viernes, 10 de abril de 2020

Poesía relacionada con la Semana Santa (II)



Poema para un Viernes Santo




Semana Santa leonesa. Foto: Loli Rodil

En esta segunda entrega  de poesía referida a la Semana 
Santa, pasamos  de la poesía del siglo de Oro  a la 
poesía contemporánea, que como es muy 

abundante, merecerá  aún nuevos apartados.

Iniciamos el recorrido con un fragmento de un poema de  
la poeta del Romanticismo tardío Rosalía de Castro 
(1837-1885).

Suyos son estos versos:

Si medito en tu eterna grandeza,
buen Dios, al que nunca veo
y levanto asombrada los ojos
hacia el alto firmamento
que llenaste de mundos y mundos….,
toda conturbada, pienso
que soy menos que un átomo leve
perdida en el Universo.
Nada, en fin…, y que al cabo en la nada

han de perderse mis restos.

Mas si cuando el dolor y la duda

me atormentan, corro al templo

y a los pies de la Cruz en un refugio

busco ansiosa implorando remedio,

de Jesús el cruento martirio

tanto conmueve mi pecho,

y adivino tan dulces promesas

en sus dolores acerbos

que cual niño que reposa

en el regazo materno

después de llorar, tranquila

tras la expiación, espero

que allá donde Dios habita

he de proseguir viviendo.




Y seguimos con dos saetas que parecen formar un dúo, como 
lo formaron en la relación familiar y en la colaboración 
literaria los  hermanos Machado, que son los autores.


La primera es de Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, 
1939), archiconocida por sus versiones musicales…

 La saeta  

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

Cristo de los gitanos. Sevilla





La segunda, menos conocida, pero no menos hermosa, es 

obra de su hermano mayor,  Manuel Machado 

(Sevilla,1874-Madrid,1981). 

Es  un poema que refleja una gran plasticidad, que parece 

embriagar los sentidos...

La saeta 
        
  «Míralo por dónde viene
   el mejor de los nacidos...»

 Una calle de Sevilla
entre rezos y suspiros...
Largas trompetas de plata.
Túnicas de seda...  Cirios,
en hormiguero de estrellas,
festoneando el camino...

El azahar y el incienso
embriagan los sentidos.
Ventana que da a la noche
se ilumina de improviso,
y en ella una voz -¡saeta!-
canta o llora, que es lo mismo:

«Míralo por dónde viene el mejor de los nacidos…”

                        II

Canto llano... Sentimiento 
que sin guitarra se canta.

Maravilla
que por acompañamiento
tiene... la Semana Santa
de Sevilla.

Cantar de nuestros cantares,
llanto y oración.    Cantar,
salmo y trino.

Entre efluvios de azahares
tan humano y, a la par,
¡tan divino!


Canción del pueblo andaluz:
...de cómo las golondrinas
le quitaban las espinas
al Rey del Cielo en la Cruz.

 
Semana Santa Sevilla (Pixabay)


  
Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) dedicó un 

impresionante poema a Cristo en  la cruz, inspirado en el 

famoso cuadro del Cristo  crucificado de Velázquez. 

Dada la considerable extensión del mismo, solamente incluyo 

una parte del comienzo y otra del final.



Cristo de Velázquez. Hacia 1632.  MNP



El Cristo de Velázquez.  Unamuno


¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?

¿Por qué ese velo de cerrada noche

de tu abundosa cabellera negra

de nazareno cae sobre tu frente?

Miras dentro de Ti, donde está el reino

de Dios; dentro de Ti, donde alborea

el sol eterno de las almas vivas.

Blanco tu cuerpo está como el espejo

del padre de la luz, del sol vivífico;

blanco tu cuerpo al modo de la luna

que muerta ronda en torno de su madre

nuestra cansada vagabunda tierra;

blanco tu cuerpo está como la hostia

del cielo de la noche soberana,

de ese cielo tan negro como el velo

de tu abundosa cabellera negra

de nazareno. Que eres, Cristo, el único

hombre que sucumbió de pleno grado,

triunfador de la muerte, que a la vida

por Ti quedó encumbrada. Desde entonces

por Ti nos vivifica esa tu muerte,

por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,

por Ti la muerte es el amparo dulce

que azucara amargores de la vida;

por Ti, el Hombre muerto que no muere

blanco cual luna de la noche. Es sueño,

Cristo, la vida y es la muerte vela.

Mientras la tierra sueña solitaria,

vela la blanca luna; vela el Hombre

desde su cruz, mientras los hombres sueñan;

vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco

como la luna de la noche negra;

vela el Hombre que dio toda su sangre

por que las gentes sepan que son hombres.

Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos

a la noche, que es negra y muy hermosa,

porque el sol de la vida la ha mirado

con sus ojos de fuego: que a la noche

morena la hizo el sol y tan hermosa. (…)

Oración final
  
Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,

oye de nuestros pechos los sollozos;

acoge nuestras quejas, los gemidos

de este valle de lágrimas. Clamamos

a Ti, Cristo Jesús, desde la sima

de nuestro abismo de miseria humana,

y Tú, de humanidad la blanca cumbre,

danos las aguas de tus nieves. Águila

blanca que abarcas al volar el cielo,

te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,

el vino que consuela al embriagarnos;

a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre

que en la noche nos dice que el Sol vive

y nos espera; a Ti, columna fuerte,

sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,

te pedimos el pan de nuestro viaje

por Dios, como limosna; te pedimos a

a Ti, Cordero del Señor que lavas

los pecados del mundo, el vellocino

del oro de tu sangre; te pedimos

a Ti, la rosa del zarzal bravío,

la luz que no se gasta, la que enseña

cómo Dios es quien es; a Ti, que el ánfora

del divino licor, que el néctar pongas

de eternidad en nuestros corazones.
  ………………………………….

¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,

que es el reino de Dios reino del Hombre!

Danos vida, Jesús, que es llamarada

que calienta y alumbra y que al pábulo

en vasija encerrado se sujeta;

vida que es llama, que en el tiempo vive

y en ondas, como el río, se sucede.


Inspirado en el mismo cuadro de Velázquez  encontramos 

este poema de León Felipe (Tábara, 1884-Ciudad de 

México,1968), con distinto tono religioso.

Me gusta el Cristo de Velázquez.
La melena sobre la cara…
y un resquicio en la melena
por donde entra la imaginación.

Algo se ve.
¿Cómo era aquel rostro?
Mira bien.
Compónlo tú. ¿A quién se parece?
¿A quién te recuerda?

La luz entra por los cabellos manchados de sangre
y te ofrecen un espejo.
¡Mira bien!... ¿No ves cómo llora?
¿No eres tú?... ¿No eres tú mismo?

¡Es el hombre!
El hombre hecho Dios.
¡Qué consuelo!
No me entendéis…

¿Por qué estoy alegre?
No sé…,
tal vez porque me gusta más así:
el hombre hecho Dios
que el Dios hecho hombre.



Otro de los poemas que ha inspirado el Cristo velazqueño es este soneto de Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, 1912-Madrid, 1975).

A Cristo crucificado ( de Velázquez)

Todo renace en él, desierto y breve,
cuando por cinco fuentes derramado
ha lavado la tierra y está alzado
desnudo y material como la nieve.

En la tiniebla está la luz que debe
órbitas a su luz. En   el pecado,
la ventura de amor. Todo, borrado,
va a amanecer. El tiempo no se mueve.

Cielo y tierra se miran suspendidos
en el filo o espina de la muerte,
para siempre asumida y derrotada.

En la cerrada flor de sus sentidos,
los siglos, como abejas –Santo fuerte-,

abran la vida humanamente dada.




Cristo de la Buena Muerte. Málaga



Si hay una imagen conocida de la Semana Santa malagueña 
es la  del Cristo de la Buena Muerte, llamado también
Cristo de Mena, por ser la escultura original obra  del escultor 
Pedro de Mena. La actual, inspirada en la original, es de 1941 
y obra de Francisco Palma Burgos. Se conserva en la iglesia 
de Santo Domingo, en Málaga. La original fue destruida en 
1931,cuando  se produjo la quema de varias iglesias  y 
conventos en esa ciudad. 




 A ese Cristo le dedicó este hermoso 

poema José María Pemán (Cádiz,1897-1981).


¡Cristo de la Buena Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada, como una rosa,
sobre el blanco cuerpo inerte
que en el madero reposa! (...) 

¡Brazos rígidos y yertos,
por tres garfios traspasados,
que aquí estáis, por mis pecados,
para recibirme, abiertos;
para esperarme, clavados.

¡Cuerpo llagado de amores
yo te adoro y yo te sigo!
Yo, Señor de los señores,
quiero partir tus dolores
subiendo a la Cruz contigo.

Quiero en la vida seguirte
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo,
y bendecirte sufriendo
y muriendo, bendecirte.

Quiero, Señor, en tu encanto
tener mis sentidos presos,
y, unido a tu cuerpo santo,
mojar tu rostro con llanto,
secar tu llanto con besos. (...)

 Que mi alma, en Ti prisionera,
vaya fuera de su centro
por la vida bullanguera:
que no le lleguen adentro
las algazaras de fuera;

que no ame la poquedad
de cosas que van y vienen;
que adore la austeridad
de estos sentires que tienen
sabores de eternidad;

que no turbe mi conciencia
la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia
de ver con indiferencia
la adulación y el desprecio;

que sienta una dulce herida
de ansia de amor desmedida;
que ame tu Ciencia y tu Luz;
que vaya, en fin, por la vida
como Tú estás en la Cruz:

de sangre los pies cubiertos,
llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos
y los dos brazos abiertos
para todos mis hermanos.

Señor, aunque no merezco
que tú escuches mi quejido,
por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido.

A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo;
cuanto me has dado, Señor.

Y a cambio de esta alma llena
de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y buena...
¡Cristo de la Buena Muerte!






Y para cerrar, un poema de Gabriela 

Mistral (Vicuña, Chile- 1889-Nueva York, 

1957). En   él la escritora establece 

un paralelismo entre el calvario de Cristo  y 

su propia existencia.



                        Nocturno 


Padre Nuestro, que estás en los cielos,
¿por qué te has olvidado de mí?
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí!

Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aun no quieres mi pecho oprimir!

Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados,
por no ver más enero ni abril.

Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de otoño
y quieres volverte hacia mí!

Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di,
y en mi noche del Huerto, me han sido
Juan cobarde y el Ángel hostil.

Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!

Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de Ti:
¡Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!








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