domingo, 12 de noviembre de 2023

Reseña de TIEMPO DE VILANO, de Sol Gómez Arteaga

 

Tiempo de vilano, de Sol Gómez Arteaga

Editorial Marciano Sonoro

Poemario

115 págs.

 


Sol Gómez Arteaga es una escritora leonesa, autora de varios libros de relatos, el más reciente Trazos de sombra, que trata sobre los desórdenes de la mente, y una novela, El vuelo de Martín. Tiempo de vilano es su primera publicación poética.

Aunque  este es su primer poemario, es cierto que lleva tiempo escribiendo y publicando poemas en las redes sociales, en su blog  (Sol a  la tinaja) y en otras publicaciones, y también que su literatura narrativa posee una gran dosis de lirismo.

Leer este poemario de  Sol Gómez Arteaga es reconciliarse con la memoria, con la suya, que deja plasmada en los versos de sus poemas, y con la nuestra, pues indirectamente nos induce a traerla también al presente.  

El poemario está dividido en tres apartados: Tiempo de vilano, es la más extensa  y la  que da título al libro.   La palabra tiempo, en el título,  y  ese complemento añadido ya nos da una idea del contenido de los poemas: la del tiempo inestable, la del tiempo que huye  y se lleva con él parte de nuestro vivir,  como lo hacen  esos filamentos blancos, los vilanos, que protegen las semillas del diente de león y las esparcen por el aire.  Es en  ese apartado donde se desarrollan los temas nucleares de poemario y  donde se refleja mejor la forma  de ser  y de vivir de la autora.  Hay dos partes más tituladas Manuel de ausencias, cada una con un subtítulo: Escribo un prólogo de letras ciegas, la primera, y  Voy pasando las hojas y no apareces, la segunda. Desde la nostalgia que recorre todo el poemario, los versos giran   ahora  alrededor de  la ausencia  del padre que la autora evoca con amor y admiración. Y completa el poemario un apartado  final de textos en prosa poética titulado Nubes. Ahí aparecen las   nubes que podemos contemplar y  aquellas otras invisibles que pasan por nuestra mente y son instantes de vida, incluidas las nubes de palabras.

La  poesía  de  Sol Gómez Arteaga está muy próxima a lo que se llamó en los años 80  la “poesía de la experiencia”,  una poesía de lo cotidiano, de la que uno  de sus representantes más notables fue el poeta Luis García Montero.  Es una poesía en la que no hay que entender, sino sentir, y con la que cualquier lector sensible puede sentirse identificado. Una poesía  de lo cercano e inmediato que integra la memoria personal en la memoria colectiva. Poesía intimista que sabe ir  del yo al nosotros.

Si quisiéramos  compararla con alguna corriente pictórica,  creo que estaría próxima al Impresionismo. La autora trata  siempre de captar el instante, la vivencia: un sonido, un rayo de luz, una maceta, ropa tendida, una hoja perdida   de otoño, la contemplación de una nube, la lluvia… se convierten a través de su sensibilidad y su mirada poética en arte de la palabra y algo mágico que mueve el sentimiento de lector.  Ella misma asegura: Yo aprendí que la belleza está en lo simple. De esos instantes fugaces  dice en otro poema que son trocitos bien compactos de belleza.  La palabra instante la repite con frecuencia en el poemario: Un instante de abandono. En ocasiones necesito / de un instante así. Dentro de los instantes que capta, con más frecuencia,   en sus versos, están los que le sugieren refugio, inspiración, armonía…  Una especie de caricia física y afectiva.  Se podría decir también que su  poesía  es  contemplativa: la contemplación del instante.

A primera  vista podría parecer una tarea  fácil escribir como  lo hace Sol Gómez Arteaga, pero buscar la emoción y la belleza en lo  aparentemente intrascendente, suele resultar   difícil. Sentir gozo estético ante una catedral gótica es algo  fácil de percibir para  cualquiera, en cambio  no lo es tanto convertir en un instante poético, por ejemplo,  la inquietud que vive un paciente en la sala de espera de una consulta. Esta es “la poesía de los poetas”, que diría   Bécquer. Y Sol Gómez Arteaga no solo escribe poesía,  es poeta.

La poesía de Sol es deudora de las vivencias de infancia de una niña que se crio en el pueblo de Valderas (León), en contacto con la naturaleza y en el seno de una familia humilde que le enseñó el valor de lo auténtico, la dignidad, la sobriedad…  Hasta donde me llegan los recuerdos /    siempre fui / una niña ensimismada / en la luz, dice de sí misma. Fue una niña que sufrió el rechazo de otras niñas de su edad y supo lo que era la soledad. Aquella niña  de carácter retraído, imaginativo  y solitario  que actuaba en comedias sin público, / que ideaba club de fans sin fans… quizá estaba descubriendo su vocación literaria.  Seguramente ella veía una belleza a su alrededor que aquellas otras compañeras no veían. Ese tiempo de infancia está muy presente en el poemario, con sus vivencias, unas veces, amargas  y, otras, amables.  Y se sigue sintiendo esa niña que fue, aunque ya se encuentre en su madurez. La nostalgia la ha acompañado siempre, nostalgia del pasado y hasta de un tiempo no vivido.

