A todos los omañeses, que han sabido ingeniárselas para cruzar los ríos.
Aguas que pasan...
Puente colgante. Paladín (Omaña-León). Foto: MAR |
Aguas que pasan...
Río Omaña, río Omaña,
discurres por esta
tierra,
y riegan tus aguas claras
los valles y las
riberas.
Árboles,
campos y flores
se
reflejan en tu faz
y
tú sonríes contento
Desde el alto Tambarón,
en torrentes y cascadas,
bajas raudo y saleroso
hasta la Omaña más baja.
En tus tabladas
serenas
el silencio te
acompaña,
pero, cuando coges
bríos,
Tú recorres nuestros
pagos
por presas y por regueros,
fértil haces nuestra
tierra:
nuestras veigas,
nuestros huertos.
Puentes tienden sobre ti
que como ataduras son,
pero tú sigues sereno:
los prestas de mirador.
Puentes antiguos, modernos,
de madera o de
hormigón,
permiten pasar enjutos
Lucen puentes medievales,
otros
ríos que a ti llegan,
hermosos
puentes de piedra
Por
debajo pasan aguas
que los quieren abrazar,
yo
me paro a escucharlas
y las oigo susurrar.
Cantan
penas y alegrías
de
las gentes del lugar
y
con ritmo cadencioso
las
alejan hacia el mar.
Aguas que hay que pasar...
Los puentes
Bajo los puentes corren las aguas, sobre los puentes pasan las personas. Personas que cruzan en ambas direcciones, por eso los puentes son símbolos de encuentro, de intercambio. De hecho, la expresión tender puentes se usa con ese significado figurado. Y cuando se quieren aislar poblaciones o personas se rompen los puentes, por eso, son siempre un objetivo estratégico que se quiere destruir en el caso de guerra.
Los puentes acercan a las personas; en cambio, el agua que corre bajo ellos las separa. Los ríos siempre han
sido fronteras, divisiones naturales entre pueblos, comarcas o ayuntamientos,
por más que ahora algunos se empeñen en modificar esas fronteras naturales.
Desde el punto de vista cultural y lingüístico, se sabe que los ríos separan, en
cambio, las montañas unen. Así ha ocurrido con pueblos del Valle Gordo que se han relacionado desde tiempo antiguo con pueblos del Bierzo o con otros de la comarca de Omaña, a través de la montaña, o con el pueblo de Paladín, hoy del ayuntamiento de Valdesamario, que perteneció durante años al ayuntamiento de las
Omañas, porque esa era la agrupación natural de los pueblos: pueblos unidos por senderos de montaña y separados por ríos, que eran la línea geográfica infranqueable si no existía un puente.
Los puentes han cambiado, sin duda, la vida de la gente. Por los puentes han cruzado caminantes que se dirigían a otras poblaciones para celebrar fiestas, realizar trabajos, asistir a entierros, recibir o prestar asistencia sanitaria, docente o religiosa, visitar a conocidos… Los puentes han llevado también las palabras y las formas peculiares del habla de un lugar a otro.
Los puentes han cambiado, sin duda, la vida de la gente. Por los puentes han cruzado caminantes que se dirigían a otras poblaciones para celebrar fiestas, realizar trabajos, asistir a entierros, recibir o prestar asistencia sanitaria, docente o religiosa, visitar a conocidos… Los puentes han llevado también las palabras y las formas peculiares del habla de un lugar a otro.
Los puentes unen los pueblos,
pues sus gentes, al pasar,
intercambian las vivencias
la cultura y el hablar.
Los omañeses han buscado durante siglos la forma de cruzar el río Omaña y sus afluentes. ¡Si el río hablara, podría contar la historia de esta tierra! El río la fertiliza y le da vida. Pero el río también ha producido daños con sus desbordamientos y ha mantenido aislados algunos de estos pueblos durante los inviernos y primaveras. Pero los habitantes de estas montañas no han cejado en su esfuerzo de buscar formas de pasar a pie enjuto los ríos y arroyos, que en esta tierra son numerosos.
