domingo, 24 de noviembre de 2024

Llora la vida

 



Gritos como cuchillos hieren el aire

y  le  arrebatan el oxígeno de la dignidad.

Y esa mujer se  va asfixiando...

Sus días  se van tiñendo de noche en cada ocaso.

Noches y miedos. Miedos y noches.

Y el mundo sigue rodando…

Pero  hoy la luz lacerante del alba le ha cerrado los ojos.

Impotencia, rabia, vacío, dolor…

Las violetas rezuman lágrimas de amargura.

Sollozan las palabras.

¡Llora la vida!


 © Margarita Álvarez Rodríguez

25N 2024

DÍA MUNDIAL

PARA LA ERRADICACIÓN 

DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Omaña, la voz del agua: Una manera de sentir, por Sol Gómez Arteaga





El pasado 8 de noviembre de 2024  se presentó en la Casa de León en Madrid el libro Omaña, la voz del agua, de Margarita Álvarez Rodríguez. La obra  se divide en tres grandes bloques: Una manera de vivir, Una manera de sentir y Una manera de decir (mal). La escritora leonesa Sol Gómez Arteaga participó en dicha presentación e hizo  un análisis concienzudo,   emotivo y, en gran  medida, literario de la segunda parte del libro:  Una manera de sentir. Se reproduce a continuación el contenido de su disertación.


Una manera de sentir, por Sol Gómez Arteaga


Quiero felicitar a Margarita por este nuevo e ingente trabajo que hoy nos presenta “Omaña, la voz del agua”, que completa  publicaciones anteriores “El habla tradicional de la Omaña Baja” (2010) y “Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio” (2021), en las que desde el punto de vista literario y lingüístico -lo lingüístico siempre está presente en su obra-,  aborda sus lugares de apego. Ello le ha valido la distinción de Omañesa del año 2.013, otorgada por el Instituto de Estudios Omañeses y la de socia de honor del Ateneo Rural Urbicum en el año 2.023.  (También escribe poemas, relatos, reseñas, artículos que plasma en ese estupendo blog titulado “De la palabra al pensamiento” (www.larecolusademar.com), imparte conferencias, promueve actos culturales, vinculados muchos de ellos con la Casa de León en Madrid  y, en suma, realiza un trabajo imparable en pro de la cultura en general y de la cultura leonesa en particular).

 Margarita es escritora, docente con una trayectoria de cuarenta años de trabajo en la enseñanza, promotora y revitalizadora de la cultura de nuestra tierra, lingüista y amiga, y por todo ello es un honor que haya querido contar conmigo esta tarde en esta mesa para que hable de la segunda parte de su libro: Una manera de sentir, es decir, una manera de percibir Omaña a través de los sentidos. Es esta la parte más literaria, como así nos lo expresa ella al comienzo del capítulo, pero también, sin duda, la parte más de entraña del libro, la parte más emocional.

La emoción se define como una alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática. Verba movent, las palabras conmueven, y sus palabras llenas de evocaciones de sus lugares de apego, de recuerdos plagados de olores, colores, sonidos…, hacen contacto con los lectores, y nos mueven, conmueven, remueven, y desde luego, no nos dejan indiferentes.  

Divide esta segunda parte en una tierra que habla, una tierra que inspira, una tierra que canta.

En Una tierra que habla, Omaña se convierte a través de sus componentes naturales en un cuerpo vivo que nos cuenta en primera persona sus vivencias.

Se presenta a sí misma como una anciana escondida entre montes del noroeste de León, tan bella que le ha valido el atributo moderno de Reserva Mundial de la Biosfera. Se define como laboriosa, agradecida, acogedora, leal. Lamenta el abandono –ese mal endémico de lo rural- de que es objeto, se duele de ese jingrio (jolgorio) de chiguitos que ya no escucha, como ya no escucha  los sonidos de animales o el bullicio de las gentes por sus calles, reivindica tener un médico que atienda la salud de sus habitantes, que se cuiden sus montes, que se desbrocen sus caminos. No obstante, elige ver el mundo desde una óptica positiva. Y sueña con poder compartir los dones de sus cielos azules y el verdor de sus profundos valles, siendo su máximo deseo que la conozcan y reconozcan en toda su riqueza natural, que es mucha.

Habla el camino, orgulloso de su destino, de servir de comunicación  entre personas de tantas generaciones como han pasado por él y ser guardián entre las piedras de un sinfín de conversaciones escuchadas en el transcurso del tiempo. Tan humilde que su única pretensión es seguir siendo lo que es, camino, en presente.   

Habla el árbol, no un árbol cualquiera, sino un chopo del país, espectador privilegiado que contempla la vida desde arriba, y nos presenta a sus hermanos los alisos, las cerezales, las paleras, los salgueros, las nogales, las perales, los  manzanales, las brunales, los negrillos u olmos, y también los sabugos, avellanos, castañales, robles, rebollos, bidules o abedules, pinos, acebos… que conforman variada familia del paisaje omañés. 

Habla la casa típica de Omaña, de piedra y barro, humildes materiales, dice, con los que hicieron milagros, los canteros, con su cocina como eje de la vida doméstica, aunque no menos importantes fueron el resto de habitáculos (dormitorios, pajar, cuadra, corral). Una casa ya remozada y modernizada que, tras dar cobijo a cinco generaciones de una misma familia, conserva la memoria olfativa de antaño (a pan recién amasado, a manzanas, a matanza, a rosas), también la memoria gustativa (a patatas con bacalao, a berza, a sopas de ajo).

Habla el pozo, cuya vida ha corrido paralela a la de la casa, hoy un poco abandonado e inútil por mor del agua corriente y del progreso. Es por ello que reivindica, con un poco de amargura creo yo, su papel de símbolo de trabajo de la mujer campesina que ha acudido a él para atender necesidades básicas de la familia (saciar la sed, poder cocinar o lavar el sudor de sus fatigas).

Pozo que inspira el capítulo Ser pozo. En Paladín (León). Foto: MAR

Habla la huerta, cuya vida trascurre al compás de las estaciones, y sus productos se han visto mejorados gracias a toda una cultura de ensayo y error que ha ido pasando por transmisión oral de generación en generación. Huerta cuidada con amor y mimo también por mujeres.

Habla la piedra pequeña, ligera, aventurera, como la de León Felipe que cambia de lugar según el arbitrio de las gentes que pasan por su lado y la meteorología, pero también habla la piedra grande, y entre otras, la Peña de la Fortuna, que es seña de identidad para los omañeses y símbolo de buena suerte para los viajeros que, en busca de un destino mejor, la encontraban a su paso.  Piedra que no muere porque no vive, piedra que frente a la inconsistencia humana, nos dice, vive un presente eterno.

Y hablan las estaciones. Su primavera llena de vida y del color que nos regala sus frutos y flores, sus hierbas y plantas aromáticas y que, como dijera el poeta, también en Omaña, tarda. En ella el agua, tras el desnevio o deshielo, cobra protagonismo especial. 

Su verano o braño, corto, de noches tan frescas que a veces requieren el abrazo de un cobertor. Tiempo de siega, de regreso de gentes que tienen sus raíces en Omaña, retornando entonces, con el jingrio (bullicio) de rapaces y no tan rapaces sentados al oscurecido al fresco, la ilusión de tiempo detenido en el tiempo.    

Su otoño convertido en un crisol de colores rojos y encarnados, de sabores, emociones, sensaciones voluptuosas.

Su invierno, estación desnuda, blanca, la más desvalida, de la pausa y el silencio aparente de puertas para fuera, pero de intensa convivencia vecinal.

 

Todos esos elementos que componen Omaña hablan a través de la voz de Margarita que nos transmite su sentir desde los lugares de apego, matria y patria, lugar del padre y de la madre respectivamente, en los que fue bendecida, acariciada, y que por eso mismo son caricia para nosotros, sus lectores.

Nos muestra unos usos y costumbres, unas formas de ser, de hacer, de  sentir, de hablar, de un tiempo pasado que, como la autora señala, se hacen presentes de nuevo en la evocación, en la palabra dicha, pronunciada, escrita, para perpetuar y quedarse en la memoria colectiva.

Asimismo nos regala la autora toda una ristra incalculable de palabras (esto es una constante en su obra como lingüista ineludible que es) que son patrimonio cultural importantísimo, pero también de refranes, dichos populares y saberes recogidos de las gentes sabias de su tierra. En la página 299 sin ir más lejos, hablando de la lluvia que, a veces, acompaña a la estación del verano, en dieciséis  líneas nos obsequia con cinco refranes seguidos: Merculina a los nueve días termina. Si llueve por Santa Ana, llueve un mes y una semana. Agua en agosto, poca miel y mucho mosto. Septiembre o seca las fuentes o lleva las fuentes (o los puentes). En septiembre, el que no tenga ropa que tiemble.  

