Dedicado a mis compañeros de las tertulias culturales de la Casa de León en Madrid.
No sé si los leoneses, llevados por nuestra contención y seriedad, somos poco expresivos. Lo que sí es cierto es que en nuestro
falaje tenemos palabras ambute
para el lenguaje gestual, que dan
colorido a la forma de expresarnos.
Con el lenguaje de la cara hacemos figuras a las que algunos prefieren llamar cigañuelas. ¿Quién no ha
sentido esa sensación de picor que nos incomoda todo el cuerpo y que puede ser
consecuencia de estar agranotados por una brotación? Si la hemos sentido, todos sabemos entonces qué es escomejarse, aunque tal vez esta palabra
haya quedado entre las telarañas de la memoria. Se nos re(s)pelizan los pelos como si hubiéramos visto al lobo, si
sentimos mucho miedo, y es posible que, en esa situación, sintamos tembluras. Cuando estamos que nos comen los cocos o los demonios (que no sé qué será menos dañino), o sea, muy nerviosos, lo
manifestamos en gestos y movimientos variados. Y aunque sea sin causa especial, hay
personas que están, durante el día, siempre haciendo gestos o movimientos, porque no tienen jacia, y, por la noche, andan de cereros.
Cuando esos gestos son exagerados hacemos
esparavanes o (es)parajismos y, si van acompañados de voces o alaridos, nos convertimos en unos ajagüeiros. Si es un dolor físico el que
nos hace gritar, estamos conjugando el verbo agrayar sin necesidad de
conocimientos gramaticales. Lo mismo le pasa al guaje que está enjecoso y
se pone a junjurir, hermosa palabra onomatopéyica para hablar de la acción de sollozar. Mientras
junjure también puede dar jipidos, y, si así no consigue hacerse
notar, empieza a llorisquiar para
pasar después a esberrizarse, llorando ya
desaforadamente. También podemos usar
boca y lengua para otros gestos. Si nuestra boca abierta produce ruidos estamos
rucando, pero también la podemos
abrirla de forma más sonora para dar cantaridos y jujear mientras lanzamos ese famoso ijujú leonés con que se terminaban las canciones en las fiestas. Y
todos hemos sentido alguna vez esa sensación de ahogo angustioso, que mostramos
con gestos llamativos, cuando nos empapizamos o nos atragantamos con un alimento y estamos a punto
de añusgarnos.
En ocasiones, ponemos cara de mosquita muerta, mientras buscamos que nuestras angulemas
nos sirvan de pretextos. ¿Y qué decir de la bella palabra leonesa requisconcio, para mostrar acciones
fuera de tono? Y con requisconcios formamos un espolín cuando nos enfadamos
mucho por estar de mal gerol.
Achisgamos por las rendijas o ventanas, si
somos personas muy cuzas. Y ponemos calificativos a las personas que tienen alguna particularidad o problema físico
que puedan ir asociados a algún gesto peculiar. A los estrábicos, que renguean al mirar, les llamamos ñisgos o miracielos.
Al que ve mal y aprieta los ojos para intentar concentrar la mirada le llamamos
cegarato. El que ve por un solo ojo
es un biluso. Los gangosos son llamados zazos;
y
los tartamudos, zarabetos. Los
zurdos, zocatos. Del que se le caen las cosas de las manos se
dice que tiene manos de queiso. Al
que anda torcido le llamamos rancollo. El
que siente los miembros rígidos se pone reco.
En cambio, algunos mueven excesivamente las caderas con su rengue, rengue, rengue y otros, con sus pasines cortos, van tiquitiquitiqui y, sin necesidad de coger el dos o el pendín o de aguantar
mucho, dando muchas zacuetas, llegan
lejos.
También tenemos gestos relacionados con el andancio,
pues, cuando nos ataca, esperriamos,
tenemos tosedera asgaya y sorniamos o esmormiamos los mocos de
nuestra mormera. Y cuando el funcionamiento del aparato digestivo no es
el deseable y nos notamos implados, entumbanidos o entelados, nos movemos de forma inquieta, por sentirnos
disgustados. No sería extraño, en esa situación, ver a alguien cercano arrugar
la cara y la nariz solo para determinar de dónde viene ese olor desagradable
que llamamos tafo y que puede ser debido
a que nos hayamos jiscado, de forma sonora o silenciosa, y huela entre siete paredes.
Usamos manos o pies para encalcar algo o petamos si damos golpes con los pies en el suelo o con las manos en una puerta para picar. Ponemos juntas las manos en forma cóncava para coger una embuciada de algo. Sentimos que nos esgañan o agañotan si nos agarran por las gorjas, espataleamos
cuando movemos las piernas violentamente, nos estirazamos o estingarramos cuando nos extendemos en el suelo con piernas y brazos separados y nos espernancamos o escarrajamos cuando
las abrimos de forma exagerada. Hace años la postura de hombres y mujeres para montar en una caballería era diferente. El hombre montaba a la escarrajeta, con una pierna a cada lado del animal, mientras la mujer, para preservar su virginidad, lo hacía pudorosamente a patas cajinas, con las dos piernas hacia el mismo lado.
Algunas formas de ser y comportamientos también se muestran
en los gestos o movimientos que los acompañan. Los tarolos y los trafulleros
no saben hacer las cosas amodín y
actúan como si tuvieran azogue. Atrafallan o zarapallan, porque son unos cagaprisas
o porque son chavascones o trafallones.
En algunos casos, por sus gestos, parece que no están cabalentes.
