viernes, 1 de abril de 2022

El lenguaje de la guerra


Si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra)  famosa máxima latina tomada de Vegecio.  La fábrica alemana de armas registró con ese nombre la pistola Parabellum en 1898, para los españoles de infausto recuerdo por asociarla al terrorismo. También se llamó así al cartucho diseñado para esa pistola. Y a algunas  películas y bandas musicales. 


En los días tan convulsos  que estamos viviendo, en los  que hemos pasado de oír tambores de guerra a ver a personas peleando en campos de batalla, viene a cuento hacer una reflexión lingüística sobre aquellas palabras o expresiones que están relacionadas con la guerra y la milicia.  Sin percatarnos  de ello, usamos con frecuencia expresiones de tipo bélico, tanto de la guerra realizada  con armas militares como la que usa   las  armas verbales. Paz es el antónimo de  guerra y ambos  conceptos son complementarios, pero llama la atención el hecho de que apenas haya expresiones en nuestro idioma que hablen de la paz (algunas incluso implican una guerra previa como fumarse la pipa de la paz) y, sin embargo, son muy abundantes las que se refieren a la guerra.  Si estudiando un idioma se puede conocer en gran parte la historia del pueblo que está detrás, está claro que España ha tenido, en su historia, gran relación con la guerra y la milicia.

 Vamos a repasar, pues, unas cuantas palabras y expresiones relacionadas con la violencia que  están presentes en   el lenguaje coloquial.

Tanto en el habla como en la escritura, nos podemos encontrar  con frecuencia con la guerra “a secas” o el sustantivo guerra acompañado de un adjetivo que nos indica una forma de hacerla, según los medios: convencional, nuclear o atómica,  biológica, química… Si  aludimos a la estrategia bélica no podemos olvidarnos  de la guerra de guerrillas  y tampoco  de unos personajes que hacen la guerra por su cuenta, combatiendo con armas a las fuerzas oficiales, los guerrilleros (curiosamente la   palabra guerrilla se la ha prestado el idioma español a otros).

Pero también hay otras guerras que lo son sin convertirse en  conflictos armados. Las hay que parece que afectan a nuestros sentidos: las guerras sordas y  las guerras frías. Y las hay sucias, abiertas y hasta santas, como si existieran guerras limpias o alguna guerra se pudiera santificar… En la historia de España del siglo XX  vivimos una guerra civil (cruzada, para algunos), que generó muchas víctimas, personas que fueron fusiladas sin juicio previo  o juzgadas por un simulacro de tribunal llamado  consejo de guerra. A causa de aquella contienda muchos niños se convirtieron en refugiados  y fueron sacados de España para ponerlos a salvo. Todavía hoy, en su ancianidad, son  llamados  los niños de la guerra.  Aquella guerra también provocó que otras personas, que  se tuvieron que mover en la clandestinidad durante décadas, usaran nombres de guerra. También los terroristas  u otros delincuentes usan  esos apodos.  Esa guerra fratricida marcó nuestro tiempo histórico  y  la percepción personal del mismo, por eso, de algo lejano decimos que es de antes de la guerra.

Como la guerra siempre ha tenido connotaciones negativas, hay dueños de la guerra que la disfrazan, a través de eufemismos, con las expresiones  más diversas: guerra preventiva,  operación militar, conflicto armado, ofensiva, operación quirúrgica u otras lindezas por el estilo. En la invasión de Ucrania, que estamos viviendo en directo, el responsable de esa sinrazón, W. Putin,  ha prohibido a los medios de comunicación de su país usar la palabra guerra. La consigna es que debe hablarse de operación militar especial. Además, esas guerras disfrazadas  parece que no producen daños y destrucción, solo bajas y efectos colaterales. Y en todos los enfrentamientos  militares (y ahora más que nunca) existen las guerras de la información.

