De luna a luna
A Patro, Beatriz, Adoración, Iluminada… y
a tantas y tantas mujeres, silenciadas y silenciosas, de los pueblos de la montaña leonesa.
Siempre he admirado de forma
profunda la vida de las mujeres de los pueblos de la montaña leonesa, pues creo
que nunca ha sido suficientemente valorada. Por ello, cuando recibí el galardón
“Omañesa 2013”, me alegré mucho por mí,
pero también porque sentí que no debía dejar pasar la ocasión de ofrecerles esa
distinción a las mujeres de la generación de mi madre que vivieron una guerra
en su niñez, una dura posguerra en la adolescencia, y muchas décadas de
olvido. Se suele decir que el trabajo de los labradores de los pueblos de
montaña llegaba de sol a sol, pero el de las mujeres empezaba a veces antes de
amanecer, en una madrugada que estaba
todavía bajo la vigilancia de la luna, y
terminaba a la hora de dormir, ya bien entrada la noche. Un trabajo "de luna a luna".
El trabajo mañanero femenino comenzaba limpiando la cernada
de la cocina económica o bilbaína y poniendo lumbre, que era la
única forma de calentar la casa y de poder comenzar con las labores de cocina. Con unas urces,
paja, unas rachas… se encendía la candela.
Se atizaba quitando las corras para meter
las cepas y tueros o metiendo la leña por la
fornigüela.
Sobre la chapa de hierro se preparaba el almuerzo (desayuno). Cuando se disponía de leche casera, se echaba en una cazuela de barro y se migaba en ella el pan. Cuando no había leche había que ingeniárselas para dar la primera postura a la familia. Solían ser patatas cocidas, siempre viudas, sazonadas con grasa o con sebo que se había conservado de la matanza. Como cosa extraordinaria, y pensada para los guajes, un poco de chocolate hecho con agua. Cuando la familia empezaba a almorzar, ya la mujer había dedicado algunas a las labores domésticas.
Sobre la chapa de hierro se preparaba el almuerzo (desayuno). Cuando se disponía de leche casera, se echaba en una cazuela de barro y se migaba en ella el pan. Cuando no había leche había que ingeniárselas para dar la primera postura a la familia. Solían ser patatas cocidas, siempre viudas, sazonadas con grasa o con sebo que se había conservado de la matanza. Como cosa extraordinaria, y pensada para los guajes, un poco de chocolate hecho con agua. Cuando la familia empezaba a almorzar, ya la mujer había dedicado algunas a las labores domésticas.
Pronto la mujer era reclamada por
los animales domésticos: sacar a las gallinas del pollero y echarles de comer, recoger los huevos de los ñales, muñir (ordeñar) las vacas sentada en un tajuelo, tirando del teto de la vaca con una mano
y sosteniendo en la otra la zapica.
Le leche se echaba en las nateras y se ponía en lugar fresco. Cada
día se desnataba quitando la nata que subía a la superficie, la cual se echaba
en otra olla. Una vez recogida
suficiente cantidad, se mazaba para
hacer la manteca (mantequilla) y
separar la leche aceda. Más tarde
llegaron las zafras que recogían las
empresas lecheras.
Romana, natera, cazuela, cazuelo y odre o mazadera |
A lo largo de la mañana
continuaban los quehaceres de la mujer. Tenía que recoger los telares
de la casa y limpiarla, hacer las camas,
a veces limpiar también las cuadras
de las vacas, la corte de las ovejas…
Y llegaba la hora de preparar la comida –el cocido o pote- que se elaboraba con los productos de temporada que se habían cultivado en las huertas familiares: fréjoles, en verano; berzas, habas y garbanzos, en invierno, y las patatas, que siempre estaban disponibles. Se añadía la ración, que había que repartir bien entre toda la familia: tocino, espinazo, llosco o androya, chorizo sabadiego, morcilla… En días especiales las mujeres hacían cuchiflitos o cuchifritos: frisuelos, pastas, mazapán, flan, manzanas fritas, rosquillas, flores…
Y llegaba la hora de preparar la comida –el cocido o pote- que se elaboraba con los productos de temporada que se habían cultivado en las huertas familiares: fréjoles, en verano; berzas, habas y garbanzos, en invierno, y las patatas, que siempre estaban disponibles. Se añadía la ración, que había que repartir bien entre toda la familia: tocino, espinazo, llosco o androya, chorizo sabadiego, morcilla… En días especiales las mujeres hacían cuchiflitos o cuchifritos: frisuelos, pastas, mazapán, flan, manzanas fritas, rosquillas, flores…
Para los gochos también se cocinaba. En grandes calderos de hierro, colgados
de las pregancias, se cocían patatas,
nabos… que luego se aderezaban con algo de harina.
