De peperos, sociatas, podemitas
y demás familia
Lo referente a las ideologías y al mundo de las
organizaciones políticas y sindicales está generando en la lengua actual muchos
términos que a veces tienen un sentido puramente descriptivo, pero que en
muchos casos adoptan una connotación negativa
y son usados de manera despectiva (disfemismos).
Se está extendiendo la creación de vocablos con el sufijo –ismo, casi siempre
derivados a partir del nombre de una persona, en torno a la cual se agrupa una tendencia o una ideología o lo que
ahora se llaman “distintas sensibilidades políticas”. Son los nuevos epónimos. Desde
el pujolismo o el felipismo, que ya se utilizan desde hace
décadas, hasta otras creaciones más recientes, como el zapaterismo, llamado por algunos buenismo o
angelismo (recordemos que al
presidente Zapatero se le ha llamado también Bambi, por su aspecto
inocente, y Sosomán, en un programa de TV), el aznarismo
(de José María Aznar), el marianismo o rajonismo (de
Mariano Rajoy). También en su día se habló de fraguismo (de Manuel Fraga), de guerrismo
(de Alfonso Guerra)… Y como
creaciones más actuales han surgido el sanchismo
(de Pedro Sánchez), susanismo (de Susana Díaz), errejonismo (de Íñigo Errejón), y hasta el carmenismo o manuelismo
(de Manuela Carmena), sin olvidar el voxismo.
Asimismo han
aparecido “ismos” para calificar fenónemos políticos no españoles: castrismo, evismo, chavismo, berlusconismo… A veces son términos de carácter
más general, que definen formas de actuar o de entender la política, como golpismo,
populismo, amiguismo…
No faltan neologismos vinculados a algunas creencias
dentro del Islam que indican falta de tolerancia y que, desgraciadamente, están desembocando en
violencia indiscriminada. Es el caso del integrismo y el fundamentalismo.
También el sufijo –ista ha generado la
creación de palabras a partir de nombres que hablan de tendencias o ideologías:
golpistas, aguirristas
(de Esperanza Aguirre) y errejonistas
frente a pablistas (de Pablo
Iglesias). Este sufijo está consolidado y es de uso frecuente para denominar a los
seguidores o miembros de organizaciones sindicales o políticas: ugetista, cenetista, comunista, socialista. Son palabras pueden tener un significado puramente descriptivo o adquirir connotaciones
negativas. En cambio, la variante pesoísta adopta generalmente un matiz
peyorativo.
Una de las palabras que sigue
teniendo mucha vigencia en el lenguaje
político es, sin duda, progresista.
Muchos políticos se la colocan como una insignia o un escudo protector que
parece que les da un cierto aire de superioridad moral. Progresar es positivo, aunque ello no es óbice para que,
en nombre del progreso, se hayan
cometido tropelías de todo tipo. Pero la palabra que, en los últimos tiempos, tiene más vigencia en el lenguaje sociopolítico
es, sin duda, la palabra independentista,
que ha hecho surgir como antónimos constitucionalista
o españolista. Atrás quedaron las "amables" palabras regionalista y nacionalista,
que van camino de convertirse en antiguallas.
El sufijo –ero, que ha servido en la lengua para crear nombres de profesiones relacionadas con lo manual, también está siendo muy productivo en el lenguaje político. Peperos fueron llamados en las primeras décadas de la democracia los integrantes y simpatizantes del partido popular y, en general, aquellos que manifiestan una ideología conservadora. En el ámbito de la izquierda, de una forma análoga, se creó el término pecero para llamar a los militantes del PCE y a sus seguidores. Así como ahora a los llamados peperos se les achaca el excesivo conservadurismo con ese término, en el pasado, en el caso de los peceros, se les censuraba su falta de realismo para ejercer el poder y, en algunos casos, su carácter totalitario y peligroso.
En su tendencia a la economía, la lengua usa también abreviaciones como ultra y progre, con sentido contrapuesto.
La primera se usa siempre con sentido despectivo, y la segunda, en
muchas ocasiones, especialmente si se dice con retintín.
Han surgido también términos con el sufijo –ata asociados a connotaciones negativas. Se han usado, por
ejemplo, para llamar a los seguidores del PSOE (sociatas) y para criticar, en cierta medida, su postura ante
cuestiones controvertidas en el ámbito político y social. En el mundo de la
izquierda política los peor vistos han sido los ácratas o anarcos que se
han identificado fundamentalmente con la lucha en la calle de pancarta y
cartel.