Cuando los puentes y carreteras eran escasos en el mundo rural, estaban en mal estado y aún no había vehículos a motor, a lomos de caballerías:
burros, caballos, mulas… se transportaban las
quilmas de trigo, cebada o centeno para llevarlas a moler a otros pueblos que sí tenían río y, por tanto, disponían de
molinos privados o comunales. Estos
animales cruzaban los ríos con la carga y el dueño sobre su lomo. En algunas
ocasiones el dueño cruzaba por un puente rudimentario y la
acémila cruzaba por el río agarrada del ronzal, porque era reacia a pasar por
el puente, dada su inestabilidad. Así debían cruzar también los ríos los médicos o veterinarios que atendían a personas y animales de los pueblos de la montaña leonesa.
Don José María Hidalgo Chapado, veterinario de Riello, cruzando el río Omaña, en la década de los 50. Foto: cortesía de José María Hidalgo Guerrero |
Poco a poco los puentes facilitaron el transporte de alimentos y otros productos, sobre caballerías, en los serones, cuévanos o alforjas,
a los pueblos que estaban al otro lado. También permitían el paso de los carros que transportaban patatas,
cereales, hierba, estiércol... En la mayoría de
las casas en que viven o vivieron agricultores
se conservan los carros, con sus complementos, y también los aparejos de las caballerías: la albarda
con su cincha, las alforjas… En los años 50, ya cruzaban los puentes las bicicletas que hacían
posibles desplazamientos de varios kilómetros, para poder ir a trabajar a otros lugares, haciendo oficios de canteros, mineros, hojalateros, afiladores, carteros…
A medida que mejoraban
los caminos y carreteras, ya no solo se oían sobre los "espinazos" de los puentes los sonidos de las pisadas de
los animales, las ruedas de los carros y los "arre" sus dueños (sonidos que, casi siempre, se podían confundir
con los sonidos de la naturaleza), sino que la “nueva música” de los vehículos motorizados, va a impedir oír los sonidos de la contorna y hasta el canto
armonioso del agua que corre bajo ellos.
En la Omaña Alta, se
conservan hermosos puentes de clara
factura medieval, aunque modificados en épocas posteriores. Son puentes
construidos con piedra del propio río, de arcos apuntados. Estos puentes aparecen en afluentes
del río que da nombre a la comarca, el “río grande” o río Omaña. Unían
localidades próximas entre sí o partes de un mismo pueblo. Como estos ríos
tienen un cauce y caudal menor, fue más fácil construirlos y que pervivieran durante siglos.
Barrio de la Puente. Foto: cortesía de Paco Álvarez |
La verdad es que las
gentes tenían más necesidad de relacionarse con los pueblos próximos que con
lugares más lejanos. Algunos de ellos seguramente están vinculados con las
explotaciones auríferas romanas. En unos cuantos pueblos omañeses podemos contemplar estos puentes, que nos devuelven a un pasado lejano: Murias de Paredes, Barrio de la Puente, Posada
de Omaña, Montrondo, Salce, Vegapujín…
Cada uno de ellos merecería un artículo aparte por su interés y su belleza. (Invito a ver el vídeo de Paco Álvarez en que se refleja la belleza de unos cuantos puentes omñeses. Al final del post aparece el enlace).
Uno de los puentes modernos más antiguos, ya centenario (1914), es el puente de Aguasmestas. Antes de ese año existían en el lugar puentes de madera que, año tras año, eran arrastrados por las riadas. Los vecinos del Valle Gordo debían pasar el río en caballerías o en el carro o, en su caso, con zancas o por pasaderas. Pero el cruce del río era impracticable en invierno. Era el puente necesario para dar salida a los habitantes de todo el Valle Gordo hacía el sur, pues no era posible salir del valle en invierno cuando las aguas venían crecidas.
