miércoles, 19 de noviembre de 2025

Reseña: "La memoria es mi maleta", de Mere de Frutos

 

Género: Lírica

Editorial: Ibérica de Libros

Páginas: 106


Conozco a Mere de Frutos de coincidir con él en algunos recitales poéticos, entre ellos el Ágora de la Poesía de la Casa de León en Madrid, que yo organizo. También  hemos coincidido en la presentación de algunas antologías poéticas  de carácter benéfico  en que ambos hemos participado.  Su poesía me ha llamado la atención siempre  por la fuerza que desprende. Ahora, termino de leer su poemario  La memoria es  mi maleta. Lo he hecho despacio y volviendo a veces sobre lo leído para poder captar mejor todos los matices que rezuman sus versos.  Desde el primer poema he tenido la sensación de estar ante   un poemario de altura.

La memoria en el centro del título y el eje temático del poemario. Hablar de memoria es hablar de recuerdos, de vivencias. Su   maleta nos sugiere viaje y nos habla también del equipaje  donde guardamos lo imprescindible para  realizarlo: lo que creemos que nos debe acompañar en el mismo. En  esa metáfora  que une memoria y maleta está la esencia del poemario.  En la infancia iniciamos el caminar  y desde esa infancia el poeta asegura que sube a veces al andamio del recuerdo.

Si la infancia es el punto de partida del viaje, el ser humano es un viajero eterno  y ese viaje estará marcado por el paso del tiempo, que es el tema nuclear de este poemario, e impelido por la búsqueda de una luz que ilumine su camino. Precisamente  abre el libro un poema titulado   Colgado del tiempo, que finaliza con un verso que dice: Date prisa.  La prisa del poema no se sabe si es una prisa buscada o es la prisa que marca el paso raudo del tiempo y que  arrastra  al ser humano en su vorágine: Hoy paseaba  / subido a unas horas perseguidas por el tiempo… El poeta parece cabalgar  sobre unas horas “perseguidas” y este verbo  ya nos sugiere una idea de velocidad y de huida. En el mismo poema (Siglo XXI) habla de  la idea de volar y de un silencio que viaja / a gran velocidad  en un tren / sin billete de vuelta.  La imagen de un tren para describir el viaje vital  aparece en más poemas: veo pasar el tren de los años 

Sin embargo, para Mere de Frutos, el símbolo más notorio del paso del tiempo son los relojes: Pasa un reloj  / colgado en la pared del sueño.  El tempus fugit, del que hablaban los clásicos, corre a tal velocidad que los relojes, a veces, no consiguen atraparlo, porque  hoy se han quedado / sin tiempo en las agujas.  Para el poeta  la vida es solo un soplo  Un eco silente a la orilla de un sueño. Y es que el  paso del tiempo nos va quitando la vida. Es aquella idea de Quevedo de que “vivir es ir muriendo”.   Y Mere  quisiera recuperar el tiempo perdido para la felicidad: …y regreso a por las horas / de aquellos días que no viví.  Pero  en esa vuelta  a la memoria  se puede reavivar también el dolor: cuando  mi tiempo se desliza  / por la piel de los recuerdos / siempre duele. Duele, pues, el presente y duele recordar el pasado. Duele la soledad  y  la falta de ese hogar en que  pueda reposar   el alma: es la intemperie / lo que traiciona la memoria.

La evocación de la infancia y de los objetos olvidados en el tiempo  le  producen también  esa sensación del paso del tiempo. Objetos  estáticos en un lugar cualquiera    cobran vida  y parecen convertirse en los auténticos observadores que le recuerdan  la lejanía temporal del observador,  como ocurre en el poema Y en la quietud me observan. Lo observan, desde su quietud,  los libros, unas fotos, unos cuadros…   Y siempre los relojes. Todos, dice el poeta, son figuras congeladas que me observan / con ojos de pasado. En ese desasosiego la infancia parece el refugio seguro al que volver cuando, en su caminar, se enfrenta a los sinsabores de la vida. Entre  amargo liquen endulzado  / en el eterno refugio de la infancia. Y es que, como  ya decía Rilke,   “la verdadera patria es nuestra infancia”.

 En ese paso del tiempo el poeta persigue la luz, pero no siempre sabe  a dónde lo lleva: ¿Hacia dónde me lleva la luz /  cuando se apaga / y borra los secretos / de las noches indelebles?  Todos los  seres humanos perseguimos albas, pero a veces  están  escondidas  en los susurros de la noche. Porque el vivir se mueve entre   un Ciclo de luz y un  Ciclo de sombras, títulos de dos poemas que aparecen de forma consecutiva. En el primero, un océano de vientos se viste /  con un traje de colores.  En el segundo,  la luz deja su firma en el viento / como puñales fundidos / en la fragua de Vulcano. La vida es un colgarse y descolgarse del tiempo (metáforas que repite), pero el tiempo domina el vivir.  Mere persigue una luz que lo oriente en ese caminar, pero la luz a veces desaparece,  y  él se convierte en un hombre que lloraba  / y se le oían los silencios,  porque  pierde esa luz que antes mi horizonte iluminaba.

 Le resulta difícil salir de la desesperanza, incluso, en algún momento,  desea la muerte,  pero para morirse / primero debería estar vivo.   Y nos confiesa: Ahora que mi  tiempo se desangra  / por los sumideros de la noche /  y la pesadumbre  / llena los cuencos de esperanza vacíos / donde la luz se esconde de sí misma. Como recordar produce dolor,  cierra el poema La memoria doblegada con estos versos: Y confieso que el pasado no existe / porque hay sangre / y hoy quiero dar descanso a mi memoria.

