miércoles, 29 de mayo de 2019

Politiqueando




De  peperos, sociatas, podemitas y demás familia



Lo referente a  las ideologías y al mundo de las organizaciones políticas y sindicales está generando en la lengua actual muchos términos que a veces tienen un sentido puramente descriptivo, pero que en muchos casos  adoptan una connotación negativa y son usados de manera despectiva (disfemismos).

Se está extendiendo la creación de vocablos con el sufijo –ismo, casi siempre derivados a partir del nombre de una persona, en torno a la cual se  agrupa una tendencia o una ideología o lo que ahora se llaman “distintas sensibilidades políticas”. Son los nuevos epónimos. Desde el pujolismo o el felipismo, que ya se utilizan desde hace décadas, hasta otras creaciones más recientes, como el  zapaterismo, llamado por algunos buenismo o angelismo (recordemos  que al presidente Zapatero se le ha llamado también Bambi, por su aspecto inocente, y Sosomán, en un programa de TV), el aznarismo (de José María Aznar), el marianismo o rajonismo (de Mariano Rajoy). También en su día se habló de fraguismo (de Manuel Fraga), de guerrismo (de Alfonso Guerra) Y como creaciones más actuales han surgido el sanchismo (de Pedro Sánchez), susanismo   (de Susana Díaz), errejonismo (de Íñigo Errejón), y hasta el carmenismo o manuelismo (de Manuela Carmena), sin olvidar el voxismo.

Asimismo han aparecido  “ismos” para calificar fenónemos políticos no españoles: castrismo, evismo, chavismo, berlusconismo… A veces son términos de carácter más general, que definen formas de actuar o de entender la política, como  golpismo, populismo, amiguismo

No faltan  neologismos vinculados a algunas creencias dentro del Islam   que indican falta de tolerancia  y que, desgraciadamente, están desembocando en violencia indiscriminada. Es el caso del integrismo y  el fundamentalismo.

También el sufijo –ista  ha generado la creación de palabras a partir de nombres que hablan de tendencias o ideologías: golpistas,  aguirristas (de Esperanza Aguirre) y errejonistas frente a pablistas (de Pablo Iglesias). Este sufijo está consolidado y  es de uso frecuente para denominar a los seguidores o miembros de organizaciones sindicales o políticas: ugetista, cenetista, comunista, socialista. Son palabras pueden tener un significado puramente descriptivo o adquirir connotaciones negativas. En cambio, la variante pesoísta adopta generalmente un matiz peyorativo.

Una de las palabras que sigue teniendo mucha  vigencia en el lenguaje político es, sin duda, progresista. Muchos políticos se la colocan como una insignia o un escudo protector que parece que les da un cierto aire de superioridad moral. Progresar es  positivo, aunque ello no es óbice para que, en nombre del progreso,  se hayan cometido tropelías de todo tipo. Pero la palabra que, en los últimos tiempos,  tiene más vigencia en el lenguaje sociopolítico es, sin duda, la palabra independentista, que ha hecho surgir como antónimos constitucionalista o españolista. Atrás quedaron las "amables" palabras regionalista y  nacionalista, que van camino de convertirse en antiguallas.

El sufijo –ero, que ha servido en la lengua para crear nombres de profesiones relacionadas con lo manual, también está siendo muy  productivo en el  lenguaje político. Peperos fueron llamados en las primeras décadas de la democracia los integrantes y simpatizantes del partido popular y, en general, aquellos que manifiestan una ideología conservadora. En el ámbito de la izquierda, de una forma análoga, se creó el término pecero para llamar a los militantes del PCE  y a sus seguidores. Así como ahora  a los llamados peperos se les achaca el excesivo conservadurismo con ese término, en el pasado, en el caso de los peceros, se les censuraba su falta de realismo para ejercer el poder y, en algunos casos, su carácter totalitario y peligroso.


En su tendencia a la economía, la lengua usa también abreviaciones como ultra y progre, con sentido contrapuesto.  La primera se usa siempre con sentido despectivo, y la segunda, en muchas ocasiones, especialmente si se dice con retintín.

