Tiempo de vilano, de Sol Gómez Arteaga
Editorial Marciano Sonoro
Poemario
115 págs.
Sol Gómez Arteaga es una escritora leonesa, autora de varios libros de relatos, el más reciente Trazos de sombra, que trata sobre los desórdenes de la mente, y una novela, El vuelo de Martín. Tiempo de vilano es su primera publicación poética.
Aunque este es su primer poemario, es cierto que lleva tiempo escribiendo y publicando poemas en las redes sociales, en su blog (Sol a la tinaja) y en otras publicaciones, y también que su literatura narrativa posee una gran dosis de lirismo.
Leer este poemario de Sol Gómez Arteaga es reconciliarse con la memoria, con la suya, que deja plasmada en los versos de sus poemas, y con la nuestra, pues indirectamente nos induce a traerla también al presente.
El poemario está dividido en tres apartados: Tiempo de vilano, es la más extensa y la que da título al libro. La palabra tiempo, en el título, y ese complemento añadido ya nos da una idea del contenido de los poemas: la del tiempo inestable, la del tiempo que huye y se lleva con él parte de nuestro vivir, como lo hacen esos filamentos blancos, los vilanos, que protegen las semillas del diente de león y las esparcen por el aire. Es en ese apartado donde se desarrollan los temas nucleares de poemario y donde se refleja mejor la forma de ser y de vivir de la autora. Hay dos partes más tituladas Manuel de ausencias, cada una con un subtítulo: Escribo un prólogo de letras ciegas, la primera, y Voy pasando las hojas y no apareces, la segunda. Desde la nostalgia que recorre todo el poemario, los versos giran ahora alrededor de la ausencia del padre que la autora evoca con amor y admiración. Y completa el poemario un apartado final de textos en prosa poética titulado Nubes. Ahí aparecen las nubes que podemos contemplar y aquellas otras invisibles que pasan por nuestra mente y son instantes de vida, incluidas las nubes de palabras.
La poesía de Sol
Gómez Arteaga está muy próxima a lo que se llamó en los años 80 la “poesía de la experiencia”, una poesía de lo cotidiano, de la que
uno de sus representantes más notables
fue el poeta Luis García Montero. Es una
poesía en la que no hay que entender, sino sentir, y con la que cualquier
lector sensible puede sentirse identificado. Una poesía de lo cercano e inmediato que integra la
memoria personal en la memoria colectiva. Poesía intimista que sabe ir del yo al nosotros.
Si quisiéramos compararla con alguna corriente pictórica, creo que estaría próxima al Impresionismo. La
autora trata siempre de captar el instante,
la vivencia: un sonido, un rayo de luz, una maceta, ropa tendida, una hoja
perdida de otoño, la contemplación de una nube, la
lluvia… se convierten a través de su sensibilidad y su mirada poética en arte
de la palabra y algo mágico que mueve el sentimiento de lector. Ella misma asegura: Yo aprendí que la belleza está en lo simple. De esos instantes
fugaces dice en otro poema que son trocitos bien compactos de belleza. La palabra instante la repite con frecuencia
en el poemario: Un instante de abandono.
En ocasiones necesito / de un instante así. Dentro de los instantes que
capta, con más frecuencia, en sus versos, están los que le sugieren refugio, inspiración, armonía… Una especie de caricia física y afectiva. Se podría decir también que su poesía
es contemplativa: la contemplación del instante.
A primera vista podría
parecer una tarea fácil escribir
como lo hace Sol Gómez Arteaga, pero
buscar la emoción y la belleza en lo aparentemente intrascendente, suele
resultar difícil. Sentir gozo estético
ante una catedral gótica es algo fácil
de percibir para cualquiera, en cambio no lo es tanto convertir en un instante
poético, por ejemplo, la inquietud que
vive un paciente en la sala de espera de una consulta. Esta es “la poesía de
los poetas”, que diría Bécquer. Y Sol Gómez Arteaga no solo escribe
poesía, es poeta.
La poesía de Sol es deudora de las vivencias de infancia de
una niña que se crio en el pueblo de Valderas (León), en contacto con la
naturaleza y en el seno de una familia humilde que le enseñó el valor de lo auténtico, la dignidad,
la sobriedad… Hasta donde me llegan los recuerdos /
siempre fui / una niña
ensimismada / en la luz, dice de sí misma. Fue una niña que sufrió el rechazo
de otras niñas de su edad y supo lo que era la soledad. Aquella niña de carácter retraído, imaginativo y solitario que actuaba
en comedias sin público, / que ideaba club de fans sin fans… quizá estaba
descubriendo su vocación literaria. Seguramente
ella veía una belleza a su alrededor que aquellas otras compañeras no veían. Ese
tiempo de infancia está muy presente en el poemario, con sus vivencias, unas
veces, amargas y, otras, amables.
Y se sigue sintiendo esa niña que fue, aunque ya se encuentre en su madurez. La nostalgia
la ha acompañado siempre, nostalgia del pasado y hasta de un tiempo no vivido.
