miércoles, 4 de marzo de 2020

De figuras, posturas y aicciones



Dedicado a mis compañeros de las tertulias culturales de la Casa  de León en Madrid.



No sé si los leoneses, llevados por nuestra contención y seriedad, somos  poco expresivos. Lo que sí es cierto es  que en  nuestro falaje tenemos palabras  ambute  para el lenguaje gestual, que dan colorido a la forma de expresarnos.

Con el lenguaje de la cara hacemos figuras a las que algunos prefieren llamar cigañuelas. ¿Quién  no ha sentido esa sensación de picor que nos incomoda todo el cuerpo y que puede ser consecuencia  de estar agranotados por una brotación? Si la hemos sentido, todos sabemos entonces qué es escomejarse, aunque tal vez esta palabra haya quedado entre las telarañas de la memoria. Se nos re(s)pelizan los pelos como si hubiéramos visto al lobo, si sentimos mucho miedo, y es posible que, en esa situación, sintamos tembluras. Cuando estamos que nos comen los cocos o los demonios (que no sé qué será menos dañino), o sea, muy nerviosos, lo manifestamos en gestos y movimientos variados. Y aunque sea  sin causa especial,   hay personas que están, durante el día,  siempre haciendo gestos o movimientos, porque no tienen jacia,  y, por la noche, andan de cereros.

Cuando esos gestos son exagerados   hacemos esparavanes o (es)parajismos y, si van acompañados de voces  o alaridos, nos convertimos en  unos  ajagüeiros. Si es un dolor físico el que nos hace gritar, estamos conjugando el verbo agrayar sin  necesidad de conocimientos gramaticales. Lo mismo le pasa al guaje que está enjecoso y se pone a junjurir, hermosa palabra onomatopéyica  para hablar de la acción de sollozar. Mientras junjure también puede dar jipidos, y, si así no consigue hacerse notar, empieza a llorisquiar para pasar después a  esberrizarse,  llorando ya desaforadamente.  También podemos usar boca y lengua para otros gestos. Si nuestra boca abierta produce ruidos estamos rucando, pero también la podemos abrirla de forma más sonora para  dar cantaridos y jujear mientras lanzamos ese famoso ijujú leonés con que se terminaban las canciones en las  fiestas. Y todos hemos sentido alguna vez esa sensación de ahogo angustioso, que mostramos con gestos llamativos, cuando nos  empapizamos o nos atragantamos con un alimento y estamos a punto de  añusgarnos.

En ocasiones, ponemos cara de mosquita muerta, mientras  buscamos que nuestras  angulemas nos sirvan de pretextos. ¿Y qué decir de la bella palabra leonesa requisconcio, para mostrar acciones fuera de tono? Y con requisconcios  formamos un espolín cuando nos enfadamos mucho por estar de mal gerol. 

Achisgamos por las rendijas o ventanas, si somos personas  muy cuzas. Y ponemos calificativos a las personas  que tienen alguna particularidad o problema físico que puedan ir asociados a algún gesto peculiar. A los estrábicos, que renguean al mirar, les llamamos ñisgos  o miracielos. Al que ve mal y aprieta los ojos para intentar concentrar la mirada le llamamos cegarato. El que ve por un solo ojo es un biluso. Los gangosos son llamados  zazos;   y los tartamudos, zarabetos. Los zurdos, zocatos.  Del que se le caen las cosas de las manos se dice que tiene manos de queiso. Al que anda torcido le llamamos rancollo. El que siente los miembros rígidos se pone  reco. En cambio, algunos mueven excesivamente las caderas con su rengue, rengue, rengue y otros, con sus pasines cortos, van tiquitiquitiqui y, sin necesidad de coger el dos o el pendín o de aguantar mucho, dando muchas zacuetas, llegan lejos. 

También tenemos gestos relacionados con el  andancio, pues, cuando nos ataca, esperriamos, tenemos   tosedera asgaya  y  sorniamos o  esmormiamos los mocos de nuestra mormera. Y cuando  el funcionamiento del aparato digestivo no es el deseable y nos notamos implados, entumbanidos o entelados, nos movemos de forma inquieta, por  sentirnos disgustados. No sería extraño, en esa situación, ver a alguien cercano arrugar la cara y la nariz solo para determinar de dónde viene ese olor desagradable que llamamos  tafo y que puede ser debido  a que nos hayamos  jiscado, de forma sonora o silenciosa, y huela entre siete paredes.