En relación con el tema de la memoria, el léxico que habla del tiempo es muy abundante. Además de frecuentes menciones al  reloj,  habla de segundos, días, meses, años, memoria, recuerdo, pasado,  presente, hoy, ayer, infancia Muchos títulos de poemas  incluyen  palabras que abundan en esa idea. La palabra memoria se repite en varios de ellos.  También palabras que indican rapidez y que aluden al paso inexorable del tiempo: velocidad, pasar, viento, huracán, premura, tiempo que se desliza…

Los poemas están distribuidos en cinco bloques marcados simplemente por la cita de un escritor reconocido  que encabeza cada uno de ellos,  escritores que van de Mario Benedetti a G. García Márquez. El recurso a la metaliteratura está también presente en la evocación de otros escritores que aparecen en sus poemas.    La tercera parte  se abre con un bellísimo poema, muy rítmico,  titulado La forja de la palabra, dedicado al poeta José Hierro, del que dice  que acunaba el aire con el trino de sus versos. Además, hace presente  a Antonio Machado en el poema Colliure al alba, en el  que evoca  al hombre que se hizo verso / y se fue /… escaso de equipaje / tras los azules del alba. Machado era un viajero como él, que perseguía también la luz… Y la luz de aquel  poeta vive en la memoria y es para él como agua fresca / para dar de beber/ a otro caminante sin camino / a otro corazón solitario.  También incluye un poema homenaje a las mujeres escritoras, desde la poeta más antigua conocida, pasando por poetas grecolatinas hasta desembocar en Teresa de Cepeda, en las románticas del siglo XIX y en españolas e hispanoamericanas del siglo XX. Y cierra con la mención a  la polaca Szymborska. 

Relacionados también con la memoria están las evocaciones que hace de su madre y de su padre. La madre  es la mujer rural que trabaja de luna a luna, ocupada en docenas de tareas domésticas. Es  la mujer que hilvanaba las cuestas de enero y remendaba las zupias del aire. Y en otro poema habla de sí mismo, en relación con la madre, con estos hermosos versos: amor zurcido a un regazo / que hacia encaje de bolillos con las horas. La evocación del padre  enciende entre fulgores la memoria. Los padres le recuerdan esas raíces rurales  de una infancia en blanco y negro,  en su tierra manchega, que aparece de forma clara en los poemas titulados Arenas de labranza y Una tierra que mancha. Habla de carros, tierra seca, trigo, vino, esforzados labradores… Una tierra, actualmente, con desahucio de pupitres y  surcos sin arados, pues los pueblos de cal se mueren por los disparos del tiempo. Otra vez el tiempo que va ajando y vaciando el mundo rural. Y en su poesía de compromiso aparece el espinoso tema de una mujer maltratada, llamada María de las Angustias o tal vez María…  Finalmente, Carmen…  Detrás de cada uno de esos nombres está cada una  de las  mujeres maltratadas, una paloma condenada a beber atardeceres, una víctima de la violencia de género, que define esta  impresionante  metáfora: piel de yunque  / forjada a golpe de silencios. También tienen hueco en su maleta los  trágicos atentados del 11M: allí donde la prisa suena  / un zarpazo de cuchillo rompe el aire… Zarpazo, cuchillo,  romper…  nos hablan de violencia, de crueldad desmedida.

La poesía de Mere de Frutos es formalmente innovadora, aunque es verdad que ya poco  queda por innovar en poesía. No utiliza el signo gráfico de la coma. Por ello,  además de marcar las pausas con la propia pausa versal, lo hace a veces separando las palabras  con espacios más amplios, dentro de un mismo verso. En algunos poemas dispone los versos a modo de caligrama, como ocurre en Creo  las distancias; nos recuerda con ello, desde el punto de vista formal,  las vanguardias de principios del siglo XX. Los poemas están escritos en versos libres sin ninguna pauta concreta en la medida. El poeta busca la musicalidad  (y la consigue) en la elección y uso de las propias palabras, en los paralelismos sintácticos y  en otros recursos.  Pero lo que más llama la atención, estilísticamente hablando, es el  arte con el que maneja la metáfora. Con frecuencia son metáforas muy elaboradas, que en ocasiones se mezclan con otros recursos: antítesis, personificaciones, sinestesias… Son metáforas muy audaces y, incluso, deslumbrantes, en ocasiones encadenadas y  en la forma I (imagen) de R (término real): Nos sentamos a la mesa del tiempo. Soledad / vestida de jirones / manchados de memoria… Caminamos de puntillas por la senda de las horas…  Escolares de ausencias, para hablar de la pérdida de las escuelas por la despoblación rural.  O estas referidas a  su madre: abierto / hasta el alba de las horas rotas. La madre /  subida a la montura centenaria de los años… Podríamos indicar docenas de ejemplos. También nos desconcierta a veces con la fuerza de las antítesis y paradojas: Nacen los sonidos que apagan los silencios. Vuelvo en compañía de nadie. La personificación  no se le queda  en el tintero: Una tarde hambrienta de nubes. Bocados del aire.

En definitiva, estamos ante un poemario que trata temas  repetidos en la poesía universal, pues habla del sentido de la vida y la angustia por el paso del tiempo, por lo que desde la experiencia  personal  se eleva en muchas ocasiones al plano metafísico.  Son poemas muy elaborados literariamente, en los que  el papel de las imágenes es fundamental, pero son imágenes  que siempre  dejan traslucir el sentimiento del poeta, es decir, no estamos ante   una poesía hermética ni ante  una elaboración intelectual carente de sentimiento. Las vivencias  del poeta nos llegan  con intensidad  y verdad.

Cuando doblamos la última página, y como colofón de todos sus versos, nos deja este cierre para el último poema: El tiempo no duerme. / Y otra aurora / encenderá los albores con sus dedos / brotados de jazmines. Una nueva aurora nos regalará otro día… En esa lucha  de la  memoria que llevamos en la maleta contra  lo que nos arrebata el tiempo,  que está fuera de ella, este no duerme, pero no podrá impedir que  surja la luz  y que broten jazmines. Hermosa sinestesia para cerrar el poemario. La luz es la esperanza del poeta que deja constancia  del valor sanador  de la poesía, porque permite comunicar  sentimientos de forma bella y liberarse de la angustia existencial: hay que ser pluma de ingrávida querencia.  Esa “pluma”  espera el mundo de los poetas. Y  la de Mere de Frutos ha cumplido con creces ese cometido.


