En esta tercera entrega sobre el uso torticero del idioma, reflexionaré sobre el uso excesivo del eufemismo. Eufemismo procede del griego (eu, ‘bien’ y phemo, ‘hablar’, “decir”) y significa palabra que suena bien, que no tiene connotaciones negativas. Se utiliza para sustituir al tabú, palabra de origen polinesio que significa lo prohibido, referido a una expresión de mal gusto o que tiene sentido peyorativo. El uso de eufemismos, fenómeno frecuente en la actualidad, también va contra el principio de economía lingüística, lo mismo que el abuso de la redundancia y del archisilabismo.
Los tabúes son las palabras que tradicionalmente se relacionan con temas que tienen para los hablantes connotaciones negativas o de mal gusto, por ser soeces y vulgares. Tradicionalmente solían referirse a cuatro temas fundamentales: lo relativo al sexo, lo escatológico (los excrementos y algunas partes del cuerpo), lo relacionado con la muerte y la enfermedad, y los temas de carácter sobrenatural. A estos tabúes clásicos hay que añadir hoy todo lo que se refiere a lo “políticamente correcto”.
Algunos eufemismos se generan por el deseo de disimular tacos o expresiones malsonantes cuando queremos hablar de una manera más formal: jolines, jopetas… no son más que variantes de joder; diez, rediós, diosla, de Dios, y diantre, del demonio. Lo mismo ocurre con las palabras que designan partes del cuerpo relacionadas con el sexo: pecho o seno por teta, partes íntimas o mis partes por órganos sexuales… Dejarnos, irse, terminar, descansar en paz…, por morir; cuerpo, por cadáver; tener cosa mala o una larga y penosa enfermedad, por cáncer; hacer aguas mayores y menores, dar a luz, en lugar palabras más cortas y precisas como: cagar, mear y parir; ventosidad por pedo; trasero o pompis por culo…
Los eufemismos con frecuencia transforman la realidad y nos hacen vivir en un mundo idealizado e irreal que creamos con el lenguaje. Así, sustituyendo palabras, hemos acabado con las cárceles y penales, los carceleros y los presos. En su lugar, han aparecido centros penitenciarios, funcionarios de prisiones e internos. Los delitos son infracciones. Las porras de los agentes del orden son defensas y la tortura un elemento de disuasión.
Como parece que queremos vivir en un mundo perfecto y nos molesta todo aquello que rompe con “lo normal”, han desaparecido de nuestro entorno los manicomios, que son ahora hospitales psiquiátricos y los locos o deficientes, transformados en enfermos mentales o discapacitados psíquicos.
Los individuos que vivimos en este siglo ya no sufrimos alucinaciones, sino alteraciones perceptivas, porque la anormalidad ahora es excepcionalidad. Quizá todo ocurra porque ya no hay enfermos, sino pacientes. También parece que se han hecho invisibles los ciegos y sordos tras las palabras invidentes y personas con deficiencias auditivas. Lo mismo ha ocurrido con las deficiencias físicas: los llamados en otra época tullidos y lisiados se han convertido en inválidos y luego, minusválidos; pero cuando caemos en la cuenta de que estamos llamando a esas personas “no válidas” o “menos válidas”, vuelve a girar la rueda del eufemismo y aparece discapacitados que pronto dará paso a personas con disfunción motora o personas de movilidad reducida. También disimulamos la gordura hablando de personas entradas en carnes o rellenitas. Y en esta sociedad, que prima el valor de lo joven, a los viejos o ancianos los hemos ocultado durante algún tiempo tras la pantalla de la tercera edad, pero pronto el eufemismo vuelve a ser tabú y, para evitarlo, surge un nuevo término: los mayores.