Usamos manos o pies para encalcar algo o petamos si damos golpes con los pies en el suelo o con las manos en una puerta para picar. Ponemos juntas las manos en forma cóncava para coger una embuciada de algoSentimos que nos esgañan o agañotan si nos agarran por las gorjas, espataleamos cuando movemos las piernas violentamente,  nos estirazamos o estingarramos cuando nos extendemos en el suelo con piernas y brazos separados y nos espernancamos o escarrajamos cuando las abrimos de forma exagerada. Hace años la postura de hombres y mujeres para montar en una caballería era diferente. El hombre montaba a la escarrajeta, con una pierna a cada lado del animal, mientras la mujer, para preservar  su virginidad, lo hacía pudorosamente a patas cajinas, con las dos piernas hacia el mismo lado.  

Algunas formas de ser y comportamientos también se muestran en los gestos o movimientos que los acompañan. Los tarolos y los trafulleros no saben hacer las cosas amodín y actúan como si tuvieran azogue. Atrafallan o zarapallan, porque son unos cagaprisas o porque  son chavascones o trafallones. En algunos casos, por sus gestos, parece que no están cabalentes.

Los regañones o rumiacones, que  tienen mal focico, con gesto sistemático de protesta, muestran sus relampagucias  referviendo, reguñendo o gorgutiendo.  Los hay tan  farfantones o faroleros que, muy farrucos, en lugar de protestar directamente se dedican a repichulear. ¡Para chulos ellos! Ya la palabra nos habla bien a las claras de sus gestos y actitud.

Pero también sabemos mostrar gestos más amables. Sabemos afalagar, con la mano y la palabra. A veces, incluso,  nos convertimos en  zalamerones y usamos esos gestos difusos, las angulemas, para mostrar la actitud zalamera. También sabemos hacer gayolas, como gestos de burla.  Y, si se trata de un niño,  las  caricias que da  o recibe nos suenan a   jerigoncias. De quien le gusta jugar con la comida o la bebida  sin ingerirla, decimos que hace juarapias. En cambio, el que  muestra con evidentes gestos de ansiedad, su deseo de conseguir una comida o bebida es un gulismero y quien directamente se apodera con ansia de lo ajeno  es un lamb(r)ión.

En algunas ocasiones, un esfuerzo excesivo se refleja en los gestos que hacemos con la cara o los movimientos del cuerpo.  Así, movemos la cabeza mientras nos la escalabaciamos para tratar de resolver un asunto. También hace mella en nuestra cara y cuerpo  el excesivo cansancio que nos deja  almondrillados. Entonces,  nuestro cuerpo se desmadeja y nos  muestra esfrayados o esmortiados.  Si además de cansancio sentimos mucho  calor y lo mostramos al respirar agitadamente, estaremos afaronados.  El aturdimiento nos aturulla. Y el ser cobardes  o el estar represos ante una duda, con la mirada perdida, nos puede mostrar tan inactivos que parece que estamos apamplados.

Y si estamos en Babia o somos morugos, panorros, mampirolos, mazámpilos, fatos, molondros… quizá solo nos quede dirigir nuestra vista a un  lugar o a unos seres extraños y acabemos mirando p´a  las a(l)pabardas  que son nuestras peculiares musarañas leonesas (artículo sobre el origen de este dicho). En ese momento, con unos ojos como platos, sí que parecemos amormiados. O zamurdios, si somos muy callados. Si además estamos tristes o desganados nos sentiremos amurniados. Y hay que prevenirse ante los que hablan poco y son musines o musguines, porque actúan al sosquil y  las matan callando, y también  ante los que van con la cabeza gacha, pues,  según se dice, miran mucho la bragueta para ser buenas personas.

Tenemos palabras para indicar movimientos o posturas que adoptamos con el cuerpo.  Si empujamos a alguien lo estamos emburriando, si estiramos mucho el cuerpo para alcanzar algo, nos espurrimos. También podemos contorsionar el cuerpo para pujar por algo. El estar albentestate, especialmente en el abesedo, y en días muy fríos, nos puede dejar  entumidos de frío y con tiritaina, y eso nos llevará a esfurrilarnos acurrucados cerca de la lumbre o a encogernos. Ya encogidos, podemos adoptar distintas posturas, desde la de estar enganidos, engarabidos,  engurriados o engorrinados  hasta la de encurujados. Y más se agachan todavía   los escricados o esclicados que están en cuclillas. El que está esriñonado o derrangado parece que se descoyunta al andar, como si fuera un tanganiello. Algo parecido le ocurre al que, por estar esfambriado o esgañado adelgaza mucho y se queda esgalabiado o  esgalichado. A los que creen que todo es una risión  se les puede descajillar la mandíbula y el que salta al pimpiricojo para divertirse se puede acabar escadrilando. No le ocurre eso al rejilete o rejileto, que anda siempre de forma erguida y garbosa.

