Dichos relacionados con los colores
En las líneas
que siguen vamos a alucinar o flipar en colores, a pasear la vista por el mundo de los colores y, de forma especial, por las
expresiones coloquiales del castellano que están relacionadas con ellos. Nos
fijaremos solamente en las frases hechas o modismos, sin incluir los refranes
(aunque de pasada se mencione alguno), que requerirían un desarrollo mucho más
amplio. Así que, sin sacar los colores a
nadie, hablaremos de colores y de
colorines, porque siempre hay personas optimistas que creen en los peces de colores y, según parece, debe de ser esa una creencia muy reconfortante.
Los colores
tienen significados simbólicos y suponen
por sí mismos un lenguaje. La mayoría de los ciudadanos españoles identifican
qué partidos políticos se esconden tras el azul, el morado, el naranja, el rojo, el verde… por los colores de sus
banderas y otros logotipos. Los MCS usan con frecuencia las alusiones a los
colores para referirse a algunos partidos. En el mundo urbano todos somos
conscientes de lo que significan las zonas
azules, verdes o naranjas a la hora de aparcar y los colores de los semáforos, en la circulación. Y
en las playas, los significados de las banderas rojas, amarillas o verdes.
También por los colores identificamos a organismos internacionales como la Cruz
Roja o los Cascos Azules.
Hagamos, pues, nuestro particular mosaico de colores o escalera de color.
Del blanco al negro
Iniciamos
nuestro repaso por el blanco, el gris y el negro, esos que son llamados colores
neutros, atendiendo solamente al uso sociolingüístico de los mismos.
El blanco
no es uno de los colores que más nos
favorezcan, pues, en nuestra cara, es un indicio de alguna indisposición
física. Además, a pesar de que nos vistamos finamente y vayamos de punta en blanco (usando el blanco nuclear, por supuesto), y actuemos con guante blanco pretendiendo
impresionar o enamorar a alguien, podemos fracasar e irnos en blanco. Ya lo dice el refrán: En
blanco me pretendiste y, como no te quise, en blanco te fuiste.
Aun elegantemente vestidos, nos podemos quedar en blanco, porque nos traicione
la memoria o quedarnos sin blanca, porque la fortuna no nos favorezca o porque dilapidemos la ya conseguida. También podemos
quedarnos sin fortuna si tenemos alguna posesión que, cual elefante blanco, nos produce más gasto que beneficio. Y, aún tendríamos peor fortuna, si somos atacados
con un arma blanca. Y lo peor es que en situaciones como esas pasemos a ser el blanco de todas las miradas.
Todas
estas preocupaciones nos pueden impedir el sueño y obligarnos a pasar la noche en blanco. Ese estado de confusionismo que nos produce la falta de sueño nos puede
llevar a confundir a una persona con otra, aunque solo se parezcan en el blanco de los ojos o a
no distinguir lo blanco de lo negro. Aun estando despiertos, a veces no es fácil distinguir a las buenas
personas de las que actúan como sepulcros
blanqueados.
Pero, si estamos atentos, podemos dar en el blanco y que nos
den carta blanca para actuar y, a ser posible, que nos
paguen bien con un cheque en blanco. Evitemos, sin embargo, firmar en blanco (antes te
quedes manco que eches una firma en blanco), para no sufrir disgustos no
sospechados. Sin embargo, saludemos y respetemos las banderas blancas y, si tenemos que tener tratos con la magia,
elijamos la magia de ese color. La iglesia católica también saluda con alegría
la fumata blanca cuando se trata de
elegir un nuevo papa.
Y como antes podíamos observar la blancura de la leche
en los envases de vidrio, hemos incorporado al idioma la expresión blanco y en botella, para hablar de algo
que es evidente y no merece mayor explicación.
El blanco
también interviene en frases hechas que conciernen al trato que se da a
las mujeres. Se habla de trata de blancas, que es el
comercio que explota a las mujeres y las condena a ejercer
la prostitución. Por otra parte, siempre
se ha dicho que manos blancas no ofenden. Esta frase
hoy podría tener tintes machistas, porque nos habla de que hay que
disculpar la ofensa cuando viene de una dama. El blanco (y la azucena y la flor de azahar, de ese
color), ha sido en el mundo católico un signo de virginidad.
