domingo, 10 de septiembre de 2017

Abriendo ventanas al cielo. Un cuento para Gonzalo

      
                                       A mi nieto Gonzalo, para que por sus   ventanas entre siempre el cielo.







Los gnomos vivían tranquilos en las profundidades de la tierra. De vez en cuando asomaban sus cabezas   a la superficie para contemplar el cielo y dejarse acariciar por la luz del sol. 



Un día comprobaron que aquellas ventanas luminosas  que los conectaban con el mundo de los seres humanos habían desaparecido.

En su lugar, habían aparecido otras muy extrañas, tapadas con rejillas. Para llegar a ellas  debían recorrer largos y oscuros túneles.

Sus cuerpos y sus miradas habían quedado encarcelados. El paisaje que ahora veían desde su cárcel era irreconocible.  Donde antes había  árboles, fuentes,  jardines…  habían surgido grandes edificios, calles grises, coches     que vomitaban humo negro al aire. Desagradables sonidos   impedían oír el canto de los pájaros y los coros  de  voces infantiles. La  ciudad se había quedado sin luz y alegría.

Los gnomos, llenos de miedo y de rabia, se pusieron a aporrear  con fuerza para abrir otras ventanas que les permitieran contemplar el sol, la luna, las nubes...


Con sus  golpes los habitantes de la ciudad se  dieron cuenta de que el suelo temblaba, y también los muebles, las lámparas…

─Es un terremoto ─decían  los mayores a los niños─. Algo está pasando en el fondo de la tierra. 

Los niños se asustaron. Nunca habían vivido nada parecido. Los animales del bosque  y los perros fueron los primeros en darse cuenta  de que a sus amigos, los gnomos, les ocurría algo. Y decidieron reunirse para tratar de ayudar. Tenían que liberarlos de esa cárcel.

Los pájaros   volarían  y desde el aire, con mejor visión,  buscarían un lugar adecuado para abrir ventanas al cielo.  Y así, volando, volando, encontraron un  espacio verde a las afueras de la ciudad. Allí  convocaron a otros animales.




Los conejos excavaban sus madrigueras bajo la hierba para facilitar la salida de los gnomos. Los ratones se ofrecieron para recorrer todos los lugares, rincón a rincón, y buscar algún agujero por el que pudieran salir. Los topos moverían la tierra y  abrirían galerías en los parques para que sus amigos pudieran  asomar sus cabezas… Y  las hormigas y las mariposas… Hasta los patos salieron de los estanques para ofrecer su ayuda. Todos se pusieron manos a la obra.



Una ardilla, que observaba la situación,  alertó a los niños  que jugaban por el parque, y  estos corrieron a reunirse bajo un árbol.

─¿Qué ocurre? ¿Por qué estáis tan nerviosos? ─preguntó un niño llamado Gonzalo.

Al ver cómo excavaban en el suelo los animales, todos cogieron los cubos y palas, y empezaron también a cavar.




Bajo sus pies la tierra temblaba de nuevo y empezaban a asustarse. De repente,  en el lugar en que estaban cavando, la tierra se agrietó  y un gnomo asomó  su cabeza por la grieta.  Los niños, asombrados,  se colocaron a su alrededor. 


─Me llamó  Sismomán ─les dijo─. No quiero que os asustéis, no hago daño a los niños.


Me llamo Sismomán...


Estos lo miraron ansiosos. Su cuerpo era muy pequeño, pero su nombre les sonó a algo   gigantesco.

─Mis amigos  están enfadados y tristes,  porque nos han cerrado las ventanas y no podemos ver el sol. Si ponéis vuestros oídos pegados al suelo oiréis  sus golpes y sollozos.



Todos  corrieron a pegar su cabeza a la tierra para oír a los gnomos.  Mientras, Sismomán había desaparecido. Quedaron muy tristes e inquietos. Sabían que tenían  que actuar. Los gnomos sufrían y su enfado podía costar caro a los habitantes de la ciudad. 

Gonzalo, que era un niño muy  avispado,  propuso hacer una petición a la alcaldesa: por cada niño que naciese se plantaría un árbol  y se crearía un metro de zona verde en la ciudad, que se convertiría en  la cristalera de la casa de  los gnomos.  

La alcaldesa recibió con interés su  propuesta. A cambio, los niños negociarían con los gnomos que no volvieran a agitar la tierra. 

Así se hizo. Y a partir de entonces los gnomos  aparecían  con frecuencia  en los parques y jardines para compartir juegos con los niños y contemplar cómo la ciudad se iba vistiendo con un manto verde y abandonando su color plomizo. 



Mientras los niños estuvieran felices, el sonido de sus  juegos y risas actuaría como una nana  que sumiría a  Sismomán y a sus amigos en un dulce y profundo sueño…

Al fin, la tranquilidad había vuelto a la ciudad, porque los gnomos vivían en una casa que tenía ventanas con cristales luminosos en los que  siempre podría reflejarse la sonrisa de un niño.




Nota: Este cuento está inspirado en una anécdota ocurrida cuando Gonzalo tenía tres años. Hubo entonces un pequeño temblor sísmico en Madrid y él explicó que se había producido porque los gnomos  estaban moviendo la tierra.


En este enlace se puede leer el cuento que le dediqué a mi nieta Alejandra cuando cumplió la misma edad. También está basado en un hecho real.





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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.