También pueden terminar mancados los que andan a baltos en broma y después se ponen de morenas,  pasando de bromas a veras, para terminar agarrados por no filar bien o por hacer caso de los entrizaperros que los asusañan. ¡Vaya aicciones! Los hay, en cambio, que prefieren estar quietos, acuchados en los brazos de alguien que los ha cogido arrujas. Otros optan por  estar de pie, en actitud de vigilancia. Son los que están de espeto (romero) en la calle, en actitud de folgazanería y de chismorrero.  Y, por el contrario,  están los arremangados, siempre activos,  o los que son tan  furiñas que siempre están trabajando. Para terminar, recordamos los gestos de las personas presumidas que se atusan el pelo y se miran y remiran, son los relambidos,  que si son niñas muy pispas se convierten en perejilas.

Y como ya me abulta suficiente lo dicho, dejo  el tema  para  no terminar  amoirando a los lectores, y que pierdan el equilibrio  y midan el suelo con una jostrada. 





Nota: Si has llegado aquí, amigo lector, has tomado contacto con más de ciento cincuenta palabras o expresiones leonesas, marcadas en cursiva en el texto. Todas se usan en algún lugar de la provincia de León,  aunque  pueden presentar variantes u otros términos para el mismo concepto, según las zonas del ámbito lingüístico leonés,   

La mayoría  están presentes en la fala omañesa y  recogidas en mi  libro El habla tradicional de la Omaña Baja y también  en los diccionarios del Léxico del leonés actual de la profesora Janick Le Men, en misma forma o en alguna variante. Algunas, asimismo,  están presentes en el diccionario de la RAE (DLE), en el que  están marcadas como leonesismos.

Obra publicada en 1925.
Reeditada por la Diputación Provincial de León, 1987
Diccionarios de leonés de J. Le Men (preciado regalo de mi hermana T. Álvarez)











lunes, 17 de febrero de 2020

¿Oír o escuchar?


      Pinceladas gramaticales

Escuchamos... Imagen: Pixabay. com

Son dos verbos que en español tienen que ver con el sentido del oído y  que nos pueden parecer sinónimos, pero que reflejan matices diferentes  en su significado. 

Escuchar es  poner atención o aplicar el oído para oír algo o a alguien. La acción de escuchar es voluntaria e implica atención por parte de la persona que realiza la acción: Escuché con atención las explicaciones del profesor. Escuchar es prestar atención  y dar sentido a lo que se oye.

Oír,   en cambio, es percibir por el oído algo sin una atención o intención expresa, de una forma pasiva: A lo lejos oí un petardo. En el uso del español los hablantes teníamos claro, hasta no hace mucho tiempo, la diferencia de uso entre ambos verbos. Pero  en  uso actual del idioma se está dando una tendencia cada vez más generalizada al uso de escuchaen lugar de oír, y no solo entre los hablantes de la calle, sino  también en los medios de comunicación.

Resulta chocante este cambio, porque las lenguas siempre han evolucionado de acuerdo con un “principio de economía lingüística” y es raro que una palabra más larga sustituya a una más breve, salvo en los casos en que se busca  ampulosidad en el  idioma. Pero  quizá esté ocurriendo con escuchar lo mismo que con climatología (clima), analítica (análisis), argumentar (argüir)  y tantas otras palabras  con la que se busca utilizar un idioma menos natural. 

Se sorprende uno cuando oye o ve, en un programa de radio o televisión,  cómo, al tratar de conectar con un informador exterior y existir dificultades de conexión, el que  está en el estudio dice cosas como esta: No te escucho bien. Si escuchar, como hemos dicho, es algo que requiere atención, parecería que la persona  no “escuchada” debería decir: ¡Cómo me vas a oír si no me escuchas! Y el que no escucha, cuando alguien le habla, parece un  maleducado, ¿no? Pero resulta que no es un problema de mala educación lo que se da en esa situación, sino el del uso de un verbo inadecuado.  

En algunos casos podrían producirse confusiones en la interpretación al decir unas frases como estas: Por la ventana oí la discusión de los vecinos. El significado parece claro: se entiende  que  mi oído estaba cerca de la ventana y oí sin querer. En cambio, si dijéramos  escuché discutir por la ventana no sabemos si estábamos  espiando por esa ventana o si oímos por casualidad.  De no ser  espías los oyentes,  resultaría más claro lo que queremos decir con el uso de oír.

