cuya espera impaciente se encuentra el autor, es su refugio ante la
incertidumbre: ese es mi refugio.
Pero ese amor buscado parece desvanecerse ante él, por ello, hasta sueña con
encontrar un te quiero en un papel
escondido en un bolsillo, cuando lo atenaza la soledad, cuando siente que la
soledad / te duele en todo el cuerpo.
La espera de ese amor que no llega va
recorriendo todo el poemario, como un cauce donde se van encontrando y
recogiendo los sentimientos doloridos (y las lágrimas) que rezuman sus versos.
Esa búsqueda va de la niebla a la luz, que a veces
parece teñirse de mil colores, pero que
al fin resulta engañosa, pues acaba vistiéndose
de amarillo y, del tono otoñal, pasa después al gélido
invierno. Es muy hermoso ver como Marcelo Tettamanti juega con los símbolos
naturales, las estaciones, la luz, el
ocaso, la niebla, la sombra… Se siente como un árbol que espera la señal / de la primavera, pero, en su invierno, lo atenaza el silencio del que
no consigue salir: habla la piedra / y yo
aún permanezco mudo.
Otro símbolo que se repite es el del arcoíris y la tierra mojada. Y a veces, la tormenta. Tal vez son otro anuncio de las lágrimas derramadas,
que están muy presentes en el poemario: la
lágrima / perfila su forma en mi horizonte. Hay imágenes bellísimas cuando
habla de las lágrimas: Dentro de la nube
/ mi alma se libera / y mis lágrimas / abrillantan las conchas / de los
caracoles. Son lágrimas que causa el desamor, pero que le hacen sentirse
vivo. Resulta más doloroso cuando no
están presentes las lágrimas, ya que, en
su sequía, se asemeja a un desierto lleno
de incomprensión y de falta de afectos. Así
te busco / con la esperanza de sentir / la vida más allá de mí. Y siempre busca
besos y caricias que se mueren sin su dueño.
Además de ese amor de pareja perdido,
el poeta siente que le faltan otros amores, amores lejanos en el tiempo y en el
espacio. Marcelo Tettamanti es un emigrante, asentado en León, que hace unos
cuantos años dejó atrás su Argentina natal. Allí quedaron muchas de sus
querencias: su madre, sus paisajes, su paisanaje: hecho de tango y río / en cuna de llanura / nací para migrar. En
sus versos está también su río Paraná: nací
bajo la cruz del mar del sur, dice en otro verso. Allí, en el pasado y en
la lejanía, se quedaron sus raíces: Vengo
del tiempo en el que tenía / abuelos y era guapo. En el presente esas
querencias le producen añoranza. Pero, a pesar de que se ha encontrado entre
dos aguas sin saber nadar, también se siente bien acogido en su tierra de
adopción, pues entre esas gentes encontré / la esencia de mi tierra. Y la
madre, siempre abnegada, siempre amorosa… Siempre presente. Siente que nació entre algodones de amor y que su madre
le enseñó una forma de ver la vida. Su hijo también aparece en algunos poemas,
le recuerda al niño que fue. También él transita por caminos / sinuosos y arbolados. Los abrazos del hijo cercano
compensan los amores lejanos.
La pandemia, con su
confinamiento, asoma también entre
algunos de sus versos: Camino por la casa
y veo, / entre cuatro paredes un desierto. Hasta las mascarillas se nos presentan con imágenes que las embellecen y humanizan: hablan los ojos / asomados al balcón / de una
mascarilla. Nos habla de días duros de ausencia de caricias y de abrazos.
Aunque el poemario habla más bien de
la visión metafísica de la vida, de la espera, de la pérdida… también aparece
la crítica social. Crítica la “modernidad líquida” de la que nos hablaba Zygmunt
Bauman. Vamos como animales enfurecidos /
detrás de las necesidades que nos han sido impuestas / esclavos sin saberlo.
Esa vida impersonal, vida de pantallas, vida de prisas para no ir a ninguna parte: corremos para ir a ningún lado… Se critica la hipocresía, la indiferencia y el materialismo en varios poemas y, de forma
especial, en el poema final: hincamos la
rodilla al capital… Olvidamos pensar, leer, soñar…
El poeta llega a preguntarse por qué los abrazos son tan huecos / y los
besos me saben a mordiscos. Pero el gran tema del poemario es, sin duda, la
visión de la vida. Una vida que no ha sido fácil para el poeta: la moneda
siempre fue cruz. Nunca pude
sonreír en plenitud, / siempre algo ahogó mi risa, se lamenta. Hay
un dolor del cuerpo y del alma que parece acompañarle en todo el poemario: no se me permite pedir / no se me permite
llorar / solo esperar. Habla, pues, de decepciones, de sufrimiento, incluso
de miedo, en su entorno familiar, de esperas no fructíferas, de sueños muertos. En muchos versos parece
que hay un cansancio de vivir: uno
empieza a apagarse en los silencios. Intenta gritar, pero su grito es mudo.
En algún caso, el dolor busca esconderse en el alcohol: cuando el alcohol me deja… En
ese cansancio también la muerte traicionera
amenaza desde el acantilado al que se asoma o en imagen de una guadaña o de un pájaro negro… El amor es el único refugio ante la incertidumbre, pero su ausencia
nos deja a la deriva.
Es un poemario escrito en versos
libres, con una palabra poética muy cuidada. Usa muchas imágenes (metáforas y
símbolos) para expresar sus sentimientos. Las lágrimas cobran un protagonismo especial, junto con el arcoíris, los truenos y las tormentas que las presagian y la tierra mojada que es su consecuencia. Está lloviendo en mis ojos. El invierno,
el desierto,
el cántaro seco, las sombras, la niebla… son imágenes de la ausencia de amor. La negrura presagia la muerte. También encontramos
bellas comparaciones: gritos como truenos
negros, lágrimas como granizo helado.
Acompañamos al autor verso a verso
sin que decaiga nuestra atención y nuestra emoción. El poeta logra
cautivarnos con muchos de sus poemas. Creo que debemos pedir tres cosas a un
texto para que sea verdadera poesía: emoción, ritmo y belleza en el uso de
la palabra poética. Pues las tres las
consigue con creces este poemario de Marcelo Tettamanti.
Al llegar al final el lector siente
con el escritor que, después de todo, la vida es una rama… con su hoja verde, /
a centímetros de la hoja / muerta / como el sueño muerto / junto a la esperanza. La esperanza sigue ahí (el árbol espera la señal / de la primavera…)
en el simbolismo de esa rama viva que abraza la portada y contraportada, rama que
sale de la casa del poeta en pos de un abrazo: el de la Querencia recíproca.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora.
"Cauces", Antonia Álvarez Álvarez