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora





domingo, 2 de noviembre de 2025

Reseña: "Novalunosis marítima", de Manuel Ramos López

 



        Género: Poesía

        Páginas: 72

        Editorial: Olé libros

          Novalunosis marítima es el título de este poemario de Manuel Ramos López, que hace el número tres en sus publicaciones poéticas. Sus anteriores poemarios fueron Entre el jueves y la noche (2022) y Tres de septiembre (2023). Manuel Ramos  es un  joven sacerdote salesiano, que ejerce la labor de profesor  de Secundaria y que se dedica  también a acompañar a jóvenes, en lo lúdico y en la formación moral,  en ámbitos no académicos.

            Conocí a Manuel Ramos cuando  comenzaba a estudiar ESO en el centro en que  yo daba clase de Lengua y Literatura (Santo Domingo Savio, Madrid) . Cuando supe de él, yo no era aún su profesora y tardé  algunos unos cursos en serlo, pero pronto comenzó a estar a mi lado y alrededor de la poesía. Yo organizaba, cada curso académico,   con segundo de Bachillerato, un gran recital poético,  a partir de  un tema conductor relacionado con alguna efeméride literaria o social de actualidad,  en el que participaban, en distintas labores, en torno a cincuenta alumnas y alumnos. Y en mi deseo de que participara  algún representante del alumnado  de cursos más bajos para que comenzaran a interesarse por la actividad, me topé con la presencia de  Manuel Ramos. Desde el inicio de su adolescencia me sorprendió su madurez y su interés por participar en este tipo de actividades. Y así, durante la primera década del siglo XXI,   se fundió con aquel loco de Antonio Machado, con la fuerza del viento del pueblo de Miguel Hernández y con bellos sonetos religiosos de otros autores, a lo largo de varios cursos.   No sé qué aprendería conmigo en las clases ordinarias de Literatura, pero seguro que algo de su amor por la poesía surgió en ellas y en aquellos recitales.

            He  seguido su trayectoria posterior  hasta el sacerdocio y  hoy mantengo con  él   una relación de amistad.  Con alegría  recibí la noticia de su primer poemario, en cuya presentación participé. También leí con atención el segundo  y le doy las gracias por poner en mis manos el tercero. Y ahora, al doblar la última página de esta tercera incursión poética, me pongo a  escribir una pequeña reflexión sobre este  nuevo poemario.

            En Novalunosis marítima lo primero que  llama la atención es la imagen elegida para la cubierta. Se trata del conocido cuadro titulado   Caminante sobre el mar de nubes,  de Caspar David Fiedrich, una obra icónica del Romanticismo. En el cuadro vemos a un caballero, de rostro desconocido,  contemplando un paisaje montañoso lleno de nubes. Un cuadro que refleja la soledad ante la inmensidad del  paisaje y la importancia de este. Refleja esa idea romántica del poder de la naturaleza, generalmente tormentosa y violenta, a través de la cual   los poetas reflejaban el dolor o la incertidumbre del ser humano.  Algo de todo eso hay en este poemario de Manuel Ramos. El título también nos llama la atención: Novalunosis marítima. La palabra novalunosis es un neologismo que aún no está recogido en el Diccionario de la lengua española (RAE).  Sí recoge novilunio, un concepto astronómico para llamar a la luna nueva.  Novalunosis se utiliza para denominar la experiencia estética y emocional que nos produce un estado de asombro  al contemplar la luna o las estrellas. Este título ya  es bastante expresivo. Nos habla de noches en que no se ve la luna (luna nueva),  pero en que se pueden contemplar mejor  las estrellas, noches oscuras y estrellas que tratan de mitigar la oscuridad. Y el adjetivo marítima nos sitúa la contemplación de esas noches estrelladas desde y  sobre  el mar.

            El poemario está dividido en tres partes: I. Puerto, que incluye cinco poemas. II. Mar, que  incluye, dieciséis. Y, III. Stella Maris, que incluye diecisiete.  Es evidente que la primera parte es mucho más breve. Y es que la primera parte es  el puerto. ¿De partida o de llegada? Aquí  se trata del puerto de partida. Conociendo al autor, que es una persona inquieta que no se conforma con la vida sosegada en un puerto, a resguardo de tempestades, solo puede ser el lugar de salida, de salida a la vida, que es como una travesía en la que hay que remar con acierto para luchar contra todo tipo de tempestades que, con frecuencia, hacen tambalearse   a la vida  misma y  nos llevan perder la fe en ella. 

            El puerto del que parte Manuel Ramos  es el puerto seguro de la poesía. La poesía será el barco que le hará surcar los mares. La poesía es esa lumbrera, / para la noche de los días. Precisamente el segundo poema se titula Recibe la luz. En otro poema asegura que la poesía es ávida atalaya / contra la muerte y sus cuchillos / (…)  muralla contra el miedo /  y sus eternos sinos / latentes. La poesía es ancla, consuelo, estrella, pecium al que agarrarse… La poesía es luz. El poeta  nos descubre en sus versos  las ilusiones y los sinsabores de su travesía personal, pues nos dice  de su poesía: soy yo, en palpitante caligrafía.  Nos invita, además,  a los lectores a  confluir con los sentimientos expresados en sus versos, de forma muy expresa: Tú que lees estas grafías, / gracias por hacerme / palpitar en ti / donde revivo, / porque me miras con tu escucha.  Así comenzamos  con él  a surcar el mar,  su mar, amarrados a la poesía.

            Con la poesía como cuaderno de bitácora  iniciamos la travesía y entramos en la  segunda parte llamada Mar. Este mar no  es aquel  que representaba el fin del río de la vida al que cantara Jorge Manrique y otros poetas, es el mar de la vida de una persona adulta por el que tiene que avanzar entre un  “la mar” de inconvenientes y desfallecimientos.   Describe este mar  como piélago de zozobras y tormentas. Es un mar que zarandea al poeta y para salir bien parado de esos embates ha de guiarse por la luz del alba, de las estrellas, de los faros…  Al faro le dedica un poema titulado Elegía al faro. En su avance suena a su alrededor la vorágine de las olas. Pero la noche parece que tiene pánico a al alba  y se siente vencida por la luz.