Del distinto baremo moral con que la sociedad enjuicia
a las mujeres con respecto a los hombres se quejaba la escritora Alfonsina
Storni en aquellos conocidos versos del poema Tú me quieres blanca:
Tú me quieres
nívea, / tú me quieres blanca, / tú me quieres alba…
El gris no
es un color especialmente atractivo. A
pesar de que todos tenemos sustancia gris,
a unas personas les ilumina el cerebro y lucen en él las ideas, en cambio,
otras son personas grises toda su
vida. Y nadie se libra de encontrarse
en su
propia vida con días grises. En nuestra historia
reciente los grises, Policía Armada
del Franquismo, llamados así por el color de su uniforme, representaron la
represión contra los grupos que luchaban por la democracia.
En literatura, resuenan en nuestra mente los versos desolados de Dámaso Alonso, en el
poema Mujer con alcuza:
Yo no sé qué es
más gris / si el acero frío de sus ojos / si el gris desvaído de ese chal / con el que se envuelve
el cuello y la cabeza / o si el paisaje desolado de su alma…
El negro es
un color altamente contradictorio. Es el símbolo del lujo y es el símbolo de la
muerte, del luto. En el mundo de la política, se asocia con ideologías
contrarias que van del anarquismo al fascismo. Actualmente el partido de Ángela
Merkel, en Alemania, usa ese color cuando está en coalición. En el mundo social, se identifica con el
clero, por el color del hábito o la sotana. Es también el color del plumaje de
los cuervos, aves que se asocian con la rapiña y la muerte.
En los dichos coloquiales, el negro se presenta con
significado peyorativo: A burro negro no
le busques pelo blanco. Tal vez porque en nuestra cultura es el color de la muerte. Por eso somos capaces de decir,
malévolamente, cosas como el mejor
suegro, vestido de negro, y no nos referimos precisamente a la elegancia
del negro, sino más bien a la mortaja.
Esta valoración negativa del negro es debida al hecho
de aludir también a la noche, por eso de que de noche todos los gatos son pardos. En
la sociedad actual el negro tiene mucho poder, pues es capaz de teñir el dinero
de colores en dinero negro, malo para
el fisco, pero muy beneficioso para los que operan con él. Y del dinero negro
no hay mucha distancia hasta el mercado
negro.
También el negro arrastra algunas connotaciones
racistas… De ahí expresiones como trabajar
como un negro. Así trabaja el creador -el
negro- que realiza una obra para otro,
que luego pone su nombre y se adjudica los laureles del triunfo.
Sin embargo, parece que es más políticamente correcto
llamar a los negros personas de color.
Personas de color somos todos, independientemente de la raza. Lo más triste es
que hay personas, blancas, negras,
blancas o amarillas, que trabajan como negros y se las
ven (o las pasan) negras para sacar adelante a su familia.
Con frecuencia, porque topan con un negrero,
auténtica bestia negra, que les
explota laboralmente. Por mucho que se esfuercen siguen viendo las cosas negras o
de color de hormiga, de hormiga negra, por supuesto; pero no por
defecto visual, sino porque realmente el color es negro.
A veces, decimos, solo de manera puntual, que estamos negros o que nos están poniendo negros por algo o
incluso que tenemos un día negro o
que una mano negra está moviendo los
hilos contra nosotros y nos coloca en una lista de ese color. Si los días negros
son persistentes, caemos en un pozo negro.
Y cuando nuestro comportamiento no sigue
las pautas establecidas por la familia o la sociedad nos convertimos en garbanzos negros o en ovejas negras, porque no es raro que de
ovejas blancas nazcan corderos negros.
Cuando nos pintan así el panorama, y, si la situación no es pasajera, entonces nuestro mundo cambia de color y vemos la
cosa negra o tenemos la negra. Es
en ese momento, más que nunca, cuando nos gustaría ver la realidad de colores o
encontrarnos con algún regalo de pata
negra. Si no nos llega el sabroso jamón, podemos buscar entretenimiento
para olvidar momentáneamente el negro panorama, y nada mejor que leer una
novela o ver una película de cine negro.
