Estado de emergencia. Día 21. 4 de abril de 2020
Estamos en un momento adecuado para hacer una reflexión sobre el asunto del género y el sexo y sus implicaciones
lingüísticas, al hilo de la actualidad COVID 19. Nada más que pongamos el oído
atento a lo que se nos dice en los medios de comunicación, tanto hablados como
escritos, percibimos dos hechos lingüísticos que llaman poderosamente la
atención.
El
primero tiene que ver con la forma de
denominar a los profesionales que están
trabajando estos días en primera o en segunda línea para luchar en esta guerra
cruel en que estamos inmersos. En lo que se refiere al personal sanitario (los
sanitarios), se repiten de forma casi
generalizada los términos enfermeras
(en femenino) para referirse al personal
de enfermería y, en cambio, médicos (en masculino) para referirse al personal médico.
Es evidente que entre el primer grupo de profesionales hay hombres y mujeres y
que en el segundo también abundan las
médicas. Lo mismo ocurre al hablar del personal de limpieza. Se oye con
frecuencia hablar de las limpiadoras.
Es verdad que este personal está formado
por mujeres
de forma abrumadora, pero tampoco de forma exclusiva. También se repite en femenino el término cajeras de supermercado, profesión que también ejercen hombres.
Por el contrario, se habla de reponedores,
en masculino, aunque veamos a mujeres que también ejercen esa labor en los
supermercados. Algo similar ocurre con el
grupo de los celadores, que está
formado por personal de ambos
sexos, pero lo asociamos a una profesión masculina.
En
los casos citados, en que usamos el femenino de forma preponderante, no lo hacemos para remarcar la importancia social de la
mujer, como cuando algunas mujeres optan por hablar de Consejo de ministras,
por ejemplo. Las mujeres no estamos
orgullosas de ese femenino, porque refleja la posición de segundo plano que ha tenido la mujer en la sociedad. Seguro
que, en este caso las mujeres agradeceríamos que nos incluyeran en un masculino
genérico y los hombres preferirían no verse excluidos de ese colectivo que
mencionamos en femenino. “Los 400 médicos y 400 enfermeras que empleará (el
megahospital) saldrán de la sanidad pública”, titular del diario El País.
Titulares como este se repiten uno y otro día en los medios de comunicación. Y
lo mismo ocurre con las informaciones que dan varios de los responsables sanitarios.
Ese
uso del femenino para hablar de los colectivos de determinadas profesiones
refleja claramente un sexismo, no lingüístico, pues nada hay de malo en el uso
del femenino, pero sí social. Es la imagen mental (y de ahí el femenino lingüístico) que
tenemos los hablantes de esos profesionales, porque tradicionalmente han sido
oficios desempeñados por mujeres. Y si observamos con detenimiento a medida que avanzamos en la escala social
hacia profesiones de “mayor” rango, tendemos a usar el masculino de forma genérica.
Eso ocurre claramente en enfermera frente a médico.
En otros casos la diferencia se establece por otros parámetros, pero también
corresponde a una concepción de sexismo social. Es lo que ocurre con reponedor y celador, frente a las profesiones “femeninas”. Este último caso, tiene que ver con que esas
profesiones se relacionan más con la fuerza física o la habilidad para mover
cosas o conducir máquinas.
Lo
ideal es que usemos el lenguaje inclusivo siempre que sea posible: el personal de limpieza, el profesorado, el
personal sanitario, etc. Pero
no siempre es posible hacerlo sin que forcemos el idioma. No es lo mismo hablar
de los niños que de la niñez o la
infancia. A nadie se le ocurriría decir que la niñez está confinada en casa con
sus padres. Los confinados son los niños que incluyen, claro está, a las niñas.
No creo que nadie necesite que en esta
situación le establezcan esa distinción.
Cuando
este lenguaje inclusivo no es posible, no
necesariamente se debe desdoblar el
género gramatical, salvo puntualmente a modo de guiño ante un auditorio, y sin necesidad de repetirlo a lo largo de un discurso. Ni mucho menos se debería usar el femenino para englobar los dos géneros, porque
caeríamos, en sentido contrario, en aquello que queremos evitar. ¿Consejo de Ministras? ¿Y dónde dejamos a los
ministros? Oía hace unos días a un representante del Sindicato de inquilinas e
inquilinos, que, para referirse a los
inquilinos, en general, hablaba siempre
de inquilinas. ¿Qué se consigue con eso? Cada uno, por supuesto, puede hablar
como quiera, pero, ¿se va a acabar así con la discriminación de la mujer?