Su construcción fue sufragada por la colonia de Murias de Paredes en Madrid. El puente está dedicado a la memoria de Manuel Rodríguez y Rodríguez, lacianiego, que había obtenido fortuna en la capital del reino. Posiblemente fue la persona que costeó directamente la construcción. En el puente se puede apreciar una una placa blanca con su nombre y el año de construcción.
Murias de Paredes. Foto: cortesía de Paco Álvarez |
Uno de los puentes modernos más antiguos, ya centenario (1914), es el puente de Aguasmestas. Antes de ese año existían en el lugar puentes de madera que, año tras año, eran arrastrados por las riadas. Los vecinos del Valle Gordo debían pasar el río en caballerías o en el carro o, en su caso, con zancas o por pasaderas. Pero el cruce del río era impracticable en invierno. Era el puente necesario para dar salida a los habitantes de todo el Valle Gordo hacía el sur, pues no era posible salir del valle en invierno cuando las aguas venían crecidas.
Su construcción fue sufragada por la colonia de Murias de Paredes en Madrid. El puente está dedicado a la memoria de Manuel Rodríguez y Rodríguez, lacianiego, que había obtenido fortuna en la capital del reino. Posiblemente fue la persona que costeó directamente la construcción. En el puente se puede apreciar una una placa blanca con su nombre y el año de construcción.
Puente viejo de Aguasmestas. Foto: MAR |
Este puente hizo posible
que los vecinos de los nueve pueblos del
Valle Gordo pudieran acceder a
Aguasmestas ("aguas mezcladas") donde se unían el río Vallegordo y el Omaña. Era
este un lugar de paso del camino que iba
de Asturias a Astúrica Augusta (Astorga)
y a Madrid, y donde había una venta frecuentada por los viajeros. Por tanto, era
un lugar de relevancia comercial y política.
En 1716, Felipe V la legalizó como venta de postas.
En su libro, Villamor de Riello. Un antiguo concejo leonés en la comarca de Omaña, José María Hidalgo Guerrero habla de la actividad que tenía la venta a finales del siglo XIX: "A sus puertas se detuvo toda clase de medios de transporte. Trajineros con la carga al hombro, carros chillones con las ruedas fijas al eje, reatas o recuas de caballerías en viaje entre Cangas de Tineo y Madrid, diligencias con largos troncos de caballos, y desde finales de la centuria camionetas y ómnibus de línea regular para transporte de viajeros, mercaderías y correo". En Aguasmestas se reunían también todos los concejos omañeses cada lunes de Pascua.
Unas cuantas décadas después, cuando el puente viejo se quedó pequeño para los nuevos medios de transporte, se construyó otro puente más ancho, que es el que se utiliza actualmente. En el lugar existe también un puente colgante peatonal.
En su libro, Villamor de Riello. Un antiguo concejo leonés en la comarca de Omaña, José María Hidalgo Guerrero habla de la actividad que tenía la venta a finales del siglo XIX: "A sus puertas se detuvo toda clase de medios de transporte. Trajineros con la carga al hombro, carros chillones con las ruedas fijas al eje, reatas o recuas de caballerías en viaje entre Cangas de Tineo y Madrid, diligencias con largos troncos de caballos, y desde finales de la centuria camionetas y ómnibus de línea regular para transporte de viajeros, mercaderías y correo". En Aguasmestas se reunían también todos los concejos omañeses cada lunes de Pascua.
Unas cuantas décadas después, cuando el puente viejo se quedó pequeño para los nuevos medios de transporte, se construyó otro puente más ancho, que es el que se utiliza actualmente. En el lugar existe también un puente colgante peatonal.
Foto: cortesía de Rafael Cid y Rosa Fadón. ( Del blog: Excursiones de Rafa y Rosi) |
En la Omaña Baja los
puentes eran imprescindibles para poder pasar el río camino de Riello, que era
el pueblo comercial de la comarca, o
para dirigirse a la ciudad. El primer puente por el que pasaron coches y
camiones fue el de La Garandilla, que unía los pueblos del valle de Samario con
Paladín y los pueblos de los altos de
Omaña, y también con la comarca de Ordás y la capital. Se construyó al inicio de los años
cuarenta. Un puente rudimentario, de tablones de madera, aunque con unos
sólidos pilares que han aguantado las riadas
hasta hoy.