También han aparecido vocablos
con los sufijos –ito/–ita, como podemita
(o podemista), para los
seguidores de Podemos. En general, suelen adoptar un sentido despectivo, para indicar que son
grupos que desean destruir el sistema o son
excesivamente utópicos. Algo
parecido ocurre con los naranjitos, para los seguidores de
Ciudadanos, con frecuencia para tacharlos de inexperiencia.
Términos
como pepero, sociata, ugetista, cenetista se han incorporado ya al diccionario
de la Real Academia de la Lengua (DLE), en su vigésima tercera edición. Los dos
últimos pueden tener un significado puramente descriptivo, salvo que de manera
intencionada se les quiera dar otro sentido. En el caso de los afiliados y
simpatizantes de CCOO, se ha oído la palabra coloquial cocos, unas veces
con matiz afectivo y otras, de forma peyorativa.
Hay
ciertos colores que, usados por algunas personas, y en el contexto del lenguaje
político, todavía siguen teniendo matiz peyorativo. Es el caso del rojo y el
azul. Los rojos (rojillos, rogelios,
rojeras…), aplicados a la izquierda política, y los azules, a la derecha. En la actualidad
se han añadido los naranjitos y algún otro color.
Hay
palabras, sin embargo, que en el lenguaje político siempre se usan de forma
insultante o peyorativa. Es el caso de fascista, y su derivado facha, y de la palabra nazi. Y también franquista.
Se califica con ellos a las personas
autoritarias y contrarias a la libertad y a la democracia. Si bien, a veces, se
hace un uso excesivo de estos términos y se descalifica con ellos a quienes se
integran en partidos democráticos o a personas que no tienen especial
vinculación política, pero que son poco tolerantes. Incluso algunos
los descalifican diciendo de ellos que cantan
el Cara el sol.
En el lenguaje político de los últimos años ha aparecido un nuevo vocablo con el que los podemitas apodaron a los viejos partidos: la casta, una palabra que en el contexto político ha pasado a
identificarse con el deseo de perpetuarse en el poder y no promover una
sociedad más justa e igualitaria. Así, los críticos con “la casta”
acuñaron también unas siglas que fundían las de los dos grandes partidos, a los que
identificaban con esa casta que critican: PPSOE.
Es verdad que esa casta, de la que
renegaban, en poco tiempo ha desaparecido del lenguaje político. ¿Será tal vez
porque ya no existe o más bien porque se han incorporado a ella los que la
criticaban?
Tránsfuga es otra palabra que
ha surgido en las últimas décadas. Según el DLE es la ‘persona que pasa de un
partido a otro’. Como se entiende que esa persona es acomodaticia, la palabra
tiene un sentido peyorativo. En otra época, el tránsfuga era solo uno que cambiaba
de chaqueta. Ahora, además de chaquetero,
es un traidor. De algún político
actual ha llegado a decirse que tiene en su casa un amplio fondo de armario en lo tocante a la cantidad de chaquetas.
Durante décadas hemos convivido dolorosamente con los etarras, palabra que en castellano se identificó con el terrorismo. Se ha usado para denominar a los miembros de la organización terrorista
ETA, pero también para descalificar a otros que se movían en su ámbito o que
simplemente no tenían una postura de condena clara (proetarras). Incluso hoy, una vez disuelta la organización terrorista,
se utiliza para calificar a aquellos que tienen alguna conversación política con
grupos que fueron en su día
condescendientes con ETA. Actualmente, la palabra ha salido del ámbito del
terrorismo y algunos la han utilizado, sin pudor, para descalificar a políticos que nada han tenido que ver con el terrorismo y que lo han condenado taxativamente.
Si nos paráramos a escuchar con
detenimiento las “flores” que se
dedican los políticos entre sí, unas relacionadas
con su ideología política y otras rayanas en el insulto personal, nos
encontraríamos con un vocabulario bastante florido. Los que se sienten de
izquierdas, y se llaman a sí mismos progresistas, califican a los partidos de la derecha
política, de forma genérica, como la derecha, evitando usar el nombre del
partido político concreto, y lo reiteran en sus comparecencias públicas buscando que el oyente vincule la palabra derecha a algo peyorativo. Y a la
palabra derecha asocian otras: derechona,
cavernícola, troglodita, retrógrado, reaccionario, burgués, cochino burgués,
señorito, señorito de cabaret, fascista, franquista, resabio del franquismo, facha, puto facha, cerril, conservador, etc.