Cuando al hablar de guerra no hablamos  de un enfrentamiento armado, usamos la palabra  en sentido figurado. Así, por ejemplo, hay “guerras” que tienen que ver con el estado de nuestra psique. Ahí estarían las guerras psicológicas  que provocan guerras de nervios… También hay peleas, que en buena o mala lid,   se libran dentro de las personas como una guerra interior.

Por  el mundo económico y político campan las guerras  comerciales, las tecnológicas, las  guerras de cifras y la colisión de intereses que pueden provocar una   escalada de tensión que genere  hostilidades comerciales como  ocurrió  hace meses entre EE.UU. y China  o esas otras ofensivas comerciales llamadas  OPAS,  porque en el lenguaje referido a la economía también hemos oído tambores de guerra.

Siguiendo con las guerras figuradas, al establecer una pugna (de pugnus=puño) con alguien, podemos simplemente dar guerra, porque somos personas guerreras (sin provocar grandes daños), buscar guerra  o  sacar el  hacha de guerra  y declararle una   guerra abierta  a alguien. Si la ira llega más lejos, desencadenamos  un duelo  o una guerra a muerte que puede dejar al contrincante fuera de combate, si no se llega pronto a un alto el fuego. Pero podemos darnos cuenta  a tiempo de que esa no es nuestra guerra y optar por enterrar el hacha de guerra, para no terminar en una guerra perdida, de esas que se pierden de antemano.  Si nos vemos obligados a  guerrear jurídicamente, nuestra guerra se librará en los tribunales y tal vez consigamos impugnar algo.  Indisolublemente unidas a todo tipo de guerras, están las armas. En las guerras de verdad también podemos ver con horror cómo, con las armas en la mano, se pasa a alguien por las armas, mientras los responsables máximos, con las armas al hombro, se desentienden. Y a los vencidos solo les queda entregarlas con armas y bagajes. Pero es curioso que, por mor del eufemismo, aparece poco la palabra armas en el lenguaje político (será por eso de que las armas las carga el diablo), pues, como hemos visto,  hasta en boca del Gobierno de España, se convierten en simple material ofensivo.



¡A las armas!

En cambio, lo referido a las armas aparece  con  mucha frecuencia en  la lengua coloquial con un significado figurado. Todos  queremos  aprender a usar todas  nuestras armas personales y eso  en sí mismo no produce  daño a nadie, excepto si  hablamos de armas de doble filo o de armas arrojadizas, y más si vienen de personas que son de armas tomar. Este tipo de armas no son tan peligrosas, lo son más las de los que  se arman hasta  los dientes y llegan a las armas.  Desgraciadamente han desaparecido  aquellos caballeros  quijotescos que velaban las armas y prometían  usarlas con honor para defender a  “menesterosos y menesterosas”, después de que el rey o un señor les diera el espaldarazo (golpe dado con la espada en el hombro). Aquellos caballeros llevaban una armadura compuesta de distintas piezas, llamada  panoplia. Hoy no se usan esas panoplias militares, pero sí de otra índole, cuando hablamos de un conjunto de elementos del mismo carácter, como la panoplia de expresiones bélicas que aparecen en este texto. Y aquellos escudos de los caballeros no se parecen mucho en material de fabricación  a los modernos de las fuerzas de seguridad y menos aún  a los, tristemente  llamados, escudos humanos. 

Relacionada con las armas tenemos la palabra arsenal y esta palabra se puede referir  tanto a las armas de fuego como a las armas personales. En estos días de guerra, incluso   se ha pulsado el botón nuclear financiero para activar  las armas económicas. Estas expresiones se han usado para aludir a  las sanciones a las que la comunidad internacional está sometiendo a Rusia por la invasión de Ucrania. 

