Título: La Brigada 22
Autor:
Emilio Gancedo
Género: Narrativa
Género: Narrativa
Editorial:
Pepitas de calabaza, 2019
Págs.
271
La brigada 22
es la primera novela de Emilio Gancedo, periodista cultural y escritor. Es
autor, entre otras publicaciones, de varios libros de relatos, una guía de
viajes, obras de carácter etnográfico y un libro mayor y un poco inclasificable, Palabras Mayores, una obra en que el autor viaja por los caminos
de España y por el interior de sus irrepetibles personajes, que nos deleitan con sus palabras mayores. Sobre esta obra escribí,
en su día una reseña. (Se puede leer aquí). Esperábamos con interés esta nueva publicación de Gancedo, y no nos ha decepcionado.
La brigada 22
cuenta una historia increíble, pero verosímil. Cuatro guerrilleros, fieles a la defensa de la Segunda República, permanecen emboscados y ajenos al mundo que
los rodea, en una sierra prácticamente
inaccesible, cuarenta años después de
acabada la Guerra Civil. Ya en la época de la Transición, y sin saber
que ha muerto el dictador, siguen aferrados
a sus ideales y a su trozo de tierra
libre. El grito de “no pasarán” lo llevan a sus últimas consecuencias. Increíble
es que un grupo de maquis sobrevivan
apartados del mundo durante cuarenta años, en condiciones extremas, desconociendo la
muerte del dictador y la llegada de la democracia, pero su historia se nos
presenta de forma tan verosímil que el lector puede terminar creyendo que la historia que se cuenta fue
algo real.
De manera inesperada, Paquito Munera se encuentra con estos personajes y, después de vivir una aventura un tanto rocambolesca, conoce su forma de vida y el engaño en que viven. Finalmente consigue que depongan su actitud y se incorporen a realidad española de 1980, una realidad muy distinta de aquella que les obligó a separarse del mundo por su fidelidad a la causa republicana.
De manera inesperada, Paquito Munera se encuentra con estos personajes y, después de vivir una aventura un tanto rocambolesca, conoce su forma de vida y el engaño en que viven. Finalmente consigue que depongan su actitud y se incorporen a realidad española de 1980, una realidad muy distinta de aquella que les obligó a separarse del mundo por su fidelidad a la causa republicana.
Otro
personaje clave, que comparte el mundo urbano con Paquito, es el teniente Aníbal Tosantos, que sufre también el ninguneo de sus compañeros, por ser
huérfano y hospiciano y por su
personalidad responsable y perfeccionista. Es una persona que ha carecido de
afecto y que se ha hecho a sí misma.
Por azar, su vida se entrecruzará con la de Paquito y
eso le llevará a tener conocimiento de la existencia de la brigada y su ubicación.
En la acción de la novela tienen mucha
importancia algunas coincidencias y situaciones azarosas en las que
están implicados Paquito, el teniente Tosantos y los guerrilleros, personajes
que son los ejes centrales de la novela.
La
novela tiene un comienzo impactante. Nos hace llegar las sensaciones y
sentimientos de una persona que está siendo torturada. Una pregunta de los
torturadores martillea sus oídos: ¿Quién fue?”.
Él se niega a hablar, aunque “no hablar sabía a sangre”. Este personaje
es presentado como un guiñapo, que ya no domina ni el cuerpo ni el alma y que
ha perdido la palabra. El autor, acertadamente, lo compara con una araña que
trataba de buscar seguridad en una esquina de la pared. El torturado, al límite de su conciencia,
se deja llevar por las vivencias nebulosas del recuerdo. Este guerrillero
formaba parte de la Brigada 22, fue apresado al finalizar la guerra y
torturado para tratar de que delatara a
sus compañeros. La tortura lo lleva a la muerte, pero la pregunta queda sin
respuesta.
Se
mezclan hábilmente en la novela hechos del pasado (la tortura tras la
detención) y hechos del presente en que se sitúa la acción (1980) relacionados
con los maquis emboscados y el cruce
entre las vidas y pesquisas de Paquito y del teniente.
En
cuanto a la estructura narrativa, la novela avanza linealmente en lo referido a
los hechos que ocurren en la época de la Transición y que llevan a la entrega
de los maquis, pero usa el flashback para situarnos en el primer capítulo de la
novela cuarenta años antes y hacernos sentir los procedimientos de tortura de la dictadura franquista. En realidad, se puede considerar un falso flashback, pues esos
hechos lejanos tienen su continuidad
temporal en los documentos guardados en
archivos que hacían referencia a la persecución de esa brigada y en la
investigación del teniente Tosantos para esclarecer cómo se produjo esa
detención, la oscura muerte del
guerrillero y la suerte de sus compañeros. Por otra parte, aunque no se cuente
cómo han vivido los guerrilleros durante esos cuarenta años, su vida se está
contando indirectamente a través del presente, en que cada día es igual al
anterior. Es un tiempo sin tiempo, un tiempo
atemporal del que perdieron
conciencia a partir de 1969, año en que dispusieron del último calendario.