También nos regala sensaciones. Nos invita a conocer y a disfrutar de lo que ella conoce y disfruta, de lo que la emociona, de lo que filtra a través de su atenta y sensible mirada, oído, gusto, tacto, olfato (esos cielos azules, esos ríos cristalinos, esas vallinas verdes de vida), haciendo que nos fijemos en ellos y los hagamos propios. A estas alturas sabemos que no solo de pan vive el hombre y entonces Margarita, cumpliendo con la máxima de Shakespeare en “Romeo y Julieta”: “Cuanto más (te) doy más tengo”, que la autora incorpora para sí y hace propia, nos regala también poesía.

Rescato en este punto unos preciosos párrafos que evocan ese tiempo de frutos y sensaciones de la estación en la que nos encontramos, pg. 301.  

Es tiempo de frutos. Sensaciones voluptuosas nos rodean por doquier. Las patatas se desnudan ante nuestros ojos, el olor a nueces envuelve nuestro olfato, los magostos de castañas deleitan nuestro gusto, la tersura de las manzanas verdes, amarillas y rojas acaricia nuestro tacto, viento de otoño resuena en nuestros oídos. Un tiempo que alerta todos los sentidos. Las ramas llenas de fruta cabecean hasta el suelo como queriendo postrarse a los pies de quien las contempla. Esa naturaleza exuberante atrapa con su mundo mágico y dadivoso que presagió la primavera y anunció el verano. Aquellos frutos que eran una esperanza primaveral y que se sazonaron con el calor veraniego ahora están entre las manos del recolector como el mejor regalo del otoño. Y también el tiempo de otoño es tiempo de sementera: En octubre, echa pan y cubre (…).

Hay también en su evocación a veces un punto de aflicción o añoranza como el párrafo que sigue a continuación, pag. 302, que incide en ese mal generalizado que asola nuestros pueblos, que es la despoblación.

Sabor a hogar, a tardes tranquilas, a voces apagadas. La luna y el sol se hacen carantoñas entre las rubianas (nubes enrojecidas) del ocaso teñidas de amorosos colores rojizos. Pronto las chimeneas serán el mejor símbolo de vida y de acogida. Ellas indicarán, de forma clara, qué casa está abierta. También comienzan a verse madreñas en las puertas, aunque es verdad que cada vez menos. En la calle reina la soledad, solo alterada por el ladrido de algún perro. Puertas cerradas, persianas bajadas… De los rosales cuelgan restos de rosas secas y, aunque echan de menos esa mano amiga que las retire, siguen aportando notas de color y de vida. A su lado se mantienen en flor las caléndulas. Y cerca de algunas casas florecen los crisantemos. Y en noviembre nos puede visitar ya la nieve (y termina de nuevo este párrafo con un refrán): Por los Santos, nieve en los altos, por san Andrés, nieve a los pies.   

Sentir poético el de Margarita, sentir nostálgico. Pero aun así también regalo de un otoño que la autora resume en cuatro palabras: esencia de dorada melancolía.

 

Colores de otoño sobre el río Omaña. Foto: MAR

Una tierra que inspira lo componen relatos y microrrelatos que la autora ha creado, basándose en el vivir y en el sentir omañeses.

Se trata de cuentos inspirados en la evocación de la propia infancia, en el homenaje a los padres que se fueron pronto una noche de otoño, y otros cuentos en los que la autora de nuevo se mete en la piel y sentir del despertar estacional de la tierra, Gaia; en el de un árbol que lamenta (sus lágrimas son las hojas que caen) la llegada de la primera helada;  en la tímida violeta, que con su color y olor aporta al paisaje la belleza de la insignificancia; en ese paso o pisada que se funde en el paisaje otoñal; en el roble que deja de ser árbol para convertirse en alma de fuego, alma de hogar, (¿qué haríamos los seres humanos sin calor?); en el atardecer de fuego que se funde con la noche; en la rosa distinta, cada pétalo de un color, que es un canto a la pluralidad;  en esa luna llena que compite con en las estrellas o la Piedra de la Fortuna que en vez de ser herida por otras piedras es, por primera vez, abrazada.

 

Una tierra que canta es en mi opinión todo un poemario dentro del libro. Está formado por coplas y romances que eran la forma de versificar -verso octosílabo y rima asonante en versos pares- de gentes humildes que no habían ido mucho a la escuela. Esta elección de la autora no es azarosa sino fruto una vez más de ese empeño incesante de transmisión de lo que siente propio.

El primero de los poemas es un canto de boda que rescata de boca de su tía Adoración Álvarez en Paladín. Pero hay dentro de su sentir poético, como no podía ser de otra manera, un extenso canto dedicado a Omaña. Y a través de distintos poemas (un río que nace, de omaña al mar, reflejos, ocasos de agua, tardes de oro, ojos agostados…) hace todo un reconocimiento a ese río de la vida que, como en el caso de Jorge Manrique, va a dar a la mar: río de grandes crecidas,/ río de tristes estíos,/ sigues corriendo, corriendo,/ buscando el mar infinito.  

Río Omaña, en su curso bajo. Foto: MAR

Otros signos de identidad de Omaña sobre los que versifica son un pino solitario, brotes, espadañas, la Peña de la Fortuna de nuevo, las estaciones, los  cancillones o un pontón. Tiene evocaciones gastronómicas (el yantar de don Carnal y doña Cuaresma), y a la Historia e intrahistoria de antiguos señoríos, como es ese romance dedicado a don Ares, decapitado a manos de su tío, Suárez de Quiñones. 

Margarita, en suma, escribe desde la memoria personal de lo que fue y es hoy su tierra, Omaña, y desde esa esquina suya nos convida a que la conozcamos.   

Como lingüista que es, rescata un acervo de palabras que son patrimonio de la tierra omañesa, que dotan al libro de una inmensa, inconmensurable riqueza lingüística.

Como docente y educadora, acomete una labor ingente de transmisión de conocimientos que son fruto de su saber y hacer incansables.

Como escritora y poeta, cuenta desde el amor y la enorme gratitud que profesa hacia la tierra que la vio nacer y crecer. A estas alturas ya sabemos que lo importante es sentir, en sentido positivo o negativo, agradable o penoso, y que esta es la misión de todo arte. Un sentir que trasmite y hace poso en nosotros. Hasta las piedras sienten en este libro de Margarita. Y hablan. Nos hablan. Solo hay que poner el oído y estar muy atentos a lo que humildes, generosas, hospitalarias nos quieren decir. 


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Sol Gómez Arteaga, la autora de esta reseña, ha publicado varios libros de relatos:  Los cinco de Trasrey y otros relatos (2012), El sol a la tinaja y otros cuentos (2017) y Trazos de sombra (2021). Una novela breve: El vuelo de Martín (2020). Y un poemario: Tiempo de vilano (2023).


Acto de presentación del libro en la Casa de León en Madrid. 8/XI/2024. Foto: Casa de León en Madrid 



miércoles, 24 de julio de 2024

De colorido leonés. Y tú, ¿qué lengua hablas?

 

Artículo  publicado en la revista La Curuja de Noceda del Bierzo en el número de julio de  2024

  De colorido leonés

                                                       

Y tú, ¿qué lengua hablas? Si quieres responderme, es posible que me contestes,  con total seguridad: Yo hablo castellano o español. Y probablemente es  verdad, pero solo una verdad a medias, porque yo, que soy también una lengua milenaria, estoy ahí, a tu lado, agazapada bajo tu castellano, y en cualquier momento afloro a la superficie y pongo un color especial lleno de musicalidad   en tu forma de hablar. Yo soy la lengua leonesa, eso que ahora muchos llaman llionés. En realidad lo que tú  hablas es un castellano “leonesizado”, del que a veces no eres consciente.  Pero, aunque no lo sepas, ahí estoy, como fiel compañera, ayudándote a ver el mundo con ojos leoneses.  Te enseño a medir el tiempo por ratines o minutines, las cantidades por pizquinas, si son pequeñas, o abondo,  a embute,   a esgaya o bien d´ello, si son muy abundantes. Te ayudo a repartir besines, que yo revisto de especial cariño…


Incluso cargo de afecto las palabras bobín y bobina, porque mis auténticos bobos  son los fatos; mis atolondrados, los tolos o tarolos, y mis pillos son los  alipendes o pillabanes. Mis niños se llaman guajes o rapaces y mis adolescentes, mocinas. Y mis heridas son mancaduras que recubres con encaños hasta que se formen las  postillasY,  como los leoneses sois personas que queréis aprovechar el tiempo,  aguantáis para volver luego, que no es después, sino pronto. ¡Y quisió cuántos cientos o miles de  palabras que, ensin más ni más, vas introduciendo en ese castellano tuyo peculiar, porque la mayoría de los achiperres que tienes alrededor tienen nombre leonés! ¡Cuánto me presta seguir oyendo esas palabras que siempre he puesto a tu disposición!