Cruzarlo tenía sus dificultades, especialmente para los animales a los que, a veces, les quedaban aprisionadas las patas entre los tablones. Décadas después se transformó en un puente de cemento, poco resistente, que permitía el paso de vehículos con un peso muy limitado, aunque la limitación nunca se cumplió por parte de los camiones de las empresas mineras de la zona. En el año 78 se asfaltó la carretera y se mejoró el puente, hoy prácticamente fuera de servicio para vehículos a motor, pues se han construido otros dos muy próximos. Desde este puente hay hermosas vistas del río Omaña.
D. José María Hidalgo Chapado, veterinario de Riello, cruza el puente en los años 50. Foto: cortesía de JM Hidalgo Guerrero. |
Cruzarlo tenía sus dificultades, especialmente para los animales a los que, a veces, les quedaban aprisionadas las patas entre los tablones. Décadas después se transformó en un puente de cemento, poco resistente, que permitía el paso de vehículos con un peso muy limitado, aunque la limitación nunca se cumplió por parte de los camiones de las empresas mineras de la zona. En el año 78 se asfaltó la carretera y se mejoró el puente, hoy prácticamente fuera de servicio para vehículos a motor, pues se han construido otros dos muy próximos. Desde este puente hay hermosas vistas del río Omaña.
Puente viejo de la Garandilla. Foto: MAR |
Con estos puentes, que resistían las riadas, convivían otros que se construían con una estructura menos consistente, a base
de maderas, ramas, tapines… Estos
puentes, con frecuencia, eran puentes “de quita y pon”. Los construían o
reparaban los lugareños y el río, con
alguna de sus crecidas, se encargaba de quitarlos y llevárselos consigo. Eso ocurría con frecuencia con el puente de
Trascastro de Luna sobre el río Omaña. Algo parecido ocurría con el puente antiguo de La Omañuela y con otros de la comarca. No corría mejor suerte con las crecidas el puente del arroyo de Miravalles que era necesario para comunicar la Omaña Baja con Riello, por el sendero del Sardón. Nuestro fiel acompañante, el burro, nos sacaba a veces de esa situación comprometida.
Puente actual de La Omañuela. Foto: MAR |
Además de estos puentes, que se construían sobre los ríos, existen, desde antiguo, otros puentes más sencillos que se usaban para pasar sobre las presas de los molinos, las presas de riego, los arroyos y los regachos (pequeña derivaciones de ríos), todas ellas corrientes de agua que tenían un cauce más estrecho y menos caudal que los ríos: eran los pontones o pontonas.
Los puentes,
construidos sobre carreteras –con asfalto o sin él- comunicaban con lugares más o menos lejanos; los pontones, más
humildes en su tamaño y construcción, llevaban a un pueblo próximo o, más
frecuentemente, del pueblo a las fincas. Poner un pontón consistía en poner sobre el cauce del agua un madero o un par de
ellos juntos, o unas tablas o tablones
unidos. A veces una piedra grande y chapleta podía ser suficiente para este cometido. Aunque no tenían mucha consistencia, solían durar algunos años, pues
estaban construidos sobre cauces que tenían un caudal más escaso y más estable. Pero, el deterioro producido
por el tiempo o una crecida no calculada terminaban acabando con ellos,
por puro desgaste o por el arrastre del
agua. Los pontones a veces eran muy inestables y peligrosos, sobre todo, cuando tenían cierta altura.
Recuerdo que cuando era
niña, allá por un mes de noviembre, pasaba por uno de estos pontones (simplemente dos troncos adosados) detrás de
mi padre. El movimiento que producían sus pisadas desequilibró las mías y caí a
la presa, de bastante caudal, sobre la
que pasábamos. Con un frío invernal, cogí
una trucha (y no de las de comer) y salí de allí totalmente calada y haciendo tachuelas. La cara de mi padre
oscilaba entre la risa y la pena. Y yo sentía, además, una gran vergüenza,
porque me consideraba torpe y tenía que volver a casa para cambiarme de ropa ante posibles
miradas y sonrisas de los lugareños, que
luego contarían la “hazaña".