Es curioso que aparecen  en nuestro idioma una gran variedad de expresiones que están formadas sobre el verbo armarse en su forma pronominal y que implican un cierto enfrentamiento entre personas:  armarse una jera, una pelotera, un zafarrancho, un zipizape, una pirula, una tángana… Algunas tienen que ver con personas: armarse  la de Dios es Cristo, la de Mazagatos, la marimorena, un Tiberio… Relacionadas con guerras: la de san Quintín, la gorda,  la mundial…  Y también puede armarse una tremolina, un belén, un cipote, un cirio, un cisco, un expolio, un pitote, un pollo, un rifirrafe, un tinglado, un trepe, un zafarrancho, una zalagarda, una zambra… es posible que,  después de tanto armarse el personal, termine  por  arder Troya.  (En mi libro Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio.  Editorial Lobo Sapiens, León, 2021) explico el significado y origen de estas expresiones).

Decía  en un poema Rafael Alberti: Balas. Balas. Siento esta noche heridas de muerte las palabras… Las  balas y tiros también  forman parte del  lenguaje bélico y se usan con frecuencia en la lengua coloquial de forma figurada.

Calificamos la actitud de la persona poco fiable diciendo  que es un bala perdida que puede hacer daño, aunque no atine bien con el objetivo.  De los que buscan hacer daño  actuando con mala intención   decimos que tiran con bala, pues tienen mucha munición y posiblemente se guarden otra bala en la recámara. Cuando alguien se mueve muy deprisa va  como un tiro, como una bala, como una flecha, escopetado, aunque no se dirija a ningún enemigo, y la prisa le hará entrar en calor y desprenderse de esa cantidad de ropa en la que no entraban ni las balas. 

Un tiro es un disparo de arma de fuego. En la lengua española  conviven los tiros reales con los tiros figurados, todos están a tiro. Cuando  hablamos de tiros de los que matan de forma alevosa, porque no son tiros al aire, quien dispara  a alguien  puede optar por pegarle cuatro tiros o por freírlo a tiros, que serán muchos más de cuatro. Incluso se puede   rematar a esa persona con un tiro de gracia (¡una gracia bien desgraciada!). Decimos a veces que matamos a dos pájaros de un tiro, sino  erramos ese tiro, pero la verdad es que esos pájaros solo mueren de forma metafórica. Podemos ir por la vida a tiro hecho, porque creemos  que la consecución de algo está a tiro de piedra, pero nos puede salir el tiro por la culata si no van por ahí los tiros. En ese caso, ni a tiros conseguiremos nuestro objetivo, pues, seguramente,  erraremos el tiro  y hasta podemos terminar dándonos un tiro en un pie por una actitud equivocada que nos sienta como un tiro.   En esa situación hasta podemos llegar  a pegarnos un tiro, aunque casi siempre suele ser de forma figurada. 

Para disparar necesitamos armas de fuego. Y ahí nuestra lengua prefiere la escopeta: aquí te quiero ver escopeta, aunque esa escopeta falle más que una escopeta de feria. En el mundo intelectual también parece que está presente el fusil, pues nos podemos topar con algún desaprensivo que se dedique, mediante plagio, a fusilar el trabajo de otros. Y algunos no tienen inconveniente en  usar el cañón, aunque solo sea para matar moscas a cañonazos.

Si no hay escopetas ni tiros ni balas podemos echar mano de las lanzas,  las espadas y las flechas,  aunque nos llevarían a una guerra de otra época. Las lanzas han quedado ya fosilizadas en el idioma con significados figurados. Hay lanzas que implican riñas y peleas, incluso cañas que se tornan lanzas. Eso ocurre con quebrar lanzas o hincar la lanza hasta el regatón, si se discute, o   no quedar lanza enhiesta, si se causa mucho daño.  En cambio,  no rompen lanzas con nadie  los que son enemigos de riñas. También se puede estar con la lanza en ristre, dispuestos  siempre a poner una pica en Flandes. Pero, a veces, sea acomete una empresa de forma desacertada porque se echan lanzas al mar, como si se cogiera agua en un cesto. Si alguien defiende una postura avanzada ante algo es  punta de lanza y estará dispuesto a romper lanzas  para quitar estorbos o a romper una lanza en favor de alguien. Mejor consideración tienen las flechas, especialmente si son las flechas del amor, pues sus flechazos son motivos de alegría.