Los autores de todas las épocas han puesto por
escrito, negro sobre blanco, sus
vivencias usando el negro con valor simbólico. En la literatura está muy
presente como símbolo del dolor y la muerte.
Lorca tiñe de negro a la luna, que observa muda el
crimen que se va a cometer, en la Canción
del jinete: En la luna negra de los bandoleros / cantan las espuelas… Y el dolor de Miguel Hernández ante la muerte
de su hijo en el Cancionero y romancero
de ausencias también es negro: Negros
ojos negros. / El mundo se abría / sobre sus pestañas / de negras distancias.
/ Dorada mirada. / El mundo se cierra / sobre sus pestañas / lluviosas y negras…
El Romanticismo usa el negro como color de la desesperación. Las referencias
literarias son muy abundantes, pero no es el tema de este artículo.
Del rojo al
naranja
El rojo se
ha identificado con el amor, en lo que se refiere a los sentimientos; con lo
prohibido, en lo concerniente a las normas sociales, y con lo revolucionario,
en referencia a las ideologías políticas, al menos desde la Revolución francesa. Fue el
color de la Comuna de París, de la Revolución rusa de 1917, de la Revolución de
Mao en China y la de los Claveles (rojos) en Portugal. Aunque no siempre ese simbolismo es exacto,
pues en países como Paraguay y Uruguay existe un llamado Partido Colorado, que
es de ideología conservadora.
En los dichos coloquiales el rojo expresa más bien
emociones negativas. Ante una situación de exaltación decimos que está al rojo vivo. Se pone
rojo o encarnado el tímido y la
persona que se encuentra en una situación embarazosa. Para que el dicho sea más
expresivo y hortícola le añadimos, a
veces la relación con el tomate, y nos ponemos
rojos como un tomate. En
algunas ocasiones nos sacan los colores
con tanta intensidad que nos ponemos de
mil colores.
Sin que ese color aflore a nuestro rostro, parece que
lo sentimos por dentro cuando estamos rojos
de ira. Es el color que asociamos a la prohibición, pues nos sacan la bandera roja muchas veces en la
vida sin que estemos en una playa ni tengamos ninguna intención de bañarnos. O
nos marcan líneas rojas. Tampoco es
nada agradable la situación de aquel cuyas cuentas se hallan en números rojos. Ni la de la persona
que, al compararla con otros más aventajados, se la califica como farolillo rojo (alude a la luz que
llevaba en la parte trasera el último vagón de un tren. De ahí pasó al ciclismo
y luego a la lengua común).
El rojo también se ha usado políticamente para identificar
a los partidos de izquierda y, en otra época, para asustar a la población y
advertirla de las desgracias que sobrevendrían si estos grupos llegaban al
poder: ¡Que vienen los rojos! (Algo
de eso sigue ocurriendo hoy). Y hasta se hablaba de los curas rojos, los barrios rojos, la duquesa roja… Desde luego,
llamar a los simpatizantes de la izquierda el
rojerío o los rojeras no parece
un calificativo muy positivo.
Y no podemos olvidarnos del rojo como símbolo de la
sangre derramada, de la guerra, de la muerte. En el cristianismo es el símbolo
de la pasión de Cristo. El rojo (el
vestirse de colorado) es, también,
el color del capelo cardenalicio. Cuando el
duque de Lerma, para evitar ser perseguido por corrupción, llegó al
cardenalato, corría por Madrid un copla
de irónicos versos: Para no morir
ahorcado, / el mayor ladrón de España / se viste de colorado.
Y en la literatura ha cobrada gran importancia el
simbolismo del rojo, como el color del amor apasionado y de la vida, representado en un clavel o una rosa, o en el fuego. También es el símbolo de la sangre
derramada, de la guerra, de la muerte violenta. Tiene una notable presencia en
la obra lorquiana.
