Tú allí crecías olorosa y pura
con tus moradas hojas de pesar;
pasaba entre la yerba tu frescura
de la fuente al confuso murmurar.
con tus moradas hojas de pesar;
pasaba entre la yerba tu frescura
de la fuente al confuso murmurar.
Del poema La violeta E. Gil y Carrasco
Violetas de los caminos de Omaña (León) |
Sacudió
el manto de hierbas y hojas secas y asomó tímidamente su cabeza. El tibio sol,
a duras penas, filtraba sus rayos por entre las nubes. Le parecía una osadía
poner una nota de color en aquella naturaleza dormida y sombría. Creía que
estaba sola, pero no era así. A su lado sus hermanas se desperezaban como
ella.
Algo a su alrededor empezaba también a despertar. De las ramas de los árboles, aún desnudas, le llegaba una sinfonía de trinos. No muy lejos, en el verdor de los prados, empezaban ya a despuntar algunos narcisos y margaritas.
¿Cómo podían competir ellas con flores a las que la naturaleza había dotado de más esbeltez y luminosidad? Su timidez les hacía inclinar su cabeza, su color violeta era poco llamativo, pero poseían un secreto único: su fragancia. En eso eran las más poderosas.
Algo a su alrededor empezaba también a despertar. De las ramas de los árboles, aún desnudas, le llegaba una sinfonía de trinos. No muy lejos, en el verdor de los prados, empezaban ya a despuntar algunos narcisos y margaritas.
A la entrada de una casa, entre el asfalto. |
¿Cómo podían competir ellas con flores a las que la naturaleza había dotado de más esbeltez y luminosidad? Su timidez les hacía inclinar su cabeza, su color violeta era poco llamativo, pero poseían un secreto único: su fragancia. En eso eran las más poderosas.
Serían
las flores más madrugadoras en vestir el campo de primavera. Crecerían juntas a la vera de los caminos, a la entrada
de las casas, cerca de las personas: así no pasarían desapercibidas.
Y si su aspecto delicado y diminuto las hacía invisibles y terminaban aplastadas por algún zapato inoportuno, o algún desalmado atrapaba su esencia para meterla en un frasco de perfume o en un caramelo, su alma de violeta se liberaría de su pequeño cuerpo y, en su invisible vuelo, exhalaría toda su fragancia. Con ella conseguiría que nos cautivara para siempre la belleza de la insignificancia.
Caramelos de violeta |
Y si su aspecto delicado y diminuto las hacía invisibles y terminaban aplastadas por algún zapato inoportuno, o algún desalmado atrapaba su esencia para meterla en un frasco de perfume o en un caramelo, su alma de violeta se liberaría de su pequeño cuerpo y, en su invisible vuelo, exhalaría toda su fragancia. Con ella conseguiría que nos cautivara para siempre la belleza de la insignificancia.
Precioso poema, Marga, y adornado con Gil y Carrasco... Me evoca tantas cosas: Naturaleza, Omaña, botánica, el valor de lo sencillo, la raíz de las personas, el recuerdo familiar, el presente... Tanto, en tan poco. Gracias
ResponderEliminarGracias a ti, Luis, por hacer una valoración tan vivencial. No sé si tendrá valor literario, pero desde luego emoción sí lleva en cada una de su líneas.
EliminarSon muy bonitas, como todas las flores que andan a su aire por los campos,creo que antes las oliamos màs, porque corríamos por los campos y las íbamos pisando, ahora ya los niños no juegan a campo abierto.
ResponderEliminarGracias por dejar tu comentario. Que podamos seguir contemplando la humildad y exquisitez de las violetas...
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