de Jesús
el cruento martirio
tanto
conmueve mi pecho,
y adivino
tan dulces promesas
en sus
dolores acerbos
que cual
niño que reposa
en el
regazo materno
después de
llorar, tranquila
tras la
expiación, espero
que allá
donde Dios habita
he de
proseguir viviendo.
Y seguimos con dos saetas que parecen formar un dúo, como
lo formaron en la relación familiar y en la colaboración
literaria los hermanos Machado, que son los autores.
La primera es de
Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure,
1939), archiconocida por sus versiones musicales…
La saeta
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
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Cristo de los gitanos. Sevilla |
La segunda, menos conocida, pero no menos hermosa, es
obra de su hermano mayor, Manuel Machado
(Sevilla,1874-Madrid,1981).
Es un poema que refleja una gran plasticidad, que parece
embriagar los sentidos...
La saeta
«Míralo
por dónde viene el mejor de los
nacidos...»
Una calle de Sevilla
entre rezos y suspiros...
Largas trompetas de plata.
Túnicas de seda... Cirios,
en hormiguero de estrellas,
festoneando el camino...
El azahar y el incienso
embriagan los sentidos.
Ventana que da a la noche
se ilumina de improviso,
y en ella una voz -¡saeta!-
canta o llora, que es lo mismo:
«Míralo por dónde viene
el mejor de los nacidos…”
II
Canto llano... Sentimiento
que sin guitarra se canta.
Maravilla
que por acompañamiento
tiene... la Semana Santa
de Sevilla.
Cantar de nuestros cantares,
llanto y oración. Cantar,
salmo y trino.
Entre efluvios de azahares
tan humano y, a la par,
¡tan divino!
Canción del pueblo andaluz:
...de cómo las golondrinas
le quitaban las espinas
al Rey del Cielo en la Cruz.
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Semana Santa Sevilla (Pixabay) |
Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) dedicó un
impresionante poema a Cristo en la cruz, inspirado en el
famoso cuadro del Cristo crucificado de Velázquez.
Dada la considerable extensión del mismo, solamente incluyo
una parte del comienzo y otra del final.
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Cristo de Velázquez. Hacia 1632. MNP |
El Cristo de Velázquez. Unamuno
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno. Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dio toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa. (…)
Oración final
Tú
que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimos a
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, que el ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.
………………………………….
¡Tráenos
el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.
Inspirado en el mismo cuadro de Velázquez encontramos
este poema de León Felipe (Tábara, 1884-Ciudad de
México,1968), con distinto tono religioso.
Me
gusta el Cristo de Velázquez.
La
melena sobre la cara…
y un
resquicio en la melena
por
donde entra la imaginación.
Algo
se ve.
¿Cómo
era aquel rostro?
Mira bien.
Compónlo
tú. ¿A quién se parece?
¿A
quién te recuerda?
La
luz entra por los cabellos manchados de sangre
y te
ofrecen un espejo.
¡Mira
bien!... ¿No ves cómo llora?
¿No
eres tú?... ¿No eres tú mismo?
¡Es
el hombre!
El
hombre hecho Dios.
¡Qué
consuelo!
No me
entendéis…
¿Por
qué estoy alegre?
No
sé…,
tal
vez porque me gusta más así:
el
hombre hecho Dios
que
el Dios hecho hombre.
Otro de los poemas que ha inspirado el Cristo
velazqueño es este soneto de Dionisio
Ridruejo (Burgo de Osma, 1912-Madrid, 1975).
A Cristo
crucificado ( de Velázquez)
Todo
renace en él, desierto y breve,
cuando por
cinco fuentes derramado
ha lavado
la tierra y está alzado
desnudo y
material como la nieve.
En la
tiniebla está la luz que debe
órbitas a
su luz. En el pecado,
la ventura
de amor. Todo, borrado,
va a amanecer.
El tiempo no se mueve.
Cielo y tierra
se miran suspendidos
en el filo
o espina de la muerte,
para
siempre asumida y derrotada.
En la
cerrada flor de sus sentidos,
los siglos,
como abejas –Santo fuerte-,
abran la
vida humanamente dada.
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Cristo de la Buena Muerte. Málaga |
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Si hay una imagen conocida de la Semana Santa malagueña
es la del Cristo de la Buena Muerte, llamado también
Cristo de Mena, por ser la escultura original obra del escultor
Pedro de Mena. La actual, inspirada en la original, es de 1941
y obra de Francisco Palma Burgos. Se conserva en la iglesia
de Santo Domingo, en Málaga. La original fue destruida en
1931,cuando se produjo la quema de varias iglesias y
conventos en esa ciudad.
A ese Cristo le dedicó este hermoso
poema José María Pemán (Cádiz,1897-1981).
¡Cristo de la Buena
Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada, como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa! (...)
¡Brazos rígidos y yertos,
por tres garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme, abiertos;
para esperarme, clavados.
¡Cuerpo llagado de amores
yo te adoro y yo te sigo!
Yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la Cruz contigo.
Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo, bendecirte.
Quiero, Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos. (...)
Que mi alma, en Ti
prisionera,
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera:
que no le lleguen adentro
las algazaras de fuera;
que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;
que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;
que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:
de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.
Señor, aunque no
merezco
que tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido.
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.
Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena...
¡Cristo de la Buena Muerte!
Y para cerrar, un poema de Gabriela
Mistral (Vicuña,
Chile- 1889-Nueva York,
1957). En él la escritora
establece
un paralelismo entre el calvario de Cristo y
su propia
existencia.
Nocturno
Padre Nuestro, que estás en los cielos, ¿por qué te has olvidado de mí?
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí!
Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aun no quieres mi pecho oprimir!
Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados,
por no ver más enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de otoño
y quieres volverte hacia mí!
Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di,
y en mi noche del Huerto, me han sido
Juan cobarde y el Ángel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!
Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de Ti:
¡Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!
|
Gracias Margarita. Esta vez, con musica incluida!
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