El rosa,
en cambio, es un color amable, que tradicionalmente se ha identificado con lo
femenino o con lo intrascendente y
positivo. También se ha asociado con el colectivo LGTBI, aunque poco a poco se
ha ido sustituyendo por los colores del arco iris. Ojalá pudiéramos ver siempre las cosas de color de rosa, como
suele suceder en las novelas rosa o
en la prensa rosa… Pero la realidad
que hay fuera de esas publicaciones se empeña en vestirse de colores variados,
porque, por mucho que lo intentemos, en
la vida no todo es color de rosa
ni siempre podremos estar sanos y acicalados como una rosa.
Seguimos con un repaso al amarillo. Amarillear es
estar ajado, haber perdido el color blanco original, por tanto, no se suele
asociar con la vida. Va unido generalmente a connotaciones sociales negativas.
Tildar de sindicato amarillo a una
organización, dentro del mundo laboral, es considerarla próxima a los intereses
de la empresa y desconfiar de sus fines en cuanto a la defensa de los
trabajadores. Hablar de prensa amarilla
(o amarillismo) en el mundo de los
medios de comunicación es calificarla de
sensacionalista y carente de credibilidad. Se trata de una prensa que busca asombrar o escandalizar a los
lectores, oyentes o espectadores. Amarillo
es asimismo el color del oro, de la avaricia, y también de la corona que
simboliza el poder.
Sin embargo, es el color que predomina en las flores
primaverales. En literatura nos ha dejado hermosos versos, como los del poema de Juan Ramón Jiménez titulado Primavera amarilla, del que
transcribimos los últimos versos:
Guirnaldas amarillas escalaban / los árboles; ¡el día / era una gracia
perfumada de oro / en un dorado despertar de vida! / Entre los huesos de los
muertos / abría Dios sus manos amarillas.
El color marrón
dio origen a la palabra madera o maderos para llamar a la Policía
Nacional cuando dejaron de ser llamados los
grises al cambiar su uniforme a color marrón. En Alemania se llamaba Casa Parda a la sede del Partido Nazi,
por el color de sus uniformes. En Zamora hay una procesión de Semana Santa que
se conoce popularmente con el nombre de las Capas
Pardas por llevar los cofrades la capa alistana.
Este color ha dado origen a dos expresiones que han
surgido con la posmodernidad. Hasta época reciente, aunque alguien pasara por
momentos complicados, no se decía que le caían
marrones. Ahora, no solo les
caen a muchos trabajadores, sino que parece que les caen en el propio plato y
están obligados a comerse esos marrones,
aunque no sean nunca comida de su
agrado.
Otro color de la gama de los cálidos es el dorado. Es un color otoñal y también el
color del oro y la riqueza. Todos hemos tenido alguna vez un sueño
dorado, ese intenso anhelo de algo que queremos conseguir. También se habla
de edad
dorada, esa etapa inicial de la edad del hombre que era un tiempo de
justicia y felicidad. En el famoso discurso ante los cabreros don Quijote describe y añora esa edad de la humanidad. Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a
quien los antiguos pusieron el nombre de dorados (…), porque entonces, los que
en ella vivían ignoraban estas dos
palabras de tuyo y mío. (El Quijote, 11,
I). En todas las culturas se habla de
una edad de oro. En el caso de la española, de Siglo de Oro (desde mediados del
siglo XVI a mediados del XVII).
El naranja, en
política, se asocia con la ideología de la democracia cristiana o neoliberal. Es un color vivo que sugiere dinamismo, entusiasmo,
modernidad. En España se vincula con un partido político de centroderecha. Un líder de este partido fue en
alguna ocasión llamado Naranjito por un contrincante político.
Y muchos recordamos que a un famoso periodista se le llamaba Butano o
Butanito.
Del verde al
azul
El verde tiene gran presencia en los refranes y en los dichos coloquiales (no abarcamos
aquí los primeros, que son muy numerosos) y, aunque se le ha dado
tradicionalmente el simbolismo de la esperanza, las expresiones relacionadas
con el verde suelen tener connotaciones peyorativas, pues hay en ellas más
bilis que esperanza. Con frecuencia se identifica con la envidia, porque nos ponemos verdes de envidia. También le damos significados relacionados con
el sexo cuando contamos chistes verdes
o llamamos viejo verde a alguien muy
maduro o anciano con actitudes libidinosas, aunque diga el refrán que eso no
cuadra mucho con la edad: A burro viejo, poco verde.
