sábado, 23 de octubre de 2021

Pálpitos de luna nueva, de Alicia López Martínez


Poemario

Pie Ediciones, 2018


Coincidí  con Alicia López Martínez el pasado agosto, al participar ambas  en los Encuentros Literarios anuales que organiza el escritor Manuel Cuenya, en Noceda del Bierzo (León). Previamente también habíamos coincidido en el recital  Versos a la Peña de la Fortuna, en Omaña, en verano de 2019.   En los dos actos tuve la ocasión de descubrirla como escritora, especialmente en el de Noceda,  pues los textos que presentó allí, tanto de narrativa como de poesía, me fascinaron, por su fuerza  emotiva y su valor literario. Me alegro mucho, pues, de haberla conocido como escritora y como persona, pues con ella  he establecido, desde entonces, una relación muy cordial. Tuvo, además, la gentileza de regalarme un ejemplar de su primera  publicación poética, Pálpitos de luna nueva. La he leído con enorme placer…  Y después de leerla, y releerla con atención, me he propuesto escribir una reseña sobre las emociones que me ha  provocado su lectura.



La primera impresión que puede sentir un lector  ante  los  poemas  de Pálpitos de luna nueva es la de estar  ante un poemario un tanto  hermético en cuanto  a los sentimientos que nos quiere comunicar la autora. Sin embargo, a medida que nos adentramos en él, nos dejamos  arrastrar sin dificultad por sus versos y somos capaces  de sentir ese  pálpito; de vivir con  Alicia López Martínez ese camino un tanto misterioso que ella recorre, que no es otra cosa que la experiencia de vivir.  Y ello es así por la poderosa voz  con que expresa sus vivencias y por la belleza de las palabras con que lo hace. Así, poco a poco ese hermetismo inicial  se va abriendo a la luz, si no plenamente a la del entendimiento, sí a la de la emoción plena. 

La autora, en la mayoría de sus poemas, deja  un espacio a la metaliteratura. Unos breves versos de distintos poetas (Juaresti, Cernuda, Guillén, Ángel González, J. R. Jiménez, Mestre,  Neruda, Borges, Kavafis…), aparecen en el frontispicio de  sus poemas  y nos dan una pista sobre su contenido. La relación entre los versos seleccionados y los escritos por la autora a continuación es evidente. En algún caso la metaliteratura nos lleva por los derroteros cervantinos: Hoy me he despertado con Sancho cantando un estribillo…  

Desde los primeros poemas, somos capaces de sentir  que la poeta se mueve en la búsqueda  de algo nebuloso, escurridizo: Me tambaleo, tiemblo… Busca  algo errante, en pos de lo cual camina anhelante,  pero   esa   realidad  es difícil de apresar.  Avanzo, perdida, errante… Se siente peregrina tras esa  sombra que la abandona y  que se esconde.   Parece seguir unas huellas que se pierden, huellas físicas marcadas en la tierra o en la arena o huellas de algo innombrable, tal vez el sentido de la vida. Relacionadas con esa búsqueda  aparecen muchas imágenes de destrucción: muerte, soledad, cenizas  que se hielan, voces, esqueletos, silencios ahogados  El fracaso en esa búsqueda  le produce con frecuencia amargura y desolación. 

En relación con ese tema, llama la atención la frecuencia casi constante del mar que parece agitarse  entre sus versos.  Alicia es de origen gijonés y  las vivencias relacionadas con el mar están muy presentes en su vida y en sus versos, por este motivo,  los recuerdos  de infancia afloran con frecuencia a lo largo del poemario ante la contemplación del mar.  Ese mar la ancla a  los orígenes familiares y  geográficos. Las alusiones a lugares de costa están presentes en muchos poemas y abunda el  léxico que tiene que ver con ese campo semántico: arena, gaviotas, olas, marea, marejada, sal, playa, acantilados… En otros casos, contempla el mar en un instante detenido  y lo identifica con el sufrimiento del presente, con la soledad,  con las lágrimas... Es  frío mar de pesadumbres... Es ese lugar  en que se sumerge entre tus/mis/nuestras lágrimas.  En un verso  incluso llega a decir:   La mar se torna hosca a mis caricias y, a pesar de ello, la atrae hacia el abismo en esa búsqueda de aquel  sueño azul.   Sin embargo, en algunas ocasiones,  presenta una cara más amable y abre sus brazos al beso tierno de un acantilado. Y no solo el mar la atrae poderosamente, también las aguas de arroyos y ríos aparecen en sus versos. Y la naturaleza, en general, que, a veces, personifica. La contemplación de la naturaleza se convierte en un reclamo poético, en una fuente de inspiración. Ante el cauce de un río exclama: Cuánto ardor en tu lecho de poesía. La relación con la naturaleza le sirve para evadirse de un mundo hostil y deshumanizado,  un mundo de finado papel / un planeta sin ley, en el que difícilmente tiene cabida la poesía. 

