jueves, 26 de septiembre de 2019

Contra la envidia, caridad






¿Qué tendrá la envidia que es capaz de vestirnos del color de la esperanza –verdes de envidia-,  pero es incapaz de presentarnos aseados, porque cuanto más verde es nuestra apariencia más presumimos de cochina envidia? En los casos más extremos se convierte en cainismo y se tiñe de rojo.

Parece que la palabra envidia llegó al español en el siglo XIII, de la mano de Gonzalo de Berceo. Procede del latín invidere, del verbo videre, con el prefijo in-, que significaba mirar con malos ojos. Del verbo surge el sustantivo invidia-ae, del que deriva envidia. A esta mirada que mata aludía ya Baltasar Gracián en el siglo XVII: Achaques de arpía son los de la Envidia, que todo lo inficiona y, a fuer de basilisco, su mirar es matar


Del DLE, RAE

Unamuno dijo que en nuestra tierra de envidia proverbial bien podría existir un precepto que rezase: Odia a tu prójimo como a ti mismo. En palabras de Antonio Machado, el envidioso guarda su presa y llora lo que el vecino alcanza. Ni pasa su infortunio ni goza su riqueza. La envidia es, pues, un sentimiento que va ligado a la percepción que tiene alguien de su inferioridad, aunque objetivamente quizá no sea inferior.

Ira, soberbia, envidia, pereza, gula, lujuria y avaricia. Enumeración de los siete pecados capitales. De estos pecados seguramente el que es más característico de España, aunque suene a tópico, es la envidia. Envidiar al que sabe más que nosotros, al que sobresale por su valía,  su éxito, su juventud, su belleza, su riqueza… es un deporte nacional. Estamos habituados a ver a los que sobresalen no como nuestros cooperadores, sino como nuestros competidores.


No podemos olvidarnos de que ya en la Biblia se muestra cómo Caín envidiaba la bondad de Abel. La envidia tiene una importante presencia también  en el Purgatorio de Dante, lugar en  que los envidiosos recibían por castigo  que se les cosieran los ojos para que no disfrutaran viendo la desgracia ajena. En el mundo de la música hubo  un gran representante de la envidia, el músico Salieri, en relación con Mozart. La envidia es también el eje de la novela (o nivola) Abel Sánchez de Unamuno.



El Diccionario de la Real Academia dice de la envidia que es "la tristeza o pesar del bien ajeno". Seguramente la definición se queda corta, pues a veces no solo estamos tristes por el bien ajeno, sino que nos alegraríamos de su  mal. La envidia es siempre causa de sufrimiento, porque el que envidia no es capaz de disfrutar de la admiración que puede ser una fuente de satisfacción.

Es, asimismo, uno de los pecados que condena Cervantes.  Don Quijote asegura: Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no tal, sino disgusto, rencores y rabias.



Lo curioso es que si repasamos la lista de los pecados capitales  casi todos presentan vicios que son formas de placer (gula, lujuria, pereza…), pero, en el caso de la envidia, quien sufre es el que la padece, no el envidiado.

Sin ninguna duda, es un defecto muy nuestro valorar lo de fuera y poner reparos a lo español o juzgar de forma muy dura los errores que cometemos. Lo vemos con respecto  al cine, a la tecnología, a la ciencia… Algunos de nuestros sabios o inventores vieron cómo les ponían cortapisas a sus trabajos, como le ocurrió  a  Isaac Peral…

Ocurre también  con el   cine español (incluso se ha acuñado el término “españolada”)  y otros productos españoles, que a veces  son menos valorados que otros similares que proceden de fuera de  España. Tal vez estos comportamientos tengan relación con la envidia que practicamos más de lo que reconocemos. A ello parece que alude el dicho de que si los envidiosos volaran, no veríamos la luz del sol.

 La lengua refleja, sin duda, la forma de ser de un pueblo. Reflexionar sobre  el léxico y las estructuras de un idioma es una buena forma de conocer al pueblo que lo habla. Y lo relacionado con la envidia tiene excesiva presencia en nuestro idioma, lo cual es muy significativo. Y este es el aspecto que se quiere abordar en este artículo.

Nadie es profeta en su tierra, decimos sin empacho.  ¿Y por qué no? Pero en España, si alguien triunfa, nos cuesta reconocer sus méritos. Rápidamente decimos que tiene un padrino o influencias o enchufes o agarres o que se arrima a buen árbol.