A partir de la foto conjunta de la manifestación de los líderes de los
partidos Cs, PP y Vox en la plaza de Colón de Madrid han arreciado las
descalificaciones del conjunto. Han sido llamados: el trío de Colón, los tres temores, el trifachito, la derecha trifálica, la derecha
de las tres siglas, híbrido extraño entre don Pelayo y Margaret
Thatcher y otros variados calificativos.
También han florecido los insultos
de la derecha o extrema derecha, dirigidos a partidos de izquierda o a sus
militantes: comunistas, extremistas,
leninistas, bolivarianos, peligrosos,
parásitos,
zánganos, zánganos de casino, convidados, mantenidos, rehenes, clientelar
cortijo andaluz, apesebrados, rojos de mierda, perroflautas…
Unos a otros se llaman mentirosos
o, con un eufemismo, se dicen que faltan a la verdad. También: irresponsables, inútiles, incapaces,
desleales, traidores, mediocres, ignorantes, golpistas, indecentes… En los últimos
tiempos ha aumentado tanto el tono y la gama de insultos, especialmente
dirigidos al presidente del gobierno actual, que incluso
nos hemos visto obligados a consultar el diccionario para buscar la palabra felonía y ver si realmente estaba usada
en el mismo sentido que tenía cuando a Fernando VII, rey de infausta memoria, al
que es difícil imitar, se le calificaba de “rey felón”. Pasando páginas del
diccionario llegamos a la R para buscar la palabra relator, que ha dejado de ser “el que cuenta hechos” para caer bajo sospecha por ejercer
un cometido un tanto nebuloso, con lo que la palabra, usada con ironía, ha adquirido también un significado peyorativo.
El uso del artículo colocado ante
el nombre de las mujeres que tienen responsabilidad
política, un rasgo del lenguaje coloquial,
aparte de dar notoriedad a esas
mujeres, ha pasado a tener una significación política,
frecuentemente negativa: la Aguirre, la Cospedal, la Merkel, la
Bachelet, la Thatcher, la Meyer.
Y si los disfemismos son más frecuentes de lo deseado en el lenguaje
político, los eufemismos están presentes de forma permanente para ocultar o
disfrazar la realidad. Nadie duda de que la armonización fiscal con respecto a Europa esconde una subida de impuestos.
Lo mismo ocurre con los alargamientos alambicados del lenguaje a través
de expresiones perifrásticas o del uso de palabras largas. Soluciones
habitacionales (alojamiento), radicales
de izquierda (seguidores de Podemos), estar en condiciones de (poder),
poner de manifiesto (manifestar), poner en valor (valorar)… Y muchas palabras largas: precarización, anticonstitucionalidad,
posicionamiento, redimensionar…
Puestos a hablar de alargamientos, vemos cómo triunfan las enumeraciones descalificadoras, a
veces hasta mezcladas con temas tan ajenos como la mitología.
Un político de primera fila acusó recientemente al presidente del
Gobierno de “pactar con esa hidra de las siete cabezas de los batasunos,
proetarras, independentistas, separatistas, comunistas, prochavistas y
procastristas”.
Además, como la lengua es muy
creativa, no dejan de aparecer neologismos de raíz popular: sindicalisto, los de la
gaviota, los del puño y la rosa, los sorayos… Y no faltan los términos
militares o policiales: submarinos, paracaidistas,
infiltrados. Tampoco
está ausente en este muestrario el
filibustero, que es el que
obstaculiza la aprobación de una ley dando largas.
Y si el lenguaje político es creativo, no es lo es menos la “literatura”
política. Figuras literarias como la metáfora y la metonimia las encontramos por
doquier. ¡Y no digamos nada de la hipérbole!
Una palabra de la lengua común que, en su sentido político, ha adquirido en los últimos años un significado metafórico es la palabra fontanero. Durante el mandato de Felipe González aparecieron los fontaneros de La Moncloa y no eran precisamente los especialistas en cañerías ni en fuentes. Este término no aparece en el DEL (RAE), pero sí en el DVUA (Diccionario de voces de uso actual, de Alvar Ezquerra, M.): ‘Persona que, sin cobrar notoriedad, se ocupa de arreglar los asuntos difíciles o poco claros’.
