Poemario
Pie Ediciones, 2018
Coincidí con Alicia López Martínez el pasado agosto, al participar ambas en los Encuentros Literarios anuales que organiza el escritor Manuel Cuenya, en Noceda del Bierzo (León). Previamente también habíamos coincidido en el recital Versos a la Peña de la Fortuna, en Omaña, en verano de 2019. En los dos actos tuve la ocasión de descubrirla como escritora, especialmente en el de Noceda, pues los textos que presentó allí, tanto de narrativa como de poesía, me fascinaron, por su fuerza emotiva y su valor literario. Me alegro mucho, pues, de haberla conocido como escritora y como persona, pues con ella he establecido, desde entonces, una relación muy cordial. Tuvo, además, la gentileza de regalarme un ejemplar de su primera publicación poética, Pálpitos de luna nueva. La he leído con enorme placer… Y después de leerla, y releerla con atención, me he propuesto escribir una reseña sobre las emociones que me ha provocado su lectura.
La primera impresión que puede sentir un lector ante los poemas de Pálpitos de luna nueva es la de estar ante un poemario un tanto hermético en cuanto a los sentimientos que nos quiere comunicar la autora. Sin embargo, a medida que nos adentramos en él, nos dejamos arrastrar sin dificultad por sus versos y somos capaces de sentir ese pálpito; de vivir con Alicia López Martínez ese camino un tanto misterioso que ella recorre, que no es otra cosa que la experiencia de vivir. Y ello es así por la poderosa voz con que expresa sus vivencias y por la belleza de las palabras con que lo hace. Así, poco a poco ese hermetismo inicial se va abriendo a la luz, si no plenamente a la del entendimiento, sí a la de la emoción plena.
La autora, en la mayoría de sus poemas, deja un espacio a la metaliteratura. Unos breves versos de distintos poetas (Juaresti, Cernuda, Guillén, Ángel González, J. R. Jiménez, Mestre, Neruda, Borges, Kavafis…), aparecen en el frontispicio de sus poemas y nos dan una pista sobre su contenido. La relación entre los versos seleccionados y los escritos por la autora a continuación es evidente. En algún caso la metaliteratura nos lleva por los derroteros cervantinos: Hoy me he despertado con Sancho cantando un estribillo…
Desde los primeros poemas, somos capaces de sentir que la poeta se mueve en la búsqueda de algo nebuloso, escurridizo: Me tambaleo, tiemblo… Busca algo errante, en pos de lo cual camina anhelante, pero esa realidad es difícil de apresar. Avanzo, perdida, errante… Se siente peregrina tras esa sombra que la abandona y que se esconde. Parece seguir unas huellas que se pierden, huellas físicas marcadas en la tierra o en la arena o huellas de algo innombrable, tal vez el sentido de la vida. Relacionadas con esa búsqueda aparecen muchas imágenes de destrucción: muerte, soledad, cenizas que se hielan, voces, esqueletos, silencios ahogados… El fracaso en esa búsqueda le produce con frecuencia amargura y desolación.
En relación con ese tema, llama la atención la frecuencia casi constante del mar que parece agitarse entre sus versos. Alicia es de origen gijonés y las vivencias relacionadas con el mar están muy presentes en su vida y en sus versos, por este motivo, los recuerdos de infancia afloran con frecuencia a lo largo del poemario ante la contemplación del mar. Ese mar la ancla a los orígenes familiares y geográficos. Las alusiones a lugares de costa están presentes en muchos poemas y abunda el léxico que tiene que ver con ese campo semántico: arena, gaviotas, olas, marea, marejada, sal, playa, acantilados… En otros casos, contempla el mar en un instante detenido y lo identifica con el sufrimiento del presente, con la soledad, con las lágrimas... Es frío mar de pesadumbres... Es ese lugar en que se sumerge entre tus/mis/nuestras lágrimas. En un verso incluso llega a decir: La mar se torna hosca a mis caricias y, a pesar de ello, la atrae hacia el abismo en esa búsqueda de aquel sueño azul. Sin embargo, en algunas ocasiones, presenta una cara más amable y abre sus brazos al beso tierno de un acantilado. Y no solo el mar la atrae poderosamente, también las aguas de arroyos y ríos aparecen en sus versos. Y la naturaleza, en general, que, a veces, personifica. La contemplación de la naturaleza se convierte en un reclamo poético, en una fuente de inspiración. Ante el cauce de un río exclama: Cuánto ardor en tu lecho de poesía. La relación con la naturaleza le sirve para evadirse de un mundo hostil y deshumanizado, un mundo de finado papel / un planeta sin ley, en el que difícilmente tiene cabida la poesía.