En realidad,  entre oír y escuchar hay la misma relación semántica que entre ver y mirar. El verbo mirar y sus derivados a veces se usan con sentido figurado, en el sentido de  ver con el entendimiento: Mira a ver siAndarse con miramientos… El primero nos habla solo de la acción de captar con la vista y en el caso de mirar presupone ver con atención. Vi que se había producido un accidente y me paré a mirar. Lo primero es involuntario; lo segundo, no.

Volviendo al oír/escuchar, son posibles dos situaciones en la comunicación: Te oigo, pero no te escucho, es decir, oigo, como quien  oye llover, un sonido monótono y ajeno a mí. También sería posible te escucho, pero no te oigo, es decir, pongo mi interés en oírte,  pero hay un obstáculo que lo impide.

Según el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), como oír tiene un significado más general que escuchar, podría utilizarse en lugar de escuchar, como ya se hacía en español clásico: Óyeme ahora, por Dios te lo ruego. (Égloga, J. del Enzina).

En los dichos populares en que aparece el verbo oír, corroborando lo que dice el DPD,  se puede percibir que en muchos casos el significado está más próximo al de escuchar. A los que oyen y escuchan  una emisora de radio les llamamos oyentes, aunque no falta algún locutor que, buscando un guiño a los  oyentes,  los  llama escuchantes.

Cuando nos envían o nos entregan algo que no podemos escuchar en el momento, solemos decir: Luego lo oigo, o sea,  lo escucho, porque lo voy a hacer con intención. Aquí ambos verbos se usan de forma intercambiable y se ve cómo oír tiene un significado más amplio.  Cuando al oyente  le contamos algo que le sorprende lo solemos avalar con las expresiones: ¡Lo que oye! ¡Lo que le cuento! Para manifestar enojo, amenazamos con que me van a oír, quizá, más bien, a escuchar por “imperativo legal” y, si se aburren,  al menos nos van a oír largo rato, porque la perorata va a ser larga.

Los imperativos oye y oiga pierden su valor verbal  y  funcionan como  vocativos para llamar la atención, cuando desconocemos el nombre de la  persona advertida o no lo queremos decir, o para mostrar extrañeza. En este caso estamos reclamando que nos escuchen para comunicar algo de interés. En situaciones como esta está claro que las expresiones verbales se  nominalizan, y sustituyen a nombres de persona. Recuerdo el chiste que contaba  el caso de aquel que, al ser preguntado  sobre cómo llamaba a su suegra, si por el nombre propio  o por su condición de suegra, respondió que la llamaba Oiga. En la repetida expresión oír, ver  y callar, parece que está más presente el significado de oír, puesto que hemos oído algo accidentalmente y nos debemos hacer los sordos.

Menos justificable es el uso de escuchar en lugar de oír, para referirse a la acción de percibir un sonido  a través del oído sin intencionalidad…  Eso dice el DPD. Y este es el uso que  no se entiende bien, desde el punto de vista semántico, como venimos diciendo. Sin embargo, añade  que fue usado por algunos autores clásicos, y actualmente por   algunos contemporáneos, sobre todo hispanoamericanos.

Gramaticalmente ambos usos son posibles e intercambiables, porque no afectan a la construcción de la frase, pero, aunque los dos verbos los  podemos considerar sinónimos, eso no significa que los sinónimos tengan idéntico  significado. Por tanto,  si dejamos oír para el oído y escuchar para la atención y el entendimiento, seguramente nos entenderemos mejor y no pecaremos de  aparente descortesía con esos no te escucho bien, porque, si queremos  oírnos,  antes debemos escucharnos. En caso contrario,  es muy difícil la comunicación. Por eso, con escuchar en su sitio y oír en el suyo, todo es mucho más claro y cortés.

Imagen: Freeimages. com 



© Margarita Álvarez Rodríguez

lunes, 10 de febrero de 2020

¿Por qué me llamo Omaña?




Confluencia  del río Valdesamario con  el Omaña. MAR




Sobre el origen del nombre Omaña (comarca de la provincia de León)

  

Tradicionalmente se ha buscado  la etimología de Omaña en las palabras humus manium: tierra de dioses (los manes eran los dioses de cada familia) o en homus manium: hombres dioses (manes o dioses infernales). Dos etimologías que se relacionaban con la supuesta fuerte resistencia que opusieron a los romanos los pobladores de la zona. La explicación está bien como un mito curioso que refuerza el orgullo omañés, pero parece más bien   una leyenda que tiene que ver poco con la realidad.