Han surgido también  términos con el sufijo –ata asociados a connotaciones negativas. Se han usado, por ejemplo, para llamar a los seguidores del PSOE (sociatas) y para criticar, en cierta medida, su postura ante cuestiones controvertidas en el ámbito político y social. En el mundo de la izquierda política los peor vistos han sido los ácratas o anarcos que se han identificado fundamentalmente con la lucha en la calle de pancarta y cartel.

También han aparecido vocablos con los sufijos –ito/–ita, como  podemita (o podemista), para los seguidores de Podemos. En general, suelen adoptar un  sentido despectivo, para indicar que son grupos que desean destruir el sistema o son  excesivamente utópicos.  Algo parecido ocurre con los  naranjitos, para los seguidores de Ciudadanos, con frecuencia para tacharlos de inexperiencia.

Términos como pepero, sociata, ugetista, cenetista  se han incorporado ya al diccionario de la Real Academia de la Lengua (DLE), en su vigésima tercera edición. Los dos últimos pueden tener un significado puramente descriptivo, salvo que de manera intencionada se les quiera dar otro sentido. En el caso de los afiliados y simpatizantes de CCOO, se ha oído la palabra coloquial cocos, unas veces con matiz afectivo y otras, de forma peyorativa.

Hay ciertos colores que, usados por algunas personas, y en el contexto del lenguaje político, todavía siguen teniendo matiz peyorativo. Es el caso del rojo y el azul.  Los rojos (rojillos, rogelios, rojeras…), aplicados a la izquierda política, y los azules, a la derecha. En la actualidad se han añadido los naranjitos y algún otro color.

Hay palabras, sin embargo,  que en el  lenguaje político siempre se usan de forma insultante o peyorativa. Es el caso de fascista, y su derivado facha,  y de la palabra nazi. Y también franquista. Se califica con ellos  a las personas autoritarias y contrarias a la libertad y a la democracia. Si bien, a veces, se hace un uso excesivo de estos  términos y se descalifica con ellos a quienes se integran en partidos democráticos o a personas que no tienen especial vinculación política,  pero que  son poco tolerantes. Incluso algunos los descalifican diciendo de ellos que cantan el Cara el sol.

En el lenguaje político de los últimos años ha aparecido un nuevo vocablo con el que los podemitas  apodaron a los viejos partidos: la casta, una palabra  que en el contexto político ha pasado a identificarse con el deseo de perpetuarse en el poder y no promover una sociedad más justa e igualitaria. Así, los críticos con “la casta” acuñaron   también unas siglas que fundían  las de los dos grandes partidos, a los que identificaban con esa casta que critican: PPSOE. Es verdad que esa casta, de la que renegaban, en poco tiempo ha desaparecido del lenguaje político. ¿Será tal vez porque ya no existe o más bien porque se han incorporado a ella los que la criticaban?

Tránsfuga es otra palabra que ha surgido en las últimas décadas. Según el DLE es la ‘persona que pasa de un partido a otro’. Como se entiende que esa persona es acomodaticia, la palabra tiene un sentido peyorativo. En otra época, el tránsfuga era solo uno que cambiaba de chaqueta. Ahora, además de chaquetero, es un traidor. De algún político actual ha llegado a decirse que tiene en su casa un amplio fondo de armario en lo tocante a la cantidad de chaquetas.

Durante décadas hemos convivido dolorosamente con los etarras, palabra que  en castellano se identificó con el terrorismo. Se ha usado para denominar a los miembros de la organización terrorista ETA, pero también para descalificar a otros que se movían en su ámbito o que simplemente no tenían una postura de condena clara (proetarras). Incluso hoy, una vez disuelta la organización terrorista, se utiliza para calificar a aquellos que tienen alguna conversación política con grupos  que fueron en su día condescendientes con ETA. Actualmente,  la palabra ha salido del ámbito del terrorismo y algunos la han utilizado, sin pudor,  para descalificar a políticos que nada han tenido que ver con el terrorismo y que lo han condenado taxativamente.

Si nos paráramos a escuchar  con detenimiento las “flores”  que se dedican  los políticos entre sí, unas relacionadas con su ideología política y otras rayanas en el insulto personal, nos encontraríamos con un vocabulario bastante florido. Los que se sienten de izquierdas,  y se llaman a sí mismos progresistas, califican  a los partidos  de  la derecha política, de forma genérica, como la derecha, evitando usar el nombre del partido político concreto, y lo reiteran en sus comparecencias públicas buscando que el oyente vincule la palabra derecha a algo peyorativo. Y a la palabra derecha asocian otras: derechona, cavernícola, troglodita, retrógrado, reaccionario, burgués, cochino burgués, señorito, señorito de cabaret, fascista, franquista, resabio del franquismo,  facha, puto facha, cerril,  conservador,  etc. 