Las luces y las sombras también recorren el poemario y adquieren un simbolismo especial, sobre todo, con la presencia del sol y la luna y de ese momento del día tan poético que es el ocaso, donde la luna y el sol se funden en átomos irreales. El título del poemario es precisamente Pálpitos de luna nueva, esa luna que parece esconderse, pero que en realidad está siempre tras los sentimientos de la autora, es una luna que es pálpito, que es presentimiento. Uno de los poemas se titula precisamente Luna soy. Es una luna nueva que parece adormecerse y desaparecer en la oscuridad, pero, a veces, es luna que riela, luna que contempla, que ilumina… Casi siempre con una luz difusa. Crea poderosos contrastes entre la luz, generalmente del sol, pero también de los rayos, de unas luciérnagas… y las sombras de la noche, del luto… Pero no siempre luz y oscuridad son antagónicas, pues, jugando con los contrastes, hay claridad que desprende sombra y oscuridad que libera luz (Poema Tú y yo). Son las contradicciones de la vida.
El paso del tiempo es otro de los grandes temas presentes en los poemas de Alicia. Un tiempo que transcurre de forma inexorable, pero ante el que ella desea quedarse quieta, inmóvil en un presente permanente, para apresar el tictac de un latido, para conseguir una inmortalidad instantánea.
Pero el tiempo se escapa sin remisión, aunque parece que se pudiera apresar a través de besos y versos (en un poema hace este juego de palabras y grafías: V(b)e(r)sos). Es posible que el amor, que aparece mencionado o sugerido frecuentemente con el simbolismo del beso, y la poesía sean la únicas formas de vencer ese paso del tiempo, de inmortalizar el instante. Todo fluye / todo / al compás / de mis latidos. Quizá la búsqueda de la palabra, el verbum, en general, y la palabra poética, en particular, sea lo que puede contener algo de inmortalidad. Es tenaz el beso y es tenaz el verso, dice en el poema Carpe Diem, pero es aún más tenaz el paso del tiempo, su paradójica inexistente existencia. Pero también el amor y la poesía pueden ser destruidos y quedarse en un sueño que produce más amargura. La vida es teatro, afirma Alicia. Pero eso sí, la poesía, hecha palabra, puede servir para expresar sentimientos y para denunciar injusticias: ¿Silencio? / Hoy, hoy /no /. Se inmoló en la garganta y en el tímpano / de un niño mendigo. Con ella critica la igualitaria desigualdad.
A medida que va desgranando sus versos, los lectores vamos descubriendo que el auténtico tema sobre el que gira la obra es la palabra poética: Aquí, en el verbum, te buscas / y te traduces y te escribes / y formas y reafirmas lo que ya es un hecho / El (Re)encuentro / de tus términos. Las alusiones al hecho poético están presentes en todo el poemario, unas veces de forma directa y otras de forma indirecta, al hablar de papel, de textos escritos, de palabras… Y la autora llega a hacer una proclamación explícita de su anhelo poético: Hasta ahora y hasta siempre / serás mi guía /poesía. De algo tenemos una certeza absoluta. Alicia encuentra esa palabra poética y consigue con ella que sus versos nos atrapen, nos emocionen, nos dejen absortos ante su belleza, porque sus palabras son poesía, son arte: Hoy, mujer, tengo la desfachatez de ser poesía, afirma en el poema Tú y yo, donde el tú es la poesía misma.