Partiendo de que la envidia es  considerada un pecado capital, lo primero que sorprende en nuestro idioma es que hemos desprovisto al adjetivo  envidiable  del significado de pecado capital y le damos un sentido positivo y carente de censura moral. Tiene una salud envidiable, un trabajo envidiable… Usamos frases de ese tipo con un sentido moralmente positivo que justifica la referencia a la envidia casi como si fuera una virtud.

Por otro lado, hasta nuestra sintaxis refleja nuestra condición envidiosa. Una de las estructuras sintácticas más frecuentes del español es la coordinación adversativa con pero. Teniendo en cuenta que la segunda proposición se opone en parte a la primera, nos viene bien esta estructura para restar méritos o aspectos positivos a alguien. De forma que proliferan en nuestro idioma frases como “es muy guapa, pero es tonta”; “tiene mucho dinero, pero no es feliz”. Es como si nosotros, que no podemos ganar a esa  persona en lo que resalta la primera proposición, lo hiciéramos, un tanto malévolamente, en la segunda. En algunas frases aparece una variante: el  sí, pero, que sirve para rectificar al interlocutor.  Es un sí, pero no. Una paradoja muy peculiar. ¿Cómo vamos a consentir que otra persona sea un ejemplo digno de admirar?  No es posible, por eso iniciamos  rápidamente el ejercicio sintáctico y moral de buscarle defectos.

Tanto nos gusta el pero que lo hemos convertido en un sustantivo y nos encanta utilizarlo. Y además, con frecuencia, lo hacemos en plural, pues ponemos peros a las personas y a las cosas. Es la envidia cochina. Las oraciones de tipo comparativo, en forma negativa, también son usadas con la misma intención. No es tan guapo como parece. No gana tanto como dicen. A veces  parece  que tratamos de conformarnos con lo que tenemos, aunque no llegue al nivel de lo deseado. Así sentenciamos: No tiene nada que envidiar.

Pero para los españoles, a pesar de que no sigue normas de higiene, porque es cochina,  la envidia tiene con frecuencia buena salud, no en vano, aseguramos muy frecuentemente  que sentimos sana envidia. ¿Cómo la envidia puede ser sana si produce sufrimiento?  El refranero no parece considerarla algo sano a juzgar  por sentencias como esta: Corazón envidioso, corazón ponzoñoso; la envidia es orín que corroe las entrañas del ruin. Se la condena con frecuencia y se la presenta como veneno, como algo corrosivo y destructor. El pesar por el bien ajeno, lo llaman envidia y es veneno. La envidia no consiente reposo, porque es un mal muy doloroso. El envidioso es un animal ponzoñoso. El envidioso, por verte ciego, se saltaría un ojo. La envidia acorta la vida. La lista sería larga.

Los dichos coloquiales dicen de la envidia que es tiña (si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!). Aun así hay muchos  que  parece que se esfuerzan por morir de envidia. Y quizá no lleguen a morirse, pero pueden   cambiar de color y ponerse verdes de envidia como si fueran una lechuga. En este caso el verde no es algo puramente figurado, pues parece que los envidiosos segregan mucha bilis y que esta tiñe la piel   de color amarillo verdoso.


Hay, no obstante, algún refrán  que, en cierta medida, valora la envidia de forma positiva: Es mejor ser envidiado que ser apiadado. Vale más ser envidiado que envidioso. Incluso alguno que quiere situarse en una equidistante  actitud moral: Envidia, ni tenerla ni temerla.

Está claro que tendemos a considerar que lo de  los demás es mejor que lo nuestro. El refranero lo recoge en varios refranes: Nada tan bueno como lo ajeno. El mejor racimo, el de la viña del vecino. La gallina que otro cría pone más huevos que la mía.

Con frecuencia, las personas que envidian suelen moverse cerca del envidiado. A ello aluden también algunos refranes: Es peor la envidia del amigo que el odio del enemigo. Acerrima  proximorun  odia, dijo ya Tácito. También resuenan en nuestra  mente los versos lorquianos  de la Muerte de Antoñito el Camborio, en el Romancero gitano. 

En conclusión,  mientras no nos comamos de envidia, que es pura y dura y, por tanto indigesta, siempre queda el consuelo de que muerto el burro, la cebada al rabo o muerto el perro, se acabó la rabia, y  podremos seguir viviendo  y fomentando la salud con esa  envidia sana que no tenemos empacho en decir que practicamos. Y si la contrarrestamos con la caridad, como nos mandaban los viejos catecismos, mejor que mejor.