Otra teoría busca el origen de la palabra Omaña con  la voz latina humania, relacionada con el hecho de que existía una población muy diseminada y  que, desde antiguo, ha ocupado muchos núcleos de población y muy dispersos. Desde los castros prerromanos, de los cuales aún se conservan varios vestigios en distintos  pueblos  de la comarca (incluso hay  núcleos de población con el nombre de El Castro –Valdesamario-, Castro de la Lomba y Trascastro de Luna), hasta la configuración actual, los pueblos de Omaña han sido siempre pequeñas aldeas dispersas, asentadas en valles y o en pequeñas lomas. Con ser esta una explicación más lógica que la anterior, hay una tercera explicación que parece la  más acertada.

Esa tercera explicación estaría basada en el hecho de que Omaña es tierra de agua y posiblemente primero existió el nombre del río y después el nombre de su cuenca, que, a su vez, da nombre a la comarca. Teniendo esto en cuenta, comparto la tesis de otros autores que relacionan su origen etimológico con el agua.

Lo más probable  es que Omaña surgiera  a partir de las palabras latinas aqua mania (o tal vez aqua magna: agua grande), la primera palabra relacionada con agua y la segunda, con río. De ahí, se pasaría por evolución fonética a omano/humano y, ya  en romance, a Omania. De esta palabra procedería el nombre actual. Avala también esta explicación el hecho de que hay más palabras relacionadas con el río y el agua que llevan  el mismo lexema. Es el caso de los pueblos llamados Omañón, por nombre de río o de fuente, y La Omañuela. Y otro argumento, no menos significativo,  lo aporta también el nombre del pueblo de Las Omañas. Suele considerarse que está fuera de la comarca de Omaña (aunque no por todos los geógrafos), pero es un pueblo de la misma cuenca. Las Omañas usa un plural que puede estar relacionado con el hecho de que aguas abajo de este pueblo se juntan dos ríos –dos omañas- el río Luna y el río Omaña, para formar el Órbigo.

Puente sobre río Omaña en carretera Astorga-Pandorado. MAR

El río Omaña en distintos documentos y  mapas  aparece, a veces, con el nombre de Órbigo, y es probable que también este nombre esté relacionado con agua, pues procedería, según el lingüista Bascuas, de un lexema hidronímico paleoeuropeo, derivado de la raíz indoeuropea er-, moverse. Otros lingüistas lo relacionan con una voz ibérica vasca que significaría “dos ríos”. En cualquier caso sería el nombre de  otro  río relacionado con el agua, aunque con etimología no latina.  Y es muy frecuente que elementos de la toponimia tengan su origen en el agua, según la tesis del P. Martino, por lo que buscarle a Omaña un origen hidronímico parece lo más sensato, mientras no se pueda aportar una teoría más creíble.



(Parte de lo escrito está recogido en mi libro El habla tradicional de la Omaña Baja, editorial Lobo Sapiens) .

Al hilo de lo expuesto van las cuartetas de romance que siguen:


Pozo del Piélago, río Omaña, en Trascastro de Luna. MAR


Me llamo Omaña, me llamo agua

Porque aguas abundantes
me regalaron los cielos
no entiendo bien la  manía
de bajarme a los infiernos.

Dejad en paz a los manes
y a los hombres endiosados
que no hay origen más bello
que del agua haber manado.

De agua procede mi nombre,
de  agua que forma ríos
y tiñe verdes de vida
los valles y el caserío.

De aguas muy cristalinas
que  bien reflejan el cielo
y acogen verdes y azules,
abrazados  en   su seno.

Por mi tierra corren ríos
por valles y por vallinas
que entonan bellas canciones
con sus aguas saltarinas.

Otros pueblos me recuerdan,
pues en ellos soy nombrada:
Omañón y La Omañuela,
que también se llaman agua.

Y por si quedaba duda,
al iniciar la ribera,
las  Omañas  también hablan
de unos ríos que se mezclan.

Y orgullosa yo me siento
de   aguas tan  frescas y finas,
ellas  son mi fiel espejo
y la razón de mi vida.

Por eso Omaña me llamo,
aqua mania  fui parida,
y de las aguas del río
nací  fresca y tan guapina.

Omañeses, presumid
de  los ríos   que me riegan
y  llevan vuestros sentires
hasta el confín de la tierra.

Os abraza
Omaña

Río Omaña, en Paladín. MAR


©  M. Álvarez Rodríguez











viernes, 31 de enero de 2020

¿Decir misa o dar misa?



Pinceladas gramaticales


En un artículo anterior me preguntaba si los reyes nos traían regalos o nos echaban regalos, y  de las diferencias de matiz que hay entre ambas expresiones.