También han cambiado los nombres de ocupaciones que en algún momento no han tenido una buena consideración social. Las sirvientas y criadas pasaron a ser asistentas y hoy son empleadas de hogar. Tampoco hay barrenderos en nuestras calles, sino empleados de la limpieza viaria; ni porteros, que son ahora empleados de fincas urbanas o conserjes. Y los sepultureros, aún han subido más “en esa escala social”, pues, de forma pomposa, se han convertido en empleados de pompas fúnebres…
Para que tengamos conciencia de que generamos basura doméstica y de que eso supone un coste, el Ayuntamiento de la Villa y Corte nos lo recuerda con un nuevo impuesto disfrazado de tasa de residuos urbanos. Sin embargo, a la otra "basura", la financiera, nadie le impone gravámenes, aunque se convierta en activos tóxicos.
El cambio también ha afectado a las relaciones laborales: los despidos masivos son expedientes de regulación de empleo o ERES; el paro, desempleo; los gobiernos no abaratan el despido de los trabajadores sino que flexibilizan, reestructuran u optimizan el mercado laboral con lo que precarizan más el empleo de unos obreros que son ahora meros productores. Y todo para conseguir un obrero más sumiso y explotado, si es que mantiene su trabajo y no sufre un reajuste laboral. Y si tiene la mala fortuna de estar en paro, con suerte, cobrará el subsidio de desempleo. Determinadas empresas (y el mismo Estado) no entran en pérdidas, sino que sus cuentas experimentan un crecimiento negativo… Ya no hay suspensión de pagos, porque ahora se estila el concurso de acreedores. Y si los trabajadores protestan, los sindicatos plantean movilizaciones organizadas por los liberados que son ahora permanentes sindicales…
Lo mismo ha ocurrido con las relaciones sociales. Todo es ahora más suave, más políticamente correcto. ¡Si hasta los enfrentamientos dentro de los partidos se llaman ahora distintas sensibilidades! Ya no hay insultos, ahora se llaman agresiones verbales. Los negros han perdido su color y son solo gente de color (¡como si los demás fuéramos incoloros!), subsaharianos o morenos. También queremos ocultar la prostitución en anuncios de contactos y la pornografía en revistas o material para adultos. El lenguaje del eufemismo afecta incluso a las leyes: a la ley que regula el aborto voluntario la llamamos Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, o a la que lucha contra la violencia machista, Ley contra la Violencia de Género.
Otro tanto ocurre en educación. Desde que los maestros son profesores de Primaria, no hay exámenes ni suspensos, sino controles e insuficientes que han sustituido al necesita mejorar y, si estos se repiten, desaparecerán bajo el disfraz del fracaso escolar. Los alumnos que eran más torpes o flojos en el aprendizaje ahora son alumnos con necesidades educativas especiales (ACNES). Los niños ya no tienen claro lo que es mentir porque en el mundo en que viven solo se falta a la verdad.
Pero es, sin duda, en el lenguaje político, donde encuentran una auténtica mina los eufemismos: las guerras son ahora conflictos bélicos o intervenciones militares, o incluso guerras preventivas o ataques selectivos; los bombardeos mal dirigidos no causan muertos entre la población civil, sino daños colaterales. Y los soldados muertos en combate son bajas. No hay matanzas racistas, sino limpiezas étnicas. El espionaje se ha puesto la careta de servicio de información. Y ahora se disfrazan, sobre todo, los términos relacionados con lo económico: revisar o reajustar las tarifas, se convierte siempre en una subida de precios; desaceleración económica evitó un tiempo el término crisis, y ahora discutimos si tenemos que hablar de línea de crédito o crédito europeo para recapitalizar el sistema financiero o, más bien, “rescate” a la banca española. Pero, ¿para qué preocuparnos si los recortes derivados de estos rescates son solo una tasa temporal de solidaridad o, como se llama al copago sanitario en Cataluña, un tique moderador sanitario? Y la Comunidad de Madrid, tan considerada con sus trabajadores, no les va a rebajar el salario, solo les va a aplicar una minoración retributiva del 3.3% a partir de julio de 2012.
