jueves, 21 de noviembre de 2019

Del agua y del tiempo, de Manuel Cuenya


Reseña literaria 





Edición: La Nueva Crónica. León, 2019

Género: Lírica

Págs: 125

Manuel Cuenya (Noceda del Bierzo-León), es escritor, profesor universitario, colaborador  en prensa, editor de  la revista cultural La Curuja, viajero sensible que busca emociones, que luego nos hace llegar con imágenes y palabras…

La obra  Del tiempo y del agua nos presenta las emociones del autor ante el mundo que lo rodea. Su mundo exterior y su mundo interior. Y, especialmente,  lo que él llama su matria berciana, ese rincón leonés que está  “más allá de León, más acá de Galicia”.

La  obra contiene una Presentación de la filóloga Álida Ares, un Proemio, varios apartados que el autor titula: Matria, Memoria y muerte, Amor y vida, De otras sendas y Dioses humanos. Remata con un Epílogo del autor y unas palabras en la contraportada de la poeta Margarita Merino.

El libro es un conjunto de poemas escritos en versos libres y de textos en prosa que podemos enmarcar dentro de la mejor línea de la prosa  poética. Sigue en ello la estela literaria de tantos autores bercianos y leoneses. 

En Matria el autor nos acerca a la esencia de la tierra berciana pasada por el tamiz de sus sentimientos. “Mi matria es la tierra carnal donde nací y el agua que me arrulla en las llamas del valle”. Es la vida en armonía con una naturaleza exuberante: tierra, pájaros, colores, olores, sonidos… Y el agua, que tiene una presencia esencial. Un paisaje  generoso,  que sigue  regalando vida, a pesar de que  el progreso  lo  ha hollado cruelmente y ha transformado los pulmones de sus gentes en “nata negra”.

Dentro de ese paisaje   tienen un protagonismo especial los ríos y lagos  bercianos. Breves pinceladas de una bellísima prosa poética nos presentan, de una forma muy plástica. unas aguas que hablan a los ojos, a los oídos y a los sentimientos. Son las aguas  de los ríos : Balboa, Sil, Selmo. Cúa, Valcarce, Burbia, Boeza y Oza.  Ríos que,  en unos casos, aportan dinamismo y pasión, y, en otros, armonía, sosiego... Y siempre,  emoción y vida. También los lagos tienen  un atractivo especial: Cheiroso, Sumido, Carucedo y  Las Charcas. Lagos de pepitas de oro, lagos de leyenda, lagos de magia. Una naturaleza paradisíaca en torno al agua.

En el segundo apartado, a los sentimientos se une la reflexión sobre el paso del tiempo, la vida y la muerte. Nos eleva ahora  a los temas metafísicos. La muerte golpea y mata a los que mueren y también a los vivos. Pero el tiempo no borra las heridas ni la memoria. Destacan en este apartado los poemas que dedica a la memoria histórica de los desaparecidos a causa de la dictadura franquista. Son poemas que nos producen estremecimiento. A pesar de todo, frente a la angustia que nos produce la muerte y también la vida,  el autor defiende que vale la pena soñar.

El tercer apartado nos habla de amor y vida. El amor se presenta  con muchas pinceladas de sensualidad  (“déjame habitarte en los acantilados de tu oleaje”) y en relación con el paso del tiempo. La visión del amor parece adquirir alguna resonancia nerudiana (también recuerda  la rima X de Bécquer), al  extenderse por el universo y adquirir una dimensión cósmica.

El cuarto apartado, titulado De otras sendas, nos mueve por el espacio y el tiempo. Hay resonancias  de otros lugares más lejanos: Tierra Santa, México, Marruecos… Lugares engarzados con tiempos concretos: Nochebuena, Nochevieja, Año Nuevo. Nos invita a caminar,  a viajar, a sentir, a empaparnos de experiencias… “La vida es tiempo y espacio”. 

El último apartado es el de Dioses humanos, y nos presenta a personas que han marcado  la vida de aquellos que los han conocido  y amado, entre ellos su padre, cuya trágica muerte conmocionó al autor.