Siendo
atractivo el tema y la forma de estructurar la novela, lo mejor de la misma
está en la forma de transmitir al lector las vivencias de los personajes: las ilusiones, las decepciones, el dolor, la
rebeldía, el tesón… Incluso la excentricidad de todos ellos. Unos viven en un
pasado ficticio y otros, en el presente real, pero no están muy distantes entre
sí. Son personajes infravalorados, inseguros, desconfiados, faltos de afecto, personajes
que nos provocan ternura y compasión.
Personajes que corren “detrás de los
sueños sin alcanzarlos jamás” y que se esconden “en lo más profundo de sus
miedos”, al decir del autor.
Emilio
Gancedo maneja con gran eficacia el idioma y
convierte la palabra en arte de la palabra: en excelente literatura. La
comparación es abundante en el texto y es usada con gran soltura y acierto literario. Usa símiles muy
creativos tanto al hablar de la guerra y la situación de los maquis: “Esa
guerra brutal alrededor de la cual revoloteaban como polillas alrededor de la
lumbre”, como al hacer descripciones ambientales, rurales o urbanas: “Las grúas
(…) parecían grandes aves zancudas posadas en mitad de una ciénaga de vigas
antenas y tabiques”. Y también para describir los sentimientos de los
personajes.
No menos interesantes son las metáforas, que
también se prodigan en la novela: “Dormir tapado con una manta de estrellas”, “con
los ojos diminutos atrincherados tras unas gafas antiquísimas”, “empezaban a
hormiguear coches y ciudadanos”. Con frecuencia las metáforas van unidas a una
rica y plástica adjetivación: “reptiliana
impresión”, para la descripción
de personas, paisajes, sensaciones… También está muy presente la personificación: “Los belfos
metálicos de los autobuses”. Y la presencia de la sinestesia, que mezcla distintas sensaciones o sensaciones y
sentimientos, la encontramos por doquier: “El aire se aflautaba”, “sol desleído
entre la bruma”. Hay, además, un recurso que maneja con gran pericia el autor:
la enumeración. Esas enumeraciones a
veces se traducen en adjetivación bimembre. “Silencio denso y picante”. “Supremo
y doloroso esfuerzo”. Se podrían citar
numerosos ejemplos.
Llama
la atención la adecuación sintáctica al ritmo de la acción y al pensamiento o
actitud de los personajes. Frases cortas o muy largas según las necesidades de
la narración y las vivencias de los personajes. Cuando el torturado está al límite de la
conciencia, el autor nos presenta esos pensamientos brumosos con largos
párrafos. Lo mismo ocurre cuando habla
la madre de Paquito o cuando conocemos las reflexiones de este. Eso provoca en
el lector una cierta sensación de angustia.
También
nos sorprende la forma de introducir los
diálogos. En las conversaciones entre madre e hijo los diálogos se insertan en
medio de la narración, sin guiones, como si los dos personajes estuvieran fusionados y la
personalidad del hijo solo fuera una prolongación de la de la madre. En esos
momentos las preguntas y recriminaciones
de la madre parecen auténticos monólogos,
con series de interrogaciones retóricas que no precisan respuesta. El
lector logra sentir la sensación de agobio que sentiría Paquito nada más que
entraba por la puerta de su casa. En cambio, cuando hablan otros personajes los
diálogos se inician con guiones de la
forma ordinaria, marcando los distintos interlocutores.
La
novela presenta muchos aspectos atractivos para el lector. Uno de ellos es la personalidad de los
guerrilleros: su vida extraña, la fidelidad a una lucha trasnochada, su afán por vivir fuera de la
realidad, su fortaleza y, al mismo tiempo, su debilidad y su indefensión. Han
perdido sus nombres propios y se esconden tras nombres de guerra. Son hoscos y
son tiernos a la vez, producen miedo y también compasión. Recuerdan un poco a
don Quijote en su afán por cambiar el mundo. Persiguen ideales nobles y
universales, pero es anacrónica su forma
de luchar para conseguirlos. Don Quijote luchaba contra unos furibundos gigantes
inexistentes como Cacho, Viseras, Marcao
y Perdigones siguen luchando contra
Franco, cuando Franco lleva cinco años muerto.
Estamos ante una obra narrativa escrita con un
lenguaje claro y preciso de una enorme
plasticidad. Se recrean a la perfección las sensaciones, de manera que podemos captar sensaciones físicas al mismo tiempo que lo hacen los personajes. Y
también los sentimientos. Podemos experimentar con ellos la desolación, la ilusión,
la ternura, el miedo…
La
novela tiene componentes tragicómicos. Por un lado, refleja el desencuentro
entre esas dos Españas que todavía no hemos superado, y que sigue produciendo
desconfianza y dolor; por otro, y tal vez por lo insólito de la situación, nos
presenta una visión cómica, un tanto esperpéntica, que hace sonreír en más de
una ocasión. Es una historia dura y tierna, que provoca pena y también sonrisas, algo
parecido a lo que ocurre con la obra cervantina.
Estamos,
en fin, ante una novela amena, de una
exquisita sensibilidad, en su forma y en su contenido. Pero estamos, sobre todo,
ante un ejercicio de buena literatura que invita al disfrute del lector.
Margarita
Álvarez Rodríguez
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