Yo soy esa lengua leonesa que, como el castellano  y otras, procedemos del latín, pero que las vicisitudes históricas han hecho que a ellas  siempre se les haya dado la consideración de lenguas,  que a mí  me han negado durante siglos. Y eso que soy más antigua que mis hermanas. Pémeque algunos estudiosos incluso me consideran un dialecto del castellano  o una forma paleta de hablarlo.  Nada más lejos de la realidad. Decía Unamuno: “Nadie aprendería nada de su propia experiencia, si no tuviera a la vista el diccionario de la experiencia ajena, el lenguaje. Nadie distinguiría los síntomas de la Naturaleza, sino gracias a los nombres que les hemos puesto”.


A ti que has nacido   en las montañas del noroeste de León (Bierzo Alto, Laciana, Babia, Omaña…), yo, tu lengua leonesa, te regalo un montón de palabras para que distingas bien los signos de esa  naturaleza  exuberante en que te mueves. Palabras  que nos hablan de los cambios que se producen, a lo largo del año, en ese entorno en que vives o  palabras que nos hablan de sentimientos relacionados con él. En esta carta que te escribo  solo puedo recordarte algunas. Por ejemplo, las  “palabras de nieve”, porque la nieve forma parte de tu forma de vivir y de ser leonés.


Ahí van algunas. Si caen falampos o simplemente unas farraspinas  echas mano de las madreñas una vez que, a fuerza de espaliar, has abierto una buelga y puedes afullancar a través de la nieve, si alguna trabe no te lo impide. Si la nieve está muy seca, la llamas fallusca y la enterrentas para que llegue antes el desnevio. Y cuando el día está de blandura, los ríos crecen  y se produce una llena, porque baja  una tangada de agua.  Si hay mucha friura y te mantienes  albentestate del abesedo se te arfía la cara, especialmente si por la noche ha caído una fuerte pelona. Aún en la primavera  nos podemos encontrar con muchos días gafos  de marzadas en que el aire bufa. Y qué decir de los ñuberus o reñuberus, esos espíritus de las nubes ─que no tormentas, puesto que  en León vien la nube─ que nos asustan  con sus  fuertes tronidos y temibles colubrinas. Y caminando hacia la otoñada verás cómo se marea la hoja en los árboles y, al tiempo que recogemos los frutos, nos preparamos para los magostos que son una buena forma de defendernos de esa niebla, poco densa, que empieza a bajar al valle  y para la que te regalo otra palabra leonesa: calabrina. ¡Qué  mengua se produciría en tu capacidad de expresión si olvidaras todos estos matices y las palabras que los nombran! Conocer distintas lenguas siempre enriquece.


 No me olvides, no me desprecies, no me consideres inferior.  No me conviertas en una lengua extinguida, como esas veinticinco que desaparecen cada año en el mundo.  Siéntete orgulloso, porque no soy una modalidad lingüística inferior. No soy chapurriau, como algunas de  las gentes de la montaña  llaman, de forma un tanto despectiva, a esa forma de hablar que mezcla los dos idiomas. Para cada hablante, independientemente de la importancia social que se dé a su lengua,  su forma de hablar es la más importante del mundo, porque es su forma de percibir la realidad, de pensar  y de expresarse. Y de dejar huella para la posteridad. Por este motivo es una tragedia cultural el hecho de  que una lengua desaparezca.


Yo, tu lengua leonesa, estoy ahí: en tu pensamiento, en lo que dices y en lo que oyes, y en todo aquello que te rodea. Cuando  expresas la intensidad de un sentimiento con interjecciones  como hospe, home,  meca… estás usando la  lengua leonesa. Y cuando lo haces  con gestos, también pongo a tu disposición unas cuantas palabras para llamar a cada uno: gayolas, esparavanes, esparajismos, licuelas, cigañuelas…Todas estas palabras, muy expresivas, presentan una gran variedad de matices.


 Cada día, desde que ves la luz de la amanecida  hasta que contemplas   las rubianas del ocaso, aunque no seas consciente, yo, tu lengua leonesa, tiño  varias veces  tu mente o  tu habla  de colorido granate. Solo con que me reconozcas alguna vez, ya me siento agradecida  y afalagada. ¡Y viva!


Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga







                 

sábado, 15 de junio de 2024

 

Madres que alumbran palabras (y 4)

Ciento y la madre

Universidad de Bolonia. Alma mater studiorum


Seguimos hablando de palabras y expresiones relacionadas con la palabra madre, tanto de expresiones que incluyen la palabra latina mater como de expresiones  españolas usadas en distintos lugares o ámbitos del español.

Algunas expresiones latinas son muy usadas en la lengua culta. Una de las más conocidas es alma mater que significa  madre nutricia. Alma es el adjetivo femenino correspondiente a  almus (que nutre o alimenta). En Roma designaba a la diosa madre. Posteriormente esta denominación fue aplicada a la Virgen. Actualmente alma mater  se aplica a la universidad, porque se la considera generadora de alimento intelectual. La expresión original completa era Alma Mater Studiorum y comenzó a ser utilizada para denominar a la  Universidad de Bolonia que se creó en 1088.

 El Diccionario Panhispánico de dudas recomienda que se use el artículo en femenino ya que el adjetivo alma  es femenino lo mismo que mater y el artículo  la solamente se cambia por el masculino  el ante sustantivos femeninos que comienzan  por /a/ tónica, pero en este caso precede a un adjetivo. Por tanto, debería decirse la alma mater. Actualmente es frecuente que esta expresión latina se use para  referirse a la persona que da vida a algo, por confusión con la palabra castellana alma (del latín anima), pero, en sentido estricto, solo debe aplicarse a la universidad. Cuando nos referimos a una persona bastaría usar la palabra alma, con su significado español: Luis es el alma del proyecto. En nuestra lengua esta expresión latina empezó a utilizarse en el siglo XIX. Es evidente que la relación con madre viene del hecho de que ambas nos nutren, la madre biológica, en el aspecto físico, y la universidad, en el aspecto intelectual.


Si quieres seguir leyendo, pincha aquí:

Ciento y la madre


Reseña del librodisco "Be(r)sos apóstatas", de Javi Morán

 

Be(r)sos apóstatas, de Javi Morán

Género: poesía y música (poemario y disco)

82 páginas

Editorial Marciano Sonoro




            El pueblo espera  a los  poetas con la oreja  y el alma tendidas al pie de cada siglo.                 Miguel Hernández


          Javi Morán es un cantautor astorgano, afincado en Madrid, que lleva más de dos décadas haciéndonos llegar sus canciones llenas de lirismo y de compromiso con la sociedad en la que vive. Ha publicado dos discos anteriores, que tuvo la gentileza de regalarme:  Ser o no ser y Pisando las mismas calles, ambos, lo mismo que el actual, publicados por la editorial Marciano Sonoro. 

            Conozco personalmente a Javi Morán  desde hace poco más de  un año, cuando visitó la Casa de León en Madrid y se integró en sus actividades culturales, especialmente en el Ágora de la  poesía. Desde el primer momento percibí sus muchos valores, como cantante, como poeta y como persona. Y tuve la suerte de presidir el acto de la presentación de este poemario  el pasado mes de mayo, en la Casa de León en Madrid, y de recitar alguno de sus poemas. Fue un acto muy hermoso, desde el punto de vista artístico,  y muy emotivo, desde  el punto de vista personal. Javi Morán es una persona, humilde, sincera, comprometida,  de trato afable y muy generosa. Es esa persona de la que una sabe que puede ser amiga desde el primer momento. He leído su poemario con atención, he escuchado este disco y los anteriores, y quiero hacer una reflexión sobre esta obra poético-musical.



            Lo primero que llama la atención de la persona que se acerca a Be(r)sos apóstatas es su título, esa R volandera de la palabra  Be(r)sos que  resaltan ante nuestros ojos los paréntesis que la enmarcan, paréntesis   que al mismo tiempo la esconden  en medio de un color más apagado. “Besos” y “Versos”. Besos que acarician nuestra alma y versos que la ponen en alerta. Y eso es este poemario, un conjunto de versos que nos acercan vivencias personales relacionadas con su ámbito personal y con el contexto social donde vive. El adjetivo que los califica en el título también nos advierte sobre el contenido del poemario. No encontraremos aquí versos almibarados que nos hablen de mundos fantásticos o idealizados, sino una clara exposición de principios de Javi Morán que reniega de muchas convenciones sociales en las que la  sociedad nos  quiere hacer vivir. Apostatar es renegar, retractarse de algo, de forma especial de una religión, pero  el autor aquí se retracta  de  otras muchas cosas.