La autora consigue la belleza con el acertado ritmo de los versos, la mayoría versos libres, mezclando el ritmo cadencioso de los versos largos y el más dinámico de los versos cortos. En algunos poemas usa también la métrica clásica, especialmente en los bellísimos sonetos que contiene el poemario. Y en algún caso utiliza también ese verso tan tradicional que es el octosílabo. Muchos de sus versos parecen sugerir el ritmo del oleaje, a veces, intenso; a veces, más suave. El paralelismo sintáctico, abundante en los poemas, contribuye a acentuar al ritmo poético, así como algunos versos a modo de estribillo. También realiza originales juegos de palabras buscando una fonética de similar cadencia: se asombra de las sombras… Hay veces / a veces…
Los poemas de este libro presentan innovaciones formales que la autora convierte también en significativas. Juega con el tamaño de tipografía, con la puntuación y la disposición de los versos (similar en algunos aspectos a los poetas de las vanguardias), para marcar el ritmo o la intensidad de lo expresado. Y, desde el punto de vista estilístico, presenta una enorme riqueza expresiva. Utiliza muchas imágenes, bellas y sugerentes, siempre muy plásticas, que nos hacen acercarnos de manera más viva a las sensaciones: el sol se hace añicos en la arena. Al lado de las metáforas aparece una gran riqueza y variedad de sinestesias, en las que mezcla sensaciones que captamos por distintos sentidos: acordes violáceos, fragancia de sal, ritmo azul… O sentimientos y sensaciones: dulce amargura, pletórico de cadencias, frío mar de pesadumbres… Y otro recurso expresivo, que busca el desconcierto del lector para conseguir una mayor fuerza poética, es el juego que realiza con la antítesis, que con frecuencia se convierte en paradoja. Yo soy mujer de paradojas, dice en el poema Átame, pero suéltame, título que es en sí mismo otra paradoja. Mi cabeza es un hervidero / de contrarios sentimientos, afirma en otro poema. A veces mezcla los dos recursos poéticos: Hasta que los ojos escuchen la armonía del silencio... También logra concentrar la intensidad emotiva con las enumeraciones bimembres de adjetivos o de otros tipos de palabras: mis labios, enmudecidos, sellados.
En definitiva, la autora perece seguir el mismo camino que la sinuosa línea del tiempo. Y acepta que su fin es ser destino (ya desde el inicio nos decía que se sentía peregrina). He parado de parar en cada estrecho tramo, ¡qué gran logro poético contiene este verso! Y ya, al final, en el poema Mar adentro, parece reconciliarse definitivamente con ese mar de incertidumbres, pues asegura que le gusta nadar mar adentro, sin temor a hundirse, para llegar a un lugar donde la luna riela sola. Parece así que esos Pálpitos de luna nueva son, en realidad, pálpitos de cuarto creciente. El amor y la poesía no le han permitido apresar el tiempo, pero sí han conseguido que cree una obra de arte en este bellísimo poemario. Amor y arte / Amarte / Poesía, arte. Saber amar y saber componer versos para expresar ese amor (sea a una persona o a la naturaleza) son dos manifestaciones del arte que corren a la par.
Muy bellos son también los dibujos que ilustran el poemario, realizados por Iván Álvarez López, hijo de la poeta (al que le dedica el bello poema Se curvaba mi vientre), y uno de ellos por Gemma García Blanco.
Y no hay mejor forma de finalizar esta reseña que utilizando unos versos de la propia escritora para rogarle que sus palabras se presten para entonar, en un silencio sonoro,
nuevamente un poema
de olas, de luna, de amor,
de lo que sea.
Aquí estaremos, los amantes de la buena literatura, ávidos de leer y escuchar, porque, como decía Miguel Hernández en la dedicatoria de Viento del pueblo, “el pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”.
Margarita Álvarez Rodríguez
Madrid, octubre de 2021
Nota: Varios de los versos que se recogen a modo de ejemplo no siguen la disposición con la que aparecen en el poemario, por motivos de extensión.
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