Poemario
87 páginas
Ediciones
Vitrubio. Poesía Tatoo
Ana Ortega nos
presenta ahora un nuevo poemario
titulado La flor del esparto. El título
nos remite ya a esa naturaleza tan inspiradora siempre para la poeta, como ya ocurría en
poemarios anteriores, tales como Perfiles del agua, Tréboles refulgentes… Tomo
de la cubierta posterior del libro una frase que me parece significativa,
porque tiene mucha relación con la concepción de la poesía que tiene Ana
Ortega. “Pocas amistades tiene un poeta como la naturaleza, pocas, como el mar,
el campo, el silencio nocturno, cualquier luna que sea espacio de soledad”. Y
es que el mar, el campo, el silencio, la
luna, la soledad… son piedras angulares de este poemario. Evoco a mi tierra de dorada parva / con versos sonoros / tierra roja de
brezo y jara, confiesa la poeta.
Los poemas
se agrupan en dos partes bien diferenciadas, aunque también presentan unos
cuantos elementos comunes: la primera se titula Volver al mundo real y la segunda, Incertidumbre global en tiempos de pandemia.
La poesía de
Ana Ortega podría inscribirse, en general, en la llamada poesía de la
experiencia. Son esas vivencias que vive la poeta al tender la mirada sobre el
mundo que la rodea las que inspiran sus versos. Sigo la estela de la poesía / y la pongo en mi vida diaria,
manifiesta en el poema Vuelan recuerdos.
Y esa poesía surge a veces a partir del silencio y la soledad. Precisamente en un poema con ese
título nos dice: Soledad buscada de los
poetas, / en este estado la poesía es suspiro, es lamento / es la voz del
mundo, / un mismo idioma, / a veces los mismos sueños.
En sus
versos aparecen constantemente elementos del mundo natural, del mundo rural:
relinchos de los caballos, molinos, campos de maíz, el trabajo del esparto de las mujeres... También están presentes personajes
vinculados a ese mundo, como los arrieros, los segadores, los labriegos… En general, es un paisaje de quietud.
Se repiten
momentos o situaciones que son propicios para el recuerdo y la nostalgia: la
caída de la tarde, la noche, la luna… Y es que
la nostalgia es la línea conductora del poemario. Y esa nostalgia en algunos poemas se transforma en
dolor: detrás de las puertas / navega el dolor, llora el alma. El
recuerdo la lleva a un mundo donde anida
la verdad y el misterio, que la autora transforma en materia poética.
El mar es también lugar de calma y de nostalgia y lugar
de encuentro con la persona amada en una
amalgama / de miradas y abrazos. El amor es otro de los temas
del poemario, pues la poeta invita al
amado al encuentro amoroso y pasional que refleja con alusiones a la naturaleza
y con el símbolo del fuego o la llama. Te
cobijaré en mi fuego, dice en el poema
Agua de venero. La persona amada parece trascender lo humano y elevarse a
un amor plenamente místico, como refleja el poema Tus manos en mis manos, en que la autora parece fundirse con el amado en un éxtasis: Soy esencia de tu esencia (…) Abre tus brazos a los míos y todo será uno.
La poeta tiene en su haber un poemario
de poesía mística: Alba desnuda. En
varios poemas de este poemario aparece
su ansia de búsqueda de ese amor perfecto del que dice: abrazo tu esencia...
En los versos
de Ana Ortega también está presente la
luna, una luna inspiradora y que también es marco de la nostalgia: La luna me rige… / me inspira / como violín
que muestra sus cuerdas / en haces de luz. Y en otro poema: Bajo el imán de la luna / hoy pregunto a mi
yo. Esa luna nos recuerda a la luna
lorquiana, una luna testigo y a veces una luna trágica. A Federico
García Lorca, precisamente, le dedica un
hermoso poema El duende de Federico, que es una auténtica elegía al escritor
granadino, y en él, ¡cómo no!, aparece la luna lorquiana. En ese mundo
de nostalgia también alude con frecuencia al silencio y la soledad que sirven
de inspiración poética. Otro elemento poético es el agua, en forma de río,
venero, fuente, torrente… El agua es vida y luz: luminoso cenit. Uno de los poemas se titula Quisiera ser agua. ¿Es acaso en su poesía un símbolo de la fe? El agua sacia mi alma, asegura la poeta.
