jueves, 23 de octubre de 2025

Reseña: "Cordillera", de Marta del Riego Anta




Género: novela

Editorial: AdN

Páginas: 411


        Reseña

          Cordillera, de la escritora y  doctora en periodismo Marta del Riego Anta,  es una novela de una plasticidad abrumadora.  En ella las palabras y las frases emiten sonidos, por lo que  la leemos y la escuchamos a la vez. La obra se  convierte en  una auténtica pieza musical. Comienza por un capítulo titulado Obertura, que nos alerta ya de ello con esa terminología musical, y  la ejecución de la pieza  continúa a lo largo de los capítulos siguientes. Los  sonidos   nos envuelven, de inicio a fin,   como la banda musical de una película, cuya música se adapta a distintos  tempos, según las situaciones.

            Estamos  ante una novela de ecos, que tal vez   sean la propia esencia de la narración,   ecos que llegan a nosotros desde un inicio impactante: Resuenan los golpes con la palma abierta, cinco golpes resuenan. Resuenan. Resuenan en tu cabeza.  ¿Qué golpes son esos que “re-suenan” y “re-suenan” y que nos arrastran  hacia la búsqueda del origen de ese sonido misterioso? ¿Quién ese tú que parece que interpela también al lector y lo introduce en la narración y en el enigma? Mucho más adelante sabremos que esos golpes tienen que ver con el sonido de un pandero, un sonido ancestral de la tierra que  se desprende de las manos de la protagonista. La autora nos hace llegar, además, los ecos  del pensamiento de los personajes,  a través de frases repetitivas  que se intercalan en la narración y que funcionan como una especie de estribillo. Esas repeticiones  nos transmiten también la obsesión u ofuscación de un personaje ante un asunto concreto. Son un recurso estilístico esencial para realizar una intensa introspección  psicológica de los protagonistas. Y los sonidos externos que emergen  de esa Cordillera Cantábrica, en sus dos vertientes, leonesa y asturiana,  también resuenan en los oídos del lector.

            Así pues, los lectores escuchamos con atención la vida  del  paisaje y del paisanaje: sonidos de  animales,  ramas que se mueven,  pisadas, conversaciones, canciones que enraízan las personas en la tierra… Se oyen los suspiros de la noche, el  cárabo  o la coruja  que ululan lastimeramente en la oscuridad, el tintineo de los cencerros o  de unas llaves fatídicas, el sonido de las campanas que tocan a rebato. Primero,  oímos el tañido de la campana grande: dong, dong, dong… Y después,  de la pequeña: ding, ding, ding.…  Además, Marta del Riego quiere dejar constancia de ellos con muchas palabras o sonidos onomatopéyicos: chasquido,  crujido…, sonidos de instrumentos musicales, como   la batería que toca el protagonista: dum, dum, da , dá,  y que trata de silenciar su inestabilidad psicológica,   el del pandero: “pam, parabarán pam pam…”, que nos introduce en la cultura montañesa de manos de Nidia… Se nos habla de la música del acordeón, también instrumento popular en la zona, y de mencionan otras palabras relacionadas con la música. En alguna ocasión  es la propia palabra sonido  la que se repite varias veces en frases paralelísticas, que, por sí mismas, ya tienen sonoridad (pág. 389).  Los esquemas repetitivos,  con frases breves, contribuyen  a acentuar   esa sonoridad narrativa: Aquí antes corría el dinero, aquí antes había una escuela, aquí antes… Aquí antes. Así consigue sugerir más de  lo que  dicen las palabras.

            No podemos dejar de mencionar  al coro, un personaje colectivo que tiene una función muy importante dentro de la novela. Nos recuerda a los coros del teatro griego. Una voz colectiva (en este caso, paisaje y paisanaje)  que apostrofa  a un personaje en segunda persona, actúa como su voz de la conciencia y  nos hace partícipes  a los lectores de una preocupación (o remordimiento) que lo atenaza o  del anuncio de una premonición funesta que genera expectación  en el lector, pues este desearía  conocer  de forma rápida qué mal acecha al personaje: Andas de noche por el bosque, no tienes miedo a nada. Pero mira que un día te pueden salir al camín.   Las frases bíblicas que la madre recita con frecuencia, a modo de salmodia, tienen también una función moral y anticipatoria similar a la del coro.