            El poemario se abre con el poema titulado Autobiografía,  en el que  el autor expone ya una declaración de principios: Soy / no os cansaré / pobre autobiografía / de escuelas impuestas / casta moral  y embrión de autocensuras…  En ese primer poema también alude a una característica de su personalidad que está presente en todo el poemario: el sentido de la humildad: disfruto de lo humilde / y odio la vanidad… También se aprecia ya desde aquí la huida de la grandilocuencia estilística.

            Su poesía es una poesía de apegos familiares y de compromisos sociales. En lo referente a los apegos familiares nos llama la atención la ternura con que se acerca a sus raíces, ternura que es santa sabiduría. Esas raíces familiares  de clase trabajadora le han aportado dignidad, constancia y amor incondicional. Sabe a amor / en la casa de mi vida, confiesa.  En unos cuantos poemas aparece la  evocación de la infancia , infancia de jugar en la calle, de tebeos y chapas. También están presentes sus antepasados,  los lugares y vivencias que compartió con ellos (la bisabuela Cecilia, el abuelo), entre las que destaca todo un mundo de  sensaciones: ropas, olores, sabores…  Estas vivencias le enseñaron también a saborear la poesía. Son evocaciones emocionadas y  a veces doloridas, como refleja el poema titulado Vengo.

            Otro gran tema del poemario  es el compromiso social, tanto en los poemas escritos, como en los cantados en el disco, el compromiso social es algo que se pone de manifiesto de forma clara. Su “oficio” es hacer sonar las seis cuerdas de rabia de su guitarra. Sus canciones se guardan cerca de la pala que cava la trinchera, nos dice. Pero para cavar esas trincheras es necesaria siempre la tribu, la unión y la solidaridad. Aquello que decía Vicente Aleixandre en su poema En la plaza: “Allí están todos, y tú entre ellos”. Pero las trincheras de Javi Morán no son bélicas, son las de la solidaridad y la tolerancia pues le duele el dolor del duelo. Critica la hipocresía, la injusticia, la falta de cuidado del planeta, la falsedad de la realidad que nos presenta con frecuencia el cine: ¡maldita entelequia! La dura realidad que contempla ante su mirada le hace evadirse en algún momento y soñar con mundos de leyenda.  Así da cabida en algunos poemas a elementos de la historia y la mitología clásicas: Morfeo, Troya, los aqueos…, siempre con un simbolismo referido al mundo contemporáneo, pues nunca se evade de él.  En otros momentos apela directamente al lector  y le invita a rebelarse contra ese mundo que les ha condenado a vivir en el lodo, como a los cocodrilos que pasan toda su vida nadando en forma circular en un foso (poema Foso).

            Además de lo familiar y lo social, el tercer gran tema del poemario es el amor. El amor se presenta desde una visión erótica, con un erotismo, expreso la mayoría de las veces,  y otras, sugerido, como ocurre en el poema Taxi.

         Esa pasión amorosa es siempre muy sensual y nos llega a través de sensaciones referidas al gusto, al tacto al olfato… Además está muy presente  el simbolismo del calor para hablar de la pasión amorosa: fuego, tormenta, rubor, infierno de placer, pólvora, mecha  fuego de dragón… La mención del fuego  como símbolo de la pasión amorosa ha sido muy recurrente en nuestra poesía amorosa.  “Venas que humor  a tanto fuego han dado”, decía Quevedo en un conocido soneto. La vida del poeta era fría hasta la llegada del amor, pero el conocimiento de la amada ha llevado calor a su vida. La manifestación de la pasión amorosa  la presenta también como una batalla, una batalla sin heridos ni balas…, pues se lame el filo de la espada / pero no sale sangre de la lengua… En esa batalla en que se completa la relación sexual, los amantes llegan al éxtasis milagroso y místico. Y, aunque Javi Morán, en sus versos apóstatas santifica  el amor  entre las sábanas blancas en un ara consagrada a ningún dios, no parece que esté lejos de la concepción del éxtasis amoroso del que hablaban los místicos, pues esa pasión que refleja, por su intensidad, parece participar de la propia divinidad.

            No se puede olvidar que, si prescindimos de la trascendencia religiosa, los místicos españoles  están entre lo mejor  de la poesía  de amor de la literatura española. Pocas cosas más bellas se pueden decir sobre el amor que estos versos del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz: “Descubre tu presencia / y máteme tu vista y tu hermosura / mira que la dolencia / de  amor que no se cura / sino con la presencia y la figura”.  Javi  Morán invita a la persona amada a vivir con pasión la relación amorosa: Pídeme más intensidad, le dice a la amada, y juntos persiguen el éxtasis, en que se anula el espacio y el tiempo,  que nos recuerda aquello de “amada en el Amado transformada”.  Las referencias al éxtasis místico son varias, de forma expresa o figurada y en uno de sus poemas, Copa (II), realiza, en los primeros  versos,    una  imitación formal, a modo  de "ripio",    de un conocido poema de santa Teresa,  no sé  si para mostrar  que se siente cerca de ese éxtasis amoroso que describían los místicos  o si lo hace en clave   burlesca. De cualquier forma,   el amor apasionado es vivido   de forma similar por todos los  amantes, en cualquier época y sin distinción entre el amor religioso y el laico. Se puede querer amar de una forma similar a la que expresaban los místicos sin ser místico e, incluso, "apostatando" de ese misticismo. 

            En cuanto a su concepción poética, Javi Morán nos dice que se siente invadido por la erótica de la pluma que escribe  en ese papel que inspira un verso. Su poesía va unida necesariamente  a la música. Los acordes de la guitarra añaden sentido a sus palabras, por eso el poemario va acompañado por un disco que contiene once temas. Uno de los poemas musicados es Postal a Federico García, del  escritor leonés Antonio Pereira, y otro, el poema  titulado Despertad, de la poeta leonesa Paz Martínez. En la grabación del disco aparecen también varios colaboradores tanto en voces como en instrumentos musicales. Es una delicia escuchar esos poemas canción en la voz potente y melodiosa del autor,   esa música que nos llega de forma tan directa y clara,  pues el cantante declara que no quiere ser compositor de himnos patrióticos. A través de la música percibimos aún más si cabe la postura de compromiso social de Javi Morán. Esa unión entre letra y música se pone de manifiesto también  en la abundancia de léxico relacionado con la música: baile, cadencia, volumen, jazz, melodía, nombres de instrumentos (guitarra, trompeta, batería, contrabajo…). Y como he dicho más arriba aparecen muchas palabras  y recursos expresivos (metáforas, símbolos, sinestesias) relacionados con las sensaciones: música de la brisa del viento, dulce música, pétalos como alas…

            Los títulos de sus poemas también se ajustan a esa claridad expresiva y  suelen estar formados por una escueta  palabra: Autobiografía,  Oficio, Hijo… Cine, Aleteo, Pincel… Olor, Rubor, Bélico…

             Su poesía se podría  encuadrar en la poesía relato, pues sus versos  se convierten en pequeños relatos de la vida cotidiana en la que aparecen detalles de su biografía  y la de otros personajes o  el ambiente de los barrios,  y nos hace identificarnos con ellos.  Quizá  su poesía esté próxima a lo que se llamó hace décadas la “poesía de la experiencia”, de la que fue claro representante el poeta  Luis García Montero. Javi Morán apuesta por el verso libre. Asegura que quiere ser iconoclasta también en lo referente a los esquemas poéticos, pero tiene claro que la poesía  es ritmo y que ese ritmo debe buscarlo de otras formas, pues asegura que para ser poesía / primero tienes que ser verso…  Por ello, recurre con frecuencia a los paralelismos sintácticos y a veces también se deslizan  en los versos las rimas asonantes, como ocurre de forma clara en el poema titulado Pincel. E incluso prueba a escribir un soneto (un "metasoneto", en realidad)  para hablar de la poesía, como lo hiciera Lope de Vega. 

    También  nos hace guiños lingüísticos con algunos neologismos como poetamalditismo o insemejanza,  con varios anglicismos y con textos en leonés: La Vieya´l monte y Ónde está´l nuesu pan. La primera hace alusión a un personaje tradicional del folklore leonés y la segunda es una canción claramente reivindicativa.

            La poesía y la música de Javi Morán nos hacen sentir más de cerca y ver con mirada más crítica esa realidad que a veces nos atrapa “en las garras del progreso”, como dice Paz Martínez,  y nos impide ver la auténtica verdad. Nos identificamos con su sentir las personas  que hemos sido arrancadas de nuestras raíces y  nos gusta refugiarnos en las vivencias de infancia,  las que valoramos el amor en todas sus formas, las que  no comulgamos con las propuestas de los falsos profetas, aquellas que nos rebelamos ante la injusticia, la hipocresía… Necesitamos voces comprometidas y claras como la suya, aunque ya sabemos, como dice el autor, que la poesía no es anestesia / ninguna receta la prescribe / no evita el dolor / acaso lo agudiza un poco más…  Con todo y con ello,  prefiero al poeta alegre / que sonríe con su corazón, nos dice Javi Morán.  Y con ello nos quedamos, con las voces de su compromiso personal y social y con los sones de la alegría.


© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga





 Presentación de Be(r)sos apóstatas en la Casa de León en Madrid. 16 de mayo de 2024

Fotos: Casa de León en Madrid

sábado, 1 de junio de 2024

El sentimiento asturleonés, por Margarita Álvarez Rodríguez

 

                                                                                                

            

Conferencia: El sentimiento asturleonés, pronunciada por  Margarita Álvarez Rodríguez, en la Casa de León en Madrid, el 31 de mayo de 2024, con motivo de la entrega de  la Madreña Asturleonesa, en acto conjunto con el Centro Asturiano de Madrid.




Hablando de madreñas...


En Asturias y León

las madreñas nos calzamos,

que lo sepa   hoy toda España

que  madreñas entregamos.

Préstanos esta amistad

que traspasa las montañas                

llevando brisa del mar

hasta las tierras más llanas. 

Desde ellas vuela a Asturias,

portando el sol en las alas,

y no la ocultan las nieblas,

pues es luz en nuestras almas.

               M. A. R.


            Buenas tardes, presidenta de la Casa de León, presidente del Centro Asturiano, presidente del Consejo Superior, concejala del Ayuntamiento de León, galardonados con la Madreña Asturleonesa, amigas y amigos.

 

            Es muy grato para  mí participar en este acto que, además de reunión  de hermandad, seguro que es también un momento entrañable y emotivo. Yo, al menos, quiero contribuir a que lo sea. Cuando me invitó a dar esta charla sobre el sentimiento asturleonés   la presidenta de la Casa de León yo le comenté  que seguramente había notables intelectuales leoneses de mayor notoriedad que yo para pronunciar una charla sobre ese sentimiento. Aunque pronto reaccioné y pensé: ¿Y por qué lo tienen que hacer grandes intelectuales si ese sentimiento asturleonés del que queremos hablar donde está presente es, sobre todo, en el pueblo? Por eso,  préstame hoy asgaya venir a hablar del sentimiento asturleonés y  de este hermanamiento de madreñas. Pero,  como es difícil reflexionar sobre un sentimiento y yo quiero hablar  precisamente de eso, me centraré en evocar una serie de vivencias que generen  una emoción compartida,  porque si  algo es el sentimiento asturleonés tiene que ser necesariamente eso: una emoción.


            Llevamos desde el año 1990, hablando de este tema, en la entrega de  la Madreña Asturleonesa. Y un trasmontano quizá siga preguntándose: ¿Y estu que ye, ho? Y un cismontano podría contestarle: ¡Quisió!  Y es que no debe de ser  muy fácil formularlo   y, a buen seguro,  cada uno de los intervinientes en ediciones anteriores  lo habrá  presentado de una forma diferente. En mi caso, trataré de partir del yo y acercarme  al vosotros para ver si al final, juntos,  confluimos en el nosotros, en esas  pequeñas emociones comunes  que sentimos las personas a uno y otro lado de la cordillera Cantábrica. Los hechos históricos, con ser muy importantes, son fríos y ya  nos quedan demasiado lejos, y seguramente ponentes de años anteriores habrán hablado de ello.


            Yo me fijaré en lo que llamaba Unamuno la intrahistoria, cuando decía:

Sobre la inmensa Humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la Historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continúa como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso.   

             Así, pues, vamos a intentar juntos descubrir algunas de esas pequeñas emociones.


            Yo nací en  la comarca leonesa de Omaña. Salí de mi  pueblín a los diez años con una beca del PIO, para estudiar el Bachiller en León, y con mis 17 años, y otra beca al hombro, llegué, en 1970, a la  “muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica y buena” ciudad de Oviedo, para estudiar en su Universidad. Entonces era el distrito universitario al que pertenecíamos los estudiantes leoneses, pues  no existía  aún universidad  en León. Allí, en aquel edificio que enmarca la plaza presidida  por el P. Feijoo, eminente intelectual asturiano, cursé los cincos años de la carrera de Filología.


            He de decir que mi primera impresión de Oviedo fue la de  una ciudad señorial. Para una chica de pueblo, que solo conocía la ciudad de León, aquella vida urbana más burguesa me resultó chocante. Pero, curiosamente, fue en aquel lugar donde  descubrí que mi forma de hablar era tal vez más afín al habla asturiana que a la de la propia ciudad de León. Esa fue mi primera percepción del sentimiento asturleonés.


            Era el final del franquismo y la dictadura comenzaba a desintegrarse. El movimiento estudiantil cobraba fuerza  en Asturias. Huelgas, asambleas, manifestaciones, identificaciones por  parte la policía… eran algo habitual. Fue en aquel Oviedo donde  tomé conciencia de lo que ocurría en aquel momento en Asturias y en España. Aquella  Universidad, a principios de  los años 70, se movía un poco al compás  de las reivindicaciones de las organizaciones obreras que habían nacido en los 60 y se estaban consolidando  en Asturias,  en Laciana y en otras comarcas leonesas, y que también se estaban extendiendo a otros lugares. Aquel ambiente universitario reivindicativo fue un descubrimiento para los leoneses, “más pacíficos” socialmente, pues procedíamos la mayoría de comarcas  de una  provincia menos industrializada y  nos llevábamos de vuelta a nuestra tierra aquel espíritu  de rebeldía. Allí comprendí  que hay que ser personas de “buen conforme”, como se decía en mi pueblo, pero no personas conformistas.   Fueron años de convivir muy cordialmente  con otros jóvenes, chicos y chicas, asturianas y leoneses, de generar amistades sin importar de dónde procedíamos.  Siempre los  estudiantes leoneses fuimos bien acogidos en Asturias y también   contribuimos en gran medida a dar a aquella ciudad lustre universitario y esplendor económico.         

         Fueron años de enriquecedoras experiencias, años de disfrutar de las clases de eminentes profesores, como el lingüista  Emilio Alarcos, el filósofo, Gustavo Bueno, y otros varios… Profesores de los que siempre estuvo orgullosa aquella Universidad y su alumnado. Años de pasear por el parque de san Francisco, la calle Uría, la Escandalera… El Fontán. De subir al Naranco.  De participar en espichas… De visitar las bibliotecas,   la librería Cervantes… Años de sentirme muy arropada  en aquel ambiente universitario ante la enfermedad y muerte de mi madre. Y ese sentimiento asturleonés se iba fortaleciendo.


            Aquella universidad de Oviedo, que en año 2000 fuera galardonada con la Madreña Cismontana, fue uno de los vínculos de ese sentimiento asturleonés  durante décadas. Esa Universidad es parte de lo que somos personas como yo y también uno de los motivos de que esté hoy aquí.     


            Podríamos contar también las peripecias que pasábamos los jóvenes leoneses en aquellos  interminables viajes en tren para llegar de León a Oviedo o viceversa.  ¡Cuánto frío sentimos  y cuánta paciencia derrochamos  cuando se paraba ─y se eternizaba─ el tren en medio de la  nieve, entre la estación de Busdongo y la de Pola de Lena! Al llegar a destino, nos costaba renunciar al cielo azul leonés, pero, con un paraguas siempre a mano, nos íbamos acostumbrando al cielo plomizo ovetense. En esas pequeñas emociones afloraba, una y otra vez, el  sentimiento asturleonés.


            Y es evidente que  no  se puede hablar del sentimiento asturleonés sin hablar de los lazos creados por la minería, ese motor que durante décadas movió  la economía de Asturias y León y que   ha hecho participar de las mismas vivencias a las gentes de ambas provincias, “negras de minerales”, como cantara Víctor Manuel.


             Conocí de cerca ese trabajo, porque mi padre fue minero algunos años de su vida; primero, picador, y, años más tarde, barrenista. Sí, barrenista, no barrenero, como dice el DLE (RAE).  Ciertamente, negro era el color de la minería. Negra era la oscuridad de la mina  y  las  penalidades diversas vividas por los mineros, negras eran las  caras  de esas personas  cuando salían a la bocamina, con unos ojos relucientes como una luz   de vida que nos anunciaba  que ese día habían salido ilesos.   Negros fueron los pulmones atacados por la silicosis. Negros fueron los días en que  un costero o una explosión de grisú extendían un sentimiento de luto y desolación a uno y otro lado de la cordillera ─conocí  casos de accidentes mortales  muy cercanos y mi padre también sufrió algún accidente─. Es significativo que  solo los asturianos y leoneses sabemos que un costero es una roca desprendida, acepción que no  recoge el Diccionario de la Lengua Española (DLE), pero sí  el  Diccionariu de la  Llingua Asturiana (DALLA). Y, desde luego,  a ambos lados de la cordillera Cantábrica, todos  nos hemos emocionado  cada 4 de diciembre,  al celebrar la fiesta de santa Bárbara. Juntos hemos cantado  En el pozo María Luisa y hemos sentido como nuestros los problemas del sector. Negros fueron también algunos ríos contaminados y las  montañas removidas, en ocasiones con grave daño ecológico.