Otra expresión verbal, acuñada desde época lejana en nuestro idioma,  y estable en su forma durante siglos, está cambiando en el español actual. Se trata de    decir misa.  Cada vez con más frecuencia, sobre todo  entre la juventud, se oye la expresión dar misa.   



El verbo decir ha sido el usual  en esta expresión coloquial. En niveles más cultos, se deben usar otros verbos, como  celebrar, oficiar… Hasta época reciente, el que asistía a la celebración de la misa, se  decía que iba a misa, que iba a oír misa. El sacerdote decía y el feligrés oía. Todo con su propia lógica.

Misa procede del latín vulgar missa y esta de mittere, que significaba enviar. La misa es un envío hacia Dios, porque recuerda su propia celebración. El DLE (RAE) la define así: Celebración  en que el sacerdote renueva en el altar el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Cristo bajo las especies del pan y el vino.

Consultado  de nuevo el diccionario académico, se ve que de las más de treinta variedades de misas o frases hechas que contienen la palabra misa ninguna de ellas va unida al verbo  dar, sí, en cambio, a decir y celebrar. Si se hace la misma consulta con el verbo dar, el número de expresiones es mucho más larga y en ninguna este verbo  va unido al acto de celebrar misa.

La palabra misa ha dado origen a varias expresiones coloquiales. Una de ellas recoge el verbo decir.  Cuando queremos  desestimar con rotundidad lo que otra persona quiere decir, surge la frase: (Por mí) que diga misa. Hay otra expresión que, aunque no recoge el verbo decir, lo lleva ímplicito de forma indirecta, pues cuando se requiere estar en un lugar en silencio y con atención, se recuerda a la gente que hay que estar como en misa.  Para dar algo no se requiere necesariamente silencio, pero sí es necesario  cuando tenemos que oír lo que otra persona nos dice. Y parece que esto que estamos diciendo son argumentos que van a misa, aunque no convenzan a algunas personas. Se dan órdenes, pero se dice misa. Por otro lado, cuando un sacerdote recién ordenado celebra su primera misa, aunque sea solo rezada, se dice que canta misa y al acto se le llama  el cantamisa. Y cantar, evidentemente, tiene más que ver con decir que con dar.


Si  miramos al refranero, vemos que hay muchos refranes que hacen alusión a la misa, algunos en tono jocoso. Todos los que menciono a continuación  aluden al hecho de que la misa se oye o se dice.  Unos visten el altar para que otros digan misa. El que sabe  dice misa. La misa, dígala el cura. Con tanto decir amén la misa no sale bien. Lo primero y principal, oír misa y almorzar. Oye misa y no cuides si el otro tiene camisa. El domingo, oír misa y almorzar y, si hay prisa, deja la misa. El que se levanta tarde ni oye misa ni come carne. Da limosna, oye misa y lo demás tómatelo a risa. En todos estos refranes se alude al hecho de decir misa por parte del sacerdote y a oírla por parte del feligrés. Parece, pues, que la misa nos llega a los oídos, pero no a la bolsa o las manos. 

Es posible que el cambio del verbo decir por el verbo dar sea una contaminación lingüística relacionada   con expresiones repetidas durante la misa: se da la paz, se da la comunión, se da la bendición, se dan las gracias… En Hispanoamérica la expresión “dar la misa” está  mucho más extendida que en España.

Si vamos a misa, preferimos que el oficiante nos la diga, y conviene estar atentos, y no solo oír, sino también escuchar, porque, si no atendemos, solo entenderemos media misa,  y así  no podremos  saber más que de la misa la media. 

¿Decir misa, dar misa? El tiempo dirá si el cambio de verbo va a misa. Mientras tanto, al que le  den la misa, que se la lleve a casa...


jueves, 30 de enero de 2020

Historias de antes. Reseña


HISTORIAS DE ANTES

Autora: Fuencisla  Avial

Febrero, 2019

266 págs.



        Fuencisla Avial es una escritora segoviana. Docente jubilada, ha publicado cinco novelas, entre ellas Me llamo Lolita (2015). Historias de  antes, publicada en 2019, es su última novela. 

Historias de antes es una novela que nos cuenta la historia de tres generaciones de una sencilla familia de un pequeño pueblo segoviano que vieron pasar por su devenir vital la historia de España del siglo XX. Lo más interesante de la historia está enmarcado entre principios de siglo y el final del franquismo. 