          Curiosamente es esta una novela de sonidos y una novela de silencios, silencios de la naturaleza que, en ocasiones,  parece meditar y   del paisanaje que está en contacto con ella y que vive en un pacto de silencio para silenciar las “miserias” colectivas que tienen que ver con su forma de ser y de vivir. También se busca el contraste  entre el silencio del mundo rural y el ruido urbano del que han huido sus protagonistas. Los habitantes de ese pueblo de Cordillera son personas parcas en palabras, que tienen dificultad para expresar sus emociones, pero muy reflexivas, por ello en sus silencios  se oyen a veces hasta los engranajes de los cerebros,  en palabras de la autora. Nidia llega asegurar que ella habla poco, porque solo lo hace con las ovejas y la naturaleza.

            El estilo  narrativo tiene que ver con esos sonidos y  silencios. La autora usa una sintaxis de frase muy breve, en ocasiones, de estructuras puramente nominales, que, lejos de dar sensación de falta de cohesión, lo que hacen es concentrar aquello que se quiere contar, reduciéndolo a lo esencial: Mina, tiro, muerte. Cada palabra parece un aldabonazo que  alerta al lector y acentúa  el dramatismo del momento. Este estilo, por una parte, es un elemento también de musicalidad, teniendo en cuenta las repeticiones presentes de palabras y de estructuras sintácticas y la propia frase breve, y, por otra, quizá trate también de expresar esa personalidad lacónica de las gentes de la montaña leonesa. Es evidente que ese tipo de sintaxis tiene aquí una voluntad de estilo, aunque también puede tener alguna influencia del lenguaje periodístico.

        En esa plasticidad total de la novela,  nos envuelven  también otras sensaciones. Captamos múltiples olores: el de los  osos, los perros, las ovejas, las personas y de otros varios elementos de la naturaleza. Olemos la comida que  se cocina y que  se come, la fruta de los árboles… Las sensaciones táctiles  también nos llegan con frecuencia: la textura de la lana de las ovejas, la piel del oso, la gelidez del invierno… Contemplamos los cambios de los colores del paisaje al compás de las estaciones: de la multicolor primavera a los verdes pastos del verano y  de los dorados otoñales   al blancor de la nieve invernal.

            La novela está narrada en primera persona, lo que nos lleva a identificarnos más con el personaje-narrador, y a varias voces. Narran los tres protagonistas esenciales, que se van alternando en la narración, aunque no con una pauta fija.  Una de las voces es la de  Nidia, la pastora trashumante  y personaje central; otra, la del biólogo que llega a una pequeña aldea del noroeste de León  (en Laciana, Babia o Luna) para estudiar el comportamiento del oso y, la tercera, la de un personaje no humano, una osa personificada, que habla menos veces y con parlamentos breves, pero que tiene un protagonismo esencial. En esa  narración con técnica autobiográfica se introducen a veces reflexiones en las que el personaje desdobla su personalidad  y dialoga con su otro yo, presentado como un tú que apostrofa al personaje, lo mismo que hace  el coro.

            Nidia es  una mujer fuerte, de apariencia ruda, aunque culta y gran lectora, que defiende con tesón su dignidad de   mujer y de pastora trashumante que pretende seguir la ocupación  de su padre.  En ese intento tiene que enfrentarse a los peligros de la  propia montaña y  a la desconfianza, a veces cruel, de la gente de su propio pueblo que no la ve capaz de seguir con esa dedicación de sus antepasados. Es una mujer que ha realizado estudios universitarios y que rechaza la posibilidad de quedarse a trabajar en la universidad para volver a vivir en contacto con la naturaleza, porque asegura: Era lo que me gustaba: ser montaña. Y la mujer montaña la llama la autora al encabezar cada uno de los capítulos en que Nidia actúa como narradora. En el mismo pueblo tiene como antagonista a la persona de Evelio, un ser violento, que se cree superior por ser hombre, y que, como no puede doblegar la voluntad de Nidia, intenta varias veces doblegar su cuerpo, mediante violencia física y sexual. Y en otro lugar cercano vive Urraca, una mujer veterinaria, amiga de la protagonista, pero que termina transformándose en su peor enemiga, llevada por  la pasión, los celos y una cierta condición “salvaje”.

        El segundo personaje clave es el biólogo que se asienta en el lugar, esa aldea remota del norte de León, para realizar su estudio.  Se llama Darío, pero la autora lo presenta como el hombre del bosque, una persona que ha entrado en la senda del oso y será para él un camino de difícil retorno y de enfrentamientos  por la hostilidad del mundo rural que lo rodea y por la desconfianza de Nidia.

