viernes, 4 de marzo de 2016

El pan nuestro de cada día...



  Expresiones relacionadas con la cocina (IV): pan y huevos

                                                         A Manolo y Tere, que saben mucho de panes.


Siguiendo con las expresiones que tienen significado figurado  y matiz peyorativo (disfemismos) relacionadas con la cocina  y  la  alimentación, dedicaré este artículo a “cocinar” un menú de diario con dos ingredientes  que son muy comunes en nuestra alimentación: el pan nuestro de cada día y los huevos.

Nos disponemos, pues, a degustar una gran variedad de panes, en buena compañía, esperando que en esta ocasión no sea verdad el dicho de que aquí no hay un pan que rebañar.

Con  pan y vino se anda el camino, dice el dicho popular, aunque sea pan para hoy y hambre para mañana. Los españoles no concebimos una comida en que el pan no esté presente en nuestra mesa, pues ni mesa sin pan, ni ejército sin capitán



Ya que  no solo de pan vive el hombre, será mejor que sea pan comido, porque, si es un pan como unas hostias o como unas tortas,  se parecerá a pan lo mismo que un huevo a una castaña. Y, por supuesto, mejor comer pan en compañía y acompañado, -contigo, pan y cebolla-, que pan solo, porque, como sabemos, pan con pan, comida de tontos

Si algún lloramigas protesta, es que no tiene hambre, pues a buen hambre, no hay pan duro y, si acaso, a falta de pan, buenas son tortas, salvo que Dios haya dado el pan al que no tiene dientes. Y a veces los dioses se equivocan...

Al  que no quiere quedarse sin comer no le importa abusar de la bondad de la persona que es un trozo de pan y hacer suyo aquello de dame pan y dime tonto. Pero debemos  ser precavidos ante los abusos, pues quien da a perro ajeno pierde pan y pierde perro y hay que tener en cuenta que por dinero baila el perro, y por pan, si se lo dan. Ysiguiendo con perros y panes, menea la cola el can, no por ti, sino por el pan.

Es importante no dejarse coger el pan bajo el sobaco y, cuando sea necesario, dejar todo claro y llamar al pan, pan, y al vino, vino. Incluso podemos mandar al ocioso a la cama, como dice la expresión asturleonesa: A la cama ganapán, que el dormir aforra (ahorra)  el pan. Lo importante es evitar que alguien se quede con el pan y con las tortas y someter a vigilancia a los zampatortas y los zampabodigos. Si se trata de un hijo,  al hijo malo, pan y palo, sin maltratar y darle pan de perro, pues en el equilibrio entre cariño y exigencia  está el secreto de la buena educación.

Quien quiera más blanca la hogaza que la amase, porque el pan muchos lo toman y pocos lo dan  y a la hora de sentarse en la mesa es mejor tener más pan y menos manteles.

El pan, ese  alimento  tan esencial,  es difícil  de ganar, pues hay más refranes que panes. Ya la Biblia nos exigía ganarlo con el sudor de la frente, y dicen que el pan con sudor sabe mejor. Desde luego, hay muchos que sudan, y mucho, para llevarlo a la mesa, porque el paro y los recortes salariales son el pan nuestro de cada día, hecho que genera tanta intranquilidad que a algunos no se les cuece el pan. 

En  los momentos de crisis es cuando más abundan los paniaguados que buscan ser favorecidos por alguna persona cercana que ejerza el poder.  Es preciso advertir con frecuencia a todos los  que gestionan nuestros dineros: ¡Cuidado que las manos van al pan! Y de mala masa, un bollo basta.


Y mientras se mantienen esos graves problemas sociales se adormece a la gente   con pan y circo (fútbol, toros), para que no se entere de que se le está negando el pan y la sal (salario procede de la palabra sal), cuando, dar pan, agua  y sal siempre ha sido un gesto ancestral de solidaridad y hospitalidad.

Para hacer tanta variedad de panes, hay que meterse en harina y cogerla del saco adecuado no vaya  a ser harina de otro costal, que contenga añicos de algo no comestible que se ha hecho harina. Con la harina adecuada, una vez amasada, hay que cocer el pan en el horno, pues no se puede tomar ni pan hervido ni mujer de otro marido.

