Cordillera, de la escritora y doctora en periodismo Marta del Riego Anta, es
una novela de una plasticidad abrumadora. En ella las palabras y las frases emiten
sonidos, por lo que la leemos y la escuchamos a la vez. La obra
se convierte en una auténtica pieza musical. Comienza por un
capítulo titulado Obertura, que nos
alerta ya de ello con esa terminología musical, y la ejecución de la pieza continúa a lo largo de los capítulos
siguientes. Los sonidos nos
envuelven, de inicio a fin, como la banda musical de una película, cuya
música se adapta a distintos tempos,
según las situaciones.
Estamos ante una novela de ecos, que tal vez sean la propia esencia de la narración, ecos que llegan a nosotros desde un inicio
impactante: Resuenan los golpes con la
palma abierta, cinco golpes resuenan. Resuenan. Resuenan en tu cabeza. ¿Qué golpes son esos que “re-suenan” y “re-suenan”
y que nos arrastran hacia la búsqueda
del origen de ese sonido misterioso? ¿Quién ese tú que parece que interpela
también al lector y lo introduce en la narración y en el enigma? Mucho más
adelante sabremos que esos golpes tienen que ver con el sonido de un pandero,
un sonido ancestral de la tierra que se
desprende de las manos de la protagonista. La autora nos hace llegar, además,
los ecos del pensamiento de los
personajes, a través de frases
repetitivas que se intercalan en la
narración y que funcionan como una especie de estribillo. Esas repeticiones nos transmiten también la obsesión u
ofuscación de un personaje ante un asunto concreto. Son un recurso estilístico esencial para realizar una intensa introspección psicológica de los protagonistas. Y los sonidos
externos que emergen de esa Cordillera Cantábrica, en sus dos
vertientes, leonesa y asturiana, también
resuenan en los oídos del lector.
Así pues, los lectores escuchamos con
atención la vida del paisaje y del paisanaje: sonidos de animales,
ramas que se mueven, pisadas,
conversaciones, canciones que enraízan las personas en la tierra… Se oyen los suspiros de la noche, el cárabo o la coruja
que ululan lastimeramente en la oscuridad, el tintineo de los cencerros
o de unas llaves fatídicas, el sonido de
las campanas que tocan a rebato. Primero, oímos el tañido de la campana grande: dong, dong, dong… Y después, de la pequeña: ding, ding, ding.… Además,
Marta del Riego quiere dejar constancia de ellos con muchas palabras o sonidos
onomatopéyicos: chasquido, crujido…, sonidos de instrumentos
musicales, como la batería que toca el protagonista: dum, dum, da , dá, y que trata de silenciar su inestabilidad
psicológica, el del pandero: “pam, parabarán pam pam…”, que nos introduce en la cultura
montañesa de manos de Nidia… Se nos habla de la música del acordeón, también
instrumento popular en la zona, y de mencionan otras palabras relacionadas con la música.
En alguna ocasión es la propia palabra
sonido la que se repite varias veces en
frases paralelísticas, que, por sí mismas, ya tienen sonoridad (pág. 389). Los esquemas repetitivos, con frases breves, contribuyen a acentuar esa
sonoridad narrativa: Aquí antes corría el
dinero, aquí antes había una escuela, aquí antes… Aquí antes. Así consigue
sugerir más de lo que dicen las palabras.
No podemos dejar de mencionar al coro, un personaje colectivo que tiene una
función muy importante dentro de la novela. Nos recuerda a los coros del teatro
griego. Una voz colectiva (en este caso, paisaje y paisanaje) que apostrofa
a un personaje en segunda persona, actúa como su voz de la conciencia y nos hace partícipes a los lectores de una preocupación (o
remordimiento) que lo atenaza o del anuncio
de una premonición funesta que genera expectación en el lector, pues este desearía conocer de forma rápida qué mal acecha al personaje: Andas de noche por el bosque, no tienes miedo a nada. Pero mira que un
día te pueden salir al camín. Las
frases bíblicas que la madre recita con frecuencia, a modo de salmodia, tienen
también una función moral y anticipatoria similar a la del coro.