Hoy ya nadie se ciñe la espada ni se entra espada en mano en un lugar ni  se pasa a espada al enemigo, como en épocas pasadas,  pero las espadas sí están presentes en el idioma. En alto tenemos las espadas cuando nos enfrentamos a alguien, pende sobre nosotros la espada de Damocles cuando un peligro nos amenaza o, con  poca fortuna,  empuñamos la espada de Bernardo que ni pincha ni corta. Y en la historia de España  se ha oído  con demasiada frecuencia el ruido de sables y  a la mayoría de los  españoles nos han dado alguna vez un sablazo que ha afectado  a nuestro peculio. 

Las guerras  se pierden o se ganan en batallas, en batallas reales o figuradas. Batallas campales las hay en los conflictos bélicos y en la vida cotidiana. Hay personas que están  curtidas en mil batallas, aunque nunca haya participado en una guerra, otras que cuentan batallitas personales y muchas más que saben qué significa dar la batalla o presentar batalla o enfrentarse a un caballo de batalla u ofrecer una resistencia numantina.  Se puede  ganar o perder  la batalla. En ocasiones la victoria es sinónimo de proeza, pero en otras se queda en victoria pírrica.  Y, en nuestro mundo cotidiano,   todos sabemos qué son  cosas de  batalla.

Si hay un ámbito en que el lenguaje figurado de origen bélico está presente de una forma muy llamativa, ese es en el  deporte  del fútbol, pues este deporte ha adoptado el lenguaje bélico como una forma natural de expresión. Si revisamos cualquier crónica deportiva referida a este deporte, encontraremos docenas de expresiones que tienen un significado violento. Relacionadas con armas o quienes las portan: cañonazo, obús, disparo, mandoble, misiles, baterías, morteros, metrallazo, bomba, puntería, latigazo, ariete, arquero, verdugo, punta… Con la estrategia: capitán, escuadra, legiones, retaguardia, guerra de equipos, contragolpe, defensa, muralla defensiva,  remate, zona de ataque, incursiones, acción aislada, choque, embestida suicida, duelo a muerte, resistencia numantina, epopeya, cercar, parapetarse arrasar, fusilar (al portero) catapultar… Con las consecuencias: masacre. A veces el propio lenguaje bélico es sustituido  por otros sinónimos que no pierden el significado violento: estacazo (derrota), palizón (victoria por goleada) trallazo, latigazo a la red (tiros), arrasar (ganar).

Durante la pandemia de covid-19 que estamos viviendo también se ha usado con profusión el lenguaje bélico: esta guerra la vamos a ganar,  se repetía en 2020. Se ha hablado también de frente, combate, lucha, de  estrategia colectiva para  llegar al camino de la victoria, de personal sanitario en primera línea de combate y de hospital de campaña,  de vanguardia y retaguardia… (También sobre este tema he escrito con más detenimiento).

¡Fuego! Esta una palabra, convertida en orden,  que nos lleva al mundo de la milicia y la guerra. Pero, en las batallas de la vida,  el fuego también  está presente y es peligroso. Se puede jugar con fuego, sin percatarse de las consecuencias, o echar leña al fuego, avivando disensiones. Y podemos atacar a otros con el fuego enemigo, el de a hierro y fuego o a sangre y fuego,  o con el fuego amigo, auténtica emboscada, que no quema físicamente, pero que destruye al rival, aunque este trate de  atrincherarse.