Ya cocido, mejor que estar a pan y agua, será acompañar el pan de unos sabrosos huevos fritos, vestidos de fiesta,  y con puntillas, para no escatimar en elegancia. Con frecuencia pan y huevos se unen en buena armonía: es un manjar exquisito mojar pan en huevo frito. Y si les añadimos chorizo y tocino, tendremos los duelos y quebrantos, que ya comía don Quijote. Seguro que con ese acompañamiento el plato está para mojar el pan.

Los huevos (los de ave, por supuesto)  también dan  mucho de sí en el lenguaje del disfemismo.  Con alusiones a puro huevo  podemos describir muchas facetas del comportamiento humano.

Cuando alguien promete y no da es como si  cacareara y no pusiera  huevos. Si es especialmente tacaño, no come  un  huevo por no perder -o no tirar-, la cáscara. Las personas interesadas son buenas por un huevo y malas por dos. Si  alguien echa a perder algo por ineptitud,  da con los huevos en la ceniza, seguramente por ir pisando huevos.  De los que  son demasiado caseros decimos que parece que están empollando huevos.

En los huevos basamos también la autoridad ante nuestros hijos contestatarios o ante los lloricas que están todo el día como pelo huevo, cuando les decimos aquello de cuando seas padre, comerás huevos. Si censuramos la falta de compromiso o de empeño en una tarea, decimos de alguien que no pone huevo y le recordamos  que  gallina que cacarea pierde el huevo. Nos sirven también para aconsejar a los imprudentes que no pongan todos los huevos en la misma canasta.

Los huevos justifican también la pelea por algo. Calificamos con ellos a los tiquismiquis  diciendo que  están buscando el pelo al huevo  o que ponen los huevos en remojo. Para los que se hacen ilusiones infundadas tenemos también consejo: Límpiate, que estás a huevo. Y nos cuidamos de los codiciosos,  porque si les damos un huevo, nos pedirán la gallina. 

Podemos oír decir a los que se alegran  de que alguien sufra un mal: Sórbete ese huevo. Otros justifican una obsesión por conseguir algo que no parece de valor diciendo que no es por el huevo, sino por el fuero.

Con  tanto guiso “hueveril” vamos a matar la gallina de los huevos de oro o caer en la falacia de si fue antes el huevo o la gallina para que al final de la comida, todo haya sido una conversación de besugos  y la solución  sea  tan simple como el enigma del  huevo de Colón.

Con huevos y patatas (que siempre viene bien tener en casa porque no comen pan), podemos elaborar una rica tortilla española, recordando que para hacer tortilla hay que romper los huevos y procurar que estén frescos, porque el huevo del día, el pan de ayer y el vino de un año, a nadie hace daño.


La tortilla saldrá más jugosa si conseguimos que la haga  una tortillera (de las que saben cocinar) o un cocinero de los que no pierdan aceite (la de la sartén).

Pero, como  la elaboración lleva tiempo, es siempre un rollo patatero, por ello, cuando es posible, pretendemos degustarla sin hacerla, para eso les pasamos a otros la patata caliente. Y mientras la patata se enfría descansamos un poco de nuestro trabajo culinario para que esto no sea tan largo como un día sin pan. 


Y como donde pan se come, migas quedan, añadiremos esas migas al pescado y la carne de nuestros próximos guisos para que el menú resulte más digestivo  y  esto no sea  pan para hoy y hambre para mañana y no haya nadie que con su pan se lo coma.

Esperamos que esta comida haya tenido mucha miga, que al final de la misma hayamos hecho buenas migas y que  no haya ocurrido que a  pan comido, compañía deshecha.

Levantamos  el mantel. Esperemos encontrarte satisfecho, porque si comiste o no comiste, tú a la mesa estuviste y te hemos dejado comer de todo lo ofrecido, excepto comernos el coco.


Otros artículos sobre el mismo tema:




sábado, 20 de febrero de 2016

EL LENGUAJE DE LA REGAÑINA Y EL CASTIGO



         De cómo nos leían la cartilla y nos daban un torniscón...

                                    A mis padres, que se quedaban  en el amagar y no dar.

Los leoneses que peinamos canas  conocemos una gran riqueza de palabras para hablar de los castigos físicos que nos infligían padres o maestros cuando éramos guajes  o rapaces.  Algunas de esas palabras son de uso general en el castellano coloquial  y otras son más específicamente leonesas y, aunque menos que hace décadas, aún se siguen utilizando.  No es que fueran con nosotros especialmente crueles los mayores, ni que las formas de castigar fueran más originales que en otros lugares,  pero,  por la mezcla del  castellano y el leonés, existen en el Viejo Reino gran  variedad de términos que   indican diferentes matices.

