A ti, persona desconocida, que estás aislada en un hospital...
Amigo, amiga...
No conozco tu nombre, no te pongo cara, pero eras una
persona que me importas, porque sufres en este momento un quebranto de salud, y lo haces en soledad, y eso es
suficiente para que yo quiera llegar a
ti y mandarte unas palabras… Tienes familia, tienes amigos, pero,
en este momento, solo pueden ser una presencia ausente.
Me llamo Margarita, tengo 67 años, estoy preocupada por la
situación que estamos viviendo, y, sobre todo, por las personas que estáis hospitalizadas.
Yo estoy confinada en casa, aislada de mis hijos y nietos, para colaborar con
las autoridades y con todos los ciudadanos, por mi propio bien y el de todos.
Me gustaría enviarte salud, salud a raudales, pero eso no
está en mi mano, en cambio, sí puedo enviarte palabras: palabras de ánimo,
palabras sonoras que te saquen unos
minutos de la soledad, para que esta no te genere un sufrimiento añadido. Las palabras tienden un puente entre el tú y el yo: las palabras pueden sustituir un abrazo, una mirada, una caricia… Las palabras sanan el espíritu y nos liberan
de nuestros miedos.
Te invito a que luches contra la soledad usando la palabra…
Y quizá me preguntes: ¿Cómo? ¿Con quién?
¿Sabes? Yo he sido docente más de cuarenta años, y cuando un
alumno se encontraba mal de ánimo le invitaba a escribir sobre sus emociones, a
reflejar en el papel todo lo negativo del presente, a escribir incluso un taco,
si eso contribuía a liberar la tensión que lo atenazaba… Pero también le decía
que reflexionara sobre lo positivo de la vida. Esas vivencias que están en
nuestra memoria, pero que, a veces, no deja aflorar la angustia: ese abrazo que
un día recibimos (y que ahora no debemos dar), esa sonrisa, esa felicitación,
esas personas importantes en nuestra vida, ese paisaje que un día nos relajó el
espíritu…
Seguramente no puedas escribir (si quieres y puedes hacerlo, yo estoy aquí
para escucharte), pero sí puedes contar tus vivencias a lo que tengas a tu
alrededor. Sí, a las cosas. Personifica los objetos,
habla con ellos y trata de oírlos. Ellos también te acompañan. Y la imaginación y la fantasía nos sirven de
escudo contra las situaciones adversas.
Habla con esa nube o rayo de sol que se acerca a tu ventana; con esa
pared inexpresiva que tienes delante; con esos cables que maltratan tu cuerpo; con
ese pijama, quizá un poco descolorido, que es ahora tu traje predilecto; con
esa puerta que de tarde en tarde se abre para dejar asomar a una persona. Sí,
una persona, aunque en este momento vaya
un tanto disfrazada. (¡Quizá haya estado tan atareada que no sabe que han
acabado los carnavales!). Cuéntales tus miedos, tus malestares, tus pequeñas
mejorías, tus esperanzas… Y, si puedes, hazlo en voz alta. Nuestra propia voz también nos sirve de
compañía.
En fin, piensa que cuando se esconde el sol y llega la noche
es para dejarnos ver las estrellas. Confía en el personal sanitario y, sobre
todo, confía en ti. Hoy es un día más
para seguir luchando. Somos muchos los que pensamos en las personas que estáis en los hospitales. Pero, ahora, no quiero cansarte
más.
Ojalá te hayan llegado el ánimo y el afecto que van colgados de estas palabras.
Estáis solos, pero acompañados. Juntos resistiremos.
Margarita
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