Edición: La Nueva Crónica. León, 2019
Género: Lírica
Págs: 125
Manuel Cuenya (Noceda del
Bierzo-León), es escritor, profesor universitario, colaborador en prensa, editor de la revista cultural La Curuja, viajero sensible que busca emociones, que luego nos hace
llegar con imágenes y palabras…
La obra Del tiempo y del agua nos presenta las emociones del autor ante el mundo que lo rodea. Su mundo
exterior y su mundo interior. Y, especialmente, lo que él llama su matria berciana, ese rincón leonés que está “más allá de León, más acá de Galicia”.
La obra contiene una Presentación de la filóloga
Álida Ares, un Proemio, varios apartados que el autor titula: Matria, Memoria y
muerte, Amor y vida, De otras sendas y Dioses humanos. Remata con un Epílogo del autor y unas palabras en la contraportada de la poeta Margarita Merino.
El libro es un conjunto de poemas
escritos en versos libres y de textos en prosa que podemos enmarcar dentro
de la mejor línea de la prosa poética.
Sigue en ello la estela literaria de tantos autores bercianos y leoneses.
En Matria el autor nos acerca a la esencia de la tierra berciana pasada por el tamiz de sus sentimientos. “Mi matria es la tierra carnal donde nací y el agua que me arrulla en las llamas del valle”. Es la vida en armonía con una naturaleza exuberante: tierra, pájaros, colores, olores, sonidos… Y el agua, que tiene una presencia esencial. Un paisaje generoso, que sigue regalando vida, a pesar de que el progreso lo ha hollado cruelmente y ha transformado los pulmones de sus gentes en “nata negra”.
En Matria el autor nos acerca a la esencia de la tierra berciana pasada por el tamiz de sus sentimientos. “Mi matria es la tierra carnal donde nací y el agua que me arrulla en las llamas del valle”. Es la vida en armonía con una naturaleza exuberante: tierra, pájaros, colores, olores, sonidos… Y el agua, que tiene una presencia esencial. Un paisaje generoso, que sigue regalando vida, a pesar de que el progreso lo ha hollado cruelmente y ha transformado los pulmones de sus gentes en “nata negra”.
Dentro de ese paisaje tienen
un protagonismo especial los ríos y lagos bercianos. Breves pinceladas de una bellísima
prosa poética nos presentan, de una forma muy plástica. unas aguas que hablan a
los ojos, a los oídos y a los sentimientos. Son las aguas de los ríos : Balboa, Sil, Selmo. Cúa, Valcarce, Burbia, Boeza y Oza. Ríos que, en unos casos, aportan dinamismo y pasión, y, en otros, armonía, sosiego... Y siempre, emoción y vida. También los lagos tienen un atractivo especial: Cheiroso, Sumido,
Carucedo y Las Charcas. Lagos de pepitas de oro, lagos de leyenda, lagos de
magia. Una naturaleza paradisíaca en torno al agua.
En el segundo apartado, a los
sentimientos se une la reflexión sobre el paso del tiempo, la vida y la muerte.
Nos eleva ahora a los temas metafísicos.
La muerte golpea y mata a los que mueren y también a los vivos. Pero el tiempo no borra las heridas ni la memoria. Destacan en este apartado los poemas que dedica a la memoria histórica de los desaparecidos a causa de la dictadura franquista. Son poemas que nos producen estremecimiento. A pesar de todo, frente a la angustia que nos produce la muerte y también la vida, el autor defiende que vale la pena soñar.
El tercer apartado nos habla de amor
y vida. El amor se presenta con muchas
pinceladas de sensualidad (“déjame
habitarte en los acantilados de tu oleaje”) y en relación con el paso del
tiempo. La visión del amor parece adquirir alguna resonancia nerudiana (también recuerda la rima X de Bécquer), al extenderse por el universo y adquirir una
dimensión cósmica.
El cuarto apartado, titulado De otras sendas, nos mueve por el espacio
y el tiempo. Hay resonancias de otros
lugares más lejanos: Tierra Santa, México, Marruecos… Lugares engarzados con
tiempos concretos: Nochebuena, Nochevieja, Año Nuevo. Nos invita a caminar, a viajar, a sentir, a empaparnos de experiencias… “La vida es tiempo y espacio”.
