domingo, 28 de enero de 2024

Reseña de "La flor del esparto", de Ana Ortega Romanillos

 Poemario

87 páginas

Ediciones Vitrubio. Poesía Tatoo


Ana Ortega Romanillos es natural de Alcolea de las Peñas, un pueblo de Guadalajara, aunque ha realizado su vida profesional en Madrid. Es poeta de  larga trayectoria, pues tiene publicados ya más de una docena de poemarios. Además,  es también promotora  cultural en distintos ámbitos, especialmente en lo referido a recitales de poesía.

Ana Ortega nos presenta ahora  un nuevo poemario titulado La flor del esparto. El título nos remite ya a esa naturaleza tan inspiradora  siempre para la poeta, como ya ocurría en poemarios anteriores, tales como Perfiles del agua,  Tréboles refulgentes… Tomo de la cubierta posterior del libro una frase que me parece significativa, porque tiene mucha relación con la concepción de la poesía que tiene Ana Ortega. “Pocas amistades tiene un poeta como la naturaleza, pocas, como el mar, el campo, el silencio nocturno, cualquier luna que sea espacio de soledad”. Y es que el  mar, el campo, el silencio, la luna, la soledad… son piedras angulares de este poemario. Evoco a mi tierra de dorada parva / con versos sonoros / tierra roja de brezo y jara, confiesa la poeta.

Los poemas se agrupan en dos partes bien diferenciadas, aunque también  presentan   unos cuantos elementos comunes: la primera se titula Volver al mundo real y la segunda, Incertidumbre global en tiempos de pandemia.

La poesía de Ana Ortega podría inscribirse, en general, en la llamada poesía de la experiencia. Son esas vivencias que vive la poeta al tender la mirada sobre el mundo que la rodea las que inspiran sus versos. Sigo la estela de la poesía / y la pongo en mi vida diaria, manifiesta en el poema Vuelan recuerdos. Y esa poesía surge a veces a partir del silencio y  la soledad. Precisamente en un poema con ese título nos dice: Soledad buscada de los poetas, / en este estado la poesía es suspiro, es lamento / es la voz del mundo, / un mismo idioma, / a veces los mismos sueños.

En sus versos aparecen constantemente elementos del mundo natural, del mundo rural: relinchos de los caballos, molinos, campos de maíz,  el trabajo del esparto de las mujeres... También están presentes  personajes vinculados a ese mundo, como los arrieros, los segadores, los labriegos…  En general, es un paisaje de quietud.

Se repiten momentos o situaciones que son propicios para el recuerdo y la nostalgia: la caída de la tarde, la noche, la luna… Y es que  la nostalgia es la línea conductora del poemario. Y esa  nostalgia en algunos poemas se transforma en dolor: detrás de las puertas /  navega el dolor, llora el alma. El recuerdo la lleva a un mundo donde anida la verdad y el misterio, que la autora transforma en materia poética.

El mar es  también lugar de calma y de nostalgia y lugar de encuentro con la persona amada  en una  amalgama  / de miradas  y abrazos. El amor es otro de los temas del poemario, pues  la poeta invita al amado al encuentro amoroso y pasional que refleja con alusiones a la naturaleza y con el símbolo del fuego o  la llama.  Te cobijaré en mi fuego, dice en el poema Agua de venero. La persona amada parece trascender lo humano y elevarse a un amor plenamente místico, como refleja el poema Tus manos en mis manos, en  que la autora parece fundirse con el amado en un éxtasis: Soy esencia de tu esencia (…)  Abre tus brazos a los míos y todo será uno. La poeta  tiene en su haber un poemario de poesía mística: Alba desnuda. En varios poemas de este poemario  aparece su ansia de búsqueda de ese amor perfecto del que dice: abrazo tu esencia...

En los versos de Ana  Ortega también está presente la luna, una luna inspiradora y que también es marco de la nostalgia: La luna me rige… / me inspira / como violín que muestra sus cuerdas / en haces de luz. Y en otro poema: Bajo el imán de la luna / hoy pregunto a mi yo. Esa luna nos recuerda a la luna  lorquiana, una luna testigo y a veces una luna trágica. A Federico García  Lorca, precisamente, le dedica un hermoso  poema El duende de Federico, que es una auténtica elegía al escritor granadino, y  en él, ¡cómo no!, aparece  la luna lorquiana.  En ese mundo de nostalgia también alude con frecuencia al silencio y la soledad que sirven de inspiración poética. Otro elemento poético es el agua, en forma de río, venero, fuente, torrente… El agua es vida y luz: luminoso cenit. Uno de los poemas se titula Quisiera ser agua. ¿Es acaso en su poesía un símbolo de la fe? El agua sacia mi alma, asegura la poeta.