Las luces y las sombras también recorren el poemario y adquieren un simbolismo especial, sobre todo, con la presencia del sol y la luna y de ese momento del día tan poético que es el ocaso, donde la luna y el sol se funden en átomos irreales. El título del poemario es precisamente Pálpitos de luna nueva,  esa luna que parece esconderse, pero que en realidad está siempre tras los sentimientos de la autora, es una luna que es pálpito, que es   presentimiento. Uno de los poemas se titula precisamente Luna soy. Es una luna  nueva que parece adormecerse  y desaparecer en la oscuridad, pero, a veces, es  luna que riela,  luna que contempla, que ilumina… Casi siempre  con una luz difusa. Crea poderosos contrastes entre la luz, generalmente del sol, pero también  de los rayos, de unas luciérnagas…  y las sombras de la noche, del luto… Pero no siempre luz y oscuridad son antagónicas, pues,  jugando con los contrastes,  hay claridad que desprende sombra y oscuridad que libera luz (Poema Tú y yo). Son las contradicciones de la vida. 

El paso  del tiempo  es otro de los grandes temas presentes en los poemas de Alicia. Un tiempo que transcurre de forma inexorable, pero ante el que ella desea quedarse quieta,  inmóvil en un presente permanente, para  apresar el tictac de un latido, para conseguir una inmortalidad instantánea.  

Pero el tiempo se escapa sin remisión, aunque parece que  se pudiera apresar a través de besos y versos (en un poema hace este juego  de palabras y grafías: V(b)e(r)sos). Es posible que  el amor, que aparece mencionado o sugerido frecuentemente con el simbolismo del beso, y la poesía sean la únicas formas de vencer ese paso del tiempo, de inmortalizar el instante. Todo fluye / todo / al compás / de mis latidos. Quizá  la búsqueda de la palabra, el verbum, en general, y la palabra poética, en particular, sea lo que puede contener algo de inmortalidad. Es tenaz el beso y  es tenaz el verso, dice en el poema Carpe Diem, pero es aún más tenaz    el paso del tiempo, su paradójica  inexistente existencia. Pero también el amor y la poesía pueden ser destruidos  y   quedarse  en un sueño que produce más amargura.  La vida es teatro, afirma Alicia. Pero eso sí, la poesía, hecha palabra, puede servir para expresar sentimientos y para denunciar injusticias: ¿Silencio? / Hoy, hoy /no /. Se inmoló en la garganta y en el tímpano / de un niño mendigo. Con ella critica la igualitaria desigualdad. 

A medida que va desgranando sus versos, los lectores vamos descubriendo que  el auténtico tema sobre el que gira la obra es la palabra poética: Aquí, en el verbum, te buscas / y te traduces y te escribes / y formas y reafirmas lo que ya es un hecho / El (Re)encuentro / de tus términos. Las alusiones al hecho poético están presentes en todo el poemario, unas veces de forma directa y otras de forma indirecta, al hablar de papel, de textos escritos, de palabras… Y la autora llega a hacer una proclamación explícita de su anhelo poético: Hasta ahora  y hasta siempre / serás mi guía /poesía. De algo tenemos una certeza absoluta. Alicia encuentra esa palabra poética  y consigue con ella que sus versos nos atrapen, nos emocionen, nos dejen absortos ante su belleza, porque sus palabras son poesía, son arte: Hoy, mujer, tengo la desfachatez de ser poesía, afirma  en el poema Tú y yo, donde el tú es la poesía misma. 