             El poeta, en su interior, también escucha el trémulo / son del fracaso.  El mar se transforma así  en una sinfonía oceánica  (título del primer poema de esta segunda parte), en canto embelesado que  aspira a convertirse en una auténtica novalunosis oceánica. Has nacido para  poder acariciar las estrellas  / y bailar en su haz, se dice el poeta a sí mismo. El navegante lleva también una luz en su interior, la que produce el fuego que usa como símbolo de la pasión amorosa y el acercamiento a Dios. Esa pasión le da la  seguridad de poder descubrir la estrella y el faro que le hagan vivir  una nueva mañana.

            Poco a poco nos vamos adentrando en el misticismo de esta experiencia de búsqueda del Amor (con mayúscula) con el que desea encontrarse.  Este camino en pos del auténtico Amor nos recuerda mucho a los místicos del siglo de Oro, pues la luz que arde en el corazón del navegante, que lo inflama, lo guiará en la travesía: “Sin otra luz y guía / que la que mi corazón ardía”, decía san Juan de la Cruz. Se trataría / de dejarse abrazar / en el fuego / en que nos amas, dice Manuel Ramos en un poema. Las olas del mar alimentan su fuego y le hacen  experimentar el deseo de infinitud que simboliza el mar,  pero el ser humano tiene que aceptar sus limitaciones, porque el piélago / no puede  ser guarecido / en las palmas de las manos.  Cuando  se acepta esa realidad  el alma empieza a sentir paz, aunque  las olas de la vida lo sigan sacudiendo, le planteen enigmas y lo obliguen  a atender la llamada de la niebla. Y si las nubes / apresan las estrellas, /  siéntate, aun así, / a esperar el viento.

            En el poemario habla también de la muerte como el mayor enemigo en esa lucha por vivir: el mar embiste contra la costa de mi nada, porque la muerte puede ser amante y asesina.   Esta segunda parte termina con un poema titulado Batel urbano en que establece una relación alegórica entre la vida en Madrid y la travesía marítima. Madrid es carta náutica de mi narración y sus zozobras. En Madrid se desarrolla la vida del poeta, en Madrid está  ahora ese mar contra el que se tiene que batir para seguir navegando.

            La tercera parte la titula Stella Maris (estrella del mar), título latino  que se daba a la Virgen como protectora de los marineros. Es sabida la gran devoción que tiene la orden salesiana a María Auxiliadora.  El poeta parece ponerse bajo su protección. Stella maris es  estrella que guía: es luz. Parece que estamos ante la vía iluminativa del proceso místico, aunque la noche todavía presenta sus peligros. Ya en el primer poema nos habla de tu Amor (clara referencia a la divinidad), está a la espera de llegar a él, para dar pleno sentido a su vida. Eres Tú /  tanto… la noche que deslumbra /  y la estrella que dirige… Ese Dios anhelado es siempre un silencio que escuchar. Será  siempre  la mano   en que apoyarse en esa  Novalunosis marítima, será   Salud.

            En esa lucha  vital en que hay sombras y luces, la luz parece imponerse cuando se sigue desde el fuego del amor que inunda el corazón: hay que dejarse guiar, por los halos de luz  que emergen en medio de la noche o de la niebla, pues la niebla /  esconde tras de sí / la luz emanada de las estrellas. El poeta decide combatir contra la tempestad, porque siempre habrá al menos una vela de luz. El poeta prefiere la luz de las estrellas en el novilunio, a la luz del sol. Las estrellas guían en la noche,  el sol ciega y resulta engañoso. Y es que la vida se parece más a una noche que, según el momento, estará más o menos cuajada de estrellas.

            En ese proceso místico  de búsqueda de la divinidad Manuel Ramos, desde mi punto de vista, no llega al último paso: la vía unitiva. Parece que su frente se abandona en el pecho de la divinidad y que  siente cerca la luz de la mirada de  ese Rey Mago que le sale a su encuentro, pero el poeta sigue andando sobre las aguas y en el penúltimo poema  dice seguir surcando las aguas en tu busca y en último parece haber salido de la noche luminosa.  No hay Amada y Amado fundidos  y olvidados del mundo exterior. Yo diría que todo el proceso que nos ha planteado el poeta  es la búsqueda del afianzamiento de la fe, una fe que a veces la propia vida tambalea. De hecho, el último poema se titula No perder la fe. No parece que se fundan el Tú y el yo del poeta, sino que este tiene que seguir en el mundo de lo humano tratando de sobreponerse con tesón a las dificultades de la vida.   

        Además, conociendo el perfil humano del autor,  una persona que quiere estar en el mundo y   entregarse a mejorarlo, no parece que desee encapsularse en un éxtasis místico, a pesar de  que novalunosis nos habla de estado de asombro.  Ese mar  suyo, según creo,  está más cerca del que presentaba Pablo Neruda en la Oda al mar, un mar ante el que el contemplador puede sentir  embeleso, pero también un mar que dé peces, que quite hambre: “… porque  en nosotros mismos, / en la lucha, / está el pez, está el pan, está el milagro”, decían los últimos versos de esa oda. Pero para navegar por mares procelosos y salir indemne, siempre es necesario el entusiasmo, que etimológicamente no es otra cosa que posesión divina, en definitiva tener fe en  algo o en alguien que nos permita ver siempre estrellas en la noche.

            Los poemas están escrito en versos libres, la mayoría breves, que generan dinamismo y musicalidad,  y que, en algunos casos parecen, desde el punto de vista fónico y gráfico,  reproducir el sonido y la forma de las olas. En general, la musicalidad está muy presente en el poema. Hay títulos que nos recuerdan lo musical: Sinfonía oceánica, Canto de la noche sobre el  agua, Troppo mare, Huracán, Tu dicción, Canto al del espejo. Con frecuencia recurre a los paralelismos sintácticos, también como efecto rítmico. Y también aparece  abundante léxico relacionado con lo musical: melodía, trueno, susurro, danza, baila, escala, ecos… Además, es muy abundante el léxico relacionado con la luz: haz, mañana, alba, luz, estrellas, amanecer… Algunos poemas hablan de luz en su título, por ejemplo, Al alba. Como contraste, aparece la noche, las nubes, la tormenta… El poemario está sembrado de bellas sinestesias: rezuman los tambores, el susurro de su brisa, al son de tus brumas… Aparecen también acertadas metáforas, como el mar truena;  paradojas (recurso  muy usado por los místicos), como mirada ciega, incluso  hay un poema  que se titula Paradojas. 

