Monumento a Galdós. Parque del Retiro. Madrid. Foto: MAR |
Dicen que el principal defecto español es la envidia, y tal
vez sea cierto. En nuestro idioma hemos acuñado la expresión que dice que nadie es profeta en su tierra y conocemos la
trayectoria de muchas personas que para
triunfar han tenido que abandonar el país. Nos cuesta reconocer los méritos
ajenos y con frecuencia buscamos defectos que reduzcan el éxito. Hasta nuestra lengua da prueba de ello en
aspectos léxicos y gramaticales, como he
explicado en otro artículo (Contra la envidia, caridad). A la envidia quizá haya que sumarle también el
cainismo, ese deseo de hacer daño al prójimo y al próximo, cainismo individual y cainismo
colectivo.
En este año galdosiano estaría bien recordar algo que atañe
al escritor y que es un fiel reflejo de esto que digo. Galdós era de ideología
republicana y adoptó una postura anticlerical.
Fue un creyente de los del “evangelio según Jesucristo”. En realidad no era
anticlerical, pero sí muy crítico contra algunos aspectos de la iglesia
católica. Consideraba que la Iglesia intervenía demasiado en la vida social y
moral de los ciudadanos. Siempre estuvo abierto a la libertad de culto y luchó
contra la intransigencia y el dogmatismo. Los sectores católicos más intransigentes
no le perdonaron que escribiera Doña
Perfecta, una novela en que censuraba la actitud intransigente de la mujer
que da título (irónico) a la novela. Sin
embargo, en sus novelas de la tercera
época los valores del cristianismo están muy presentes en sus personajes (Nazarín, Ángel Guerra…).
Y es importante tener esto presente para entender cómo un
escritor de su talla no recibió el Nobel
de Literatura. Vivió hasta 1920 y la Academia Sueca lo entregó por primera vez
en 1901. El primer galardonado fue Sully
Prudhomme, poeta y ensayista francés.
Galdós tuvo opción tres veces. En 1912 medio millar de
intelectuales españoles vinculados al Ateneo, entre los que estaban Pérez de Ayala,
Benavente, Ramón y Cajal, apoyaron su candidatura, pero el premio cayó en manos del alemán Gerhart Hauptmann. En ese momento Galdós era diputado de la
Unión republicana y tenía 69 años. En 1913 también habría tenido oportunidades,
pero se orquestó una feroz campaña en contra de su persona y candidatura. Ese año
fue premiado el escritor bengalí R. Tagore.
Los sectores más ultraconservadores organizaron una virulenta oposición en
España y lo desacreditaron ante la
Academia sueca por anticatólico, con
presiones de todo tipo (envío de cartas, postales y telegramas). Los políticos
e intelectuales ultracatólicos presentaron a Marcelino Menéndez y Pelayo. Ante
esa presión ideológica los suecos optaron por apartarlo del premio.
Dos años después, en 1915, fue propuesto por la propia
Academia Sueca. El presidente del comité defendió su candidatura “en calidad de
escritor espléndido, noble y generoso, altamente considerado y ciertamente
relevante en su país”. Pero de nuevo la
institución sueca lo postergó para evitar los
problemas políticos con España. En
1915 lo obtuvo el escritor francés
Romain Rolland. El premio estaba dotado entonces con 200000 pesetas que habrían venido muy bien a
la pobre economía del escritor. Ya antes
había sido también torpedeado el ingreso en la RAE, que
finalmente consiguió en 1897.
En el año 1904, con menos méritos y por una cierta carambola, había recibido el premio José
Echegaray, cuya obra no resiste la comparación con la de Galdós, que es nuestro
mayor novelista junto con Cervantes. Solo por la magna obra de sus Episodios Nacionales, ya sería merecedor
de ese premio y del reconocimiento de todos los españoles. Pero murió en 1920
sin ese reconocimiento.
Y la literatura en lengua española tuvo que esperar hasta 1922,
en que recibió el Premio Nobel Jacinto Benavente. El primer premio para un escritor hispanoamericano
fue para la escritora chilena Gabriela Mistral, en 1945. En época más
contemporánea otro grande de las letras, Miguel Delibes, murió también sin ese
reconocimiento.
Pobre Galdós, víctima de la envidia y las luchas internas que SIEMPRE minan la vida en este país, gracias por recordárnoslo.
ResponderEliminarGracias a Benito Pérez Galdos, conocemos las intrigas de la Corte de Carlos IV de principios del XIX.
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