domingo, 16 de enero de 2022

Gracias a la vida...

 

Río Omaña, en Paladín (León)

    Como  Violeta Parra, en la famosa canción  “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”, cuando cumplo años  siento la necesidad de dar gracias a la vida.  Y a todas las personas que  han dedicado unos segundos a pensar en mí y a felicitarme. Decir felicidades  a alguien es  desear a esa persona  un estado de grata satisfacción espiritual o psíquica. Por tanto felicitar es regalar: regalar  los mejores deseos.

    Los años caen sobre la vida como las gotas de agua caen sobre la tierra. Y los años van alumbrando la vida lo mismo que el agua fertiliza la tierra. Cumplir años es un privilegio de la propia vida, porque en ese caminar por ella  unos seguimos adelantando  los  pasos y otros se han quedado ya en los recovecos del camino, como recientemente una persona querida.  Por eso, siempre hay que dar las gracias por cumplir años,  esperar con ilusión que  los días que tengamos por delante nos propongan nuevos sueños, nos abran  nuevas expectativas. Y no dejarlas  pasar por delante y quedarnos quietos, sino ir en pos de  ellas.

Cuando dejamos la vida laboral activa parece que nuestra vida entra en una desaceleración, en una sensación de que quien se jubila ya ha hecho lo más importante y que ahora debe mirar más al pasado que al futuro, porque el primero es más largo. Pero el reto está en saber equilibrar la memoria del pasado y  la esperanza de futuro. El tiempo no se mide por su duración cronológica, sino por la percepción psicológica. Cuando nos hacemos  mayores parece que los años corren más y que nos dejan atrás, especialmente si nosotros no nos movemos.  Por eso, hay que seguir volando con ellos,  aunque quizá el vuelo sea más corto y más pausado. No cabe la resignación. 


Los que estamos en “la edad del júbilo” no solemos dar gritos de alegría (aunque a eso aluda la palabra), pero sí somos capaces de sentir la alegría serena de  tener a nuestras espaldas un pasado fructífero en el plano personal, familiar, profesional, social…  Y además, en esa edad, podemos  aprender a   vivir la alegría del silencio,  de un silencio activo, creativo: “sonoro”.  Silencio sonoro es contemplar  la belleza de la naturaleza y del   arte, dedicar tiempo a  la lectura y  la escritura,  entablar  una serena conversación, pararse a reflexionar, caminar en soledad  sintiendo que “para estar conmigo me basta mi pensamiento”,  observar cómo transcurre la vida de los demás seres vivos, tender la mano a quien la necesita…  Disfrutar del cariño familiar  y del de los amigos…  Esos silencios sonoros son regalos que nos ofrece  la vida  y que nos pueden producir grandes satisfacciones.


 Necesitamos serenidad para darnos cuenta de que en la vida no todo es blanco o negro,   rojo o  azul… Nuestra propia  lengua, que responde a nuestras necesidades expresivas, ha creado un montón de adjetivos  para expresar que los colores  de la existencia humana no siempre son nítidos, sino que con frecuencia son difuminados, indefinidos: azulado, blanquecino, rojizo, negruzco, amarillento, grisáceo, verdoso…  En esas gamas de color y de vivencias  más difuminadas  nos movemos la mayoría de las personas.  Y, sin ser  relativistas en lo moral,  pero viendo lo que ocurre a nuestro alrededor, a  veces hay que darle la razón a Campoamor: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”.  O al menos  ser más  empáticos y  mirar también desde el punto de vista del otro.


 Los muchos años cumplidos nos hacen ver   la vida de una manera más serena, pero  la serenidad no está reñida con el entusiasmo. No me gusta esa frase: “¡A mí ya nada me sorprende!”. El entusiasmo nos lleva  a la sorpresa. Y sorprenderse es uno de los grandes estímulos  de la vida. Con la sorpresa llega la emoción, la alegría… A veces  la decepción… A veces la rebeldía… A veces el conocimiento… La emoción que nos produce la sorpresa es con frecuencia la causa  de ese conocimiento que queda fijado en nuestra memoria  y que no olvidaremos fácilmente. Ya decía Baltasar Gracián que  “de nada vale que el entendimiento se adelante si el corazón se queda”. ¡Qué gran palabra y actitud esa del entusiasmo! El entusiasmo nos hace sentir  dentro del ánimo  una posesión divina (en-théos, etimológicamente) que nos ayuda a  elevarnos, a perseguir sueños,  para no ver la vida "de forma pedestre" o "rastrera".


Hermosa felicitación de cumpleaños...
Con arte, con mimo, con cariño... En su pizarrina.
De Sol Gómez Arteaga. ¡Gracias! 


El año que dejo atrás ha sido para mí un año de entusiasmo, pues, además del entusiasmo hacia las cosas sencillas y cotidianas, ha habido entusiasmos y satisfacciones de mayor calado …

    Con entusiasmo he podido concluir y  llevar a la publicación mi libro Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio,  con el que ha culminado un trabajo de varios años.  Ha sido una tarea ardua y   ahora  es una satisfacción saber que ya, en forma de libro,  esas Palabras… están en las librerías y  en manos de unos cuantos lectores…  Tal vez ellos puedan   coserlas con la aquiescencia, con una sonrisa, con unos momentos de entretenimiento o de descubrimientos…   Con que un solo lector  esté dispuesto a añadir una puntada más de emoción a las que contempla hilvanadas ante sus ojos, ya produce satisfacción en quien escribe.  Sois muchos los amigos que me habéis dado alas para iniciar ese vuelo.  Gracias a todas  las personas que me  han acompañado en la presentación del libro y a las que han escrito sobre él, que ya empiezan a ser muchas.   Gracias a la vida…

Palabras hilvanadas en presentaciones, en librerías y en manos de lectores...

    Con entusiasmo  he leído  y valorado  obras  literarias de otras personas. Algunas  de ellas han confiado en mi criterio  y han permitido  que yo  “metiera mi pluma” en sus publicaciones o que les acompañara con la  palabra y la  presencia en las presentaciones de sus obras.  Con entusiasmo he escrito artículos para diversas publicaciones, reseñas, prólogos...  Con entusiasmo  sigo hilvanando palabras todos los días. Gracias a todas esas personas. Gracias a la vida…

     Con  entusiasmo emprendí la tarea, que me encomendó una persona que confiaba en mí,  de escribir la letra para un Himno a Omaña, la comarca leonesa de la que procedo.    “Yo no he  escrito himnos, yo no sé escribir himnos”,  eso pensé y eso dije. Pero una ilusión surgió dentro de mí que me dijo: “Tú puedes. Y tú debes”. Y pensé que sí, que podría intentarlo y que debía hacerlo  porque esa tierra de Omaña ha sido parte de mi esencia y lo es de mi querencia,   y porque Omaña, a través del Instituto de Estudios Omañeses, me concedió el galardón   “Omañesa 2013”. Y, con mejor o peor fortuna, escribí el himno… Y saber que lo que una hace  puede emocionar a cuantas personas  y que, además,  sirve  para hacer nuevos  amigos es un gran regalo. Gracias a la vida….

Himno a Omaña


    Con entusiasmo asumí el  encargo  de elaborar el pregón para conmemorar los 75 años de vida de la institución en la que desarrollé mi larga vida docente… “Yo no sé elaborar un pregón, nunca lo he  hecho”, pensé también… Pero debía corresponder a las expectativas de alguien que creía en mí. Bien o mal, el pregón está elaborado  y se pronunciará el día 21 de enero. Gracias a la vida…

   Con entusiasmo he asumido nuevos retos que me han propuesto para los próximos meses. Espero poder conseguirlos y,  aunque  desconozco qué me va a deparar el primer día del resto de mi vida y los que puedan  seguirlo, intentaré  compaginar la serenidad (aunque alguna vez  la azoten vientos huracanados) con el entusiasmo,  buscar cada día un nuevo aliciente: una nueva imagen o hecho que me sorprenda… Puede ser una palabra, una actitud… Algo, en definitiva,  que me haga reflexionar, escribir una frase, compartir la experiencia…

    Por todo eso y  por mucho más  hay que dar las gracias… Y por ello la palabra gracias    es  para mí  la palabra favorita (…), una palabra que es un auténtico tesoro y  que procuro  que sea siempre fiel compañera de las demás. Una palabra multicolor, una palabra de vida. Esa palabra que solo tiene sentido si es algo que damos, pues va unida necesariamente al verbo dar con el que ha creado una unidad indisoluble: dar las gracias. Si nadie diera las gracias, es como si esta palabra no existiera. Su esencia está en  el darse, en el derramarse hacia los otros. Dar las gracias es algo   que tiende puentes, que despierta sonrisas, que halaga, que acaricia… Que hace sentir al otro que está ahí,  que lo tenemos en cuenta… Es un regalo, una emoción: una palabra mágica.

    Gracias por tener una familia que me quiere y valora, gracias por tener buena salud (sin entrar en detalles), gracias por haber tenido el privilegio de ser docente, gracias por tener muchos y   buenos amigos…  Gracias por no tener enemigos. Y gracias por tener el don de la palabra  y por poder seleccionar  aquellas que me permite expresar lo que siento…

Me atraen las palabras sinceras, luminosas, que no contengan aristas, ni recovecos, ni amargura. Palabras que acaricien, que curen… Palabras de optimismo, de utopía… Palabras que me sigan haciendo creer en las personas, en su buen criterio, en su creatividad. Palabras que me hagan rebelarme ante las injusticias, palabras que no levanten vallas, sino que tiendan puentes entre un tú y un yo, y los conviertan en nosotros. Palabras de colores: palabras de vida.


La capacidad del lenguaje es lo que nos hace verdaderamente humanos. Deberíamos amar las palabras del idioma en que nos comuniquemos.  No olvidarlas, no lastimarlas, no quitarles dignidad, no añadirles agresividad innecesaria, a pesar de que expresen nuestro dolor, nuestra decepción o nuestro enfado.  Necesitamos las palabras para pensar, para hablar, para escribir: para ser… Esta es seguramente  la palabra más grande del idioma: ser. Es más que tener, es más que estar, es más que parecer… Y somos a través de las palabras. Somos lo que pensamos, lo que decimos y lo que de nosotros dicen y piensan los demás. Somos palabras…”.

Y cuando perdamos la palabra comenzamos a morir. Por tanto, mientras la vida nos permita, caminemos  y compartamos las emociones  y la sabiduría con palabras entusiastas. Tal vez ellas sean la auténtica vida.


¡Gracias a la vida!


Caminos de otoño para seguir caminando...


Nota: Las líneas escritas  en cursiva son fragmentos de las Palabras finales del libro
Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio.

    M. Álvarez Rodríguez, 16 de enero de 2022

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