        Todo ello produce un gran afecto plástico que nos hace sentir los versos: sentir, en lo emotivo, y sentir, en lo sensorial. Además del yo poético, que a parece en primera persona, el autor a veces parece distanciarse para hacer una reflexión y usa la tercera persona, y, de forma frecuente, utiliza  poéticamente la segunda, a modo de apóstrofe, para increpar a un tú, en poemas titulados A la muerte, A Madrid y en otros, o se dirige a un tú con el que desdobla su personalidad y parece que alguien le habla. En algún poema establece un  claro dialogo lírico con un Tú externo (Dios). En el libro de Manuel también está presente  la metaliteratura, pues encabeza cada apartado con palabras de otros autores,  que van desde citas  bíblicas a  versos de  escritores,  como Paul Valéry,  o  de músicos, como Sabina. 

            En este poemario se percibe una notable madurez con respecto  al primero publicado, tanto en  el tratamiento temático como en la forma poética. En el poema Una espiral de noche se pregunta: No sé si soy poeta / escritor apenas… Pues sí, Manolo (que así te llamamos los que te tenemos afecto), debes saber  que eres poeta, y lo eres en  los dos   significados que da el DLE. Eres poeta porque eres “una persona dotada de gracia y sensibilidad poética” y lo eres  también porque eres “una persona que compone obras poéticas”. Y, desde luego,  ha sido  una gran satisfacción para tu vieja profesora de Lengua y Literatura leer este poemario  y comentarlo, y también, permíteme la inmodestia, haber tenido algo que ver con tu vocación poética.

© Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora

 

 

 

    

miércoles, 29 de octubre de 2025

Reseña: "El crimen de las cajas de ahorro", de Francisco J. Martínez Carrión





Género literario: novela

Páginas: 346

Editorial: Baobab Ediciones

        El crimen de las cajas de ahorro es una novela escrita por el periodista Francisco J. Martínez Carrión, ciadadrealeño afincado en León, ciudad en la que fue durante veinte años director de Diario de León y, durante quince,  director del Departamento de Comunicación de Caja España de Ahorros e Inversiones, entre otros puestos, por lo que cuenta con una mirada  privilegiada para escribir la trama de esta novela. Esta no es su primera incursión literaria, pues  ha compatibilizado el periodismo con la narrativa: una novela breva, libros de relatos, guías de viajes, libros de entrevistas... 

        La acción  de  El crimen  de las cajas de Ahorro se inicia con un crimen real: el asesinato del presidente de la llamada Caja  de Ahorros del Bernesga. El nombre del río ya nos lleva a tierras leonesas. En el título, el autor juega con la polisemia de la palabra crimen: asesinato y  “delito grave” / “acción indebida o reprensible” (RAE). El crimen material de un personaje es una licencia literaria para organizar la trama. El otro crimen, el moral y judicial, es la mala gestión de un banco público, la estafa de las preferentes, las motivaciones políticas y económicas de muchos personajes que pululan cerca de las C.  y de sus consejeros: políticos, sindicalistas, constructores…

           En el contexto ficticio, pero que podría ser real, de la fusión de las C. de A.  del Bernesga  y del Jabalón (referencia a dos provincias  biográficamente vinculadas al autor: León y Ciudad Real), alguien asesina al presidente de la primera clavándole un abrecartas en el corazón. Curiosamente ese abrecartas, que le lleva a la muerte, era un talismán de la suerte  que le había acompañado en toda su carrera profesional. (¿Se inspiró el autor en el asesinato real  con un  punzón clavado en la cabeza  del director de la C. de A. de Ronda, en Puerto Lápice?).  El autor  mezcla en la narración  de manera muy hábil la investigación sobre el novelesco crimen, lo cual le da a  la novela intriga e interés,  con todos los asuntos turbios en que están implicados  consejeros y políticos, que, aunque tienen nombres ficticios, en muchos casos son perfectamente reconocibles. También es interesante el papel de la prensa. Curiosamente el apellido del presidente asesinado es Relimpio. Está claro que el autor juega con la ironía, no solo en este caso. Aunque en ese ambiente profesional  de corrupción  y ambición tal  vez  este personaje sea  el más decente. También sabe introducir con acierto un cierto componente morboso que tendrá que ver con la resolución del caso de asesinato.

         La novela se desarrolla en la ciudad ficticia de Oreto, en la que se reconoce perfectamente  a León y a sus gentes (oretanistas). Tal vez le ha servido de inspiración para este topónimo el nombre del yacimiento arqueológico de Oreto en Ciudad Real, que seguro que el autor conoce. La geografía urbana es reconocible en sus barrios, en sus edificios,  en su periódico principal: El Oretano.  En su ambiente social  hay necesidad de aparentar, porque la gente influyente se conoce entre sí, pero se da la paradoja de que  personas que no saben administrar sus propios bienes  dan consejos a los demás. No solo aparece la capital, sino también hay  referencias a la provincia a través de la minería y de otros hechos, como  el de que el presidente asesinado hubiera nacido en un pueblo anegado por un embalse y sus gentes trasladadas a un pueblo de nueva construcción, como así ha ocurrido con los embalses leoneses.

        En cuanto a la estructura,  la novela está dividida en 30 capítulos,  numerados del I al XXX, más un capítulo introductorio, no numerado, en que se presenta el descubrimiento del cadáver y la huida del asesino. Los capítulos no aparecen titulados. El autor cambia de uno a otro cuando cambian protagonistas, tiempos o lugares. Las transiciones dentro de un mismo capítulo las marca con un espacio en blanco.

        La narración se realiza  en tercera persona y, en general, a través de un narrador omnisciente.  La novela comienza con el descubrimiento del cadáver. En el capítulo I (que no primero),  el autor usa un flash back para contarnos los hechos inmediatamente anteriores, o sea, el pasado próximo de ese descubrimiento. Después el salto temporal hacia el pasado es más amplio para que el lector conozca todos los hechos anteriores que han llevado al crimen (pasado remoto). Un vez que el autor nos da cuenta de esos hechos, vuelve al presente para avanzar de forma lineal y contarnos todas las pesquisas que lleva a cabo la policía para resolver el crimen, policía representada por el comisario, que es un personaje importante en la novela. No obstante,  en esa narración lineal, en algunos momentos aparecen también miradas  retrospectivas.