Los
lingüistas, desde una posición, en que nada tiene que ver la ideología de
género, siempre hemos remarcado que el masculino es el género no marcado, que
en sí mismo no discrimina, por eso, como
genérico, sirve para ambos sexos, salvo
que queramos violentar la gramática o luchar contra la evolución del idioma. El masculino gramatical no refleja sexo, es
una convención. Ante la pregunta: ¿Cuántos hijos tiene?, el receptor contesta
incluyendo a hijos e hijas. En cambio, ante la pregunta, ¿cuántas hijas tiene?,
el receptor incluiría solo a las hijas. Y eso lo hacemos todos los hablantes de
forma inconsciente, porque la gramática no tiene sexo. Es algo arbitrario, una
convención que se ha creado a lo largo de toda la historia de la lengua.
La adopción de esas fórmulas en femenino puede
ser un gesto social, pero, por sí mismo, no cambia la realidad, pues no modifica el sexismo social que subyace y que de vez en
cuando se pone tristemente de actualidad. Desdoblar género gramatical al hablar
es algo poco práctico y hace el discurso largo y tedioso… Por otra parte, las lenguas
en su evolución se rigen por el principio de economía lingüística. Así ha sido durante siglos y, por mucho que
algunas personas se empeñen en cambiarlo de forma artificial, desde las alturas
del poder, en la práctica es difícil que
sea de otra manera.
Se puede hablar
de Consejo de ministras o feminizar el nombre de un partido político o
sustituir a los hombres por mujeres, porque así lo marca una cuota por la llamada discriminación positiva (¡expresión tristemente paradójica!), pero la igualdad no está en eso, está
fundamentalmente en valorar a las personas por su valía, independientemente del
sexo, en no poner cortapisas a la mujer por el hecho de serlo y en
cambiar esos estereotipos que tenemos en la mente, que nos llevan a ver algunas
profesiones en femenino o a usar palabras, que en su variante femenina, tienen significado peyorativo (zorro/zorra).
Tampoco está el problema en exigir que se supriman acepciones del diccionario, pues este es un mero notario de lo que ocurre en la realidad (eso no significa que no se puedan mejorar determinadas definiciones). El diccionario no cambia la lengua, porque en el dinamismo del habla coloquial nadie se pone a consultar en el diccionario una palabra antes de usarla. Además el diccionario académico (DLE) debe incluir esas acepciones, aunque esta afirmación parezca políticamente incorrecta, porque tiene también la función de permitir entender los textos del pasado. Si, por ejemplo, desapareciera de los diccionarios la definición de hombre como ser humano (hombre o mujer), tendríamos que renunciar a entender los sistemas filosóficos que han marcado el devenir de la humanidad, salvo que reescribamos a Sócrates, a Platón, a Aristóteles… Y también al concepto de hombre como especie (homo sapiens sapiens).
Tampoco está el problema en exigir que se supriman acepciones del diccionario, pues este es un mero notario de lo que ocurre en la realidad (eso no significa que no se puedan mejorar determinadas definiciones). El diccionario no cambia la lengua, porque en el dinamismo del habla coloquial nadie se pone a consultar en el diccionario una palabra antes de usarla. Además el diccionario académico (DLE) debe incluir esas acepciones, aunque esta afirmación parezca políticamente incorrecta, porque tiene también la función de permitir entender los textos del pasado. Si, por ejemplo, desapareciera de los diccionarios la definición de hombre como ser humano (hombre o mujer), tendríamos que renunciar a entender los sistemas filosóficos que han marcado el devenir de la humanidad, salvo que reescribamos a Sócrates, a Platón, a Aristóteles… Y también al concepto de hombre como especie (homo sapiens sapiens).
La
Real Academia Española no cambia ni el léxico ni las normas gramaticales. Con
RAE o sin ella, ha evolucionado el idioma desde el siglo XVIII, en que se creó
la institución, hasta hoy. Y lo sigue haciendo… Nada puede la RAE contra el yeísmo, laísmo… La lengua es un organismo vivo que va cambiando de forma natural por su propio devenir histórico, por los usos sociales, por la educación, por la influencia de otros idiomas... Ya hemos asumido como algo lógico los dobletes médico/médica, ingeniero/ingeniera,
ministro/ministra… y otras muchas profesiones que pueden desdoblar el género
de forma natural. Pero no tiene lógica, por ejemplo, la palabra “portavoza”,
entre otras cosas porque es un compuesto con voz, que ya es palabra femenina. O no tendría sentido feminizar "bebé", que es una palabra epicena, válida para los dos sexos.
Tratar de que desaparezcan del uso las palabras o expresiones que tienen sentido peyorativo para la mujer no se conseguirá en una sola generación, pero no debemos cejar en la labor. Será una labor larga y persistente en la que la educación tiene mucho que decir. Pero tratar
de forzar la estructura gramatical de forma artificial y desde una ideología de género no lleva a ningún lugar. Hay
lenguas que no tienen distinción de género, como el turco, el árabe y muchas
lenguas amerindias y, sin embargo, se corresponden con sociedades patriarcales en
que existe una fuerte discriminación hacia la mujer por razón de sexo. El
finlandés tampoco tiene esa distinción y, en cambio, su sociedad tiene en buena
consideración social a la mujer. Lo cual quiere decir que el sexismo social y la
estructura lingüística no siempre van unidos.