La autora consigue la belleza con el acertado ritmo  de los versos, la mayoría versos libres, mezclando el ritmo cadencioso de los versos largos y el más dinámico de los versos cortos. En  algunos poemas  usa también la métrica clásica, especialmente en los bellísimos sonetos que contiene el poemario. Y en algún caso   utiliza  también ese verso tan tradicional que es el  octosílabo. Muchos de sus versos parecen sugerir el ritmo del oleaje, a veces, intenso; a veces, más suave. El paralelismo sintáctico, abundante en los poemas, contribuye a acentuar al ritmo poético, así como algunos versos a modo de estribillo. También realiza originales juegos de palabras buscando una   fonética   de similar cadencia: se asombra de las sombras…  Hay veces / a veces… 

Los poemas de este libro presentan innovaciones formales que la autora convierte también en significativas. Juega con el tamaño de  tipografía,  con la puntuación y la disposición de los versos (similar en algunos aspectos a los poetas de las vanguardias), para marcar el ritmo o la intensidad de lo expresado.  Y, desde el punto de vista estilístico, presenta una enorme riqueza expresiva. Utiliza muchas imágenes, bellas y sugerentes, siempre muy plásticas, que nos hacen acercarnos de manera más viva a las sensaciones: el sol se hace añicos en la arena. Al lado de las metáforas aparece una gran riqueza y variedad de sinestesias, en las que mezcla sensaciones que captamos por distintos sentidos: acordes violáceos, fragancia de sal, ritmo azul   O sentimientos y sensaciones: dulce amargura, pletórico de cadencias, frío mar de pesadumbres… Y otro recurso expresivo, que busca el desconcierto del lector para conseguir una mayor fuerza poética, es el juego que realiza con la antítesis, que con frecuencia se convierte en paradoja. Yo soy mujer de paradojas, dice en el poema Átame, pero suéltame, título que  es en sí mismo otra paradoja. Mi cabeza es un hervidero / de contrarios sentimientos, afirma en otro poema. A veces mezcla  los dos recursos poéticos: Hasta que los ojos escuchen la armonía del silencio... También logra concentrar la  intensidad emotiva con  las enumeraciones bimembres de adjetivos o de otros tipos de palabras: mis labios, enmudecidos, sellados. 

En definitiva, la autora perece seguir el mismo camino  que la sinuosa línea del tiempo. Y acepta que su fin es ser destino (ya desde el inicio nos decía que se sentía peregrina).  He parado de parar en cada estrecho tramo, ¡qué gran logro poético contiene este verso!  Y ya, al final, en el poema Mar adentro, parece reconciliarse definitivamente con ese mar de incertidumbres, pues asegura que le gusta nadar mar adentro, sin temor a hundirse,  para  llegar a un lugar donde la luna riela sola. Parece así que esos  Pálpitos de luna nueva son, en realidad,  pálpitos de cuarto creciente.  El amor y la poesía no le han permitido apresar el tiempo, pero sí han conseguido que cree una obra de arte en este bellísimo poemario. Amor y arte / Amarte / Poesía, arte. Saber amar y saber componer versos para expresar  ese amor (sea a una persona  o a la naturaleza) son dos manifestaciones del arte que corren a la par. 

Muy bellos son también los dibujos que ilustran el poemario, realizados por Iván Álvarez López, hijo de la poeta (al que le dedica el bello poema Se curvaba mi vientre), y uno de ellos por Gemma García Blanco. 

Y no hay mejor forma de finalizar esta reseña que utilizando unos versos de la propia escritora para rogarle que  sus palabras se presten para entonar, en un silencio sonoro,

 nuevamente un poema

               de olas, de luna, de amor,

                              de lo que sea. 


Aquí estaremos, los amantes de la buena literatura,  ávidos de leer y escuchar, porque, como decía Miguel Hernández en la dedicatoria de Viento del pueblo, “el pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”.

Margarita Álvarez Rodríguez

Madrid, octubre de 2021



Nota: Varios de los versos que se recogen a modo de ejemplo no siguen la disposición con la que aparecen en el poemario, por motivos de extensión.


1 comentario:

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