En el ámbito doméstico había
muchos más cometidos que eran propios de la mujer: elaboraba los embutidos de la matanza y también el pan
que, junto a las patatas, era alimento esencial en la comida familiar. Para
ello debía calentar el horno hasta arrojarlo,
mover las brasas con el cachaviello,
amasar el pan, hacer las hogazas y
cocerlas en el horno. Con las hogazas también se elaboraban
exquisiteces como la pica, una
rica empanada rellena con chorizo y
tocino. Y luego se encargaban de
custodiar el hurmiento, un
poco de masa que se guardaba de cada amasado y que actuaba como una levadura casera, que las mujeres se iban
prestando para elaborar el pan.
También era dura la tarea de
lavar. En verano se solía lavar en algún río o arroyo. En época de invierno se
buscaban las fuentes en las que parecía que
el agua estaba menos “fría”. Con el cajón para arrodillarse, la taja y el jabón elaborado en casa (que también era tarea femenina), y un
buen balde de ropa, comenzaba una dura tarea, especialmente en época invernal.
Había que ablandar, enjabonar, tender al verde, aclarar, tender para secar y,
finalmente, planchar duros lienzos con aquellas pesadas planchas de hierro que
se ponían sobre el fuego para que estuvieran siempre calientes y dispuestas
para el uso.
Planchas de hierro que conservo |
En las épocas en que las labores
del campo eran menos intensas, las tardes las dedicaban a otras labores
femeninas como remendar las ropas rotas o repasarlas (zurcir). Transformar ropa,
dándole la vuelta a una prenda para aprovechar al máximo su uso, reconvertir
una camisa u otra prenda en rodillas o rodeas,
hacer ropa nueva… eran tareas que inclinaban los cuerpos y los ojos de las
mujeres sobre las telas en las que
cosían. Había también un enorme interés en hacer sábanas: unas, simplemente
cosidas con esmeradas costuras, y otras, con algún bordado o realce especial en
el embozo.
Nada se compraba hecho, por eso las mujeres que vivían en pueblos pequeños y aislados querían tener en sus baúles un buen número de juegos de cama dispuestos para caso de necesidad. Probablemente, cada mujer rivalizaba un poco con sus vecinas en el primor de sus festones y bodoques en pequeñas reuniones vespertinas, a modo de calecho mujeril. ¡Cuántas horas dedicaron nuestras madres a coser o bordar sobre el lienzo docenas de sábanas que todavía hoy siguen llenando baúles o armarios y a las que sus hijos no dan utilidad!
Nada se compraba hecho, por eso las mujeres que vivían en pueblos pequeños y aislados querían tener en sus baúles un buen número de juegos de cama dispuestos para caso de necesidad. Probablemente, cada mujer rivalizaba un poco con sus vecinas en el primor de sus festones y bodoques en pequeñas reuniones vespertinas, a modo de calecho mujeril. ¡Cuántas horas dedicaron nuestras madres a coser o bordar sobre el lienzo docenas de sábanas que todavía hoy siguen llenando baúles o armarios y a las que sus hijos no dan utilidad!
Por la noche, una vez que la
mujer había servido la cena y fregado los platos, se iniciaba la velada, llamada también filandón o filandero. Y, mientras los hombres participaban en esa reunión
nocturna de una forma lúdica: charlando, contando sucedidos, formulando cusillinas a los niños…, las mujeres
seguían atareadas en escarpenar la
lana de los vellones, hilarla con el fuso
y la rueca, torcerla, teñirla… Haciendo de la necesidad virtud, ¡qué útiles
eran las cortezas de aliso para cocerlas y conseguir un colorante natural! Y
cuando la lana ya estaba envuelta en gorgotos, se empezaban a tejer los escarpines, sin costuras, utilizando con sumo arte las cinco subinas. A veces atendían también a alguna
pota
que hervía sobre la cocina. Otra labor destinada a las manos de las
mujeres en las noches de invierno era esbotar
los fréjoles secos o limpiar otras legumbres.
Pocos momentos de diversión tenían aquellas mujeres, aunque cuando se presentaba la oportunidad participaban en las romerías, bailaban la jota o el baile chano, se disfrazaban de carnaval, cantaban coplas o canciones populares que acababan en el ijujú...
Angelina, Patro y Fernando, disfrazados de carnaval, en Paladín (h. 1950) |
Pocos momentos de diversión tenían aquellas mujeres, aunque cuando se presentaba la oportunidad participaban en las romerías, bailaban la jota o el baile chano, se disfrazaban de carnaval, cantaban coplas o canciones populares que acababan en el ijujú...