Los pontones han visto la vida del campo y
del trabajo. La imagen de alguien cruzando un pontón sería la de una persona
que llevara al hombro alguna herramienta: zadas,
gadaños, forcas, hoces, fozorias, machetas…
O acompañando a las vacas que cruzaban por el agua. Puentes y pontones permitían pasar enjutos y no tener que pasar a bayo, especialmente cuando el
caudal estaba crecido y el agua muy fría. Aunque siempre quedaba la opción de ir acompañados por una persona fornida que pasara por el agua con nosotros arrujas. También esta es una estampa que se veía en nuestros ríos, presas y arroyos con cierta frecuencia.
Cuando el cauce que
había que pasar era de escaso caudal, especialmente en verano, se resolvía el
problema poniendo unas pasaderas. Eran
una serie de piedras, preferentemente planas, más o menos en fila, para ir
situando los pies de forma alternativa, al avanzar sobre cada una de ellas. A
veces, porque alguna no estaba bien
asentada y se giraba, o no calculábamos bien la zancada, terminábamos con algún
pie a remojo. Pero, con frecuencia, los omañeses optaban simplemente por despojarse
de sus alparagatas y cruzar el río
con estas en la mano y un palo en la otra para tratar de no ser arrastrados por
la corriente o no resbalar sobre el
lecho de piedras, y caerse al agua.
Y las zancas…
Estructura de las zancas |
Se buscaba una buena rama de árbol que tuviera horquilla, preferentemente de fresno o negrillo, que eran maderas resistentes. Entre el gajo de la horquilla y la parte más gruesa se entretejían unas ramas de palera, especie de mimbre, sobre las que se apoyaban los pies. Se les ponía un clavo en la parte que se apoyaba en el suelo para que no resbalaran. Pero, aun así, había que tener una gran pericia para atravesar el río sobre zancas, máxime teniendo en cuenta que en época de desnevio llegaba a tener metro y medio de profundidad y que el lecho del río estaba lleno de piedras resbaladizas.
Pocas serían las casas de los pueblos que lindaban con un río en que no hubiera un par de zancas. Generalmente las usaban los hombres, pero también alguna mujer tenía habilidad para usarlas. Todos los niños nos subimos alguna vez en unas zancas y tratábamos de mantener el equilibrio sobre ellas. Eso sí, casi siempre, en dique seco. También a veces los mayores ensayaban antes de decidirse a cruzar el río.
Arsenio García. Bardón. La Garandilla. Foto: cortesía de Arsenio García García |
Trascastro. Río Omaña desde el castillo. Foto: Teresa Álvarez |
Se les veía usarlas de forma regular porque las crecidas del río, con frecuencia, se llevaban el puente construido sobre el río Omaña y tenían que usar las zancas para poder acceder a las fincas que tenían al otro lado del río. En otros pueblos de la contorna también el uso de zancas era algo habitual.
Germán cruzando el río. Trascastro. Aportación de Luis Arias. |
Las zancas fueron
cayendo en desuso a partir de la aparición de las botas de goma, aunque a veces
convivían en armonía, porque se calzaban las botas para evitar que los pies se mojaran con el movimiento de las zancas. Los más diestros eran capaces
también de usar las zancas calzados con madreñas,
con la dificultad que ello entrañaba para asentar bien el pie. Había que pasar
el río con tiento, pues no solo pasaba la persona, sino que esta llevaba además
alguna herramienta al hombro. Y con frecuencia iban acompañando a las vacas y
debían atender al ganado, mientras estaban cruzando el río. Algunos eran tan expertos que incluso eran capaces de hacer auténticos malabarismos sobre las zancas.