La autora procede del mundo rural leonés. Y ese mundo rural es parte importante de la esencia de su
poesía. La nostalgia de infancia se funde con la de los paisajes y el
paisanaje, la familia… Vengo de un mundo de sonrisas quedas, / de
palabra parcas, / de campos mutilados, /
de ofrecimientos sencillos… En sus versos están
los campos y caminos de su pueblo: Vengo
de un mundo de cebadas mecidas por el aire… Son los
paisajes de horizontes infinitos
de las llanuras de la Tierra de Campos
leonesa. Son paisajes que le aportan serenidad, caminos diáfanos que traen la luz a los intrincados laberintos en que nos perdemos. Esos campos,
aparentemente poco literarios, son
transformados en poesía por la autora: campos / tendidos al cielo como una plegaria
/ esperan misericordia.
En su poesía aparecen paisajes exteriores y paisajes interiores y se
funden con mucha frecuencia: Busco en el
paisaje / una luz / que no está fuera /
que es interior / propia. Y esos paisajes siempre han permanecido con ella:
Me traje conmigo / a la ciudad inhóspita
/ todo el verde / de las cebadas de
mayo. Esa fusión del yo con un paisaje de escasa vegetación, que se eleva al
rango literario, nos recuerda la visión
de Castilla que tenía la Generación del
98. Unamuno decía del paisaje castellano que era “un mar petrificado y lleno de
cielo”. El de Sol es un mar de terrenales olas, un mar de tierra y horizonte. Este mar
de tierra árida la lleva también añorar otro mar, el real, que también tiene una
importante presencia en el poemario, porque
su paisaje natal es un paisaje de presencias, pero también de ausencias.
Y me sigue recordando a los noventayochistas. Decía Azorín: “No
puede ver el mar la solitaria y
melancólica Castilla. Está muy lejos el
mar de estas campiñas llanas, rasas,
polvorientas…”. Sol Gómez Arteaga
necesita el mar, el mar eterno, la
contemplación de sus olas: Y el mar / siempre el mar / al fondo. Y nos confiesa: Cuando quiero saber de mí le preguntó a las olas.
Otro elemento
importante de un paisaje que la ayuda a conocerse, para caminar hacia el interior de ella misma,
es el bosque. Dejemos que hablen otra vez
sus versos: También me dijo el bosque que aquel que ven mis ojos / es idéntico a otro / más pequeñito / que
llevo dentro. / Oscilante / lleno de terraplenes / subidas y bajadas /
riachuelos/ sujeto a la intemperie / al paso del tiempo. Está clara la
fusión del paisaje vital con el paisaje contemplado.
En ese mundo de añoranza también tiene un papel fundamental la familia. Es el
núcleo de los afectos y del cobijo. Es la
cercanía primigenia de los míos. Es
importante la presencia de las
mujeres a lo largo del poemario. Son mujeres que tienen la certeza / de resistir
/ sin pretensiones. Dedica un poema a su
hermana mayor, que significa para ella complicidad, apoyo y protección y seguirá
protegiéndote de las
inclemencias de la vida… Creerá en ti
con fe ciega. Pero es la madre la
que tiene una presencia más destacada, una madre que tranquiliza,
/ sosiega, / espanta monstruos / y siempre está. Una madre que es prototipo
de lo que ha sido la mujer rural
leonesa: esforzada, resignada, silenciosa, una de tantas penélopes domésticas en actitud permanente de esperas y esperanzas. Todas son mujeres
que cultivan en calderos la paciencia. Una madre que está en la presencia física y
también en las cosas que tienen relación con ella. Es como
si el espacio afectivo de la madre se
proyectara al espacio externo en que se mueve. Un rincón del patio es para
su hija Sol cavidad uterina. Y llega a afirmar que la
poesía es el ritmo originado / en el latido primigenio de la madre.
Pero dentro de la
familia es el padre desaparecido el que
ocupa un lugar preeminente en el recuerdo. Se
alude a él en algunos versos del apartado Tiempo de vilano y, especialmente, en los dos titulados Manual de ausencias: Escribo un prólogo de letras ciegas y En voy pasando las hojas y no apareces. El padre está presente en la evocación de
diversos instantes vividos con él: los paseos por el campo, el color de su
traje, las manos, una felicitación navideña… los balidos las ovejas… Y es
que su padre era un humilde pastor de ovejas / hijo de una mujer de negro y un padre
fusilado. También evoca sus
enseñanzas: la dignidad, la fuerza, el tesón... Es el homenaje de una hija hacia el padre
desde los afectos y la nostalgia.
En el marco de las relaciones familiares aparece también el tema de la Recuperación de la Memoria Histórica de los represaliados por
el franquismo. Es sabida la implicación de la autora en este asunto, que la afecta de forma familiar.
El abuelo fusilado ha marcado a su
familia y no podía quedar fuera de su poesía. En sus versos están representados
todos los que murieron en similares circunstancias. Evoca el dolor de su familiares, que vivieron un duelo sin sepelio y sin flores, / sin
plañideras / sin beso de despedida… que pudieran hacer la ausencia más
llevadera, y el de los fusilados que murieron en soledad estricta. La recuperación
de sus restos reaviva el dolor, pero también genera consuelo, porque ahora son
muertos con nombre y, al fin, mandíbulas sedientas / de luz y de Memoria descansan
en paz.