A partir de la foto conjunta de la manifestación de los líderes de los partidos Cs, PP y Vox en la plaza de Colón de Madrid han arreciado las descalificaciones del conjunto. Han sido llamados:   el trío de Colón, los tres temores, el trifachito, la derecha trifálica, la derecha de las tres siglas,  híbrido extraño entre don Pelayo y Margaret Thatcher y otros variados calificativos. 

También han florecido  los insultos de la derecha o extrema derecha, dirigidos a partidos de izquierda o a sus militantes: comunistas, extremistas, leninistas, bolivarianos, peligrosos,  parásitos, zánganos, zánganos de casino, convidados, mantenidos, rehenes, clientelar cortijo andaluz, apesebrados, rojos de mierda, perroflautas… 

Unos a otros se llaman mentirosos o, con un eufemismo,  se dicen que faltan a la verdad. También: irresponsables, inútiles, incapaces, desleales, traidores, mediocres, ignorantes, golpistas, indecentes… En los últimos tiempos ha aumentado tanto el tono y la gama de insultos, especialmente dirigidos al   presidente del gobierno actual, que incluso nos hemos visto obligados a consultar el diccionario para buscar la palabra felonía y ver si realmente estaba usada en el mismo sentido que tenía cuando a Fernando VII, rey de infausta memoria, al que es difícil imitar, se le calificaba de “rey felón”. Pasando páginas del diccionario llegamos a la R para buscar la palabra relator, que ha dejado de ser “el que cuenta hechos” para caer bajo sospecha  por ejercer un cometido un tanto nebuloso, con lo que la palabra, usada con ironía, ha adquirido   también un  significado peyorativo. 

El uso del artículo colocado ante el nombre de las mujeres que tienen   responsabilidad política, un rasgo del lenguaje coloquial,  aparte de dar notoriedad a  esas mujeres,   ha pasado a tener una significación política, frecuentemente negativa:  la Aguirre, la Cospedal, la Merkel, la Bachelet, la Thatcher,  la Meyer.

Y si los disfemismos son más frecuentes de lo deseado en el lenguaje político, los eufemismos están presentes de forma permanente para ocultar o disfrazar la realidad. Nadie duda de que la  armonización fiscal con respecto a Europa esconde una subida de impuestos.

Lo mismo ocurre con los alargamientos alambicados del lenguaje a través de expresiones perifrásticas o del uso de palabras largas.  Soluciones habitacionales (alojamiento), radicales de izquierda (seguidores de Podemos),  estar en condiciones de (poder), poner de manifiesto (manifestar), poner en valor (valorar)… Y muchas palabras largas: precarización, anticonstitucionalidad, posicionamiento, redimensionar…

Puestos a hablar de alargamientos, vemos cómo  triunfan las enumeraciones descalificadoras, a veces hasta mezcladas con  temas tan ajenos como la mitología.  Un político de primera fila acusó recientemente al presidente del Gobierno de “pactar con esa hidra de las siete cabezas de los batasunos, proetarras, independentistas, separatistas, comunistas, prochavistas y procastristas”.

Además, como la lengua es muy creativa, no dejan de aparecer neologismos de raíz  popular: sindicalisto, los de la gaviota, los del puño y la rosa, los sorayos… Y no faltan los términos militares o policiales: submarinos, paracaidistas, infiltrados.   Tampoco está ausente en este muestrario el filibustero, que es  el que obstaculiza la aprobación de una ley dando largas.

Y si el lenguaje político es creativo, no es lo es menos la “literatura” política. Figuras literarias como la  metáfora y la metonimia las encontramos por doquier. ¡Y no digamos nada de la hipérbole! 

Una  palabra de la lengua común que, en su sentido político,  ha adquirido en los últimos años un significado metafórico es la palabra fontanero. Durante el mandato de Felipe González aparecieron los fontaneros de La Moncloa y no eran precisamente los especialistas en cañerías ni en fuentes. Este término no aparece en el DEL (RAE),  pero sí en el DVUA (Diccionario de voces de uso actual, de  Alvar Ezquerra, M.): ‘Persona que, sin cobrar notoriedad, se ocupa de arreglar los asuntos difíciles o poco claros’. 