Una palabra de la lengua común que, en su sentido político, ha adquirido en los últimos años un significado metafórico es la palabra fontanero. Durante el mandato de Felipe González aparecieron los fontaneros de La Moncloa y no eran precisamente los especialistas en cañerías ni en fuentes. Este término no aparece en el DEL (RAE), pero sí en el DVUA (Diccionario de voces de uso actual, de Alvar Ezquerra, M.): ‘Persona que, sin cobrar notoriedad, se ocupa de arreglar los asuntos difíciles o poco claros’.
Antes creíamos que Frankestein era solo un personaje literario, sin
embargo, de poco tiempo a esta parte, hemos estado gobernados, sin saberlo, por
un gobierno Frankestein, presidido
por un okupa, el enemigo público número uno, el adalid
de la ruptura de España, que es, además,
un
zorro cuidando gallinas, al decir
del jefe de la oposición. Pero, eso sí, la piel de toro se mantendrá suave pues gozamos de un gobierno como el aloe vera, (cuanto más le investigan encuentran más
propiedades).
También proliferan en el mundo de la política los que se empeñan en marcar hojas de ruta, hacer cordones sanitarios, superar techos electorales… Y aquellos que, a
la vista de las encuestas electorales que pueden crear ilusiones poco fundadas,
tienen miedo de que sus aspiraciones terminen en un sueño húmedo…
En la última campaña de las elecciones generales de 2019 los eslóganes electorales también nos han sonado a figuras literarias. El vamos, ciudadanos, eslogan de Cs, busca claramente la musicalidad con una paronomasia en las últimas sílabas. Sugiere el dinamismo del mundo deportivo (recuerda el grito de Rafael Nadal) y nos introduce en ese movimiento con la primera persona de plural. Además apostrofa con un vocativo dando ánimos a unos ciudadanos votantes y otros Ciudadanos que esperan ser votados por los primeros.
Haz que pase, fue el lema del PSOE. Haz que pase ¿qué? Juega con el
equívoco, pues no sabemos, muy bien si tiene que pasar la persona, la situación
anterior, lo que está por venir… Apostrofa al votante de una forma directa en
segunda persona.
Valor seguro, lema del PP. Un sintagma nominal, aparentemente aséptico,
que trata de darnos seguridad sobre el candidato y su partido, y que, al mismo
tiempo, juega con la polisemia de palabras que están relacionadas con el mundo
de la economía, con la seguridad y con el valía personal del candidato.
La historia la escribes tú fue
el lema de Podemos. Es un mensaje
directo que usa el tuteo, que juega con el apóstrofe dirigido a la segunda
persona, que construye la oración con un hipérbaton y que destaca la palabra historia
para dar protagonismo al votante que, de vivir en la intrahistoria, va a pasar
vivir en la historia escrita.
Por España. Este fue el lema de Vox. El más simple desde el
punto de vista lingüístico, pero, al mismo tiempo, la definición de su razón de
ser. Trata de acotar el objetivo del
partido (España, núcleo del sintagma)y también el del votante que lo elige. Es el único lema que termina en un punto y aparte cuando aparece escrito en los carteles. O sea, por España… y punto.
Todo ello debería ser analizado en relación con la iconografía, las
grafías, el colorido, la imagen que sugiere cada líder…
Este artículo solo es un pequeño acercamiento al lenguaje político del disfemismo y estará siempre abierto y atento a las
lindezas con las que nos sorprendan cada día los políticos y los que hacen la
información sobre el tema. Y de lo que digan los ciudadanos, pues ellos también
pueden “crear tendencias”…
Mientras tanto nos prepararemos para conocer el veredicto de los pactómetros y de todos los neologismos que sigan apareciendo a la vuelta de un micrófono.
Mientras tanto nos prepararemos para conocer el veredicto de los pactómetros y de todos los neologismos que sigan apareciendo a la vuelta de un micrófono.
Un artículo muy currado, ameno,imparcial y muy interesante.
ResponderEliminarGracias, Paco. Trato de fijarme en las palabras más que en las personas, aunque la lengua no solo es cauce del pensamiento, sino con frecuencia es el mismo pensamiento. No en vano mi blog se llama "De la palabra al pensamiento".
EliminarDices que este articulo solo es un pequeño acercamiento al lenguaje político del momento..., pues yo creo que es un gran acercamiento y además muy interesante. Muchas gracias
ResponderEliminarGracias, Fuencisla, por valorarlo y dejar aquí tu opinión. Quizá por deformación profesional tengo un sentido especial para fijarme en las palabras. Y las palabras son más que el cauce de la comunicación, son la propia comunicación, que no es aséptica, porque siempre refleja la intención... Este tema da para mucho... Lo dejo abierto.
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