La autora   procede  del mundo rural leonés. Y ese mundo rural  es parte importante de la esencia de su poesía. La nostalgia de infancia se funde con la de los paisajes y el paisanaje, la familia…  Vengo de un mundo de sonrisas quedas, / de palabra parcas, / de campos mutilados, /  de ofrecimientos sencillos… En sus versos  están  los campos y caminos de su pueblo: Vengo de un mundo de cebadas mecidas por el aire…  Son los  paisajes  de horizontes infinitos de las llanuras de  la Tierra de Campos leonesa. Son paisajes que le aportan serenidad, caminos diáfanos que  traen la luz a los intrincados laberintos en que nos perdemos. Esos campos, aparentemente  poco literarios, son transformados en  poesía por la autora: campos / tendidos al cielo como una plegaria / esperan misericordia.  

En su poesía aparecen paisajes exteriores y  paisajes interiores  y  se funden con mucha frecuencia: Busco en el paisaje  / una luz / que no está fuera / que es interior / propia. Y esos paisajes siempre han permanecido con ella: Me traje conmigo / a la ciudad inhóspita / todo el verde  / de las cebadas de mayo.  Esa fusión del yo con un  paisaje de escasa vegetación, que se eleva al rango literario,   nos recuerda  la  visión de Castilla que tenía la Generación  del 98. Unamuno decía del paisaje castellano que era “un mar petrificado y lleno de cielo”.  El de Sol es un mar de terrenales olas, un mar  de tierra y horizonte. Este mar de tierra árida  la lleva también  añorar  otro mar, el real, que también tiene una importante presencia en el poemario, porque  su paisaje natal es un paisaje de presencias, pero también de ausencias.  Y  me sigue recordando  a los noventayochistas. Decía Azorín: “No puede ver el mar  la solitaria y melancólica  Castilla. Está muy lejos el mar  de estas campiñas llanas, rasas, polvorientas…”.  Sol Gómez Arteaga necesita el mar, el mar eterno,  la contemplación de sus olas:   Y el mar /  siempre el mar / al fondo. Y  nos confiesa: Cuando quiero saber de mí le preguntó a las olas.

Otro elemento importante  de un paisaje  que la ayuda a conocerse, para caminar hacia el interior de ella misma, es el bosque. Dejemos que hablen  otra vez sus versos: También me dijo el bosque que aquel que ven mis ojos /  es idéntico a otro / más pequeñito / que llevo dentro. / Oscilante / lleno de terraplenes / subidas y bajadas / riachuelos/ sujeto a la intemperie / al paso del tiempo. Está clara la fusión del paisaje vital con el paisaje contemplado.

En ese mundo de añoranza también  tiene un papel fundamental la familia. Es el núcleo de los afectos y del cobijo. Es la cercanía primigenia de los míos.  Es importante la presencia  de las mujeres  a lo largo del poemario. Son mujeres que tienen la certeza / de resistir / sin pretensiones. Dedica un poema a su  hermana  mayor, que  significa para ella  complicidad, apoyo y protección  y seguirá protegiéndote  de las inclemencias de la vida… Creerá en ti con fe ciega.  Pero es la madre la que tiene una presencia más destacada, una madre  que tranquiliza, / sosiega, / espanta monstruos / y siempre está. Una madre que es prototipo de lo que ha sido la mujer  rural leonesa: esforzada, resignada, silenciosa, una de tantas penélopes domésticas en actitud permanente de esperas  y esperanzas. Todas son  mujeres que cultivan en calderos la paciencia.  Una madre que está en la presencia física y también   en las cosas que tienen relación con ella. Es como si el espacio afectivo de la madre  se proyectara al espacio externo en que se mueve. Un rincón del patio  es para  su hija Sol  cavidad uterina. Y llega a afirmar que  la poesía es el ritmo originado / en el latido primigenio  de la madre.

Pero  dentro de la familia es el padre desaparecido  el que ocupa un lugar preeminente en el recuerdo.  Se  alude a él en algunos versos del apartado Tiempo de vilano y, especialmente, en los dos titulados Manual de ausencias: Escribo un prólogo de letras ciegas y En voy pasando las hojas y no apareces.  El padre está presente en la evocación de diversos instantes vividos con él: los paseos por el campo, el color de su traje, las manos, una felicitación navideña… los balidos  las ovejas…   Y es que su  padre era un humilde pastor de ovejas / hijo de una mujer de negro y un padre fusilado. También evoca  sus enseñanzas: la dignidad, la fuerza, el tesón...  Es el homenaje de una hija hacia el padre desde los  afectos  y la nostalgia.

En el marco de las relaciones familiares aparece  también el tema de la Recuperación de  la Memoria Histórica de los represaliados por el franquismo.  Es sabida la implicación de la autora  en este asunto, que la afecta de forma familiar. El abuelo fusilado ha marcado  a su familia y no podía quedar fuera de su poesía. En sus versos están representados todos los que murieron en similares circunstancias. Evoca el dolor  de su familiares, que vivieron un duelo sin sepelio y sin flores, / sin plañideras / sin beso de despedida… que pudieran hacer la ausencia más llevadera, y el de los fusilados que murieron en soledad estricta. La   recuperación de sus restos reaviva el dolor, pero también genera consuelo, porque ahora son muertos con  nombre y, al fin,    mandíbulas sedientas / de luz y de Memoria descansan en paz.