Los poemas de la segunda parte están inspirados en los días de zozobra y dolor vividos en la pandemia. Nos habla de sueños perdidos: las ilusiones se apagaron. Sigue presente la nostalgia, pero a ella  se añaden  la incertidumbre, el dolor, la angustia. Y, precisamente,  el dolor hace que la autora vuelva a refugiarse en la nostalgia.  Ansía el olvido y evoca  otros veranos llenos de flores, de luna  y de tréboles refulgentes, pero carentes de abrazos y despedidas. El confinamiento  es un tiempo de silencio impuesto en que la melancolía nos habita  y la luna domina las sombras. Pero, a pesar de todo aparece la luz de la esperanza  y la solidaridad, como ciega voluntad de lucha y también la fe religiosa   y el refugio en la naturaleza. Ante esa zozobra  que produce la pandemia la poeta  acude a refugiarse en los recuerdos y se deja envolver por el aliento de lumbre del amor.

El léxico está en consonancia con los temas tratados en sus poemas. Se repiten palabras y expresiones relacionadas con el pasado y la nostalgia: el pasado, lo antiguo, el recuerdo, los ancestros, eternas nostalgias,  tiempos pretéritos, antiguos caminos, rumor del pasado… A veces los títulos son alusivos por sí mismos al tiempo pasado. En la segunda parte aparecen muchas palabras relacionadas con el sufrimiento: dolor, incertidumbre, luna, cipreses, oscuridad…

Ana Ortega utiliza con soltura   un lenguaje poético bastante elaborado.  Son poemas muy plásticos en los que juega  con  bellas sinestesias mezclando sensaciones distintas o sensaciones y sentimientos: Sinfonía de flor.  En  mar de ritmos / y de fragancias embrujadas. Dulce llamada. Luz de ausencias.  Es bellísimo el poema titulado Paseo por la Alhambra por esa plasticidad de la que hablamos y por su emotividad. En él aparecen versos como estos: La noche es azul / es tibia, es clara/ llena de aromas y sonidos / de las aguas que cantan. No faltan tampoco elaboradas metáforas, en ocasiones transformadas en símbolos: Bebo en el río de tus ojos… Un oasis nace en tu alma… Flotan estrofas. Trenzabas primaveras… También personifica con frecuencia elementos de la naturaleza o sensaciones: En la tarde vociferan los jazmines. Escucho los latidos del tiempo. Se durmió la primavera. Danzan mis versos como resonancias de mi infancia… Y,  no sabemos si de forma buscada o por mera  intuición poética,   nos sorprende con   aliteraciones de sonidos como la s y las nasales: tiempo de nuevas miradas… tiempo de encontrar algo de magia…

Desde el punto de vista métrico usa, en general el verso libre, aunque  en ellos se reconocen a veces los octosílabos.  Hay variados elementos rítmicos, los más frecuentes  son el paralelismo y las repeticiones de palabras: Hoy la luna me observa / hoy la luna me llama… En esas repeticiones encontramos, en ocasiones,  versos bimembres: crepitan veranos, rugen inviernos  y también  contrastes entre los elementos que indican movimiento y los  que sugieren quietud.

Como ya he dicho más arriba, la nostalgia es el eje temático del poemario. Es el  sentimiento que cruza todos sus poemas: La génesis de mi poesía está en / el pasado y mi melancolía. Detrás de esa nostalgia está el paso del tiempo, pues nos consume la vida. En la primera parte,  se evoca ese pasado  relacionado con la naturaleza como lugar de sosiego y belleza y en la segunda, como una necesidad de huir de un presente agónico: el de la pandemia.

Pero, a pesar de ello, ráfagas de luz, de sosiego, de esperanza y  de solidaridad  iluminan todo el poemario: el agua es luminosa o  iridiscente, los tréboles refulgentes, las luces calladas,  hay vergeles en medio de la noche  Y esa luz ilumina la vida, aunque sea en el recuerdo. Disfrutamos, pues,  en  La flor del esparto, de la luz de los poemas de Ana Ortega Romanillos,  como lo hemos hecho de sus anteriores poemarios.


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga

Enero de 2024


 

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