¿Por qué y cómo nos castigaban? La causa por la que  a veces recibíamos castigos que iban más allá de  una regañina era  por  el  empeño que poníamos en  jeringar a los mayores o  actuar como auténticos malandrianes  o manguanes. A eso se unía el que estábamos en la época del “sí señor y el mande usted”, tanto en casa, como en  la escuela,  la iglesia…, y difícilmente  se podía rechistar.

En general, no nos daban   una azotaina sin causa, solo nos llegaba como “recompensa” cuando   hacíamos “méritos”.  Unas veces nos castigaban por nuestro natural inquieto, por ser unos   enredadores o por ser  el  típico  farragús. Otras veces  por no ser bien mandaos y protestar cuando nos encomendaban una tarea, especialmente, si nos dedicábamos a rezungar, (remungar, remurgar, remurdiar)  o a ser rumiacones  y. más aún,  si nos burlábamos asusañando, referviendo, gorgutiendo  o retrucando.

También por adanes, farrochos, folgaciones, o por tomarnos algo a chirigota y ser unos titirivainas,  lo  que nos llevaba a hacer mal algo, es decir, a eszarrapachar, por ser unos fuleros y actuar de forma poco responsable.

En algunas ocasiones, el castigo era ganado a pulso porque,  por nuestro carácter o actuación, peor que  un nublao  o una nube de piedra, nos ganábamos merecidamente el calificativo de galifates,  jarotes o gandules.  Para los peores, aquellos que parecían de la piel del diablo, también se usaba la palabra  barrabás. Siendo y actuando así,  era fácil que hiciéramos alguna burricada o barrabasada que no podía quedar exenta de las mandangas correspondientes…

A veces, la actuación no era tan negativa, pero el castigo nos venía por ser cazoleros y hacer lo que   nadie nos había encomendado o por ser muy cargantes o candorrios. La mentira también podía tener malas consecuencias…

La riña y el castigo posterior podían empezar por  regañinas con las que nos cantaban las cuarenta,  nos ponían las peras al cuarto, nos ponían a caldo… o ir a mayores y  hacernos sentir como   burros,  porque,   como a tales, nos albardaban o nos ponían el aparejo. Esto último lo entendíamos mejor los que vivíamos en el ámbito rural.

Después del me cagüen tus muelas  y ¡que cobras!,  nos anunciaban que iba a haber jarabe de palo, jarabe de mimbre… Hasta aquí la amenaza no inquietaba demasiado, porque el palo y el mimbre quedaban compensados  con el jarabe que los envolvía. Pronto el lenguaje subía de tono y ya oíamos expresiones más contundentes: te voy a dar pa´l  pelo,  te voy a dar unas mandangas, te voy a dar una paliza, una zurra, una camada de palos, te parto los morros… A veces la frase se  hacía misteriosa por estar incompleta y el temor era más incierto, pues se quedaba en ¡te voy a dar una…!

También los medios para andar con nuestro cuerpo se anunciaban con anticipación:  me voy a soltar el cinto o la petrina, va a andar la zapatilla, te voy a dar  con una vara de fresno, de avellano, de mimbre…

Las partes  del cuerpo preferidas  para recibir  la “caricia” de la mano, la zapatilla, el cinto… eran el culo y la cara.  Si se elegía la cara, esa caricia podía no ser  muy violenta, pero sí muy variada. A veces la bofetada se escondía tras  nombres que más  bien parecía que indicaban que nos iban a ofrecer delicias culinarias: chuleta, leche, torta, galleta, níspero, castaña, guindas. Cuando nos llegaba la primera, comprendíamos de golpe  cuál era la cruda realidad de aquello que nos habíamos ganado.

El cachete y la colleja  no parecía que nos inquietaran mucho. Tampoco el  mosquilete o mosquilón, que nos daban en la cabeza  con nudillos, nos producía mayor daño.  El sopapo y la carrillada   sonaban un poco peor. Y si nos faltaba el moquero, no había problema, porque con una mano vuelta nos podía llegar  uno en cualquier momento en forma de soplamocos o sonamocos.

Peor sonaba la cosa si se sentía en la cara un papirotazo, guantada o guantazo,  manotazo,  tortazo, pescozón, sornavirón, torniscón,  castañazo, xiostrazo… Estas palabras terminadas en -azo y en –ón  no  sonaban a música celestial. Hostia,  hostiazo  y revés tampoco  sonaban mejor, aunque estos términos eran poco usuales. Lo que parecía que sonaba mejor, desde el punto de vista musical,  era que nos dieran una tocata, aunque pronto comprendíamos que era preferible  no asistir a este tipo de concierto.