        El comienzo de la novela es  un acierto estilístico, pues  juega con el contraste que se produce entre la agitación y dinamismo relacionado con la señora de la limpieza que descubre el cadáver y la quietud del asesino que permanece inmóvil  y silencioso en un pequeño habitáculo. Evidentemente el lector no conoce la identidad del asesino, por lo que el autor busca atraer la mirada del lector hacia  esa persona sin cara ni nombre, y, realmente,  consigue despertar  intriga. Además mezcla en ese primer párrafo el estilo indirecto (narración omnisciente) con el estilo  libre indirecto que nos introduce en el pensamiento del personaje (pág. 9).

        La narración incorpora asimismo muchos elementos descriptivos. Describe  de manera muy certera a los personajes, tanto  en su aspecto externo como  en su personalidad y  lo suele hacer de una manera concisa, pero muy expresiva, usando con frecuencia enumeraciones de adjetivos. Tenemos auténticos retratos literarios  del presidente de la C. de A. del Bernesga, de algunos  consejeros, del comisario y  de otros personajes secundarios como el de Pica  (pág. 33),  pero el personaje mejor descrito y redondo  como personaje literario (y tal vez real) es el  de Ángela Olivo, presidenta de la Diputación de Oreto y aspirante a presidir la C. de A.  Es curioso e irónico el propio  nombre literario del personaje, porque no es precisamente un ángel, sino una persona soberbia y maquiavélica, carente de piedad, de la que dice el autor que es un busto de mármol. Prefiero que me tengan miedo a que me quieran, dice el propio personaje. De alguna forma el autor juega también con  el simbolismo de su apellido, pues, según dice de ella, a su alrededor había impuesto la paz del monte de los Olivos.  Y es  que amenazaba con el calvario y crucifixión que desprendía su poder omnímodo: Era la jefa, y punto. Disecciona a la perfección el carácter calculador y frío del personaje, tal vez relacionado con su origen: una familia pobre y sin afecto. Las metáforas, símbolos e ironías que usa el autor para describir a este personaje y a otros son muy potentes. Nos presenta a una mujer  que pretendía tener subyugados los cuerpos y las almas de Oreto. y lo conseguía.

        Además, aparecen descripciones  topográficas muy plásticas, como las que hace de algunos lugares de León y  la bella descripción de la Pulchra: (...) el sol aplanaba las piedras, pero las sombras perfilaban en negro las líneas que enmarcaban el rosetón central. El pináculo piramidal de la  de la torre sur  parecía una labor de encaje.  Los grajos graznaba en lo más alto de la torre norte  y las gárgolas que decoraban todas las salidas de agua  de los tejados, dormían la siesta, tranquilas, ante la inutilidad de su existencia (pág.300). 

     También evoca de forma  muy viva algunas situaciones  ante el lector: Galván estrechó la mano del subdelegado y recibió una especie de descarga de energía. Fue un apretón de manos fuerte, pero cordial, seco pero caluroso íntimo pero distante, personal y al vez profesional (p. 142). Es capaz de hacer que el lector  entre de lleno en una situación  como si fuera un espectador físico que la estuviera contemplando.  El estilo  de la novela es deudor del lenguaje periodístico, claridad y concisión lo definen. Aparece una sintaxis de frase breve, a veces punzante,  que elimina lo superfluo y  que, en lugar  de dispersar el pensamiento del lector, lo concentra, porque va a lo esencial de la narración, y eso   acentúa  el interés y la expectación. Si a todo esto se le añaden los recursos literarios que se han mencionado anteriormente la plasticidad es aún mayor y el valor literario también.  Esa frase breve y  la abundancia de diálogo le dan a la novela gran dinamismo narrativo y hacen que el interés del lector no decaiga en ningún momento. 

        Si a ese estilo dinámico,   le sumamos una cierta trama de novela negra, algún elemento morboso en la vida íntima de los personajes y el interés del lector  por desentrañar los secretos de ese entramado turbio de la mala gestión de las C. de A. que  llevó al rescate de algunas, el interés temático  de esta novela y su capacidad de entretener están asegurados. En la trama descubrimos todos turbios intereses que estaban en liza en el asunto del rescate  y la fusión de las cajas de ahorro, asunto no lejano que la mayoría de los lectores tenemos en mente. Y para los leoneses, que reconocemos los lugares, a algunos personajes,  la importancia social de algunos sectores en relación con la caja de ahorros local.: construcción,  minería,  política, periodismo... y las intenciones  confesadas o  inconfesables de algunos personajes,  el interés  de la  novela se acrecienta aún más. 

        Estamos, pues,  ante una trama ficticia, pero ante una novela totalmente realista; ante una novela bien escrita, que atrapa al lector y lo mantiene expectante hasta el desenlace. Desde aquí, solo me queda felicitar al autor, Francisco J. Martínez Carrión, y desear que siga transitando por el camino de la literatura.

            

 ©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora


 




        

jueves, 23 de octubre de 2025

Reseña: "Cordillera", de Marta del Riego Anta




Género: novela

Editorial: AdN

Páginas: 411


        Reseña

          Cordillera, de la escritora y  doctora en periodismo Marta del Riego Anta,  es una novela de una plasticidad abrumadora.  En ella las palabras y las frases emiten sonidos, por lo que  la leemos y la escuchamos a la vez. La obra se  convierte en  una auténtica pieza musical. Comienza por un capítulo titulado Obertura, que nos alerta ya de ello con esa terminología musical, y  la ejecución de la pieza  continúa a lo largo de los capítulos siguientes. Los  sonidos   nos envuelven, de inicio a fin,   como la banda musical de una película, cuya música se adapta a distintos  tempos, según las situaciones.