Con el inicio de la crisis fuimos conscientes del capitalismo salvaje que nos envolvía. Pronto lo disfrazamos de la Europa de los mercaderes, ahora convertidos en mercados y agencias de calificación "deslocalizados". Pero no hemos podido, a pesar de tanto enredo lingüístico, esconder las caras y los nombres de los perjudicados, que siguen hablando tan claro como siempre.
La obsesiva sustitución de términos demuestra que las palabras cambian, pero no cambia la percepción que tienen las personas de su significado y ese concepto negativo que permanece en la mente del hablante contamina la nueva palabra que termina en un nuevo tabú. Mientras la sociedad, por ejemplo, considere un valor primordial la juventud o la delgadez seguiremos buscando eufemismos para la vejez…, o para la obesidad.
El abuso del eufemismo también contradice la claridad deseable en el lenguaje periodístico, un lenguaje que debería reflejar con rigor la realidad y no tratar de disimularla, copiando con frecuencia y sin mayor actitud crítica, el lenguaje enrevesado de las fuentes políticas o económicas que le proporcionan la información, bien con una intención determinada o por puro mimetismo.
Lo novedoso de este momento es que esos eufemismos ligados a los ámbitos político y económico no solo disfrazan la realidad a través de la manipulación lingüística, sino que tal vez estén tratando de conformar el pensamiento. Por eso, de vez en cuando, es necesario reflexionar críticamente sobre qué nos dicen y cómo nos lo presentan, para seguir teniendo conciencia de que, al menos, nos queda la libertad de pensamiento que queremos seguir expresando con la palabra.
Porque la palabra es cauce del pensamiento, pero nunca debe ser su carcelera.
¡Plas, plas, plas! Menos es más ;)
ResponderEliminarMuchas felicidades por el artículo. He disfrutado mucho leyéndolo. Respecto a la palabra paciente, incluso algunas corrientes de la psicología la sustituyen por "cliente", ya que paciente conlleva un significado de pasividad que es evitado por estas terapias. Un saludo.
ResponderEliminarBuena apostilla. Gracias.
EliminarMuy interesante como siempre. Ya lo había leído en su día pero no comentado.
ResponderEliminar- Otra palabra que no mencionas y que me ha venido a la cabeza, dentro de la rueda absurda de eufemismos es "tarado". Del mucho más neutral "tarado" que no quiere decir más que (definición propia) "que tiene una tara o defecto" pasamos a los mucho más ofensivos etimológicamente, aunque no se crea, "disminuído" o "discapacitado". Lo mismo pero peor dicho.
- Algo más en lo que coincido, por lo que siempre digo, como si fuera un chiste, es: ¿cómo sabe un periodista que van 10 subsaharianos sin papeles en un cayuco? Pues porque son NEGROS a pesar de ir indocumentados.
- El disfraz nominal de las ocupaciones de la gente es un tema muy curioso. Se une al eufemismo la tentación de vestirlo, además, con un nombre en inglés, incluso mal traducido. Un "cobrador" es mucho más siendo un "gestor de cobros", un "vendedor" puede ser un prestigioso "Account Manager" y un pastor, si es que al final queda alguno, va a acabar siendo un "gestor de ganado ovino" o, mejor aún, un "Ovine Cattle Manager". Es más, normalmente cuanto menos (en el sentido de socialmente reconocido, que no como persona) es alguien más adornado es el nombre de su cargo. Basta darse una vuelta por LinkedIn para comprobarlo. No hay más que ver que al presidente (de lo que sea) se le suele llamar "presidente" a secas.
- Muy interesante también, aunque no tengan que ver con el artículo sino con el título del blog y que daría para otro artículo, es que algunas palabras mencionadas me han traído el pensamiento de el porqué de cliente/clienta o presidente/presidenta pero no paciente/*pacienta o la diferencia de significado en asistente/asistenta
Como siga comentando este blog, con lo interesante que me parece, no me va a quedar tiempo para otras cosas. A ver si abordo el hipersilabismo un día de estos...