            Sin embargo, nadie puede poner en duda que la minería del carbón aportó trabajo y riqueza en las dos provincias y  fue fuente de vivencias compartidas, por ello la negrura de las minas de hulla y antracita se revistió durante décadas  con el color  dorado de la prosperidad. Pero ese dorado, al final, se fundió de nuevo en negro con la amenaza del cierre de las minas y  la ejecución posterior de esa amenaza,  que borró  el verde  esperanza  de la mirada  de los mineros y de  los empresarios del carbón, tanto  asturianos como leoneses, y que,  en general, extendió la preocupación por la crisis a toda la población. Asturias y León lamentamos juntos esa decisión, tal vez  desacertada, por  el hecho de dejar a España sin  una reserva estratégica de carbón.


            Conocerá bien toda esta problemática don Manuel Lamelas Viloria,  empresario ligado a la minería,   galardonado  en esta edición con la Madreña Trasmontana (¡mi enhorabuena!), y propietario de la  mina La Escondida, en Laciana, que fue la última mina de carbón  que se cerró en Castilla y León, en 2018, a pesar de los intentos para que siguiera abierta.  Nos alegramos  de que   esta mina  lleve algunos años en proceso de restauración. De estas vivencias, relacionadas con el llamado “orgullo minero”, también participa el  sentimiento asturleonés.


            Tampoco podemos olvidarnos de las  madreñas en esta evocación, pues, precisamente, el objeto de este acto es la entrega   de unas madreñas que simbolizan   la  celebración de la amistad entre León y Asturias,  representadas por las dos entidades en torno a las cuales se reúnen asturianos y leoneses en Madrid. Aunque las madreñas simbólicas entregadas como  galardón   sean decorativas  reconocemos en ellas las madreñas tradicionales  de madera.  Y es que la palabra  madreña procede de madrueña  ─y esta de maderueña: de madera─. La madreña sí que es un elemento etnográfico significativo y  común para trasmontanos y cismontanos, aunque en algunas zonas de León  sea  también  llamada zoco o zueco,  almadreña o galocha. Con la  madreña  izquierda, que es la trasmontana, y la derecha, que es la cismontana, cada uno de   los  dos galardonados va a tener que  situarse a la  par del otro  para poder caminar.


                                                            Galardones entregados

            ¡Qué gran símbolo es ese de caminar juntos! Las madreñas representan  una forma de vivir. Y  son hasta tema de copla.  En Omaña, mi tierra leonesa,  el P. César Morán,  conocido etnógrafo y arqueólogo, recogió esta coplilla alusiva a las madreñas: Fierra las madreñas altas / mocina, que eres pequeña. / Tienes mucha vanidad, / no tienes dónde metela. Podría haber sido también una coplilla cantada en cualquier lugar de Asturias.


            Quienes las hayan calzado, como yo misma, saben lo  agradable que  era poder  salir a la calle con los pies calientes, en zapatillas o escarpines, y preservados de lluvia, nieve o barro. Con las madreñas  en los pies, asturianos y leoneses  hemos entrado en las cuadras, trabajado en las huertas, ido a la iglesia, bailado y hasta subido en zancas. Observando  los pares de madreñas alineadas cuidadosamente a la puerta de una casa podíamos adivinar cuánta gente estaba dentro, incluso si eran adultos o niños o si eran hombres o mujeres, por el tamaño y la decoración. La ausencia de madreñas indicaba que las personas no estaban en casa. No era necesario picar para comprobarlo. Eso sí, por la noche se guardaban siempre en el interior y se trancaba la puerta. Lo mismo ocurría con las madreñas que dejaban los feligreses en el portal de la iglesia mientras asistían a un acto religioso en el interior. ¡Y qué ilusión nos hacía a los niños recibir unas madreñas nuevas después de colocarles clavos o gomas en los poyos  y cinchas de alambre en la pechuga! ¡Entonces sí que éramos niños con zapatos nuevos!


            Fabricar una madreña era una labor artesanal. En muchos pueblos de León y de Asturias había expertos madreñeros. Tenían que cortar, con un hachu, un árbol que hubiera crecido en una  ladera que diera al norte, preferentemente, aliso, abedul, haya, nogal, sauce, castaño…,  en los menguantes de octubre o noviembre. Después de seleccionar un trozo del tronco que fuera adecuado y cortarlo, con la zuela  se  le iba dando forma para  que apareciera la pechuga o papu, el calcaño,  los poyos,  la boca…. de la madreña.   Ellos sabían bien  lo que era una legra, una rapadera, una gubia,  un rastrén… Y existían, además, grandes artesanos que las decoraban, después de tiznarlas con la corteza de abedul o de otro árbol, con sus propios dibujos, con frecuencia circulares que algunos han relacionado con la cerámica castreña. La elaboración de las madreñas también tuvo su impacto en la economía rural. Se adquirían en tiendas, en ferias o al propio artesano.  Las madreñas eran también un elemento democratizador, pues su uso no hacía distingos entre clases, sexos, edades… Esta pequeña evocación de las madreñas nos hace sentir lo mismo a asturianos y leoneses. Eso también  es  un sentimiento asturleonés.


            Y si tendemos la vista a las brañas, a uno y otro lado de las montañas cantábricas, conviven los pastores de ambas provincias y  lo mismo hacen los animales que  no entienden  de rayas ni fronteras. Asturias y el norte de León comparten la presencia de animales  singulares  y en peligro de extinción, como el urogallo cantábrico. Por los pueblos de las comarcas norteñas leonesas ya podemos encontrarnos con osos y comprobar los destrozos que causan en los colmenares.   Por  los puertos de la cordillera Cantábrica han pastado las vacas y les vaques durante  siglos con buena armonía entre la vaca asturiana de los valles y la mantequera leonesa y pocas veces  se han peleado por “un quítame allá esas hierbas”. 


            Nuestro galardonado con la Madreña Cismontana, don José Ramón Blanco Rodríguez (¡mi enhorabuena!), por sus actividades ganaderas asturleonesas, seguro que conocerá esta cultura relacionada de las  vacas. Porque sí, es una auténtica cultura. Yo misma escribí un artículo hace unos años sobre  este tema titulado Entre forcas,  zapicas  y garabitos: el lenguaje relacionado con las vacas, que ha tenido  miles de lecturas en mi blog y que he recogido en un libro de próxima aparición. Las  vacas, que eran el animal más preciado para la pobre economía doméstica,  eran como parte de la familia: un ser respetado y querido.  Por eso, para ellas no valían los artículos ─la vaca, una vaca─, ellas  tenían un nombre individualizador y guapu: Bonita, Gallarda, Garbosa, Galana, Pinta, Torda, Triguera… AsturianaCordobesa… Se  sufría  cuando enfermaban, cuando estaban enteladas o padecían una traidora ─los ganaderos sabían bien el significado de estas palabras─ o cuando había que venderlas o sacrificarlas. Y éramos los niños los que establecíamos lazos más afectivos con cada una.


            Las personas  que hemos sentido esa relación afectiva con las vacas nos hemos emocionado  con el famoso y enternecedor  cuento Adiós, Cordera, de Clarín… Siempre oí decir que a quien   hacía daño a una golondrina, en castigo, se le moría la mejor vaca. De rapaza no entendía qué tenía que ver una golondrina con una vaca y no un pardal, por ejemplo. Lo comprendí cuando supe que la golondrina tenía una aureola religiosa por ser las golondrinas, según la leyenda, las que arrancaban las espinas de la corona de Cristo. Eran pájaros que, por esa connotación religiosa, había que respetar y, en caso de no hacerlo, el castigo divino tenía que ver con la pérdida del animal más valioso: la vaca. En Asturias  también existía esa creencia y aún se oye este refrán: “El que mata una anadarina  (golondrina) entray en casa la morrina”. Así que hasta en las vacas y en las golondrinas  ha germinado el sentimiento asturleonés.


            En torno a las vacas se mueve, desde hace siglos,  ese grupo social peculiar de los vaqueiros de alzada que, en su trashumancia estacional,  llegaban al noroeste de León y compartían con los lacianiegos y babianos la ch vaqueira /ts/ del patsuezu.  Pronunciando ese sonido peculiar  de la misma forma, respetando el entorno natural en que viven  y conservando su  peculiar patrimonio cultural, están  conviviendo y compartiendo con los leoneses ese  sentimiento asturleonés.