Isidro Mínguez. La Garandilla. Foto: cortesía de Arsenio García García |
Este ingenioso
artilugio ha ido desapareciendo, sobre
todo, partir del año 1998, en que se
construyó la carretera de la Garandilla a Riello, con proliferación de puentes.
Desde La Utrera hasta Trascastro, en unos seis kilómetros, hay, actualmente, siete puentes, dominando ese río que fue indómito durante siglos. Algunos muy
próximos entre sí.
Uno de ellos ha dejado bajo sí un hermoso recodo del río, zona de baño y lugar de leyenda: El Piélago. Si nuestros antepasados vieran esto pensarían que es un auténtico despilfarro. Y seguramente lo ha sido, pues tal vez con menos puentes se podría haber dado el mismo servicio.
Uno de ellos ha dejado bajo sí un hermoso recodo del río, zona de baño y lugar de leyenda: El Piélago. Si nuestros antepasados vieran esto pensarían que es un auténtico despilfarro. Y seguramente lo ha sido, pues tal vez con menos puentes se podría haber dado el mismo servicio.
Puente del Piélago. Foto: MAR |
El puente colgante
sobre el Pozo Lloncín.
Entre esa abundancia de puentes, hay
uno muy especial. Se trata del puente colgante, sobre el Pozo Lloncín, entre
Paladín y la Utrera. Se trata de una obra artesanal que siempre tuvo un
atractivo especial por el puente mismo y por la belleza del entorno donde está
situado. A este puente se llega por una pintoresca senda desde Paladín y por un
camino, desde La Utrera.
Puente colgante, entre La Utrera y Paladín. Foto: MAR |
La historia de este
puente es muy curiosa. A finales de la década de los 20 del siglo pasado había
un párroco que atendía a la vez las parroquias de La Utrera y Paladín. Se
llamaba Jerónimo Martínez y era apodado “Treinta libras”, por su escasa
envergadura. Según cuentan las personas más ancianas, este cura tenía
habilidades de carpintero y decidió construir un puente colgante para pasar el
río, porque atender a estos pueblos situados o poco más de un kilómetro, pero
separados por el río Omaña, era un gran problema durante el invierno.
El puente colgante construido era de madera y estaba colgado con cayadas metálicas sobre unos cables que se sujetaban a una roca por el lado de Paladín y a un chopo, por la parte de La Utrera. Unas cuantas décadas después el chopo sucumbió a los embates de la riada y hubo de construirse un armazón para sujetar los cables y una escalera de cemento, que sustituyó a la escalera de mano por la que se ascendía hasta entonces.
El puente colgante construido era de madera y estaba colgado con cayadas metálicas sobre unos cables que se sujetaban a una roca por el lado de Paladín y a un chopo, por la parte de La Utrera. Unas cuantas décadas después el chopo sucumbió a los embates de la riada y hubo de construirse un armazón para sujetar los cables y una escalera de cemento, que sustituyó a la escalera de mano por la que se ascendía hasta entonces.
Estado del puente en 1969. Foto: MAR: álbum familiar (Teresa, Margarita, Sunita y Marisol) |
Con frecuencia, pasar por el puente era algo temerario
por el estado de las tablas y de su propia estructura. Aun estando en
razonable buen estado, el temblor y el
balanceo que se producían al pisar sobre él generaban un cierto miedo a los foráneos y no todo el mundo se atrevía a
pasar. Con todo y con eso, los lugareños lo cruzaban sin inmutarse. Hubo alguna
vez en que había desaparecido una parte de esas tablas (hecho motivado, con frecuencia, por usarlo
como trampolín de baño) y vi a mi propio padre, Ireneo, que era muy hábil, cómo cruzaba el “no puente”
rescolgándose de los cables, ante mi miedo y el
horror de mi hermana, más pequeña.
Los que no éramos tan osados, optábamos por cruzar el río descalzos, aunque
fuese de noche.
