Los veraneantes se van,
para dejar descansar
a este entorno tan hermoso,
que ya quiere meditar.
Deben madurar los frutos,
que en el campo aún están,
con la dulce parsimonia
que les pide el paladar.
Se ven persianas bajadas,
porque muchos no verán
la exaltación de la vida
que se plasma en el cristal.
Ya no hay jingrio por las calles,
ya apenas se oye hablar,
poco a poco, en sus casas,
la gente se guardará.
Pero el paisaje encantado
en el sosiego oírá
el murmullo de las ramas,
que es difícil silenciar.
También el rumor del agua,
que hace música al pasar
y entona tierna romanza,
que es sonido celestial.
Los lugareños lo cuidan
y bien lo saben mimar,
para que luzca brillante
y alumbre como un fanal.
Entrada de una casa típica omañesa |
Se vestirá de colores,
para el otoño encarar,
entre rojos y amarillos,
su corazón latirá.
Así prepara el invierno,
en un remanso de paz,
bajo cobertor tan blanco
como un manto virginal.
Al llegar la primavera,
de gala se vestirá,
con su traje de colores,
de brillantez especial.
Todos los tonos del verde,
en verano va a adoptar,
así envuelve en esperanza
a los que aquí volverán.
Se sentirán abrazados,
en regazo maternal,
y envueltos por el amor
que esta tierra sabe dar.
En Omaña (León), Reserva Mundial de la Biosfera, 31 de agosto de 2018
Entrada a Omaña por el norte |
Margarita Álvarez
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