También la mujer tenía otros cometidos familiares,
pues era la responsable de los ancianos y la que cuidaba de la salud general de la familia. Y, por supuesto, de ella
dependía la educación cívica y religiosa de los rapaces. En muchas casas, además de controlar si los hijos sabían
la doctrina, las mujeres dirigían el
rezo del rosario en familia o las flores en la iglesia durante el mes de mayo.
La mujer trabajaba en el campo con la misma dedicación y esfuerzo que hombre. No era la suya una mera ayuda: araba, escavaba patatas, remolacha, berzas… Derramaba en las tierras el abono natural que producían los animales domésticos: moñicas, caganillas, caballunas... Y participaba en todas las labores de la recolección. Lo mismo recogía hierba o segaba pan a hoz en la época de cosecha, que recogía patatas, nueces, fiacos para las ovejas… La forca, la hoz, la fozoria, la macheta… eran manejadas por las mujeres con la misma habilidad que la aguja fina, la de coser lana o la colchonera. Solo el gadaño era una herramienta más reservada a los hombres.
La mujer trabajaba en el campo con la misma dedicación y esfuerzo que hombre. No era la suya una mera ayuda: araba, escavaba patatas, remolacha, berzas… Derramaba en las tierras el abono natural que producían los animales domésticos: moñicas, caganillas, caballunas... Y participaba en todas las labores de la recolección. Lo mismo recogía hierba o segaba pan a hoz en la época de cosecha, que recogía patatas, nueces, fiacos para las ovejas… La forca, la hoz, la fozoria, la macheta… eran manejadas por las mujeres con la misma habilidad que la aguja fina, la de coser lana o la colchonera. Solo el gadaño era una herramienta más reservada a los hombres.
Al lado de unos campesinos que
trabajaban de sol a sol, estas mujeres lo hacían de luna a luna, sin quejarse
de su suerte, de manera esforzada y
silenciosa.
Esas mujeres nos educaron en el sentido de la responsabilidad, en la austeridad, en la paciencia… y, aunque ellas vivían de forma resignada, educaron a sus hijas en la “no resignación”. Eso explica que, a pesar de que vivían en un mundo en que tenía preeminencia el varón, trataran de inculcar en sus hijas el deseo de ser libres y encontrar su lugar en la sociedad. Por eso querían que ellas tuvieran las mismas posibilidades de formación que sus hijos varones. Y así, esas mujeres (con el apoyo también de sus maridos) que tenían una formación escolar muy elemental, consiguieron que en la generación siguiente sus hijas llegaran a ser universitarias. Un salto gigantesco.
Esas mujeres nos educaron en el sentido de la responsabilidad, en la austeridad, en la paciencia… y, aunque ellas vivían de forma resignada, educaron a sus hijas en la “no resignación”. Eso explica que, a pesar de que vivían en un mundo en que tenía preeminencia el varón, trataran de inculcar en sus hijas el deseo de ser libres y encontrar su lugar en la sociedad. Por eso querían que ellas tuvieran las mismas posibilidades de formación que sus hijos varones. Y así, esas mujeres (con el apoyo también de sus maridos) que tenían una formación escolar muy elemental, consiguieron que en la generación siguiente sus hijas llegaran a ser universitarias. Un salto gigantesco.
La vida va a cambiar notablemente
para esas mujeres cuando llega a las casas el agua corriente y pueden dejar el
balde y el caldero y, sobre todo, cuando la radio y, posteriormente, la
televisión, entran en su pequeño mundo doméstico y les abren una ventana a nuevos horizontes. Hacia ellos dirigen entonces sus miradas esperanzadas.
La mayoría de esas mujeres no pudieron llegar a esas metas, perdidas para ellas en una nebulosa. Pero a esos nuevos horizontes sí hemos llegado las hijas de esas mujeres y, desde aquí, miramos ahora hacia atrás y les mostramos nuestra gratitud, porque fueron ellas las que nos pusieron –de sol a sol y de luna a luna- en una senda luminosa e imbuyeron en nuestro espíritu la fortaleza necesaria para seguir caminando hacia horizontes más utópicos.
Léxico tomado del libro: "El habla tradicional de la Omaña Baja" de Margarita Álvarez Rodríguez, Editorial Lobo Sapiens, 2010.
Más léxico leonés: Vídeo sobre el habla de Omaña
La mayoría de esas mujeres no pudieron llegar a esas metas, perdidas para ellas en una nebulosa. Pero a esos nuevos horizontes sí hemos llegado las hijas de esas mujeres y, desde aquí, miramos ahora hacia atrás y les mostramos nuestra gratitud, porque fueron ellas las que nos pusieron –de sol a sol y de luna a luna- en una senda luminosa e imbuyeron en nuestro espíritu la fortaleza necesaria para seguir caminando hacia horizontes más utópicos.