El último apartado es el de Dioses humanos, y nos presenta a personas
que han marcado la vida de aquellos que los han conocido y amado, entre ellos su
padre, cuya trágica muerte conmocionó al autor.
En el epílogo nos habla de la
necesidad de escribir, escribir para reflexionar, para sentir, para vivir… Para
ser. Y para provocar una emoción en los lectores.
El agua y el tiempo son los ejes
sobre los que gira la obra y los que le
dan título. El agua porta vida y el tiempo trae muerte. Ambos son un fluir
constante. Parece que el autor se mueve entre la apelación epicúrea al carpe
diem (sensualidad referida al amor y a
la naturaleza) y la visión de un universo armónico y bello, que se situaría
más en una línea platónica. De cualquier forma, aunque no aparezca una
trascendencia de tipo religioso, refleja una creencia en la inmortalidad de las
personas desaparecidas, a través de la memoria.
Es verdad que el tiempo corre sin
dilación lo mismo que el agua de los ríos: nos atrapa y nos devora. Pero no se
puede borrar aquello que ha ocurrido en el tiempo: la memoria de lo
pasado. El tiempo está impregnado de
dolor, pero también de amor. El tiempo es una ilusión, pero debemos vivir esa ilusión de eternidad, porque se
puede atrapar la belleza en la misma fugacidad, ya que la belleza trasciende al
tiempo. Por eso, hay que
amar la vida y la belleza.
Aunque el autor no omita referencias a las pesadillas de la vida, la obra presenta una
visión optimista, pues, a pesar de la fugacidad del tiempo, siempre nos pueden
salvar los sueños y la inmortalidad de
la memoria. No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, porque ni el río
sería el mismo ni tampoco nosotros, como decía Heráclito, pero podemos bañarnos
una y otra vez, y triunfar sobre el tiempo.
En cuanto al estilo, el autor usa con
frecuencia una sintaxis de frases breves que concentran e intensifican la
emoción. Los paralelismos sintácticos y
la repetición frecuente de palabras (“el tiempo, el tiempo, el tiempo…”) también contribuyen a esa intensificación y a dar ritmo
poético al verso libre. Nos sorprende un doble uso literario de la segunda
persona gramatical con la que, unas veces, logra desdoblar su personalidad (el yo, y el tú que es también el yo), introduciendo de forma muy eficaz la técnica del monólogo interior y, en cambio, en
otras ocasiones, le sirve para apostrofar a un interlocutor silencioso.
La obra nos sorprende por la
abundancia de metáforas con imágenes sorprendentes y muy creativas: “Bierzo-útero”,
“vida afilada”, “los raíles del dolor”… Otro recurso que está muy presente es la
sinestesia, tanto en la fusión de sentimiento y sensación, como de sensaciones
captadas por distintos sentidos: “aguas amorosas”, “suave reflejo”, “versos que
saben a ternura”, “el color de los
anhelos”… Uno de los poemas alude a ella
en el título: Sensual y sinestésica.
Es también un acierto la forma que tiene Cuenya de usar la intertextualidad de otras
obras, para integrarlas en sus propias reflexiones, y el uso de
las citas que encabezan la mayor parte de los textos, y que nos permiten
leer fragmentos de otros poetas: Ángel González, Julio Llamazares, Pedro
Salinas, Miguel Hernández, A. Gamoneda, P. Neruda, Rosalía de Castro…
El autor, según dice en el epílogo, trata de compartir su emoción con la de los
lectores, de que los lectores sientan “escalofríos”, y lo ha conseguido plenamente, ya que nos hace reflexionar sobre el
tiempo y el espacio, la vida y la muerte… Y también sobre la justicia, la
libertad, el amor… Nos hace emocionarnos al compartir los sentimientos del
autor mientras se embelesa con la contemplación de la naturaleza, mientras se rebela contra la injusticia, mientras ama,
mientras sufre… Y nos hace disfrutar de la plasticidad con que describe el paisaje y de la belleza de las palabras (algunas de colorido leonés: trancar). “La lengua que hablo puede que
sea mi matria”, dice el autor.
En resumen, estamos ante un libro que
seduce al lector por la emoción de su contenido
y la belleza de su estilo y edición.
Margarita Álvarez Rodríguez
Madrid, noviembre de 2019
Madrid, noviembre de 2019
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