A Gonzalo y Alejandra...
En el día 36 del estado de alarma
En el día 36 del estado de alarma
Foto: MAR |
Eran niños que miraban el
presente con alegría… Niños que iban al colegio, compartían juegos, energías y afectos con otros niños. Niños que veían la vida con seguridad, con la
seguridad que les aportaban sus mayores, personas que ellos sabían que les exigían, pero que también les podían solucionar los problemas. Niños que seguían la rutina del curso
académico: que madrugaban, que hacían su jornada de trabajo escolar, que
disfrutaban de actividades lúdicas y deportivas. Niños que se alegraban cuando había algún día de vacación escolar, que apuntaban en su agenda los deberes y las fechas de los exámenes y tachaban en un calendario los días que
quedaban para las vacaciones…
Eran niños… Son niños.
La calle, el parque, las pistas
deportivas, la naturaleza eran parte de su mundo… Las
miradas cómplices con otros niños, los juegos, los roces, los enfados… Y en ese
mundo infantil estaban el sol y las nubes y la lluvia y el viento… Y el futuro.
Pero ese mundo exterior está hoy al otro lado de la puerta, al otro lado del deseo, al otro lado de la libertad. La brisa se ha quedado apresada en el
movimiento de una cortina, las
nubes dibujadas en el cristal, los trinos de los pájaros confinados en los oídos y el sol se ha convertido en el reloj que marca pausadamente la diferencia entre el día y la noche. Los ojos se han quedado encarcelados en paredes y pantallas; los pies, embarcados en las zapatillas, los dedos, adheridos a los teclados… Los sueños se han quedado colgados de la primavera.
nubes dibujadas en el cristal, los trinos de los pájaros confinados en los oídos y el sol se ha convertido en el reloj que marca pausadamente la diferencia entre el día y la noche. Los ojos se han quedado encarcelados en paredes y pantallas; los pies, embarcados en las zapatillas, los dedos, adheridos a los teclados… Los sueños se han quedado colgados de la primavera.
Y pasan los minutos y caen las
horas… Y pasan las horas y se deslizan los días… Y el calendario apenas se
mueve… Marzo, abril… Lunes, martes, miércoles…
Las voces, los abrazos y los besos circulan
por los dispositivos electrónicos: son abrazos virtuales, besos virtuales… que saben a poco. Los niños y los
adolescentes no solo necesitan verse,
necesitan tocarse: sentirse. Sus gestos están hoy encarcelados; sus anhelos, reprimidos; sus miedos, vividos.
Los niños de hace unas cuantas
semanas parece que de repente se han
hecho mayores, se han hecho más responsables… Quizá han asumido la responsabilidad del miedo.
Porque, sí, tienen miedo. Es el miedo de
la incertidumbre. Su mundo de seguridades se ha tambaleado. Y lo tienen, porque
captan la preocupación y la inseguridad de las personas que los rodean y porque, de golpe,
han aprendido lo que es la muerte, el sufrimiento, la soledad… Porque saben que
algo grave ha golpeado la vida de todos.
Tienen que estudiar sin la
presencia del profesor, ese guía de aprendizaje en los conceptos y en los afectos… Y no es lo mismo.
No, no es lo mismo. Ahora echan de menos el colegio o el instituto. Y querrían volver. Querrían ver a ese docente que les sirve de modelo, o incluso a aquel otro que no les cae
tan simpático, porque necesitan la vuelta a la normalidad.
¡Cuántas horas, cuántos días de convivencia con sus padres! Eso que tanto ansiaban cuando había poco tiempo para esa convivencia. Y sí, pueden disfrutar de sus padres y sus padres de ellos, pero también son conscientes de que pueden agobiarlos. Ahora hay más tiempo para esa relación afectiva, pero esta primavera un tanto invernal también ha congelado un poco la manifestación de los afectos.
¡Cuántas horas, cuántos días de convivencia con sus padres! Eso que tanto ansiaban cuando había poco tiempo para esa convivencia. Y sí, pueden disfrutar de sus padres y sus padres de ellos, pero también son conscientes de que pueden agobiarlos. Ahora hay más tiempo para esa relación afectiva, pero esta primavera un tanto invernal también ha congelado un poco la manifestación de los afectos.
Pero el futuro sigue estando ahí, al otro lado de
la puerta. Cuando desaparezcan estas rejas invisibles, los niños volverán a sentirse como pájaros libres, desplegarán sus alas y volverán a volar… Volarán
por el mundo mágico de las ilusiones, de las caricias… Los acunará la primavera. Los arrullará de la vida. Porque la vida es suya y ahora,
más que nunca, se van a sentir protagonistas de ella.
Aprenderán a vivir, porque esta situación enseñará a vivir. Ojalá aprendan que en la vida es más importante el ser que el tener, que sentirse queridos, libres y seguros es poseer el mayor tesoro de la vida, al que no puede igualar ningún capricho ni la posesión de ningún objeto. Que siempre tendrán la protección de las personas adultas… Que ellos también tienen que comprender a esas personas y allanarles la vida. Que es bueno tener memoria para contar algún día a sus hijos y nietos la experiencia que vivieron en la niñez. Porque la vida tiene luces y sombras. Y vivir es aprender y comprender.
Aprenderán a vivir, porque esta situación enseñará a vivir. Ojalá aprendan que en la vida es más importante el ser que el tener, que sentirse queridos, libres y seguros es poseer el mayor tesoro de la vida, al que no puede igualar ningún capricho ni la posesión de ningún objeto. Que siempre tendrán la protección de las personas adultas… Que ellos también tienen que comprender a esas personas y allanarles la vida. Que es bueno tener memoria para contar algún día a sus hijos y nietos la experiencia que vivieron en la niñez. Porque la vida tiene luces y sombras. Y vivir es aprender y comprender.
Eran niños… Que sigan siendo niños.
Porque los niños son luz, los niños son alegría, los
niños son dinamismo: los niños son la vida que bulle por los caminos del futuro. Y las calles, los
colegios y los paisajes están deseosos de volver a ver sus idas y venidas, sus mochilas de colores,
sus carreras, sus gritos, sus descubrimientos, su gozo: su libertad. La vida en libertad necesita las sonrisas de los niños. Cuando pueda percibirlas, atrapará su resplandor y, alborozada, nos las devolverá llenas de sueños: llenas de un futuro color esperanza.
"Un futuro color esperanza". Foto: MAR |
Precioso Margarita, con el corazón encogido lo he leído
ResponderEliminarMuchas gracias, Faly.
EliminarMe encanta 😍
ResponderEliminarMe alegro mucho.
EliminarEl futuro está ahí, el futuro es de los niños, cuando ellos llenen la calle con sus gritos y carreras, el futuro de todos los demás estará mas cerca.
ResponderEliminarPues sí, es muy raro no ver niños por la calle, en los parques, en las urbanizaciones... No oír niños es no oír la vida. Esperemos que pronto la vida vuelva a la calle.
EliminarLa vida es bella. Y así la hemos vivido. Una bendición. Gracias Margarita
ResponderEliminarEs bella y veces dura. Pero hay que aceptarla así. Pero nos quedan los niños... Ellos son el futuro. Un abrazo.
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