            Estamos  ante una novela de ecos, que tal vez   sean la propia esencia de la narración,   ecos que llegan a nosotros desde un inicio impactante: Resuenan los golpes con la palma abierta, cinco golpes resuenan. Resuenan. Resuenan en tu cabeza.  ¿Qué golpes son esos que “re-suenan” y “re-suenan” y que nos arrastran  hacia la búsqueda del origen de ese sonido misterioso? ¿Quién ese tú que parece que interpela también al lector y lo introduce en la narración y en el enigma? Mucho más adelante sabremos que esos golpes tienen que ver con el sonido de un pandero, un sonido ancestral de la tierra que  se desprende de las manos de la protagonista. La autora nos hace llegar, además, los ecos  del pensamiento de los personajes,  a través de frases repetitivas  que se intercalan en la narración y que funcionan como una especie de estribillo. Esas repeticiones  nos transmiten también la obsesión u ofuscación de un personaje ante un asunto concreto. Son un recurso estilístico esencial para realizar una intensa introspección  psicológica de los protagonistas. Y los sonidos externos que emergen  de esa Cordillera Cantábrica, en sus dos vertientes, leonesa y asturiana,  también resuenan en los oídos del lector.

            Así pues, los lectores escuchamos con atención la vida  del  paisaje y del paisanaje: sonidos de  animales,  ramas que se mueven,  pisadas, conversaciones, canciones que enraízan las personas en la tierra… Se oyen los suspiros de la noche, el  cárabo  o la coruja  que ululan lastimeramente en la oscuridad, el tintineo de los cencerros o  de unas llaves fatídicas, el sonido de las campanas que tocan a rebato. Primero,  oímos el tañido de la campana grande: dong, dong, dong… Y después,  de la pequeña: ding, ding, ding.…  Además, Marta del Riego quiere dejar constancia de ellos con muchas palabras o sonidos onomatopéyicos: chasquido,  crujido…, sonidos de instrumentos musicales, como   la batería que toca el protagonista: dum, dum, da , dá,  y que trata de silenciar su inestabilidad psicológica,   el del pandero: “pam, parabarán pam pam…”, que nos introduce en la cultura montañesa de manos de Nidia… Se nos habla de la música del acordeón, también instrumento popular en la zona, y se mencionan otras palabras relacionadas con la música. En alguna ocasión  es la propia palabra sonido  la que se repite varias veces en frases paralelísticas, que, por sí mismas, ya tienen sonoridad (pág. 389).  Los esquemas repetitivos,  con frases breves, contribuyen  a acentuar   esa sonoridad narrativa: Aquí antes corría el dinero, aquí antes había una escuela, aquí antes… Aquí antes. Así consigue sugerir más de  lo que  dicen las palabras.

            No podemos dejar de mencionar  al coro, un personaje colectivo que tiene una función muy importante dentro de la novela. Nos recuerda a los coros del teatro griego. Una voz colectiva (en este caso, paisaje y paisanaje)  que apostrofa  a un personaje en segunda persona, actúa como su voz de la conciencia y  nos hace partícipes  a los lectores de una preocupación (o remordimiento) que lo atenaza o  del anuncio de una premonición funesta que genera expectación  en el lector, pues este desearía  conocer  de forma rápida qué mal acecha al personaje: Andas de noche por el bosque, no tienes miedo a nada. Pero mira que un día te pueden salir al camín.   Las frases bíblicas que la madre recita con frecuencia, a modo de salmodia, tienen también una función moral y anticipatoria similar a la del coro.

          Curiosamente es esta una novela de sonidos y una novela de silencios, silencios de la naturaleza que, en ocasiones,  parece meditar y   del paisanaje que está en contacto con ella y que vive en un pacto de silencio para silenciar las “miserias” colectivas que tienen que ver con su forma de ser y de vivir. También se busca el contraste  entre el silencio del mundo rural y el ruido urbano del que han huido sus protagonistas. Los habitantes de ese pueblo de Cordillera son personas parcas en palabras, que tienen dificultad para expresar sus emociones, pero muy reflexivas, por ello en sus silencios  se oyen a veces hasta los engranajes de los cerebros,  en palabras de la autora. Nidia llega asegurar que ella habla poco, porque solo lo hace con las ovejas y la naturaleza.

            El estilo  narrativo tiene que ver con esos sonidos y  silencios. La autora usa una sintaxis de frase muy breve, en ocasiones, de estructuras puramente nominales, que, lejos de dar sensación de falta de cohesión, lo que hacen es concentrar aquello que se quiere contar, reduciéndolo a lo esencial: Mina, tiro, muerte. Cada palabra parece un aldabonazo que  alerta al lector y acentúa  el dramatismo del momento. Este estilo, por una parte, es un elemento también de musicalidad, teniendo en cuenta las repeticiones presentes de palabras y de estructuras sintácticas y la propia frase breve, y, por otra, quizá trate también de expresar esa personalidad lacónica de las gentes de la montaña leonesa. Es evidente que ese tipo de sintaxis tiene aquí una voluntad de estilo, aunque también puede tener alguna influencia del lenguaje periodístico.

        En esa plasticidad total de la novela,  nos envuelven  también otras sensaciones. Captamos múltiples olores: el de los  osos, los perros, las ovejas, las personas y de otros varios elementos de la naturaleza. Olemos la comida que  se cocina y que  se come, la fruta de los árboles… Las sensaciones táctiles  también nos llegan con frecuencia: la textura de la lana de las ovejas, la piel del oso, la gelidez del invierno… Contemplamos los cambios de los colores del paisaje al compás de las estaciones: de la multicolor primavera a los verdes pastos del verano y  de los dorados otoñales   al blancor de la nieve invernal.

            La novela está narrada en primera persona, lo que nos lleva a identificarnos más con el personaje-narrador, y a varias voces. Narran los tres protagonistas esenciales, que se van alternando en la narración, aunque no con una pauta fija.  Una de las voces es la de  Nidia, la pastora trashumante  y personaje central; otra, la del biólogo que llega a una pequeña aldea del noroeste de León  (en Laciana, Babia o Luna) para estudiar el comportamiento del oso y, la tercera, la de un personaje no humano, una osa personificada, que habla menos veces y con parlamentos breves, pero que tiene un protagonismo esencial. En esa  narración con técnica autobiográfica se introducen a veces reflexiones en las que el personaje desdobla su personalidad  y dialoga con su otro yo, presentado como un tú que apostrofa al personaje, lo mismo que hace  el coro.