En el epílogo nos habla de la necesidad de escribir, escribir para reflexionar, para sentir, para vivir… Para ser.  Y para  provocar una emoción  en los lectores.

El agua y el tiempo son los ejes sobre los que gira la obra y los que  le dan título.  El agua porta vida  y el tiempo trae muerte. Ambos son un fluir constante. Parece que el autor se mueve entre la apelación epicúrea al carpe diem (sensualidad  referida al amor y a la naturaleza) y la visión de  un universo armónico y bello, que se situaría más en una línea platónica. De cualquier forma, aunque no aparezca una trascendencia de tipo religioso, refleja una creencia en la inmortalidad de las personas desaparecidas, a través de la memoria.

Es verdad que el tiempo corre sin dilación lo mismo que el agua de los ríos: nos atrapa y nos devora. Pero no se puede borrar aquello que ha ocurrido en el tiempo: la memoria de lo pasado.   El tiempo está impregnado de dolor, pero también de amor. El tiempo es una ilusión, pero debemos vivir esa ilusión de eternidad, porque se puede atrapar la belleza en la misma fugacidad, ya que la belleza trasciende al tiempo. Por eso,   hay  que  amar la vida y la belleza. 

Aunque  el autor no omita referencias a  las  pesadillas de la vida, la obra presenta una visión optimista, pues, a pesar de la fugacidad del tiempo, siempre nos pueden salvar    los sueños y la inmortalidad de la memoria. No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, porque ni el río sería el mismo ni tampoco nosotros, como decía Heráclito, pero podemos bañarnos una y otra vez, y  triunfar sobre el tiempo.

En cuanto al estilo, el autor usa con frecuencia una sintaxis de  frases breves que concentran e intensifican la emoción. Los paralelismos sintácticos  y la repetición frecuente de palabras (“el tiempo, el tiempo, el tiempo…”)  también contribuyen  a esa intensificación y   a dar ritmo poético al verso libre. Nos sorprende un doble uso literario de la segunda persona gramatical con la que, unas veces, logra desdoblar su personalidad  (el yo, y el tú que es también el yo), introduciendo de forma muy eficaz la técnica del monólogo interior y, en cambio, en otras ocasiones, le sirve para apostrofar a un interlocutor silencioso.

La obra nos sorprende por la abundancia de metáforas con imágenes sorprendentes y muy creativas: “Bierzo-útero”, “vida afilada”, “los raíles del dolor”…  Otro recurso que está muy presente es la sinestesia, tanto en la fusión de sentimiento y sensación, como de sensaciones captadas por distintos sentidos: “aguas amorosas”, “suave reflejo”, “versos que saben a ternura”,  “el color de los anhelos”…  Uno de los poemas alude a ella en el título: Sensual y sinestésica

Es también un acierto la forma  que tiene  Cuenya de usar la intertextualidad de otras obras, para integrarlas en sus propias reflexiones, y   el uso de  las citas que encabezan la mayor parte de los textos, y que nos permiten leer fragmentos de otros poetas: Ángel González, Julio Llamazares, Pedro Salinas, Miguel Hernández, A. Gamoneda, P. Neruda, Rosalía de Castro…

El autor, según dice en el epílogo,  trata de compartir su emoción con la de los lectores, de que los lectores sientan “escalofríos”,  y lo ha conseguido plenamente, ya que nos hace reflexionar sobre el tiempo y el espacio, la vida y la muerte… Y también sobre la justicia, la libertad, el amor… Nos hace emocionarnos al compartir los sentimientos del autor mientras se embelesa con la contemplación de la naturaleza, mientras se rebela contra la injusticia, mientras ama, mientras sufre… Y nos hace disfrutar de la plasticidad con que describe el paisaje y de  la belleza de las palabras (algunas de colorido leonés: trancar). “La lengua que hablo puede que sea mi matria”, dice el autor.

En resumen, estamos ante un libro que seduce al lector  por la emoción de su contenido y la belleza de su estilo y edición.





Margarita Álvarez Rodríguez

Madrid, noviembre de 2019


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