Los poemas
de la segunda parte están inspirados en los días de zozobra y dolor vividos en
la pandemia. Nos habla de sueños perdidos: las
ilusiones se apagaron. Sigue presente la nostalgia, pero a ella se añaden
la incertidumbre, el dolor, la angustia. Y, precisamente, el dolor hace que la autora vuelva a
refugiarse en la nostalgia. Ansía el
olvido y evoca otros veranos llenos de
flores, de luna y de tréboles refulgentes, pero carentes de
abrazos y despedidas. El confinamiento
es un tiempo de silencio impuesto en que la melancolía nos habita y la luna domina las sombras. Pero, a
pesar de todo aparece la luz de la esperanza
y la solidaridad, como ciega
voluntad de lucha y también la fe religiosa y el refugio en la naturaleza. Ante esa
zozobra que produce la pandemia la
poeta acude a refugiarse en los
recuerdos y se deja envolver por el aliento
de lumbre del amor.
El léxico
está en consonancia con los temas tratados en sus poemas. Se repiten palabras y
expresiones relacionadas con el pasado y la nostalgia: el pasado, lo antiguo, el recuerdo, los ancestros, eternas nostalgias,
tiempos pretéritos, antiguos caminos, rumor
del pasado… A veces los títulos son alusivos por sí mismos al tiempo
pasado. En la segunda parte aparecen muchas palabras relacionadas con el sufrimiento:
dolor, incertidumbre, luna, cipreses,
oscuridad…
Ana Ortega utiliza con soltura un lenguaje poético bastante elaborado. Son poemas muy plásticos en los que juega con bellas sinestesias mezclando sensaciones distintas o sensaciones y sentimientos: Sinfonía de flor. En mar de ritmos / y de fragancias embrujadas. Dulce llamada. Luz de ausencias. Es bellísimo el poema titulado Paseo por la Alhambra por esa plasticidad de la que hablamos y por su emotividad. En él aparecen versos como estos: La noche es azul / es tibia, es clara/ llena de aromas y sonidos / de las aguas que cantan. No faltan tampoco elaboradas metáforas, en ocasiones transformadas en símbolos: Bebo en el río de tus ojos… Un oasis nace en tu alma… Flotan estrofas. Trenzabas primaveras… También personifica con frecuencia elementos de la naturaleza o sensaciones: En la tarde vociferan los jazmines. Escucho los latidos del tiempo. Se durmió la primavera. Danzan mis versos como resonancias de mi infancia… Y, no sabemos si de forma buscada o por mera intuición poética, nos sorprende con aliteraciones de sonidos como la s y las nasales: tiempo de nuevas miradas… tiempo de encontrar algo de magia…
Desde el
punto de vista métrico usa, en general el verso libre, aunque en ellos se reconocen a veces los
octosílabos. Hay variados elementos
rítmicos, los más frecuentes son el paralelismo y las repeticiones de palabras: Hoy la luna me observa / hoy la luna me
llama… En esas repeticiones encontramos, en ocasiones, versos bimembres: crepitan veranos, rugen inviernos y también contrastes entre los elementos que indican movimiento y los que sugieren quietud.
Como ya he dicho más arriba, la
nostalgia es el eje temático del poemario. Es el sentimiento que cruza todos sus poemas: La génesis de mi poesía está en / el pasado
y mi melancolía. Detrás de esa nostalgia está el paso del tiempo, pues nos consume la vida. En la
primera parte, se evoca ese pasado relacionado con la naturaleza como lugar de
sosiego y belleza y en la segunda, como una necesidad de huir de un presente
agónico: el de la pandemia.
Pero, a
pesar de ello, ráfagas de luz, de sosiego, de esperanza y de solidaridad iluminan todo el poemario: el agua es luminosa
o iridiscente,
los tréboles refulgentes, las luces calladas, hay vergeles
en medio de la noche… Y esa luz ilumina la vida, aunque sea en
el recuerdo. Disfrutamos, pues, en La flor del esparto, de la luz de los poemas de Ana Ortega
Romanillos, como lo hemos hecho de sus
anteriores poemarios.
©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga
Enero de 2024
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