Originariamente,
verde significaba persona que tenía vigor y juventud. En el s. XVII Covarrubias
todavía le daba ese significado. Pero la expresión fue variando hasta adquirir
el significado peyorativo que tiene hoy.
En ocasiones
el verde adopta una connotación
antifeminista o machista, como ocurre en: Para
qué tumbarlas verdes, si maduras caen solitas. Lo mismo ocurre con ser una verdulera, una expresión que, en femenino, y con el
significado de ser una persona que tiene
modales poco finos, especialmente en la forma de hablar, se aplica de forma
casi exclusiva a las mujeres. En muchos refranes también se recoge ese matiz
antifeminista.
Cuando se trata de lanzar improperios contra alguien
que no suele estar presente lo ponemos
verde, (la expresión puede tener
que ver con el moho, de color verdoso, que indica que algo, especialmente una
comida, se ha estropeado), y si algo o
alguien está en un estadio poco maduro o la persona es poco experimentada
decimos que está verde. Al impuntual
o poco voluntarioso lo recibimos con un ¡a
buenas horas mangas verdes! (Parece que este dicho tiene relación con la
visión negativa que se tenía de la Santa Hermandad que llegaba tarde a
solucionar los problemas). Del que se
presenta con apariencia bondadosa y tras ella esconde asuntos desagradables
decimos que viene el villano vestido de
verde. Y a la persona muy rara la calificamos de perro verde.
El verde también puede tener connotaciones positivas si
se identifica con la naturaleza, con la vida, con la energía, por eso los verdes son grupos
políticos u organizaciones
(Greenpeace; paz verde) que sienten especial preocupación por lo natural,
aunque sus ideas resultan a veces controvertidas por ser consideradas utópicas.
Y el verde también ha llegado a la economía en la que, de vez en cuando, asoman
esperanzados brotes verdes (green shoots, en inglés) después de una
crisis.
Relacionada
con el verde existe una expresión que tiene raíces literarias: Están verdes –dijo la zorra. La frase se
basa en la fábula atribuida a Esopo y que luego populariza Samaniego en el s.
XVIII. Cuando la zorra intenta coger las
uvas y ve que no las puede alcanzar, desiste diciendo que no están maduras para
no asumir su fracaso. En el mismo sentido se atribuye el dicho a las personas
que renuncian a hacer algo, porque son incapaces, pero buscan una excusa para
no asumir ese fracaso.
El color verde se identificó en épocas pasadas con la
monarquía española y las siglas VERDE (Viva el Rey de España) se convirtieron
en un grito de los monárquicos españoles durante los dos períodos republicanos
que ha vivido España.
La literatura ha incorporado a la lengua común los
famosos y enigmáticos versos del Romance
sonámbulo de Lorca: Verde que te
quiero verde. / Verde viento. Verdes
ramas… El color verde inunda todo el texto: Verde carne, pelo verde…
El verde se usa también para rechazar de forma rotunda
lo dicho por alguien: ¡Verdes las han
segado!, o sea, todo lo contrario a dar
luz verde para hacer una cosa. Cuando algo es evidente y no hace falta
probarlo podemos decir eso de verde y con
asas (la alcarraza). La alcarraza era una vasija de cerámica pintada de
verde y que servía para refrescar el agua. Y
cuando hacemos algo inútil es
como si estuviéramos segando en verde.
El morado
nos sitúa en el fiel de la balanza, pues
igual nos favorece y nos permite ponernos
morados, que nos trata mal y nos
hace pasarlas moradas. Y, si además
de pasarlo mal, salimos de la situación con el color de los cardenales,
parece que la balanza se inclina al lado negativo. En general, lo mismo que el
lila, se relaciona con el descontento y la reivindicación. También con el mundo
espiritual.
Los colores violeta, lila o malva se han
identificado tradicionalmente con el
feminismo. El violeta es un
color que apenas aparece en los dichos. En la lengua culta se usa la
expresión ser un erudito a la violeta,
para aquellos que aparentan mucha erudición, pero tienen poca sabiduría. La frase se corresponde con el título de un
libro publicado por José Cadalso en 1772, en el que satirizaba la erudición
excesiva y superficial. El color violeta se asocia hoy a la lucha feminista.