       Y un personaje esencial  es esa osa que protege a sus oseznos (esbardus) de las asechanzas de la naturaleza y de los humanos. La osa aparece de forma directa como coprotagonista y nos muestra  en primera persona sus temores. Quizá ella sea la auténtica protagonista, porque  su existencia desencadena  filias y fobias en el resto de los personajes. Es curioso cómo interpreta  la realidad desde su mundo de osa: habla de los animales humanos, de sus guaridas, de  los ruidos que producen sobre un camino  duro y gris… Los animales humanos la vigilan y ella los vigila a ellos. Sabe bien que en aquella Cordillera han sido siempre enemigos.

          Marta del Riego presenta a la perfección el mundo de la montaña leonesa, su forma de vida, su cultura,   su lengua, sus aspiraciones y frustraciones: sus luces y sus sombras. La historia de una tierra que dejó la ganadería para ir a la mina y, cuando se cerró la mina, emigró a la ciudad. Queda patente el problema de la despoblación con sus males añadidos: población anciana, deficiencia en los servicios de todo tipo, aislamiento por nieve… Está presente esa lucha  paradójica a favor y en contra  de  la naturaleza para defender su forma de vida tradicional. Aparecen los intereses encontrados entre los científicos que velan por la supervivencia de especies como el lobo y el oso y la lucha contra ellos de los ganaderos por los daños que les provocan. También aparece la lucha entre los propios montañeses cuando se trata de aceptar u oponerse a la instalación de las eólicas. Unos ven en ello agresión a la naturaleza y el fin del pastoreo, porque siguen creyendo que los animales son más dignos de confianza que las personas y otros consideran que los ingresos llegados por esa vía pueden sacar a los pueblos de su miseria. Todas estas tensiones, más otras relacionadas con los afectos, las pasiones y los instintos, desembocan en hechos trágicos que la autora nos presenta con una belleza sobrecogedora porque el bosque no tiene nada de romántico, la  fuerza de  la naturaleza es implacable.

        La novela comienza la narración “in medias res”. Se inicia con  el encuentro de un cadáver por parte Nidia, cadáver que  no reconoce inicialmente. A partir de ese hecho inicial, la autora hace un flash back para contarnos cómo llega al pueblo el biólogo en primavera, su proceso de investigación  sobre el oso y la relación de desconfianza con las gentes del pueblo que siempre ha visto en el animal un enemigo.  Pero tenemos que esperar a  la fiesta del pastor de Barrios de Luna, en el mes de septiembre ya mediada la novela para que la acción vuelva al punto de partida y se nos dé cuenta de quién es el muerto. A partir de ahí la acción avanza linealmente, con con  alguna breve mirada retrospectiva,  hasta   el desenlace final.

      Además, en la novela aparecen,   como sembradas, docenas de palabras o expresiones en patsuezu, la variante del leonés que se habla en la montaña occidental leonesa, especialmente en la comarca de Laciana. Es un guiño de la autora a la cultura leonesa, dentro de la cual se educó, y contribuye a dar más veracidad a lo contado. Palabras como esbardus, podre, caíanse, presta, camín, lloubus, muyeres, panadeirus, tien que dir a pata…  Dentro de  ese estilo de  frases escuetas y guiños al leonés coloquial, la autora nos regala con frecuencia imágenes muy bellas. Dice del puente sobre el embalse de Luna que es como el costillar de un corcel gigante, los ojos de Darío cuando lucha contra la muerte por congelación eran como dos polillas de armiño con las alas blancas,  las nubes tienen una panza de yegua preñada… 

            La novela Cordillera, de Marta del Riego Anta, es una novela que atrapa al lector de principio a fin, que lo inquieta, que lo conmueve, que lo hace introducirse  en ese mundo duro  de  tensas situaciones dramáticas  y  “dolerse” de ellas  como un personaje más. El  lector  queda subyugado  por esa Cordillera que arrastra con su fuerza telúrica a  los personajes  y los zarandea entre el amor y el odio y la esperanza y la desesperanza, que ejercen una fuerza destructiva sobre ellos, en ocasiones, difícil de vencer. Y todo expresado con un estilo innovador, que nos presenta una realidad ora de forma impresionista, ora de forma expresionista, pero siempre con  gran belleza literaria.

            Mi lectura termina aquí...  Si desean  disfrutar  de la lectura de una gran novela, abran el libro y lean.  Si desean sentir  el poderoso rugido de Cordillera, abran el libro y escuchen.


     ©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga





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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.