Los regañones o rumiacones, que tienen mal focico, con gesto
sistemático de protesta, muestran sus relampagucias referviendo,
reguñendo o gorgutiendo. Los hay
tan farfantones
o faroleros que, muy farrucos, en lugar de protestar directamente
se dedican a repichulear. ¡Para
chulos ellos! Ya la palabra nos habla bien a las claras de sus gestos y actitud.
Pero también sabemos mostrar gestos más amables. Sabemos afalagar, con la mano y la palabra. A
veces, incluso, nos convertimos en zalamerones
y usamos esos gestos difusos, las angulemas,
para mostrar la actitud zalamera. También sabemos hacer gayolas, como gestos de burla.
Y, si se trata de un niño,
las caricias que da o recibe nos suenan a jerigoncias.
De quien le gusta jugar con la comida o la bebida sin ingerirla, decimos que hace juarapias. En cambio, el que muestra con evidentes gestos de ansiedad, su
deseo de conseguir una comida o bebida es un
gulismero y quien directamente se apodera con ansia de lo ajeno es un lamb(r)ión.
En algunas ocasiones, un esfuerzo excesivo se refleja en los
gestos que hacemos con la cara o los movimientos del cuerpo. Así, movemos la cabeza mientras nos la escalabaciamos para tratar de resolver
un asunto. También hace mella en nuestra cara y cuerpo el excesivo cansancio que nos deja almondrillados.
Entonces, nuestro cuerpo se desmadeja y
nos muestra esfrayados o esmortiados.
Si además de cansancio sentimos
mucho calor y lo mostramos al respirar agitadamente,
estaremos afaronados. El aturdimiento nos aturulla. Y el ser cobardes
o el estar represos ante una
duda, con la mirada perdida, nos puede mostrar tan inactivos que parece que
estamos apamplados.
Y si estamos en Babia
o somos morugos, panorros, mampirolos, mazámpilos, fatos, molondros… quizá solo nos
quede dirigir nuestra vista a un lugar o
a unos seres extraños y acabemos mirando p´a las a(l)pabardas que son
nuestras peculiares musarañas leonesas (artículo sobre el origen de este dicho).
En ese momento, con unos ojos como platos, sí que parecemos amormiados. O zamurdios, si somos muy callados. Si además estamos tristes o
desganados nos sentiremos amurniados. Y hay que prevenirse ante los que hablan poco y son musines o musguines, porque actúan al
sosquil y las matan callando, y también ante los que van con la cabeza gacha, pues, según se dice, miran mucho la bragueta para ser buenas personas.
Tenemos palabras para indicar movimientos o posturas que adoptamos con el cuerpo. Si empujamos a alguien lo
estamos emburriando, si estiramos
mucho el cuerpo para alcanzar algo, nos
espurrimos. También podemos contorsionar el cuerpo para pujar por algo. El estar albentestate, especialmente en el abesedo, y en días muy fríos, nos puede
dejar entumidos de frío y con tiritaina,
y eso nos llevará a esfurrilarnos acurrucados
cerca de la lumbre o a encogernos. Ya encogidos, podemos adoptar distintas posturas,
desde la de estar enganidos, engarabidos,
engurriados o engorrinados hasta la de encurujados. Y más se agachan todavía los escricados
o esclicados que están en cuclillas. El
que está esriñonado o derrangado parece que se descoyunta al
andar, como si fuera un tanganiello. Algo
parecido le ocurre al que, por estar esfambriado
o esgañado adelgaza mucho y se queda esgalabiado o esgalichado.
A los que creen que todo es una risión se les puede descajillar
la mandíbula y el que salta al pimpiricojo
para divertirse se puede acabar escadrilando.
No le ocurre eso al rejilete o rejileto,
que anda siempre de forma erguida y garbosa.
También pueden terminar mancados
los que andan a baltos en broma y
después se ponen de morenas, pasando de bromas a veras, para terminar agarrados por no filar bien o por hacer caso de los entrizaperros que los asusañan. ¡Vaya aicciones! Los hay, en cambio, que prefieren estar quietos, acuchados en los brazos de alguien que los ha cogido arrujas. Otros
optan por estar de pie, en actitud de
vigilancia. Son los que están de espeto
(romero) en la calle, en actitud de folgazanería y de chismorrero. Y, por el contrario, están los arremangados,
siempre activos, o los que son tan furiñas que siempre están trabajando. Para terminar, recordamos los gestos de
las personas presumidas que se atusan el pelo y se miran y remiran, son los relambidos, que si son niñas muy pispas se
convierten en perejilas.
Y como ya me abulta
suficiente lo dicho, dejo el tema para no terminar amoirando
a los lectores, y que pierdan el equilibrio
y midan el suelo con una jostrada.
Nota: Si has llegado aquí, amigo lector, has tomado contacto con más de ciento cincuenta palabras o expresiones leonesas, marcadas en cursiva en el texto. Todas se usan en algún lugar de la provincia de León, aunque pueden presentar variantes u otros términos para el mismo concepto, según las zonas del ámbito lingüístico leonés,
La
mayoría están presentes en la fala omañesa y recogidas en mi libro El habla tradicional de la Omaña Baja y también en los diccionarios del Léxico
del leonés actual de la profesora Janick Le Men, en misma forma o en alguna variante. Algunas, asimismo, están presentes en el diccionario de la RAE (DLE), en el que están marcadas como leonesismos.
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Obra publicada en 1925.
Reeditada por la Diputación Provincial de León, 1987 |
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Diccionarios de leonés de J. Le Men (preciado regalo de mi hermana T. Álvarez)
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