Es una novela que trata de darnos a conocer de una forma conmovedora la vida sencilla de las gentes que hacen la historia de cada día y cuya vida no reflejan los libros de historia. La intrahistoria, que de la que hablaba Unamuno: Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de millones de hombres sin historia  que a todas las horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna…

Además de la narradora, que es también personaje, los protagonistas directos son los  abuelos de la narradora y los familiares   y vecinos de estos.  A través de ellos describe la vida y la forma de ser de un pueblo. La autora evoca, con gran acierto, la vida de esas gentes sencillas “toscas, oscuras, duras, firmes y rectas”. Personas que viven en la pobreza, pero no en la miseria, y que siempre  mantienen su honradez y su dignidad. Viven en el campo y del campo, pero tanto hombres como mujeres son personas habilidosas que pueden realizar distintas tareas para adaptarse a sus necesidades. Tienen una existencia monótona donde los días, las preocupaciones y hasta las conversaciones son iguales a sí mismas. La autora describe muy atinadamente el carácter de estas gentes y también la cultura rural  y el ambiente en que transcurre su vida: el trabajo, la vestimenta, las fiestas, las tradiciones religiosas, los apodos… Y la importancia de las relaciones de vecindad y la solidaridad.  También la vida esforzada de los niños que ven truncada su escolarización a edades tempranas para participar en las tareas agrícolas  y ayudar a la economía familiar.

            Fuencisla Avial, a través de la narradora, se muestra crítica ante la desigualdad social que existía en la primera mitad del siglo, entre los grandes terratenientes y los arrendatarios o jornaleros…. También critica  el radicalismo de las ideas que lleva a enfrentamientos  entre gentes que comparten comunidad y forma de vida. Y lo hace tanto al recordar la historia de un pasado  lejano  como al presentar la génesis, el desarrollo de la guerra civil y la  larga posguerra. Vemos  en la novela el enfrentamiento eterno entre las dos Españas que desgraciadamente se mantienen hasta hoy. Españolito que vienes  / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón, decían los conocidos versos de Antonio Machado, al que se cita profusamente en la novela.

Intercalada con la intrahistoria del mundo rural,  la autora entrevera la Historia (con mayúscula) que corre paralela a la vida de esas gentes y de la que apenas tienen conciencia, la historia del siglo XX, de España y de Europa. Pero también aprovecha un paseo por la ciudad de Segovia para, al ir caminando por sus calles y contemplando sus edificios, evocar la historia que transcurrió en esa ciudad desde la época de los romanos. Aprovecha su pasado judío  para presentarnos la vida de ese pueblo con mayor detalle y el sufrimiento sufrido por él a causa de la intransigencia religiosa. Es una manera de ensamblar el presente con el pasado. Unas veces las referencias históricas son puntuales y otras, más extensas, hasta el punto de dedicar capítulos enteros a esas referencias, a modo de pequeños ensayos, como si intentara hacer didactismo con el lector. Quizá en algunas ocasiones sean demasiado prolijas y dejen en segundo plano la intrahistoria que es lo más interesante y literario de la novela.

La novela está narrada en primera persona por Alejandra Castilla (¿la más fuerte, Castilla?) que es también un personaje  importante en la misma. La narradora se introduce en la novela para contarnos cómo se va gestando esta  a partir de los recuerdos de hechos y anécdotas del pasado  que oye contar  a sus familiares. Asimismo, nos traslada sus reflexiones sobre cómo organizar la estructura de la misma, los pasos para conseguir que sea editada y los momentos previos a la presentación del libro. Estamos, pues, ante un ejercicio de metaliteratura, pues se introduce la literatura dentro de la literatura. Esto da pie para contarnos hechos del pasado de esos familiares que protagonizan la novela mezclados con hechos del presente de la escritora, y también para describir dos lugares distintos: el  pueblo, en la época de sus abuelos, que es cuando transcurre la acción principal, y el de la ciudad de Segovia, en su pasado y en su presente.

En ocasiones la narradora parece desaparecer  y se esconde tras una aséptica tercera persona para limitarse a narrar hechos históricos o sucesos que tienen que ver con la intrahistoria.  Puntualmente la narración cambia a segunda persona para conseguir mayor cercanía con el lector (pág. 91) o mayor introspección psicológica de la propia narradora (pág. 95). Los diálogos contribuyen a acentuar el realismo de la narración, reproduciendo la viveza  del lenguaje familiar o coloquial.

La descripción consigue hacernos más creíbles a los personajes.  Utiliza con mucha soltura una abundante y precisa adjetivación, que unida a la enumeración,   la comparación  y la metáfora consiguen  dar calidad literaria  a la novela  y acercarnos de forma plástica el mundo donde  viven los personajes y su forma de ser. Valga como ejemplo de todo ello: “El destino… decidió hacerse notar con un golpe estremecedor, algo que sus mentes acartonadas jamás hubieran podido imaginar, algo tan insospechado, brutal y descarnado, que dinamitó sus vidas como una barrena hace saltar por los aires las montañas”. (Pág. 86).