Curiosamente es esta una novela de
sonidos y una novela de silencios, silencios de la naturaleza que, en
ocasiones, parece meditar y del
paisanaje que está en contacto con ella y que vive en un pacto de silencio para
silenciar las “miserias” colectivas que tienen que ver con su forma de ser y de
vivir. También se busca el contraste entre el silencio del mundo rural y el ruido urbano del que han huido sus protagonistas. Los habitantes de ese pueblo de Cordillera
son personas parcas en palabras, que tienen dificultad para expresar sus
emociones, pero muy reflexivas, por ello en sus silencios se oyen a veces hasta los engranajes de los cerebros, en palabras de la autora. Nidia llega asegurar
que ella habla poco, porque solo lo hace con las ovejas y la naturaleza.
El estilo narrativo tiene que ver con esos sonidos y silencios. La autora usa una sintaxis de frase
muy breve, en ocasiones, de estructuras puramente nominales, que, lejos de dar
sensación de falta de cohesión, lo que hacen es concentrar aquello que se
quiere contar, reduciéndolo a lo esencial: Mina,
tiro, muerte. Cada palabra parece un aldabonazo que alerta al lector y acentúa el dramatismo del momento. Este estilo, por
una parte, es un elemento también de musicalidad, teniendo en cuenta las
repeticiones presentes de palabras y de estructuras sintácticas y la propia
frase breve, y, por otra, quizá trate también de expresar esa personalidad
lacónica de las gentes de la montaña leonesa. Es evidente que ese tipo de sintaxis tiene
aquí una voluntad de estilo, aunque también puede tener alguna influencia del
lenguaje periodístico.
En esa plasticidad total de la novela,
nos envuelven también otras sensaciones. Captamos múltiples olores: el de los osos, los perros, las ovejas, las personas y
de otros varios elementos de la
naturaleza. Olemos la comida que se
cocina y que se come, la fruta de los
árboles… Las sensaciones táctiles también nos llegan con frecuencia: la textura
de la lana de las ovejas, la piel del oso, la gelidez del invierno…
Contemplamos los cambios de los colores del paisaje al compás de las estaciones:
de la multicolor primavera a los verdes pastos del verano y de los dorados otoñales al
blancor de la nieve invernal.
La novela está narrada en primera
persona, lo que nos lleva a identificarnos más con el personaje-narrador, y a
varias voces. Narran los tres protagonistas esenciales, que se van alternando
en la narración, aunque no con una pauta fija. Una de las voces es la de Nidia, la pastora trashumante y personaje central; otra, la del biólogo que
llega a una pequeña aldea del noroeste de León (en Laciana, Babia o Luna) para estudiar el
comportamiento del oso y, la tercera, la de un personaje no humano, una osa
personificada, que habla menos veces y con parlamentos breves, pero que tiene
un protagonismo esencial. En esa narración con técnica autobiográfica se
introducen a veces reflexiones en las que el personaje desdobla su personalidad y dialoga con su otro yo, presentado como un
tú que apostrofa al personaje, lo mismo que hace el coro.
Nidia es una mujer fuerte, de apariencia ruda, aunque
culta y gran lectora, que defiende con tesón su dignidad de mujer y de pastora trashumante que pretende
seguir la ocupación de su padre. En ese intento tiene que enfrentarse a los
peligros de la propia montaña y a la desconfianza, a veces cruel, de la gente
de su propio pueblo que no la ve capaz de seguir con esa dedicación de sus antepasados. Es una mujer que ha realizado estudios
universitarios y que rechaza la posibilidad de quedarse a trabajar en la
universidad para volver a vivir en contacto con la naturaleza, porque asegura: Era lo que me gustaba: ser montaña. Y la mujer montaña la llama la autora al
encabezar cada uno de los capítulos en que Nidia actúa como narradora. En el
mismo pueblo tiene como antagonista a la persona de Evelio, un ser violento,
que se cree superior por ser hombre, y que, como no puede doblegar la voluntad
de Nidia, intenta varias veces doblegar su cuerpo, mediante violencia física y sexual.
Y en otro lugar cercano vive Urraca, una
mujer veterinaria, amiga de la protagonista, pero que termina
transformándose en su peor enemiga, llevada por la pasión, los celos y una cierta condición
“salvaje”.
El segundo
personaje clave es el biólogo que se asienta en el lugar, esa aldea remota del
norte de León, para realizar su estudio. Se llama Darío, pero la autora lo presenta
como el hombre del bosque, una
persona que ha entrado en la senda del
oso y será para él un camino de difícil retorno y de enfrentamientos por la hostilidad del mundo rural que lo rodea y por la
desconfianza de Nidia.