En la poesía de Sol Gómez Arteaga también cobra gran presencia
la casa, como morada que reconforta, como lugar de acogida, de silencio: la habito / me habita… Un lugar de
encuentro consigo misma donde transitan
las horas / los amaneceres / los sueños. Y que se convierte en su bastión de soledad y el
epicentro el mundo.
La soledad es otro
sentimiento que recorre todo el poemario. Unas veces aparece la soledad de la
incomprensión, de aquella niña “no juntada” en la infancia o la soledad del ser
humano ante sus miedos y problemas y otras, la soledad querida, la soledad
sonora y creativa, esencial para los artistas. En cualquier caso la soledad va
unida en sus versos siempre a la nostalgia.
Entre tantos sentires y quereres aparecen también los vivires
de la autora: la concepción de la vida. La vida es para ella la conjunción de pérdida y
encuentro, como ocurre con ese vilano del diente de león del que habla el
título. Se lo lleva el viento, pero en su vida etérea algunas de sus semillas de aire / fructifican / así es la vida. Para
no enfrentarnos al futuro incierto, que
nos produce desazón, llenamos nuestra
vida de proyectos, de haceres y quehaceres. La clave, según la poeta, está en
darnos cuenta de que lo esencial no es llegar / sino el trayecto. Y, aunque
en algunos momentos aparece una
visión desolada del vivir humano, sin embargo, en otros, se alza sobre ese pesimismo y de repente surge
la luz: Siempre que anochece en la ciudad
/ que habita en cada uno de nosotros / amanece / con luz propia.
Llama la tención
también la presencia constante de lluvia, una lluvia que lava, una lluvia de luz, sanadora. Una lluvia con la
que siente que se funde. De todo lo
vivido / confieso que me quedo con la
lluvia / que además de sanadora / es
música celestial para mis oídos. La lluvia le permite aislarse a veces bajo
un toldo o paraguas y sentirse isla. Otra vez la soledad. Y al lado de la
lluvia las nubes, las reales y las metafóricas, de las que habla en algún poema
y en varios de los textos finales que
están escritos en prosa. A ellas les dedica un texto bellísimo: ¿Con qué sueñan las nubes? Un texto
lleno de interrogaciones retóricas dirigidas a
esas nubes que contempla. Entre esas preguntas aparecen estas: ¿a quién aman, si es que aman? ¿Tal vez al
que les habla bajito al atardecer para que, soñolientas, dejen paso a la noche
y a sus rivales, las estrellas?
La autora escribe en versos libres, adaptados en el ritmo a la emoción que trata de transmitir en
cada momento, con frecuentes paralelismos sintácticos que contribuyen a la
musicalidad. El estilo está basando en
la búsqueda de la esencia de la palabra, sin demasiados adornos formales. Las imágenes son claras, pero muy evocadoras.
Como esta comparación: Ese silencio tan
callado / como un pozo. O estas metáforas: Lágrimas de lluvia. Sueños de
pedernal. Puede unir la imagen a otros recursos: Amapolas que tejen silencios. También utiliza la sinestesia que nos hace percibir la mezcla de sensaciones: El aire huele a amarillo o La
memoria olfativa / pobló el aire / de resonancias. No faltan algunas
notables antítesis: Letras ciegas.
Podríamos decir que la poesía de Sol Gómez Arteaga es íntima,
transparente, tierna, inocente. Es la poesía del instante que se eterniza en su mirada poética. Su poesía es la
vida, porque la vida casi siempre es eso: una sucesión de instantes que nos
hacen estar alerta, sufrir… Pero también
disfrutar de la belleza contenida en esos instantes y de los afectos que los pueblan. Quizá el
secreto del vivir (felices) sea mirar la vida con limpia mirada infantil y ojos de poeta. Verso a verso Sol se desnuda
en este poemario con voz muy íntima y personal: Nadie impedirá que despoje, / unas veces de harapos, / otras veces de tules, / mi corazón. Y lo hace desde la mirada de una
niña corriendo con un vestido
amarillo de soles y desde sus paisajes de infancia: en las
eras de mi infancia está contenido mi universo todo.
Cualquier persona que se adentre en el poemario Tiempo de vilano descubrirá que, detrás
de cada uno de sus poemas, está siempre el carácter contemplativo de la autora, el
asombro y la sensibilidad de la niña y la poeta que lleva dentro. Y dentro de
sus versos, de alguna forma, nos
sentiremos acogidos cada uno de los
lectores, especialmente los que nos criamos en el mundo rural. Leer estos
poemas de Sol Gómez Arteaga es una delicia para el espíritu, porque ella sabe
hacernos llegar sus vivencias envueltas en nubes de palabras: en
palabras emotivas, en palabras sinceras,
en palabras claras… En palabras poéticas.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga
y profesora
No hay comentarios:
Publicar un comentario