            De una manera comedida, pero precisa, es capaz de crear  ricas descripciones físicas (prosopografía) o morales (etopeya) de los personajes o de su forma de reaccionar. “(Mi abuelo)… se había ganado el respeto de todos sus vecinos gracias a su carácter sereno,  a su buen juicio en las decisiones que tomaba y a los aciertos en los consejos que regalaba”. (Pág. 35) También realiza minuciosas descripciones topográficas de  la  de la ciudad de Segovia: sus calles, sus plazas, sus edificios, sus tiendas… Y lo hace en dos  épocas distintas. Por una parte, evoca cómo eran en la infancia de la narradora, que es la tercera generación de la familia, y,  por otra, cómo son en época actual, estableciendo un contraste entre las vivencias del pasado que daban a cada ciudad un carácter singular  y las consecuencias de la globalización que igualan unas ciudades con otras y les hacen perder su personalidad.

El léxico narrativo es cuidado y preciso. En algunas ocasiones se deslizan palabras o  construcciones sintácticas propias de la lengua coloquial de los pueblos castellanos que refleja la novela: obradas, “sobrao”,  garrota, arrobo, faltriquera, escardar, gorrinoLa Inés Todo ello contribuye a dar sensación de realismo, incluso de historicidad. Aunque  las frases son más bien largas, la sintaxis es clara y la narración ágil.

La historia de la familia sigue una estructura narrativa lineal, que ocupa cronológicamente las tres primeras partes del siglo XX. La del personaje  de la narradora nos lleva a un tiempo más actual. Desde él, usando el flash back,   vuelve al tiempo de sus antepasados para rememorar  la historia de estos,  tiempo que en parte coincide con el de su infancia, o al presente de la narradora  en los  distintos momentos de redacción de la novela. Todo lo que concierne a su familia es como una evocación que va pasando por su mente desde el momento en que surge la idea de escribir la novela hasta que esta es una realidad.

Se equilibra el papel de la autora-narradora que cuenta hechos y autora-personaje que reflexiona sobre ellos. En estas reflexiones, además de criticar la intolerancia y la violencia, también refleja una cierta crítica con algunos aspectos del temperamento de los castellanos. Son trabajadores, honrados y gentes de fiar, pero demasiado apegados a las tradiciones,  apáticos y  conformistas. Fiel reflejo de las cualidades positivas que reflejaba la Generación del 98, pero también de las negativas. Tiene que ocurrir algo terrible como una guerra que les concierna para que reaccionen. Y cuando acuden a preguntar qué pasa  ya  la guerra ha abierto  las puertas de su casa (A. M.), volviendo otra vez a esa Castilla  que ¿espera, duerme o sueña? Esa España que, cuando estalla la guerra, se da de bruces contra la realidad. Una guerra que asigna a las gentes sencillas a un determinado bando, sin preguntar, y les lleva a una situación de miedo, recelo y crueldad a la que no estaban acostumbrados. Una guerra donde todos quieren salvar a la patria, mientras todos la destruyen y dejan tras sí odio, miedo, cárcel, exilio, muerte… Y mucho dolor. 

La autora deja claro que las personas y sus actos siempre deben estar por encima de las banderas, aunque refleja cierta desconfianza en el ser humano, que es capaz de lo mejor y de lo peor, como refleja la historia de la humanidad. Incluso sugiere que  quizá  el título de la novela podría ser una interrogación: ¿Historias de antes?, porque la historia está condenada a repetirse.

Es una novela que refleja  bien la vida sencilla y serena,  con frecuencia desgraciada, cualquier pequeño pueblo  del mundo rural español, vida  que la autora eleva  literariamente, a través de un estilo claro y cuidado, a  una   grandeza  moral extraordinaria, para dar como resultado una novela que nos conmueve, nos rebela  y nos estremece. Una novela en la que Fuencisla Avial también nos hace sonreír con las muchas anécdotas divertidas que cuenta y en la que ameniza  la narración contando muchas leyendas relacionadas con la provincia y la ciudad de Segovia. Y además, con sus explicaciones históricas y artísticas sobre los monumentos, nos invita a  hacer turismo cultual por  esa ciudad, que nunca está de más.

En resumen, una lectura recomendable, que, además de entretenernos, nos hace conocer nuestra historia  y reflexionar sobre ella.


Margarita Álvarez Rodríguez








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