En la poesía de Sol Gómez Arteaga también cobra gran presencia la casa, como morada que reconforta, como lugar de acogida, de silencio: la habito / me habita… Un lugar de encuentro consigo misma donde transitan las horas / los amaneceres / los sueños. Y que se convierte en su bastión de soledad  y el epicentro el mundo.

La soledad es  otro sentimiento que recorre todo el poemario. Unas veces aparece la soledad de la incomprensión, de aquella niña “no juntada” en la infancia o la soledad del ser humano ante sus miedos y problemas y otras, la soledad querida, la soledad sonora y creativa, esencial para los artistas. En cualquier caso la soledad va unida en sus versos siempre a la nostalgia.

Entre tantos sentires y quereres aparecen también los vivires de la autora: la concepción de la vida. La vida  es para ella la conjunción de pérdida y encuentro, como ocurre con ese vilano del diente de león del que habla el título. Se lo lleva el viento, pero en su vida etérea algunas de sus semillas de aire / fructifican / así es la vida. Para no  enfrentarnos al futuro incierto, que nos produce desazón,  llenamos nuestra vida de proyectos, de haceres y quehaceres. La clave, según la poeta, está en darnos cuenta de que lo esencial  no es llegar / sino el trayecto.  Y, aunque  en algunos momentos  aparece una visión desolada del vivir humano, sin embargo, en otros,  se alza sobre ese pesimismo y de repente surge la luz: Siempre que anochece en la ciudad / que habita en cada uno de nosotros / amanece / con luz propia.

Llama  la tención también la presencia constante de lluvia, una lluvia que lava,  una lluvia de luz, sanadora. Una lluvia con la que siente que se funde. De todo lo vivido / confieso  que me quedo con la lluvia / que además  de sanadora / es música celestial para mis oídos. La lluvia le permite aislarse a veces bajo un toldo o paraguas y sentirse isla. Otra vez la soledad. Y al lado de la lluvia las nubes, las reales y las metafóricas, de las que habla en algún poema y en varios de  los textos finales que están escritos en prosa. A ellas les dedica un texto bellísimo: ¿Con qué sueñan las nubes? Un texto lleno de interrogaciones retóricas dirigidas a  esas nubes que contempla. Entre esas preguntas aparecen estas: ¿a quién aman, si es que aman? ¿Tal vez al que les habla bajito al atardecer para que, soñolientas, dejen paso a la noche y a sus rivales, las estrellas?

La  autora escribe en versos libres, adaptados en el ritmo a la emoción que trata de transmitir en cada momento, con frecuentes paralelismos sintácticos que contribuyen a la musicalidad. El estilo está basando  en la búsqueda de la esencia de la palabra, sin demasiados adornos formales.  Las imágenes son claras, pero muy evocadoras. Como esta comparación: Ese silencio tan callado / como un pozo. O estas metáforas: Lágrimas de lluvia. Sueños de pedernal. Puede unir la imagen a otros recursos: Amapolas que tejen silencios.  También  utiliza la sinestesia que  nos hace percibir la mezcla de sensaciones: El aire huele a amarillo o  La memoria olfativa / pobló el aire / de resonancias. No faltan algunas notables antítesis: Letras ciegas.

Podríamos decir que la poesía de Sol Gómez Arteaga es íntima, transparente, tierna, inocente. Es la poesía del instante que se  eterniza en su mirada poética. Su poesía es la vida, porque la vida casi siempre es eso: una sucesión de instantes que nos hacen estar alerta,  sufrir… Pero también disfrutar de la belleza contenida en esos instantes y  de los afectos que los pueblan. Quizá el secreto del vivir (felices) sea mirar la vida con  limpia mirada infantil y  ojos de poeta. Verso a verso Sol se desnuda en este poemario con voz muy íntima y personal: Nadie impedirá que despoje, / unas veces de harapos,  / otras veces de tules, /  mi corazón. Y lo hace desde la mirada de una  niña corriendo con un vestido amarillo de soles y desde sus paisajes de infancia:  en las eras de mi infancia está contenido mi universo todo.

Cualquier persona que se adentre en el poemario Tiempo de vilano descubrirá que, detrás de cada uno de  sus poemas, está   siempre  el carácter contemplativo de la autora, el asombro y la sensibilidad de la niña  y  la poeta que lleva dentro. Y  dentro de   sus versos, de alguna forma, nos sentiremos acogidos  cada uno de los lectores, especialmente los que nos criamos en el mundo rural. Leer estos poemas de Sol Gómez Arteaga es una delicia para el espíritu, porque ella sabe hacernos   llegar  sus vivencias envueltas en nubes de palabras: en palabras emotivas, en  palabras sinceras, en palabras claras… En palabras  poéticas.

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora





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