Sin duda alguna, lo que parecía más agresivo era lo de cruzar la cara y  lo de poner la cara del revés… Si nos la cruzaban sabíamos que no bastaría ponerse de perfil para disimular las señales  y,  si la ponían  del revés, como mínimo, tendríamos dificultad para acompasar  el andar y  el mirar…

Si se elegía el culo para zurrar la pandereta -¡pobre pandereta, no sé por qué se la mete en este asunto!- ,  o la zarabanda, el lugar era más mullido y, como estaba cubierto, era más improbable que nos quedara marca o, sí así era, podríamos llevar tapada nuestra vergüenza. Nos podían  dar  un azote,  una azotaina, un zapatillazo,  unas mandangas, unas ñalgadas  Y a medida que  el culo iba sufriendo la afrenta cambiaba de color,  hasta que nos lo ponían  como un tomate, y también iba adquiriendo calor, porque las ñalgadas nos  lo calentaban, o incluso terminaba como  el fuego, si nos arreaban candela.

A veces,  la mano se alargaba de forma más amenazante con una mimbria u otro tipo de vara…  y llegaba a nuestros zancajos en forma de  vardascazos o llampriazos  y, en el caso de vara de roble,   fuchacazos. Si era el cinto o un trozo de soga o reata el ejecutor, lo que se recibía era un zurriagazo.

Si  la paliza era una auténtica estañina,  no tenía localizado el lugar concreto del cuerpo  para abatanar y recibir las sardinas de cinco rabos. Entonces nos andaban con el cuerpo y podíamos recibir una  somanta, una  panadera,  o nos podían dar   una tunda, una  tulipanda  y, también,  tralla,  cera,  hule… En fin, había dónde elegir.

Peor se ponía la cosa si nos sacudían  estopa o caña… Y ya llegábamos a la peor situación cuando   aparecía la  zurra. En este caso, nos podían   zurrar la badana o zurrar la panderetaMedir el lomo, -y no precisamente para saber la altura-,  y tundir a palos eran ya castigos muy severos que se convertían  en una auténtica palestrina  o lurtia, y que  nos podían dejar  deslomados, aunque aún quedaba algo peor: comer los hígados  partir el alma. De repente nuestros padres se convertían en  caníbales o en seres de poderes sobrenaturales que tenían acceso al alma. ¡Ahí es nada!

La escuela también  aplicaba castigos, a pesar de que íbamos ya con la cartilla leída de  casa. Dar con la regla en las yemas  de los dedos y ponernos de rodillas con los brazos en cruz fueron castigos frecuentes en otra época. Y también caían capones de vez en cuando.  Y más que capones.  Entonces no existía "el rincón de pensar" ni esa moda moderna de poner pegatinas de distintos colores según la conducta… A veces, en  esos brazos en cruz, se colocaba un libro en cada mano. Lo de "la letra con sangre entra" se hacía casi realidad. Y, por supuesto, el maestro siempre tenía razón.

Después de todo lo dicho, parece que nuestra educación fue muy cruel.  La verdad es que se amenazaba más que se daba. La amenaza pasaba a amago y se quedaba en   el te voy a dar…, sin dar. 

Felizmente, hemos sustituido esos métodos de castigo por otros menos agresivos… Pero también es verdad  que esos niños de hace décadas no estamos traumatizados, porque, salvo casos excepcionales de malos tratos, entendíamos que era parte de nuestra educación y nos dolía más en nuestro orgullo, -dolor que  se manifestaba con alguna lágrima-, que en nuestra cara o trasero.  

Con ese cachete a tiempo,  o esa tulipanda que raramente llegó a ser, o a pesar de ellos, hemos  llegado hasta aquí  y, seguramente, no estamos tan mal educados…  



Artículo relacionado: 

YO NO FUI AL COLEGIO, FUI A LA ESCUELA



Más léxico leonés: 
  • El habla tradicional de la Omaña Baja, de Margarita Álvarez Rodríguez.
  • Vídeo sobre el libro que recoge también unas cuantas docenas de palabras, especialmente, a partir del minuto   4:

https://www.youtube.com/watch?v=2YJpUXj6u7E



Licencia Creative Commons
La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.