Estado del puente en 1977. Foto:MAR. álbum familiar. (Ireneo, Felipe, Margarita, Amparo) |
Si fue curiosa su
construcción, no lo fue menos su propiedad, que perteneció al sacerdote hasta después de su muerte. De tal manera que en el año 1936, muerto
el propietario, Jacinto Martínez, que era el “testameritorio” (¿su heredero?), vendió el puente y fue
adquirido a partes iguales por las juntas vecinales de La
Utrera y Paladín, que pagaron, en conjunto,
125 pesetas por él. (Adjunto el recibo que conserva el pueblo de Paladín
de ese pago).
Recibo de pago del puente colgante (Junta Vecinal de Paladín). Foto: MAR |
Desde entonces el
puente fue propiedad de ambos pueblos y cada uno de ellos reparaba la mitad del
mismo, dándose la circunstancia de que
en ocasiones estaba bien conservado medio puente y en pésimas
condiciones el otro medio. Aunque, solían ponerse de acuerdo para hacer
hacenderas comunes. En el año 2002, una riada levantó los cimientos de la
estructura que sujetaba los cables y esta se inclinó, por lo que el puente
descendió formando un arco cóncavo en su
parte central, y la riada lo arrastró.
Años después, con subvenciones públicas,
se construyó el puente actual de estructura y aspecto mucho más sólido. A partir de ese momento la propiedad y la
conservación del puente son de
incumbencia pública. El lugar es muy hermoso
y frecuentemente visitado.
Los puentes han unido a
los omañeses entre sí y los han hecho salir a conocer mundo. Como sus ríos,
muchos de ellos llegaron un día al Atlántico y lo cruzaron. A otros los puentes los llevaron a otras zonas
de España o de Europa… Todos ellos seguro que recuerdan y añoran la belleza que
esta comarca encierra. Los ríos y
arroyos omañeses, nacidos en las
altas y hermosas cumbres que rodean la comarca, la riegan y la llenan de vida.
El propio origen del nombre de la comarca
tiene que ver con el agua, pues, a pesar de otras teorías, la etimología más
probable de Omaña es aqua mania, la
primera palabra relacionada con agua y la segunda con río. De ahí se pasaría a
Omania, luego Omaña. Se pasaría, pues, de nombre del río al nombre de la
comarca por la que discurre. Eso explicaría, por ejemplo, la presencia repetida
de este étimo: Omañón, La Omañuela y, especialmente, Las Omañas (lugar de
confluencia de dos ríos). (Del libro: El habla tradicional de la Omaña Baja, de Margarita Álvarez Rodríguez).
La comarca de Omaña es, junto
con la de Luna, desde 2005, Reserva Mundial de la Biosfera.
Omaña es agua: Omaña es vida.
El
río corre abundante,
los
prados están viciosos,
por
las vallinas descienden
Por
su flora y por su fauna
por el respeto a la tierra,
por el respeto a la tierra,
Omaña
ha sido nombrada
Reserva
de la Biosfera.Para conocer su encanto,
encontrarás
ocasión,
piérdete por
estos lares,
son del Reino de León.
La Utrera (inicio de Omaña por el sur). Foto: MAR Pincha en el siguiente enlace para ver el vídeo de Paco Álvarez que refleja la belleza de algunos puentes de Omaña: Vídeo de Paco Álvarez sobre puentes omañeses
Quiero mostrar mi agradecimiento a Rafael Cid y Rosa Fadón por mostrar la belleza del Viejo Camino en la comarca de Omaña y por ceder, de forma desinteresada, el material de su blog: Excursiones de Rafa y Rosi.
Muy interesante esta entrada de su blog:
|
Pues sencillamente me ha encantado tu artículo, sabiamente comentado, bien documentado, con escenas graciosas (tu caída al río en Noviembre) y una amplia gama de palabras omañesas, una delicia leerlo y repasarlo.
ResponderEliminarGracias, Paco. A ver si con tus fotos haces un inventario de todos los puentes omañeses, antiguos y modernos. Creo que un día nos podías organizar una excursión para visitarlos. Sería que era un precioso recorridos. Y nos faltan las fuentes, los molinos...
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