            Nidia es  una mujer fuerte, de apariencia ruda, aunque culta y gran lectora, que defiende con tesón su dignidad de   mujer y de pastora trashumante que pretende seguir la ocupación  de su padre.  En ese intento tiene que enfrentarse a los peligros de la  propia montaña y  a la desconfianza, a veces cruel, de la gente de su propio pueblo que no la ve capaz de seguir con esa dedicación de sus antepasados. Es una mujer que ha realizado estudios universitarios y que rechaza la posibilidad de quedarse a trabajar en la universidad para volver a vivir en contacto con la naturaleza, porque asegura: Era lo que me gustaba: ser montaña. Y la mujer montaña la llama la autora al encabezar cada uno de los capítulos en que Nidia actúa como narradora. En el mismo pueblo tiene como antagonista a la persona de Evelio, un ser violento, que se cree superior por ser hombre, y que, como no puede doblegar la voluntad de Nidia, intenta varias veces doblegar su cuerpo, mediante violencia física y sexual. Y en otro lugar cercano vive Urraca, una mujer veterinaria, amiga de la protagonista, pero que termina transformándose en su peor enemiga, llevada por  la pasión, los celos y una cierta condición “salvaje”.

        El segundo personaje clave es el biólogo que se asienta en el lugar, esa aldea remota del norte de León, para realizar su estudio.  Se llama Darío, pero la autora lo presenta como el hombre del bosque, una persona que ha entrado en la senda del oso y será para él un camino de difícil retorno y de enfrentamientos  por la hostilidad del mundo rural que lo rodea y por la desconfianza de Nidia.

       Y un personaje esencial  es esa osa que protege a sus oseznos (esbardus) de las asechanzas de la naturaleza y de los humanos. La osa aparece de forma directa como coprotagonista y nos muestra  en primera persona sus temores. Quizá ella sea la auténtica protagonista, porque  su existencia desencadena  filias y fobias en el resto de los personajes. Es curioso cómo interpreta  la realidad desde su mundo de osa: habla de los animales humanos, de sus guaridas, de  los ruidos que producen sobre un camino  duro y gris… Los animales humanos la vigilan y ella los vigila a ellos. Sabe bien que en aquella Cordillera han sido siempre enemigos.

          Marta del Riego presenta a la perfección el mundo de la montaña leonesa, su forma de vida, su cultura,   su lengua, sus aspiraciones y frustraciones: sus luces y sus sombras. La historia de una tierra que dejó la ganadería para ir a la mina y, cuando se cerró la mina, emigró a la ciudad. Queda patente el problema de la despoblación con sus males añadidos: población anciana, deficiencia en los servicios de todo tipo, aislamiento por nieve… Está presente esa lucha  paradójica a favor y en contra  de  la naturaleza para defender su forma de vida tradicional. Aparecen los intereses encontrados entre los científicos que velan por la supervivencia de especies como el lobo y el oso y la lucha contra ellos de los ganaderos por los daños que les provocan. También aparece la lucha entre los propios montañeses cuando se trata de aceptar u oponerse a la instalación de las eólicas. Unos ven en ello agresión a la naturaleza y el fin del pastoreo, porque siguen creyendo que los animales son más dignos de confianza que las personas y otros consideran que los ingresos llegados por esa vía pueden sacar a los pueblos de su miseria. Todas estas tensiones, más otras relacionadas con los afectos, las pasiones y los instintos, desembocan en hechos trágicos que la autora nos presenta con una belleza sobrecogedora porque el bosque no tiene nada de romántico, la  fuerza de  la naturaleza es implacable.

        La novela comienza la narración “in medias res”. Se inicia con  el encuentro de un cadáver por parte Nidia, cadáver que  no reconoce inicialmente. A partir de ese hecho inicial, la autora hace un flash back para contarnos cómo llega al pueblo el biólogo en primavera, su proceso de investigación  sobre el oso y la relación de desconfianza con las gentes del pueblo que siempre ha visto en el animal un enemigo.  Pero tenemos que esperar a  la fiesta del pastor de Barrios de Luna, en el mes de septiembre ya mediada la novela para que la acción vuelva al punto de partida y se nos dé cuenta de quién es el muerto. A partir de ahí la acción avanza linealmente, con con  alguna breve mirada retrospectiva,  hasta   el desenlace final.

      Además, en la novela aparecen,   como sembradas, docenas de palabras o expresiones en patsuezu, la variante del leonés que se habla en la montaña occidental leonesa, especialmente en la comarca de Laciana. Es un guiño de la autora a la cultura leonesa, dentro de la cual se educó, y contribuye a dar más veracidad a lo contado. Palabras como esbardus, podre, caíanse, presta, camín, lloubus, muyeres, panadeirus, tien que dir a pata…  Dentro de  ese estilo de  frases escuetas y guiños al leonés coloquial, la autora nos regala con frecuencia imágenes muy bellas. Dice del puente sobre el embalse de Luna que es como el costillar de un corcel gigante, los ojos de Darío cuando lucha contra la muerte por congelación eran como dos polillas de armiño con las alas blancas,  las nubes tienen una panza de yegua preñada… 

            La novela Cordillera, de Marta del Riego Anta, es una novela que atrapa al lector de principio a fin, que lo inquieta, que lo conmueve, que lo hace introducirse  en ese mundo duro  de  tensas situaciones dramáticas  y  “dolerse” de ellas  como un personaje más. El  lector  queda subyugado  por esa Cordillera que arrastra con su fuerza telúrica a  los personajes  y los zarandea entre el amor y el odio y la esperanza y la desesperanza, que ejercen una fuerza destructiva sobre ellos, en ocasiones, difícil de vencer. Y todo expresado con un estilo innovador, que nos presenta una realidad ora de forma impresionista, ora de forma expresionista, pero siempre con  gran belleza literaria.

            Mi lectura termina aquí...  Si desean  disfrutar  de la lectura de una gran novela, abran el libro y lean.  Si desean sentir  el poderoso rugido de Cordillera, abran el libro y escuchen.


     ©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga





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