Y un personaje esencial es esa osa que protege a sus oseznos (esbardus) de las asechanzas de la
naturaleza y de los humanos. La osa aparece de forma directa como coprotagonista y nos muestra en primera persona sus temores. Quizá ella
sea la auténtica protagonista, porque su
existencia desencadena filias y fobias en
el resto de los personajes. Es curioso cómo interpreta la realidad desde su mundo de osa: habla de
los animales humanos, de sus guaridas, de los ruidos que producen
sobre un camino duro y gris… Los
animales humanos la vigilan y ella los vigila a ellos. Sabe bien que en aquella
Cordillera han sido siempre enemigos.
Marta del Riego presenta a la
perfección el mundo de la montaña leonesa, su forma de vida, su cultura, su
lengua, sus aspiraciones y frustraciones: sus luces y sus sombras. La historia
de una tierra que dejó la ganadería para ir a la mina y, cuando se cerró la mina, emigró a la ciudad. Queda patente el problema de la despoblación con sus males
añadidos: población anciana, deficiencia en los servicios de todo tipo,
aislamiento por nieve… Está presente esa lucha paradójica a favor y en contra de la
naturaleza para defender su forma de vida tradicional. Aparecen los intereses
encontrados entre los científicos que velan por la supervivencia de especies
como el lobo y el oso y la lucha contra ellos de los ganaderos por los daños que les provocan. También aparece la lucha entre los propios montañeses cuando
se trata de aceptar u oponerse a la instalación de las eólicas. Unos ven en
ello agresión a la naturaleza y el fin del pastoreo, porque siguen creyendo que
los animales son más dignos de confianza
que las personas y otros consideran que los ingresos llegados por esa vía
pueden sacar a los pueblos de su miseria. Todas estas tensiones, más otras
relacionadas con los afectos, las pasiones y los instintos, desembocan en
hechos trágicos que la autora nos presenta con una belleza sobrecogedora porque
el bosque no tiene nada de romántico,
la fuerza de la naturaleza es implacable.
La novela comienza la narración “in
medias res”. Se inicia con el encuentro
de un cadáver por parte Nidia, cadáver que no reconoce inicialmente. A partir de ese
hecho inicial, la autora hace un flash
back para contarnos cómo llega al pueblo el biólogo en primavera, su
proceso de investigación sobre el oso y
la relación de desconfianza con las gentes del pueblo que siempre ha visto en
el animal un enemigo. Pero tenemos que
esperar a la fiesta del pastor de
Barrios de Luna, en el mes de septiembre ─ya mediada la novela─ para que la acción vuelva al punto de partida y se nos dé
cuenta de quién es el muerto. A partir de ahí la acción avanza linealmente, con con alguna breve mirada retrospectiva,
hasta el desenlace final.
Además, en la novela aparecen, como sembradas,
docenas de palabras o expresiones en patsuezu,
la variante del leonés que se habla en la montaña occidental leonesa,
especialmente en la comarca de Laciana. Es un guiño de la autora a la cultura
leonesa, dentro de la cual se educó, y contribuye a dar más veracidad a lo
contado. Palabras como esbardus, podre,
caíanse, presta, camín, lloubus, muyeres, panadeirus, tien que dir a pata… Dentro de ese estilo de frases escuetas y guiños al leonés coloquial,
la autora nos regala con frecuencia imágenes muy bellas. Dice del puente sobre
el embalse de Luna que es como el
costillar de un corcel gigante, los ojos de Darío cuando lucha contra la
muerte por congelación eran como dos
polillas de armiño con las alas blancas, las nubes tienen una panza de yegua preñada…
La novela Cordillera, de Marta del Riego Anta, es una novela que atrapa al
lector de principio a fin, que lo inquieta, que lo conmueve, que lo hace introducirse en ese mundo duro de
tensas situaciones dramáticas y “dolerse” de ellas como un personaje más. El lector queda subyugado por esa Cordillera
que arrastra con su fuerza telúrica a
los personajes y los zarandea
entre el amor y el odio y la esperanza y la desesperanza, que ejercen una fuerza destructiva sobre ellos, en
ocasiones, difícil de vencer. Y todo expresado con un estilo innovador, que nos
presenta una realidad ora de forma impresionista, ora de forma expresionista,
pero siempre con gran belleza literaria.
Mi lectura termina aquí... Si desean disfrutar de la lectura de una gran novela, abran el libro y
lean. Si desean sentir el poderoso rugido de Cordillera, abran el libro y
escuchen.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga



