miércoles, 11 de mayo de 2022

¿Destituir o sustituir?

 


Ya no es la primera vez que escribo sobre el “arte” de subvertir o alambicar el lenguaje por parte de los políticos. En las últimas horas hemos visto cómo, para justificar la renovación de un cargo político, en la persona de la antigua directora del CNI,  han querido alterar los significados de los verbos sustituir y destituir. Los responsables de la destitución se han esforzado en los medios de comunicación en justificar el cambio asegurando que la persona citada no había sido destituida, sino, “sustituida”. Dos verbos que tienen en común parte de su forma gramatical, pero que no tienen el mismo significado,  por lo que no es baladí la sustitución de uno por otro buscando la   justificación política de un hecho.


Se sustituye, por ejemplo, una bisagra por otra, porque se ha estropeado,  o una bombilla,  que se ha fundido, pero se destituye a una persona que ostenta un  cargo público. Según la RAE, destituir es  “separar a alguien del cargo que ejerce”, mientras sustituir es  “poner a alguien  o algo en lugar de otra cosa” u “ocupar el lugar de otra persona”, que ya no ocupa ese lugar. La presidenta anterior del CNI ha sido, pues, destituida y, una vez que se ha realizado esa acción, ha sido sustituida por la directora actual. Nadie puede sustituir en un cargo  a otra persona si quien lo ostentaba antes no ha sido destituido o ha dimitido o cesado a petición propia.


Está claro que ese “baile” entre los dos verbos y el interés en que no aparezca la palabra destitución, unida a  esa noticia tiene claramente una motivación política. Destituir, por el prefijo des- con que comienza la palabra, indica privación y tiene connotaciones peyorativas. Y, por otro lado,  sería contrario al sentido común de la mayoría de los ciudadanos destituir a alguien si, según quien la destituye, ha realizado su trabajo de forma correcta. Es evidente que la insistencia en el uso de la palabra sustituir que usaron varias personas del Gobierno para justificar el cambio  tiene otra intención, pero  no me atrevo a aventurar  cuál es la motivación última ni tampoco  es el cometido de este artículo que  pretende ser una mera reflexión  lingüística.


Lo que  es  un hecho cierto es que en el BOE del día 11 de mayo de 2022 (RD 351/2022)  en lo referido al Ministerio de Defensa, apartado de ceses, se dice lo siguiente: “A propuesta de la ministra de Defensa (…) vengo a disponer el cese de doña Paz Esteban…” Y el cese está firmado por  el Rey (Felipe R.) y la propia  ministra de Defensa. Ministra que, veinticuatro horas antes, realizaba malabarismos lingüísticos para defender que no era una destitución, sino una sustitución.


El verbo cesar se viene usando, como verbo transitivo, sinónimo del verbo destituir, en el lenguaje político y periodístico, en el sentido de expulsar a alguien de su cargo.  En su origen era un verbo intransitivo y su significado original era sinónimo de “dimitir” (véase el Diccionario Panhispánico de dudas), o sea,  dejar de desempeñar un cargo por iniciativa   propia o por imperativo legal, pero no porque a la persona “la cesen”, significado que ha adquirido en el lenguaje político actual.  Algunos ejemplos del uso intransitivo que se consideraba recomendable en la lengua culta: Cesó la directora y nombraron a otra. A menudo se usa seguido de la preposición en: Cesaré en mi cargo, a final de año. O  de como: Cesaré como directora, a final de año. Sin embargo, dado que se ha generalizado el uso transitivo como sinónimo de destituir, la RAE recoge en su 4ª acepción el significado de “destituir o deponer a alguien del cargo que ejerce”.


Como en el caso aludido sabemos  que la persona afectada por la destitución/sustitución no cesó o dimitió voluntariamente, es palmario que fue destituida o cesada (sinónimo, en este caso, de destituida o depuesta) contra su voluntad, tal y como recoge el BOE.


Me irrita sobremanera que  la lengua se use  a menudo para tratar de disfrazar la realidad y, lo que es peor, para tratar de  embaucar a los ciudadanos.  Y, más aún, que se persista en esa actitud cuando  el político o política de turno (de cualquier formación política, pues en ello no hay diferencia) es afeado por el uso torticero que hace del idioma. La lengua es, sin duda, una de las armas más potentes de la demagogia (de demos,  pueblo  y agein (ago), conducir).


¿Qué culpa tendrá el idioma de que lo maltraten tanto en la rēs pūblica para tratar de obtener  alguna rentabilidad non sancta, hecho que va claramente en contra  del respeto que merece  la ciudadanía y de la claridad de la que, paradójicamente, alardean nuestros políticos?


Es mera interrogación retórica… El idioma no es culpable de nada, es una víctima de la manipulación.

5 comentarios:

  1. Así es. Y la gente, siguiendo al amado líder en todo desvarío mientras sea en lenguaje políticamente, se queda convencida de que los políticos son magos. Denigran lo que tocan, leen, escriben, propalan, proclaman. Y cómo nos toman por idiotas...

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    1. Cada vez más gente capta el carácter engañoso del lenguaje político, pero no cejan en su empeño de tratar de cambiar la realidad haciendo "magia" con el lenguaje. Gracias por tu comentario.

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  2. Maravilloso tu escrito, Margarita, lo voy a enviar a todos mis contactos. Muchísimas gracias.

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    1. Gracias. No sé si por formación o deformación profesional tengo una mirada especial hacia el uso del idioma y no me resisto a comentarlo. Un abrazo.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.