No hay venganza más insigne que los méritos y cualidades que vencen y atormentan a la envidia [...] Este es el mayor castigo: hacer del éxito veneno", ¡Hasta la honradez y la bondad pueden usarse con el malévolo propósito de azuzar la envidia! 
 Baltasar Gracián, 1647.




12 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Siento envidia por no tener las ideas tan claras

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    2. Si somos muchos los que sentimos envidia de alguien, aunque sea "sana", se nos van a confundir más las ideas... Mejor dejarlo en admiración... Gracias por dejar tu comentario.

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  2. El artículo da para trabajar en el aula sinónimos que tengan que ver con "magistral". Después de tantos años en los que tuviste una influencia determinante en mi formación didáctica, veo que sigo aprendiendo de ti. Dejo de lado el vocablo "envidiable" para incluir con verdadera propiedad el de "admirable". Un beso, Margarita.

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    1. Mejor practicar la admiración que la envidia, por muy "sana" que sea. Creo Alfonso que aprendimos juntos a educar... Aquel Cifu que conocí también tenía mucho que aportar. Ambos hemos amado la docencia y eso siempre marca una huella en los alumnos y en los compañeros. Y por supuesto, en nuestra propia alma. Empecé a escribir pensando en hacer pequeñas reflexiones para las clases y ya he subido a la categoría de los pecados capitales en relación con la lengua... Y espero seguir. Gracias por tus palabras y un abrazo.

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  3. Después de leer tu artículo se me impone ser consciente cada vez que me acudan términos relacionados con "envidia" para poder cambiarlos por otros con más propiedad. Tu artículo es admirable y a mí me ha "puesto a trabajar".
    Puede que la envidia sea el pecado más capital de todos, porque borra "al otro". Es irracional,pero a la vez enraíza en un feroz, salvaje fundamento, "nunca tendré lo que mi hermano (vecino, compañero, etc) tiene"; En el caso de Caín, el odio a su hermano tal vez no era tanto por su bondad, sino por el amor del Padre (Dios). Esto me lleva a pensar que la envidia no solo daña a quien la siente, convierte en víctima al otro al situarlo en un lugar de peligro.
    Excelente, Margarita!
    Cómo me hubiera gustado ser tu alumna! No siendo posible la lectura de tus artículos me compensa de alguna manera. Un beso.

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    1. Muchas gracias, Gentzane. Casi me dan ganas de incorporar tus reflexiones al contenido del artículo, porque son muy interesantes. De alguna manera puedes incorporarte a mi alumnado. Si ves sobre qué y cómo escribo te puedes imaginar mis clases. Amo las palabras y la docencia, con eso ya está casi todo dicho. He sido feliz en el mundo educativo... Una vez una alumna me dijo que le encantaban mis clases porque yo "creía en lo que decía". Para mí fue el mayor piropo que puede oír un profesor después de cuarenta años de ejercicio. Espero seguir regalando palabras... Un abrazo.

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  4. He leído con mucha atención tu artículo, y me ha encantado como todos los que escribes. Me ha encantado leer y recordar las reflexiones sobre la envidia, de los grandes pensadores que incluyes en el mismo. Gracias Margarita, por deleitarnos una vez mas con tus escritos.
    Saludos

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    1. Muchas gracias, Aureliano, por dejar tu opinión en el blog y por el juicio que te ha merecido el artículo. El uso de la lengua permite hacer muchas reflexiones, a poco que nos fijemos en lo que decimos y en la relación que se establece entre la palabra y el pensamiento. Saludos.

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  5. Extraordinario Margarita, das luz a las palabras y nos haces reflexionar para ser mejores. Las emociones son incontrolables, pero se pueden educar

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    1. Muchas gracias, Antonio, por eso tan bello que dices: dar luz a las palabras. Las palabras hacen viajes de ida y vuelta, porque las palabras delatan nuestros pensamientos y el pensamiento no es posible sin el uso de las palabras. Y sí, nos podemos educar para elegir unas palabras u otras, según criterios sociales, morales... Pero una cosa es cierta, según la riqueza que haya en nuestra palabra, habrá riqueza en nuestro pensamiento, porque los límites y matices del pensamiento los establece el dominio que tengamos de la palabra. Interesante, bueno, magnífico, excelente, extraordinario, inmejorable... Cada palabra tiene su matiz, "su luz". Un abrazo.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.