            Asturias y León siempre han sido lugares de encuentro entre las gentes de ambas provincias, lugares en que confluyen vivires, sentires y decires. Se ha repetido mucho que  los asturianos vienen a León “a secarse”, a ver el cielo azul,  a mejorarse de  problemas de salud,   a tomarse una limonada en Semana Santa,  a comer en un conocido restaurante de Villamanín… Y los leoneses vamos a Asturias a mojarnos en el mar, a disfrutar de su verdor,  a tomarnos una fabada o un cachopo regados con  buena  sidrina, a comprar en un conocido almacén…             


            También nos unen los ríos. Descendiendo por  el curso del río Sella, que nace en León, los leoneses podríamos llegar al mar Cantábrico. Eso sí, no sabemos si llegaríamos ilesos o llenos de mancaduras. Nuestro descenso no comenzaría en Arriondas, como el llamado Descenso Internacional del Sella, sino unos cuantos kilómetros antes. También podríamos descender por el río Cares hasta el río Deva. Los  dos grandes ríos, el Esla ─el antiguo Ástura─ y el Nalón, se hermanan en su nacimiento en el puerto de Tarna.  Y compartimos sentimientos religiosos y romerías. Los leoneses nos emocionamos  ante la Santina y los asturianos, ante la Virgen del Camino. Y los cismontanos,  cuando viajamos a Asturias,     esperamos expectantes la llegada a  la salida del túnel del Negrón, para poder  resolver la incógnita sobre qué tiempo hace en el otro lado. Pequeñas emociones: sentimiento asturleonés.


            En Oviedo, en  León y en otras localidades,  nos preguntamos o nos emocionamos  ante  las distintas  estatuas que jalonan las ciudades o las placas de las calles  que hablan de nuestro pasado: de nuestra esencia.  Paseamos en Oviedo por la calle de Ordoño I y en León por la de Ordoño II, abuelo y nieto: historia común.  Y, andando por espacios públicos de León y Gijón, quiero fijarme en las estatuas de dos mujeres. Una representa la historia con mayúscula: la de los libros de Historia. La otra representa la historia con minúscula, o sea, la intrahistoria de la que vengo hablando.  Y quiero fijarme precisamente en mujeres, para que estén  hoy representadas en esta entrega de la Madreña Asturleonesa. Una de las estatuas es la de Urraca I, reina del  Reino  de León,  primera mujer que reinó por derecho propio en la Europa cristiana.  Solo hace cinco años que el Ayuntamiento  de León  erigió  en  una plaza de la ciudad  un busto ─poco ostentoso─  de  esta  gran reina de la que podemos presumir leoneses y asturianos, porque todos formábamos parte del Reino de León.   Una mujer que defendió la corona, los fueros, los derechos de su hijo y que afirmó su libertad personal para divorciarse de su marido, Alfonso  I el Batallador, que la maltrataba. Por su arrojo, fue llamada La Temeraria.  Una mujer que es símbolo de la modernidad de aquella “tierra de libertades” ─tomando palabras de Rogelio Blanco─, que era el Reino de León, Reino que la UNESCO, en 2013, ha reconocido como la cuna del parlamentarismo, por aquellas Cortes que se celebraron en 1188, al declararlas  “el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo”.


            La otra es una estatua ya cincuentenaria y representa a tantas mujeres sin nombre, cuyas  vidas  silenciosas son, en realidad, las que  han hecho la Historia. Estoy hablando del Monumento a la  madre del emigrante, llamada “La Lloca”, del Rinconín de Gijón. ¡Cuántos leoneses y asturianos fueron a buscar mejor vida allende los mares durante los siglos XIX y XX! ¡Cuánto dolor dejaron en sus madres y esposas en la despedida!  Esa mujer que mira al mar, levantando su brazo y extendiendo su mano vacía, es la muestra viva del dolor de las ausencias. Mi abuelo fue uno  de esos hombres que emigró a Argentina, en 1911. Una vez instalado allí, debía irse también mi abuela, que estaba embarazada entonces, pero el hundimiento del Titanic, unos meses después, generó miedo y ella decidió no viajar. Por ello, mi abuelo no conoció a su hija hasta seis años después.  Él fue uno de tantos ejemplos de esa intrahistoria común.  Argentina, Cuba, Venezuela… saben mucho de esas vidas azarosas. Hoy la casa de mis abuelos es propiedad de asturianos.


            Asturianos y leoneses estamos separados por montañas, pero unidos por el ser   y el sentir, por motivos familiares (muchos matrimonios mixtos), geográficos, etnográficos, socioculturales y lingüísticos. Durante siglos nos hemos comunicado en el mismo idioma, eso que los asturianos ahora llaman asturianu, bable o la llingua y los leoneses,  leonés o llionés, y que   los lingüistas preferimos llamar asturleonés, un idioma común, con diversas variantes, que, en su origen, fue dialecto del latín, como el gallego, castellano, navarroaragonés y catalán, hablado en la zona de los astures y diferente de los anteriores. De todos los elementos que conforman ese sentimiento asturleonés  el más  importante, sin duda, es el idioma.


            Las palabras apresan la realidad, la dominan, pues no podemos creer que exista algo que no tenga nombre,  y la gramática da forma   al pensamiento. Llamar a las cosas o a las acciones de la misma manera, construir  el pensamiento desde un mismo esquema gramatical, expresar los sentimientos con las mismas palabras… es el mayor lazo sentimental. ¡Pues hablemos de eso, ho!  Ese ¡ho! (h-o, que no, o-h), que es una interjección expresiva   propia de los asturianos, y ese ¡home!, del norte de León, son apócopes de la   misma palabra: hombre.


            Es verdad que el leonés hablado en  León es  un leonés  muy castellanizado, sobre todo en el sur de la provincia, como ocurre en los núcleos urbanos de Asturias. En las zonas más montañosas muchos hablantes mezclan  habitualmente  los dos idiomas  y llaman  a esa mezcla de leonés y castellano chapurriau. Los asturianos lo llaman  amestáu. Con una  cierta connotación peyorativa, ambas. En definitiva, son distintas palabras para definir el mismo fenómeno que se produce en las dos provincias. En ninguna de ellas nuestra lengua es vehicular en la enseñanza y el influjo del castellano sobre ella, cada vez más notable, la está haciendo retroceder.    Pero, aun así, incluso en ese sur leonés terracampino, más castellanizado, las expresiones del asturleonés surgen de forma espontánea en cualquier momento.


            En lo que se refiere a los idiomas está demostrado que los ríos separan y las montañas unen.   Nos unen las montañas de la cordillera Cantábrica y a través de ellas fluye ese idioma común en sus distintas variantes. Sentimos que es nuestra lengua y que  nos  acaricia los oídos. Y lo hace por ser muy melodiosa y, sobre todo,  por ser nuestra. Basta que alguien nos invite, por ejemplo, a esperar un momentín, para que la espera no se haga  tan tediosa. Esos sufijos en -ín/-ina para el diminutivo hacen que nos reconozcamos cismontanos y trasmontanos a través del idioma y propician nuestro encuentro afectivo. En ese   pequeñín o piquiñina nuestros, sentimos de lleno  el espíritu  asturleonés, pues nos evoca a  nuestra tierrina y a sus gentes: nos hermana.  Es  otra pequeña emoción en la   palpamos el sentimiento asturleonés.  


            Esas formas morfosintácticas propias (preferencia por el perfecto simple en los verbos ─vine/he venido─, el  pronombre personal pospuesto al verbo ─díjome─,  el apócope de la tercera del  presente ─tien─ y muchos rasgos más. La  gran cantidad de léxico  que tenemos en común, además de muchos rasgos gramaticales, nos hace ver la realidad  de una forma similar. Añado aquí  algunas palabras, a las que he ido ya citando, y a modo  de ejemplo vivencial. Todas están recogidas en el DALLA (Diccionariu de la Llingua Asturiana) y en el LLA (Léxico del Leonés Actual).


            Seguro que el relato que  sigue nos suena. Todos nacimos guajes o guajas, y mientras éramos rapacines nos emporcamos más de lo razonable, nos mancamos o escalabramos muchas veces y nos pusieron encaños, hasta que nos salieran postillas. Fuimos enredadores y quizá un poco pillabanes. Rezungamos cuando no queríamos obedecer y por asusañar, referver o por alguna otra   aicción o requisconcio, nos ganamos algún tosniscón que otro.  Todos sabemos que si nos llamamos bobín o bobina,  entre nosotros es solo un apelativo cariñoso. Ser tontos, para nosotros, es ser fatos, babayus, faltosos, boisos, fatos, mampirolos… Y si hacemos gestos llamativos, somos unos esparavanes o andamos perdiendo el tiempo  en gayolas.