Léxico tomado del libro: "El habla tradicional de la Omaña Baja" de Margarita Álvarez Rodríguez, Editorial Lobo Sapiens, 2010.
Más léxico leonés: Vídeo sobre el habla de Omaña
Gracias Margarita por recordarnos y poner en valor los variados quehaceres de nuestras Omañesas, no comprendo todavía de donde sacaban el tiempo para hacer tantas cosas, muchas gracias por ello a todas las heroínas de nuestras vidas.
ResponderEliminarMujeres que multiplicaban sus ojos y sus manos y que no sabían lo que era el cansancio, porque era algo consustancial a su forma de vivir. Y un mérito inmenso: ponernos a los hijos y, especialmente a las hijas, en el camino de la liberación. Gracias, Paco, por valorar mi texto y, sobre todo, por llamarlas "heroínas de nuestras vidas".
EliminarNo alcanzo a imaginar cómo lo hacían, yo tengo recuerdos de mi niñez, de lavar a mano con mi abuela en la fuente del pilón, en Andalucía , y recuerdo sus manos agrietadas por el jabón, y por el campo, la lumbre, los pucheros, las gallinas, por eso me da tanta nostalgia, y a la vez me trae dulces recuerdos.....de olor a limpio de sabanas tendidas sobre cuerdas y palos meciendose con el viento, ese olor que aún hoy perdura en mi mente. Gracias Margarita por recordarlas, porque sin ellas no estaríamos hoy aquí. Increíble pero son ellas las que nos enseñaron buenos valores, y son ellas las que con su ejemplo han hecho de algunas que hemos tenido suerte de estudiar, las mujeres que somos hoy. Lástima que mucha parte de la juventud de hoy no valoren o no vean o no quieran ver de dónde vinieron.
ResponderEliminarTrabajaron mucho,sufrieron mucho, dieron mucho...heroínas anónimas, sin ninguna duda. Gracias, Faly, por dejar tu opinión.
EliminarGracias tocaya por el homenaje a nuestras madres y abuelas Omañesas eran de otra pasta y además yo que vivo en otra zona reconozco que no son iguales las mujeres, como dirían nuestras abuelas no son tan hacendosas como las Omañesas.
ResponderEliminarMuchas gracias por dejar tu comentario. Me alegro de que te hayas sentido identificada con la vida de esas mujeres que trabajaban "de luna a luna".
EliminarBravo Margarita, he estado fisgoneando muchas veces aqui en este tu blog, ya sabes que me encanta leer todo lo que escribes y este dedicado a la mujer, a mi trae recuerdos de mi mas tierna infancia.
ResponderEliminarMira te cuento: Alli en mi pueblo, llegado febrero se decia, en febrero sale la puerca al reguero..... cosa comprensiva, ya que no existian las lavadoras, y se juntaba toda la ropas, para lavarlas cuando hiciera bueno. Pues bien, yo aunque hoy dia voy perdiendo ya mucha memoria... recuerdo que mi madre me llevaba con ella para que no quedara solo en casa y no fuese a hacer de las mias... tendria yo no mas de 3 o 4 años y despues habia otro dicho para el mes de marzo que decia y tu lo conoceras bien, Marzo pie descalzo, y alli me verias a mi diciendo a mi madre. marzo pie descalzo y quitandome las alparagatas me pobia a correr por el arroyo chapuzando la.... Que recuerdos. Aunque esas escenas aun no se me olvidaron, hoy al leer esto me dio una alegria al corazon Gracais.
Me alegra mucho el saber que te gustan las cosas que escribo. Me presta que recuerdes esos refranes y esas vivencias de infancia. El referido a la ropa sucia no lo conocía y es curioso.¡Cuánto trabajaron nuestras madres y abuelas, con poco reconocimiento... Pero eran fuertes de cuerpo y de espíritu. Hacían patria aunque no figuraran en los libros de historia...
ResponderEliminarEs el homenaje mas bonito y merecido que he leído en mi vida, ¡¡Fantástico tu blog!! que acabo de conocer, sin duda me robará buena parte del tiempo, pero que daré por bien empleado con toda seguridad, "Homenaje a la mujer campesina" me ha conmovido profundamente; un vistazo rápido por encima de tu blog me hace presentir una gran calidad y valor de su contenido, gracias por compartir tan valioso regalo, en los tiempos que estamos viviendo con la Covid, bien podrían esos jóvenes alocados impulsados por sus hormonas darse un baño de humildad leyendo este fantástico homenaje al menos, puede que les hiciera mucho bien, cuídese, sin duda es usted de un valor incalculable, Un Abrazo.
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