Un día comprobaron que aquellas ventanas luminosas que los conectaban con el mundo de los seres humanos habían desaparecido.
En su lugar, habían aparecido otras muy extrañas, tapadas con rejillas. Para llegar a ellas debían recorrer largos y oscuros túneles.
Sus cuerpos y sus miradas habían
quedado encarcelados. El paisaje que ahora veían desde su cárcel era
irreconocible. Donde antes había árboles, fuentes, jardines… habían surgido grandes edificios, calles grises, coches que vomitaban humo negro al aire. Desagradables sonidos impedían oír el canto de los pájaros y los
coros de voces infantiles. La ciudad se había quedado sin luz y alegría.
─Es
un terremoto ─decían los mayores a los
niños─. Algo está pasando en el fondo de la tierra.
Los niños se asustaron. Nunca habían
vivido nada parecido. Los animales del bosque y los perros fueron los primeros en darse
cuenta de que a sus amigos, los gnomos, les ocurría
algo. Y decidieron reunirse para tratar de ayudar. Tenían que liberarlos de
esa cárcel.
Los pájaros volarían y desde el aire, con mejor visión, buscarían un lugar adecuado para abrir
ventanas al cielo. Y así, volando,
volando, encontraron un espacio verde a
las afueras de la ciudad. Allí
convocaron a otros animales.
Los conejos excavaban sus madrigueras bajo la hierba para facilitar la salida de los gnomos. Los ratones se ofrecieron
para recorrer todos los lugares, rincón a rincón, y buscar algún agujero por el
que pudieran salir. Los topos moverían la tierra y abrirían galerías en los parques para que sus amigos pudieran
asomar sus cabezas… Y las
hormigas y las mariposas… Hasta los patos salieron de los estanques para ofrecer su ayuda. Todos se pusieron manos a la obra.
Una ardilla, que observaba la situación,
alertó a los niños que jugaban por el parque, y estos corrieron a reunirse bajo un árbol.
─¿Qué ocurre? ¿Por qué estáis tan
nerviosos? ─preguntó un niño llamado Gonzalo.
Al ver cómo excavaban en el suelo los
animales, todos cogieron los cubos y palas, y empezaron también a cavar.
Bajo sus pies la tierra temblaba de
nuevo y empezaban a asustarse. De
repente, en el lugar en que estaban
cavando, la tierra se agrietó y un gnomo
asomó su cabeza por la grieta. Los niños,
asombrados, se colocaron a su alrededor.
─Me llamó Sismomán ─les dijo─. No quiero que os asustéis, no hago
daño a los niños.
Estos lo miraron ansiosos. Su cuerpo
era muy pequeño, pero su nombre les sonó a algo gigantesco.
─Mis amigos están enfadados y tristes, porque nos han cerrado las ventanas y no
podemos ver el sol. Si ponéis vuestros oídos pegados al suelo oiréis sus golpes y sollozos.
Todos
corrieron a pegar su cabeza a la tierra
para oír a los gnomos. Mientras, Sismomán
había desaparecido. Quedaron muy tristes e inquietos. Sabían que tenían que actuar. Los gnomos sufrían y su enfado
podía costar caro a los habitantes de la ciudad.
Gonzalo, que era un niño muy avispado, propuso hacer una petición a
la alcaldesa: por cada niño que naciese se plantaría un árbol y se crearía un metro de zona verde en la
ciudad, que se convertiría en la cristalera
de la casa de los gnomos.
La alcaldesa recibió con interés su propuesta. A cambio, los niños negociarían con
los gnomos que no volvieran a agitar la tierra.
Así se hizo. Y a partir de entonces los
gnomos aparecían con frecuencia en los parques y jardines para compartir
juegos con los niños y contemplar cómo la ciudad se iba vistiendo con un manto
verde y abandonando su color plomizo.
Mientras los niños estuvieran felices, el
sonido de sus juegos y risas actuaría como una nana que sumiría a Sismomán y a sus amigos en
un dulce y profundo sueño…
Al
fin, la tranquilidad había vuelto a la ciudad, porque los gnomos vivían en una
casa que tenía ventanas con cristales luminosos en los que siempre podría reflejarse la sonrisa de un
niño.
Nota: Este cuento está inspirado en una anécdota ocurrida cuando Gonzalo tenía tres años. Hubo entonces un pequeño temblor sísmico en Madrid y él explicó que se había producido porque los gnomos estaban moviendo la tierra.
En este enlace se puede leer el cuento que le dediqué a mi nieta Alejandra cuando cumplió la misma edad. También está basado en un hecho real.
En este enlace se puede leer el cuento que le dediqué a mi nieta Alejandra cuando cumplió la misma edad. También está basado en un hecho real.
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