Gracias, de nuevo, por los comentarios. Si estamos atentos al habla diaria, cada día nos sorprenden con eufemismos y alargamientos que son contrarios a la economía lingüística que ha presidido la evolución de los idiomas. Ya tengo más en la lista.
EliminarA pesar de todo, la lengua funciona de manera neutral (siempre o casi siempre), somos los hablantes los que le damos una u otra intención. ¿Por qué un negro es "una persona de color? ¿Es que los demás somos incoloros? Lo mismo que dar por sentado que los negros son subsaharianos. Aquí entra la sociología lingüística, aspecto sobre el que me gustaría escribir algún día.
En cuanto a por qué presidenta y no "pacienta", creo que es un misterio de las etimologías populares, teniendo en cuenta que lo irregular es presid-enta, pues el sufijo latino es -ente (el que hace algo) y no -enta. Lo de asistente/asistenta tiene claramente connotaciones sociales negativas para el femenino. En mis artículos "A vueltas con el género y el sexo" aparece un análisis sobre esos cambios de significado...
Creo recordar que era Larra quien decía que a las palabras no hay que preguntarles de dónde vienen, sino para qué sirven.
Bienvenidas sean si sirven para favorecer la comunicación y crear mentes libres, pero si nos llevan a huir de la precisión y de la claridad hay que ser beligerantes con ellas, porque hay poderes que no solo tratan de cambiar la lengua, sino de cambiarnos el pensamiento... Y ya hasta podernos creernos que somos todos guapos si dicen de nosotros que "somos poco agraciados". Ese es el sentido del título de mi blog.
Yo no creo que lo de las palabras con el sufijo -ente sea un misterio, ni siquiera un capricho de los hablantes, mi teoría es que la regla que subyace a la utilización del femenino en -enta es que el uso predominante de la palabra sea sustantivo (presidente/a o cliente/a), solo adjetivo (persistente) o ambos (paciente)
EliminarCuando el uso como adjetivo (igual forma para ambos géneros) es habitual bloquea la formación del femenino. Una mujer muy paciente no se convierte en pacienta cuando va al médico, por mucho que aguante la espera, pero sí en clienta cuando va a comprar.
- Ejemplos 1 (se forma femenino -a): clienta, presidenta, dependienta, sirvienta, regenta...y hasta parturienta (aunque no haya hombres parturientes)
- Ejemplos 2 (no se forma femenino como sustantivo por el uso corriente como adjetivo que bloquea el cambio): paciente, disidente, creyente...
- Ejemplos 3 (nunca se forma femenino en -a por usarse como adjetivos): ardiente, inteligente, transparente, intransigente, aparente, deprimente, conveniente...
Lo mismo pasa con juez/jueza, soez/*soeza, concejal/a, fatal/*fatala
Yo creo que en la gramática interna de la mayoría de hablantes peninsulares de español prevalece el rasgo de género frente a cualquier otro, de ahí viene el laísmo, esto del sufijo -ente y muchas más cosas.
Gracias, una vez más, por regalarnos este blog y la posibilidad de comentarlo. Seguramente este comentario habría sido más pertinente en alguno de los artículos de "A VUELTAS CON EL GÉNERO Y EL SEXO" pero he seguido aquí por no perder el hilo de la conversación.
Me parece muy interesante esa teoría de la formación de los femeninos en -enta, es posible que se ajuste mucho a la realidad gramatical.
EliminarEn cambio, en juez/jueza, fiscal/fiscala... todavía no hemos decidido, ni lo hablantes ni los especialistas, si usar la juez o la jueza. El tiempo dirá lo que impone el uso.
muchisisimas gracias por todo el relato,,cada dia se aprende con mayor claridad.
ResponderEliminarGracias, Javier, por dejar el comentario.
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