            También enfermamos con las mismas palabras: sabemos lo que es el andancio, que nos puede inflamar el gañato, provocarnos dolor en las vidayas,  generar una fuerte mormera y hacernos  espirriar o esperriar. Si nos vamos de un sitio  deprisa cogemos el pendín, para aguantar más, y si corremos acabaremos esfrayados  y nos dolerán las dedas  (nuestros dedos de los pies), especialmente si vamos calzados con madreñas y a la mazuela. Y si, a final, nuestros pies acaban  sudorosos y  huelen  a queso ─no sé si de Cabrales o de Valdeón─,  desprenderán un tafo que fiede a la persona cercana. Y así podríamos seguir y seguir citando palabras  abondo o a embute. ¿Qué mayor sentimiento en común que una lengua?


            Además, Asturias y León han sido  siempre cuna de  grandes intelectuales   que han ido y venido de un lugar a otro. Jovellanos, que tuvo una novia leonesa, ya en el siglo XVIII, quiso difundir el patrimonio artístico y cultural de León y promovió y dirigió  el proyecto del Camino Real de Asturias y León, por Pajares, que era el puerto más expedito. Quería unir regiones y llevarlas  a la misma idea de progreso. Ya entonces concibió a León como un punto logístico. Y escribía en sus  Diarios: “Todo  es bello a una y otra parte, todo sublime, todo grande. Si se hace este camino, será el encanto  de los viajeros, singularmente el de aquellos que sean dados a la contemplación de la naturaleza”.


            El escritor leonés Juan Pedro Aparicio, primer galardonado con la Madreña Trasmontana (1990), que es hijo  de madre asturiana y padre leonés,  escribió la novela histórica  Nuestros hijos volarán con el siglo, sobre los últimos días de Jovellanos, y otra obra suya, El transcantábrico, crónica de un viaje en el tren “hullero”, ha inspirado el tren turístico del mismo nombre. Clarín, al que “nacieron” en Zamora, era hijo de asturiano y leonesa, y vivió en León en su infancia.  Sin olvidarnos de Antonio Gamoneda al que, con permiso de los asturianos y remedando  la expresión de  Clarín, lo “nacieron” en Oviedo, ni de los dos intelectuales  distinguidos  con la Madreña Asturleonesa 2011, los académicos   Luis Mateo Díez,  ganador del Premio Cervantes 2023, y  Salvador Gutiérrez Ordóñez, notable lingüista, que nació  en Asturias, se formó en la Universidad de Oviedo y es catedrático de la de León. Y tantos intelectuales más. Esas idas y venidas  de intelectuales de Asturias a León y viceversa, frecuentes antes y ahora, siempre han fortalecido con su presencia, su sabiduría o su pluma,  el sentimiento asturleonés.


             No estaría mal recordar aquí algunos nombres de esa nómina de escritores que han escrito en la lengua que une a asturianos y leoneses, ya que  se están publicando  varias docenas de títulos al año escritos en  nuestra llingua. Como el número  empieza a ser ya importante, solo cito a tres por su especial significación. A Antón de Mirirreguera (s. XVII), por ser el primer asturiano en escribir en asturleonés. A Xosefa Xovellanos (s. XVIII),  la primera escritora  asturiana que uso literariamente su lengua.  Y la tercera  persona es  Eva González (1918-2007), la escritora en asturleonés más conocida de León, que elevó a rango literario al patsuezu del Alto Sil.


            Nos emocionamos también al ver que obras maestras de la literatura universal se traducen a nuestra lengua. Reconoceréis fácilmente esta: Fézome falta mueitu tiempo pa cumprender  d´ónde venía.  El prencipicu, que facía siempre cantidá de perguntas, nu  precía ñunca  ouyí las miyas. (Traducido al leonés por las asociaciones La Caleya y Facendera pola Llingua). Qué bien nos suena el cap. 39 (I) del Quijote, en ese Quijote plurilingüe titulado El Quijote del siglo XXI (traducido por la asociación L´Alderique pal estudiu y desendolque de la llingua llïonesa), en que cada capítulo aparece en un idioma distinto, y que comienza así: Nun llugar de las montannas de Llión entamóu´l mieu llinax cun quien fou más agradecida y lliberal la natura que la fortuna… Más emociones asturleonesas…


            Antes de concluir, aún se me ocurre mencionar otro nexo de unión religiosa y cultural importante. Si por un momento  nos calzamos las madreñas  y nos convertimos en peregrinos reales o imaginarios a Santiago, también nos podría unir el Camino del Salvador. Muchos peregrinos, a lo largo de los siglos, se han desviado del Camino Francés en León para visitar la Catedral de San Salvador de Oviedo y  rendir culto a las reliquias de su Cámara Santa: Santo Sudario, Cruz de Victoria, Cruz de los Ángeles… Ya lo decía el viejo refrán: “Quien va a Santiago y no va al Salvador, honra al criado y olvida al Señor”. Ese camino, que creara Alfonso II, el Casto, ha hermanado a dos catedrales góticas, que forman parte del famoso dístico latino: Sancta Ovetensis, Pulchra Leonina, /  Dives Toletana,  Fortis Salmantina.


            Son muchos los escritores que han elevado al rango literario a  la catedral de León. Y es que es bien galana, decía la Pícara Justina. Así pues, iniciemos ese Camino del Salvador desde  la Pulchra, con estos versos que le dedica  Antonio Gamoneda:

Esta es la cima de León. Solemos / subir de la ciudad hombres cansados / a beber cada noche esta frescura / y a  sentir en silencio las estrellas. / Más de pronto, la sombra se convierte / en estremecimiento de blancura  / porque la catedral hace extenderse / entre la noche milagrosas alas. (…) / Si abres los ojos, la armonía pura /  se meterá en tu ser por la mirada / mas si los cierras, sentirá tu cuerpo / igual escalofrío de belleza.


            Pasando por las cinco etapas: La Robla, Poladura de la Tercia, Pajares, Pola de Lena  y Mieres, llegamos a la catedral de Vetusta con el deseo de obtener  la salvadorana, después de dejarnos seducir por caminos, pueblos, monumentos,  sentimientos religiosos y amistad. Saludamos a La Regenta, que está allí en la plaza de esa catedral, que tantas veces visitara en la novela de Clarín,  cuya torre calificaba el escritor como un poema romántico de piedra. Esa catedral Sancta de la que decía Robustiana Armiño, escritora asturiana del siglo XIX:

            Tú levantas la frente carcomida / do cada siglo imprime un nuevo sello / cual hermosa matrona envejecida /  que lleva mil collares a su cuello /  en tanto que a tus pies yace tendida / mostrando encanecido su cabello /   cual un león que por tus glorias vela /  la ciudad del católico Fruela.


            Curiosamente  la capilla actual de la Virgen Blanca de León estuvo dedicada primitivamente al Salvador. ¡Y qué mejor lugar que nuestras catedrales  para quedarnos un ratín embelesados ante las reliquias de  la Cámara Santa de Oviedo o ante las vidrieras de la catedral de León! Quizá quien nos vea allí absortos piense que estamos mirando a las alpabardas. Pero no,  ahí  solo nos quedamos a contemplar la belleza  y a  descansar  un momento  para reponer fuerzas, amigas y amigos,  porque va siendo hora de hablar de cena, que  ya sentimos un poquitín de fame y no queremos llegar esfamiaus al Centro Asturiano.


            Después de lo dicho, pémeque nos hemos acercado un poquitín a ese sentimiento asturleonés que sobrevuela, desde el puerto del Pontón hasta el de Leitariegos y Cerredo, y, desde el mar de agua asturiano hasta el mar de trigo leonés.  Y  entovía queda bien d´ello por decir. Espero que toda esta evocación  haya suscitado en  las personas que estamos aquí alguna pequeña emoción. Si ha sido así, yo me alegraría a embute, porque habríamos respondido a aquella pregunta inicial: ¿Y esto qué ye, ho?, con esta respuesta: ¡Oooh,  es el sentimiento asturleonés!  Y si a alguien le ha abultado demasiado pesada la charla y exclama: ¡Meca, qué rollo!, que sepa que,  en ese meca tan nuestro, se pondría  de manifiesto, sin pretenderlo, y  en sin más ni más, el ejemplo más expresivo de este sentimiento asturleonés.


            ¡Sigamos estrechando lazos de amistad!

            ¡Larga vida a la Madreña Asturleonesa!

                        ¡Muchas gracias!


     ©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura

Grabación completa del acto   realizado en la Casa de León en Madrid.

Autor del vídeo: Ángel  Pajín Álvarez

Acto de entrega de la Madreña Asturleonesa, Casa de León


Dos fragmentos de la conferencia en Youtube. 

Grabación de Celia de Frutos Álvarez

La cultura de las vacas

Camino del Salvador




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