Antes creíamos que Frankestein era solo un personaje literario, sin embargo, de poco tiempo a esta parte, hemos estado gobernados, sin saberlo, por un gobierno Frankestein, presidido por un okupa, el enemigo público número uno, el adalid de la ruptura de España,  que es, además,  un zorro cuidando gallinas,  al decir del jefe de la oposición. Pero, eso sí, la piel de toro se mantendrá  suave pues gozamos de un gobierno como el aloe vera, (cuanto más le investigan encuentran más propiedades). 




También proliferan  en el mundo de la política los que se empeñan en marcar hojas de ruta, hacer cordones sanitarios, superar techos electorales Y  aquellos que,  a la vista de las encuestas electorales que pueden crear ilusiones poco fundadas, tienen miedo de que sus aspiraciones terminen en un sueño húmedo… 

En la última campaña de las elecciones generales de  2019 los eslóganes electorales también nos han sonado a figuras literarias. El vamos, ciudadanos, eslogan de Cs, busca claramente la musicalidad  con una paronomasia en las últimas sílabas. Sugiere el dinamismo del mundo deportivo (recuerda el grito de Rafael Nadal) y  nos introduce en ese movimiento con la primera persona de plural.  Además apostrofa con un vocativo dando ánimos a unos ciudadanos votantes y otros Ciudadanos que esperan ser votados por los primeros.

Haz que pase, fue el lema del PSOE. Haz que pase ¿qué? Juega con el equívoco, pues no sabemos, muy bien si tiene que pasar la persona, la situación anterior, lo que está por venir… Apostrofa al votante de una forma directa en segunda persona. 

Valor seguro, lema del PP.  Un sintagma nominal, aparentemente aséptico, que trata de darnos seguridad sobre el candidato y su partido, y que, al mismo tiempo, juega con la polisemia de palabras que están relacionadas con el mundo de la economía, con la seguridad y  con el valía personal del candidato. 

La historia la escribes tú fue el lema de Podemos.  Es un mensaje directo que usa el tuteo, que juega con el apóstrofe dirigido a la segunda persona, que construye la oración con un hipérbaton y que destaca la palabra historia para dar protagonismo al votante que, de vivir en la intrahistoria, va a pasar vivir  en la historia escrita.

Por España. Este  fue el lema de Vox. El más simple desde el punto de vista lingüístico, pero, al mismo tiempo, la definición de su razón de ser. Trata de acotar  el objetivo del partido (España, núcleo del sintagma)y también el del votante que lo elige. Es el único lema que termina en  un punto y aparte cuando aparece escrito en los carteles. O sea, por España… y punto. 

Todo ello debería ser analizado en relación con la iconografía, las grafías, el colorido, la imagen que sugiere cada líder… 

Este artículo solo es un pequeño acercamiento  al lenguaje político del disfemismo y  estará siempre abierto y atento a las lindezas con las que nos sorprendan cada día los políticos y los que hacen la información sobre el tema. Y de lo que digan los ciudadanos, pues ellos también pueden  “crear tendencias”… 

Mientras tanto nos prepararemos para conocer el veredicto de los pactómetros y de todos los neologismos que sigan apareciendo a la vuelta de un micrófono.



4 comentarios:

  1. Un artículo muy currado, ameno,imparcial y muy interesante.

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    1. Gracias, Paco. Trato de fijarme en las palabras más que en las personas, aunque la lengua no solo es cauce del pensamiento, sino con frecuencia es el mismo pensamiento. No en vano mi blog se llama "De la palabra al pensamiento".

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  2. Dices que este articulo solo es un pequeño acercamiento al lenguaje político del momento..., pues yo creo que es un gran acercamiento y además muy interesante. Muchas gracias

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    1. Gracias, Fuencisla, por valorarlo y dejar aquí tu opinión. Quizá por deformación profesional tengo un sentido especial para fijarme en las palabras. Y las palabras son más que el cauce de la comunicación, son la propia comunicación, que no es aséptica, porque siempre refleja la intención... Este tema da para mucho... Lo dejo abierto.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.