De colorido leonés
Y tú, ¿qué lengua hablas? Si
quieres responderme, es posible que me contestes, con total seguridad: Yo hablo castellano o
español. Y probablemente es verdad, pero
solo una verdad a medias, porque yo, que soy también una lengua milenaria, estoy
ahí, a tu lado, agazapada bajo tu castellano, y en cualquier momento afloro a
la superficie y pongo un color especial lleno de musicalidad en tu
forma de hablar. Yo soy la lengua leonesa, eso que ahora muchos llaman llionés. En realidad lo que tú hablas es un castellano “leonesizado”, del que
a veces no eres consciente. Pero, aunque
no lo sepas, ahí estoy, como fiel compañera, ayudándote a ver el mundo con ojos
leoneses. Te enseño a medir el tiempo por
ratines o minutines, las cantidades por pizquinas,
si son pequeñas, o abondo, a embute, a esgaya o bien d´ello, si son muy abundantes. Te ayudo a repartir besines, que yo revisto de especial
cariño…
Incluso cargo de afecto las palabras bobín y bobina, porque mis auténticos bobos son los fatos; mis atolondrados, los tolos o tarolos, y mis pillos son los alipendes o pillabanes. Mis niños se llaman guajes o rapaces y mis adolescentes, mocinas. Y mis heridas son mancaduras que recubres con encaños hasta que se formen las postillas… Y, como los leoneses sois personas que queréis aprovechar el tiempo, aguantáis para volver luego, que no es después, sino pronto. ¡Y quisió cuántos cientos o miles de palabras que, ensin más ni más, vas introduciendo en ese castellano tuyo peculiar, porque la mayoría de los achiperres que tienes alrededor tienen nombre leonés! ¡Cuánto me presta seguir oyendo esas palabras que siempre he puesto a tu disposición!
Yo soy esa lengua leonesa que,
como el castellano y otras, procedemos
del latín, pero que las vicisitudes históricas han hecho que a ellas siempre se les haya dado la consideración de
lenguas, que a mí me han negado durante siglos. Y eso que soy
más antigua que mis hermanas. Pémeque
algunos estudiosos incluso me consideran un dialecto del castellano o una forma paleta de hablarlo. Nada más lejos de la realidad. Decía
Unamuno: “Nadie
aprendería nada de su propia experiencia, si no tuviera a la vista el
diccionario de la experiencia ajena, el lenguaje. Nadie distinguiría los
síntomas de la Naturaleza, sino gracias a los nombres que les hemos puesto”.
A ti que has nacido en las montañas del noroeste de León (Bierzo Alto, Laciana, Babia, Omaña…), yo, tu lengua leonesa, te regalo un montón de palabras para que distingas bien los signos de esa naturaleza exuberante en que te mueves. Palabras que nos hablan de los cambios que se producen, a lo largo del año, en ese entorno en que vives o palabras que nos hablan de sentimientos relacionados con él. En esta carta que te escribo solo puedo recordarte algunas. Por ejemplo, las “palabras de nieve”, porque la nieve forma parte de tu forma de vivir y de ser leonés.
Ahí van algunas. Si caen falampos o simplemente unas farraspinas
echas mano de las madreñas
una vez que, a fuerza de espaliar, has abierto una buelga y
puedes afullancar a través de la nieve, si alguna trabe no te lo
impide. Si la nieve está muy seca, la llamas fallusca y la enterrentas
para que llegue antes el desnevio. Y cuando el día está de blandura,
los ríos crecen y se produce una llena,
porque baja una tangada de agua. Si hay mucha friura y te mantienes albentestate del abesedo se te arfía
la cara, especialmente si por la noche ha caído una fuerte pelona. Aún
en la primavera nos podemos encontrar
con muchos días gafos de marzadas
en que el aire bufa. Y qué decir de los ñuberus o reñuberus,
esos espíritus de las nubes ─que no tormentas, puesto que en León vien la nube─ que nos
asustan con sus fuertes tronidos y temibles colubrinas.
Y caminando hacia la otoñada verás cómo se marea la hoja en los
árboles y, al tiempo que recogemos los frutos, nos preparamos para los magostos
que son una buena forma de defendernos de esa niebla, poco densa, que empieza a
bajar al valle y para la que te regalo otra
palabra leonesa: calabrina. ¡Qué mengua
se produciría en tu capacidad de expresión si olvidaras todos estos matices y
las palabras que los nombran! Conocer distintas lenguas siempre enriquece.
No me olvides, no me desprecies, no me consideres inferior. No me conviertas en una lengua extinguida, como esas veinticinco que desaparecen cada año en el mundo. Siéntete orgulloso, porque no soy una modalidad lingüística inferior. No soy chapurriau, como algunas de las gentes de la montaña llaman, de forma un tanto despectiva, a esa forma de hablar que mezcla los dos idiomas. Para cada hablante, independientemente de la importancia social que se dé a su lengua, su forma de hablar es la más importante del mundo, porque es su forma de percibir la realidad, de pensar y de expresarse. Y de dejar huella para la posteridad. Por este motivo es una tragedia cultural el hecho de que una lengua desaparezca.
Yo, tu lengua leonesa, estoy ahí: en tu pensamiento, en lo que dices y en lo que oyes, y en todo aquello que te rodea. Cuando expresas la intensidad de un sentimiento con interjecciones como hospe, home, meca… estás usando la lengua leonesa. Y cuando lo haces con gestos, también pongo a tu disposición unas cuantas palabras para llamar a cada uno: gayolas, esparavanes, esparajismos, licuelas, cigañuelas…Todas estas palabras, muy expresivas, presentan una gran variedad de matices.
Cada día, desde que ves la luz de la amanecida hasta que contemplas las rubianas del ocaso, aunque no seas consciente, yo, tu lengua leonesa, tiño varias veces tu mente o tu habla de colorido granate. Solo con que me reconozcas alguna vez, ya me siento agradecida y afalagada. ¡Y viva!
Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga