miércoles, 24 de julio de 2024

De colorido leonés. Y tú, ¿qué lengua hablas?

 

Artículo  publicado en la revista La Curuja de Noceda del Bierzo en el número de julio de  2024

  De colorido leonés

                                                       

Y tú, ¿qué lengua hablas? Si quieres responderme, es posible que me contestes,  con total seguridad: Yo hablo castellano o español. Y probablemente es  verdad, pero solo una verdad a medias, porque yo, que soy también una lengua milenaria, estoy ahí, a tu lado, agazapada bajo tu castellano, y en cualquier momento afloro a la superficie y pongo un color especial lleno de musicalidad   en tu forma de hablar. Yo soy la lengua leonesa, eso que ahora muchos llaman llionés. En realidad lo que tú  hablas es un castellano “leonesizado”, del que a veces no eres consciente.  Pero, aunque no lo sepas, ahí estoy, como fiel compañera, ayudándote a ver el mundo con ojos leoneses.  Te enseño a medir el tiempo por ratines o minutines, las cantidades por pizquinas, si son pequeñas, o abondo,  a embute,   a esgaya o bien d´ello, si son muy abundantes. Te ayudo a repartir besines, que yo revisto de especial cariño…


Incluso cargo de afecto las palabras bobín y bobina, porque mis auténticos bobos  son los fatos; mis atolondrados, los tolos o tarolos, y mis pillos son los  alipendes o pillabanes. Mis niños se llaman guajes o rapaces y mis adolescentes, mocinas. Y mis heridas son mancaduras que recubres con encaños hasta que se formen las  postillasY,  como los leoneses sois personas que queréis aprovechar el tiempo,  aguantáis para volver luego, que no es después, sino pronto. ¡Y quisió cuántos cientos o miles de  palabras que, ensin más ni más, vas introduciendo en ese castellano tuyo peculiar, porque la mayoría de los achiperres que tienes alrededor tienen nombre leonés! ¡Cuánto me presta seguir oyendo esas palabras que siempre he puesto a tu disposición!


Yo soy esa lengua leonesa que, como el castellano  y otras, procedemos del latín, pero que las vicisitudes históricas han hecho que a ellas  siempre se les haya dado la consideración de lenguas,  que a mí  me han negado durante siglos. Y eso que soy más antigua que mis hermanas. Pémeque algunos estudiosos incluso me consideran un dialecto del castellano  o una forma paleta de hablarlo.  Nada más lejos de la realidad. Decía Unamuno: “Nadie aprendería nada de su propia experiencia, si no tuviera a la vista el diccionario de la experiencia ajena, el lenguaje. Nadie distinguiría los síntomas de la Naturaleza, sino gracias a los nombres que les hemos puesto”.


A ti que has nacido   en las montañas del noroeste de León (Bierzo Alto, Laciana, Babia, Omaña…), yo, tu lengua leonesa, te regalo un montón de palabras para que distingas bien los signos de esa  naturaleza  exuberante en que te mueves. Palabras  que nos hablan de los cambios que se producen, a lo largo del año, en ese entorno en que vives o  palabras que nos hablan de sentimientos relacionados con él. En esta carta que te escribo  solo puedo recordarte algunas. Por ejemplo, las  “palabras de nieve”, porque la nieve forma parte de tu forma de vivir y de ser leonés.


Ahí van algunas. Si caen falampos o simplemente unas farraspinas  echas mano de las madreñas una vez que, a fuerza de espaliar, has abierto una buelga y puedes afullancar a través de la nieve, si alguna trabe no te lo impide. Si la nieve está muy seca, la llamas fallusca y la enterrentas para que llegue antes el desnevio. Y cuando el día está de blandura, los ríos crecen  y se produce una llena, porque baja  una tangada de agua.  Si hay mucha friura y te mantienes  albentestate del abesedo se te arfía la cara, especialmente si por la noche ha caído una fuerte pelona. Aún en la primavera  nos podemos encontrar con muchos días gafos  de marzadas en que el aire bufa. Y qué decir de los ñuberus o reñuberus, esos espíritus de las nubes ─que no tormentas, puesto que  en León vien la nube─ que nos asustan  con sus  fuertes tronidos y temibles colubrinas. Y caminando hacia la otoñada verás cómo se marea la hoja en los árboles y, al tiempo que recogemos los frutos, nos preparamos para los magostos que son una buena forma de defendernos de esa niebla, poco densa, que empieza a bajar al valle  y para la que te regalo otra palabra leonesa: calabrina. ¡Qué  mengua se produciría en tu capacidad de expresión si olvidaras todos estos matices y las palabras que los nombran! Conocer distintas lenguas siempre enriquece.


 No me olvides, no me desprecies, no me consideres inferior.  No me conviertas en una lengua extinguida, como esas veinticinco que desaparecen cada año en el mundo.  Siéntete orgulloso, porque no soy una modalidad lingüística inferior. No soy chapurriau, como algunas de  las gentes de la montaña  llaman, de forma un tanto despectiva, a esa forma de hablar que mezcla los dos idiomas. Para cada hablante, independientemente de la importancia social que se dé a su lengua,  su forma de hablar es la más importante del mundo, porque es su forma de percibir la realidad, de pensar  y de expresarse. Y de dejar huella para la posteridad. Por este motivo es una tragedia cultural el hecho de  que una lengua desaparezca.


Yo, tu lengua leonesa, estoy ahí: en tu pensamiento, en lo que dices y en lo que oyes, y en todo aquello que te rodea. Cuando  expresas la intensidad de un sentimiento con interjecciones  como hospe, home,  meca… estás usando la  lengua leonesa. Y cuando lo haces  con gestos, también pongo a tu disposición unas cuantas palabras para llamar a cada uno: gayolas, esparavanes, esparajismos, licuelas, cigañuelas…Todas estas palabras, muy expresivas, presentan una gran variedad de matices.


 Cada día, desde que ves la luz de la amanecida  hasta que contemplas   las rubianas del ocaso, aunque no seas consciente, yo, tu lengua leonesa, tiño  varias veces  tu mente o  tu habla  de colorido granate. Solo con que me reconozcas alguna vez, ya me siento agradecida  y afalagada. ¡Y viva!


Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga







                 

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