Tanto el lila como el violeta o morado
son colores fríos, que se asocian con lo espiritual (con la penitencia, la
Cuaresma), con el esoterismo (se usa mucho en los cuentos). En otra época se
asociaban a los trajes de la nobleza, pues eran colores difíciles de conseguir. No es
frecuente que los usen los partidos políticos, aunque en España sí tenemos un
partido que usa estos colores en su logotipo.
En literatura, el
violeta se ha asociado con la melancolía: Largas
brumas violetas / brotan sobre el río
gris… Son versos de Leopoldo Lugones. Porque
eras melancólica y perdida / y era perdido y lúgubre mi amor / y en ti miré el
emblema de mi vida / y mi destino,
solitaria flor, decía Gil
y Carrasco de la violeta.
El malva
también tiene alguna presencia en los modismos. De las personas que han tenido
humilde cuna se dice que han nacido entre
las malvas. Estar
criando malvas es
otro dicho popular que dejaremos de oír de forma definitiva cuando estemos
ocupados en esa crianza. Las malvas crecen con facilidad en lugares
abandonados y de manera especial en los cementerios, por eso existe la creencia
de que los restos de los cadáveres sirven de abono para estas plantas. Sin
embargo, tiene un sentido más positivo cuando se dice que alguien es o está
como una malva, para valorar su actitud de docilidad o bondad.
El azul,
color del mar, de la serenidad, nos eleva de rango social: celeste, marino,
turquesa, azul, cobalto… Sugiere una cierta seguridad. En el mundo político se
identifica con partidos de derechas. Era el color de las camisas de los
falangistas y voluntarios de ese grupo, del SEU y de la Sección Femenina
(enfermeras) que constituyeron la División Azul, que apoyó a la Alemania
nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Ser de sangre
azul se ha identificado con la nobleza y la realeza. La expresión tiene relación con el hecho de que las
personas de alto linaje, que no trabajaban
al sol, no tenían la piel morena y a través de ella se apreciaba mejor
el color azulado de sus venas, y eso hacía creer a la gente sencilla que tenían
la sangre azul. De sangre azul o roja, la mayoría de las mujeres han aspirado a
encontrar un utópico príncipe azul en
algún momento de su vida. También eleva de rango lo de sentarse en el banco azul o lo de conseguir playas con banderas azules. En cambio, no nos gusta
encontrarnos con zonas azules de
aparcamiento, ni tener la enfermedad
azul. En cambio, sí nos
recomiendan comer pescado azul, aunque, hasta
no hace mucho, era una comida de pobres, frente al pescado blanco que tenía mejor valoración. El azul ha sido también
el color por excelencia del manto de la Virgen.
Azul fue el
título de la obra de Rubén Darío que abrió el Modernismo. Y el azul se prodigó
dentro de ese movimiento literario. Es un color con mucha presencia en la
poesía. Dios está azul, son las
primeras palabras de un verso de Juan Ramón Jiménez. Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción
profana… Es el inicio de un poema de Rubén Darío.
De colorines
Cerramos el artículo deseando que nadie confunda
los colores, al juzgar a personas o cosas; que los colores
nacionales muevan emociones, pero gestionadas siempre por la razón, y que en todo lo escrito haya habido
un poco de color.
La realidad es tozuda y tiene el color que tiene, a
pesar de ello, y, aunque a veces las
cosas pasen de castaño oscuro, lo mejor
es que sigamos viendo el mundo de
colorines… De color pastel, a
poder ser, aunque no nos comamos pasteles
de colores. Desde luego, siempre son preferibles al negro o al gris: ¡No hay color!
Y colorín
colorado, artículo cerrado.
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Foto: Teresa Álvarex |
Este artículo ha sido publicado en abril de 2020 en la revista universitaria Nueva Etapa del Colegio Universitario María Cristina. San Lorenzo del Escorial (Madrid).
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Separata de la revista Nueva Etapa. |
Y el día 24 de mayo de 2020 por el periódico leonés Astorga Redacción:
Los colores de la palabra