Y
lo dicho antes tiene que ver con el segundo hecho lingüístico observado estos
días en relación con los datos y las
consecuencias de la Covid 19. De repente, parece que hubieran desaparecido los
desdoblamientos de género y los portavoces del gobierno y los medios hablan de
número de contagiados y de número de fallecidos. Y número de trabajadores
afectados por los ERTEs. Y de los problemas de los autónomos. Y de las residencias de ancianos. ¿Es que los números no afectan a las mujeres? Pues claro
que sí, dentro de ellos estamos las
mujeres, pero cuando los números son tan macabros no tienen género y se ponen por encima de los “escrúpulos” lingüísticos.
Casi nos parecería una broma de mal gusto que se dijera contagiados
y contagiadas, muertos y muertas… En
circunstancias tan extraordinarias, poco importa la forma, pues solo nos vamos
a fijar en el contenido. Y en ese contenido se fijan los MCS y los hablantes. La lengua es inescrutable en su evolución, tiene secretos que va descubriendo ella misma, cuando le parece bien. Hoy no se nos ocurriría hacer el desdoble hablante / hablanta* o cantante /cantanta*, sin embargo, sí lo hacemos de forma natural en infante / infanta. Son los hablantes los que marcan esa evolución, pero nunca una imposición lingüística y, menos aún, si esta no tiende a la simplificación.
¿Se
entendería que cuando alguien necesita urgentemente un médico gritara que necesita
un médico o una médica? Nadie haría esas distinciones llegada esa situación,
pues se impondría la urgencia y el sentido común. En mi último viaje en avión
se preguntó si había un médico entre el pasaje. Y no dudó en
responder y actuar una médica.
“Todos
los trabajadores de actividades no esenciales deberán quedarse en casa”. Este
fue el titular generalizado en prensa escrita, radio y televisión, a pesar de que alguna ministra del
gobierno trataba de desdoblar el género gramatical. Seguro que las trabajadoras
también se dieron por aludidas cuando les llegó la noticia. Así pues, aunque el presidente del Gobierno y sus ministros y ministras traten de seguir desdoblando el género gramatical, la noticia y la realidad van por otro camino.
Este
hecho desgraciado que estamos viviendo nos va a hacer reflexionar sobre muchas
cosas, también sobre esto. Hay que poner el foco en lo verdaderamente
importante, hay que seguir empeñados en transformar la sociedad, hay que educar
en casa y en la escuela, y también en las relaciones sociales. Siempre se ha
dicho que en la educación de un niño (o niña) debe participar toda la tribu. Lo verdaderamente revolucionario, lo que puede
cambiar las actuaciones sociales, es la educación. Y desde ella se transforma
la sociedad y, por ende, el lenguaje.
Lo
que sí es claro es que no se transforma la sociedad a través de una reforma
artificial y artificiosa del lenguaje.
Sí, con cambios sociales que nos hagan tener otra perspectiva de la
realidad de la mujer. A este respecto,
quizá algún dato histórico pueda
ser ilustrativo. Mussolini trató de cambiar el tratamiento de cortesía italiano lei, que es un pronombre de 3ª
persona femenino, y que es válido para ambos sexos, por voi, forma masculina para
referirse al hombre. Pero sus intentos fueron fallidos, pues en Italia se sigue
tratando de usted con el pronombre lei, válido para los dos sexos. Algo
parecido se hizo en la Alemania del Este cuando se trató de crear un alemán
popular que les distinguiera del “alemán burgués” de la República Federal
Alemana. El intento fracasó antes de que desapareciera la propia República
Democrática Alemana.
En
fin, a veces necesitamos que ocurran
hechos extraordinarios para darnos cuenta de que tal vez ponemos la mirada en
cuestiones que no son tan trascendentes y la dura realidad pone trágicamente
las cosas en su sitio.
En
ese “Resistiré erguido frente a todo” entonado por todo tipo de voces, estamos todos, hombres y mujeres…
Muy bien Margarita!!! Yo me siento incluida cuando se utiliza el masculino plural, y estoy contigo en eso de que los trabajos deben ganarse con el talento, nunca con el tanto por ciento.
ResponderEliminarSolo me queda decir: Amén.
EliminarTotalmente de acuerdo con todo.
ResponderEliminarLa amiga de Fuencisla que es una docente NO una docenta.
Unidas, pues, en la docencia y en la gramática. Gracias.
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