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Entre un paisaje otoñal se esconde la casa donde nací. Paladín-Omaña (León) |
En
cada cumpleaños, tú, vida, me permites celebrarte, aunque también me recuerdas que la meta final está más
cercana. Pero para apresar ese tiempo huidizo tú misma me das la receta. Me
recomiendas que no tenga una actitud
pasiva, de resignación o de enfado, sino que sea dueña de mi vivir: que
lo aprese, que lo exprima, que lo disfrute. Te he hecho caso. He aprendido a sorprenderme cada día con una
nueva emoción o descubrimiento. He aprendido a evitar la rutina, porque la
rutina va devorando el vivir. He
aprendido también que ese vivir mío debe dejar
alguna huella en la memoria de quienes
me conocieron. Ese es el secreto de la
inmortalidad.
De niña me sorprendía, en mi mundo rural, al observar cómo cambiaban los colores con el paso de las estaciones, al ver correr el agua de un río en busca de su mar, mientras dejaba un rumoroso murmullo, al contemplar cómo se movían las nubes o me hacían guiños las estrellas. Me sorprendía al ver renacer la naturaleza cada primavera… Desde entonces, vida, me enseñaste a observar y a admirar. Y el eco de esa mirada es parte de lo que escribo: artículos, poemas, libros…
En el
último año vivido he podido plasmar en un libro muy personal, “Omaña, la voz
del agua”, parte de esas observaciones y vivencias: en ellas están las huellas
de mi vivir. Un libro con el que he conseguido emocionar a unas cuantas
personas. Y conseguir que una persona, aunque fuera una sola, se emocione con
algo escrito por mí es un regalo de la vida.
Y
esa forma de vivir, viendo con los ojos del cuerpo y con los del alma, la
trasladé de adulta al paisaje urbano,
que también me ha permitido sorprenderme y aprender. Me maravillo al descubrir un día cualquiera
la belleza de un edificio que me había pasado desapercibida, me paro ante las estatuas y las observo con distinta mirada, según las
estaciones. Y a veces hasta entablo con ellas un diálogo silencioso… Escucho conversaciones para tratar de encontrar en ellas una palabra nueva, una palabra olvidada, una palabra maltratada, una palabra acariciada... Y la apunto... Y la hago mía... Y reflexiono sobre ella... Pero, sobre todo, disfruto de cada nuevo amanecer que me permite
ponerme a caminar por la vida, para ponerme al servicio de los demás, para
plantearme retos y despertar, una vez más, al dios que todas las personas
llevamos dentro: el dios del entusiasmo.
Porque eso significa etimológicamente la
palabra entusiasmo (en theos: un dios dentro).
Vida, tú me das los días como regalo, pero soy yo la que los decoro y les doy sentido con mi forma de vivir. También los caminos de la vejez pueden ser caminos de entusiasmo, como decía el poeta Benedetti:
Aquí no hay viejos
solo que llegó la tarde.
Viejo es el mar y se agiganta,
viejo es el sol y nos calienta,
vieja es la Luna y nos alumbra,
vieja es la Tierra y nos da vida
viejo es el amor y nos alienta.
Aquí no hay viejos
solo nos llegó la tarde.
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Mundo urbano, Madrid, distrito de Vicálvaro |
©Margarita Álvarez Rodríguez
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