De soldados y cuarteles

Existen expresiones que están relacionadas con las personas que hacen la guerra: los soldados y los cuarteles. La expresión echar  a alguien de un lugar con cajas destempladas  tiene su origen en hacer una música estridente (con cajas destempladas) para humillar al soldado que se dirigía al lugar de castigo.  Lo mismo ocurre con vete a la porra que alude al bastón que el tamborilero mayor clavaba en un lugar apartado  al que enviaban a los castigados. Leer la cartilla se refiere a la cartilla que se entregaba a los soldados que contenía las normas que debían cumplir con disciplina cuartelaria. A los soldados se refiere también la expresión pasarlas canutas, pues la canuta era un documento que se les entregaba cuando se licenciaban. Con la palabra chusma se designaba a  los soldados condenados a remar en galeras. Entre los soldados se movía  el pífano o pito, que era un chico   que tocaba este instrumento en el ejército y que tenía una paga muy baja. De ahí la expresión importarnos un pito para hablar de aquello que no nos importa nada. Y del pito al cuadro de mando.  Cuando solo quedaban los mandos militares porque  habían muerto  muchos soldados en combate  se decía que estaban en cuadro. Y en cuadro está cualquier grupo  que queda reducido a un escaso número de miembros.  Todos nos hemos referido alguna vez  a personas nacidas en el mismo año diciendo  que son de la misma quinta. Esta es otra  expresión tomada  del mundo militar.

Con los soldados y el mundo militar está relacionada la orden religiosa de la  Compañía de Jesús (nombre de origen militar), los jesuitas.  Querían ser la fuerza de combate para defender a la Iglesia católica:   “Militar para Dios bajo la bandera de la cruz…”, por lo que podríamos llamarlos los  “soldados de Cristo”.

Es frecuente en el habla el uso de la expresión lucha sin cuartel, generalmente para hablar de guerras figuradas. Alude a una zona de exclusión, llamada cuartel, que negociaban dos ejércitos antes de entrar en guerra. Los soldados que se rendían se situaban en esa zona al grito de ¡cuartel! Al final eran apresados por el ganador. De cuarteles hablamos en la expresión retirarse a los cuarteles de invierno  cuando se produce  un abandono temporal de la actividad habitual, como lo hacía el ejército  cuando el mal tiempo obligaba a suspender  las operaciones militares. Y en el ámbito empresarial se habla de cuartel general  para aludir a  cualquier reunión de dirigentes.

De la guerras del pasado a las actuales

También tiene que ver con un lugar  el dicho asentar los reales, no relacionado con la palabra rey,  aunque este estuviera presente allí, sino  con una palabra árabe rahal, que se refería a un punto de acampada.  Además del árabe  procede    hacer alarde de algo, de la palabra  ard, relacionada con la revista que se pasaba a la tropa. Alardear tenía que ver con el desfile majestuoso de la tropa. Y seguro que alardeaban de su triunfo los soldados que eran coronados de laurel  por sus proezas, pero cuando dejaban de esforzarse en la defensa de  su patria  se dormían en los laureles.

Relacionadas con el desarrollo o consecuencia histórica de una guerra han quedado  huellas en la lengua coloquial que nos pueden pasar desapercibidas. Es ocurre cuando decimos que algo es una bicoca, sin saber que  bicoca hace alusión a una  batalla libraba por los españoles,  contra el ejército franco-helvético,  en la ciudad italiana de Biccoca, en que apenas tuvieron bajas.    La frase hecha se te ve el plumero procede de las guerras  del siglo XIX entre absolutistas y liberales. Estos últimos llevaban unos penachos que llamaban la atención y se veían con facilidad.  Ir de punta en blanco hace referencia  a los caballeros medievales,  que se ponían sus mejores galas militares para ir a la guerra, y, entre ellas,  llevaban armas de acero pulido que brillaban al sol (punta en blanco). Dejar a alguien en la estacada tiene su origen en cómo la infantería impedía avanzar a la caballería con unas estacas clavadas en el suelo. Meterse en camisa de once varas  alude a  la camisa,  que era el  lienzo de la muralla situado entre dos torres, y las once varas se referían a una altura demasiado alta (unos diez metros). Por ello, era un lugar del  que era difícil salir con éxito. A mansalva hoy lo relacionamos con la abundancia, pero en su origen tenía que ver con lo militar: disparar a mano salva. Alarma proviene de la expresión all´arme (a las armas) que gritaban  los soldados italianos en el siglo XVI, cuando eran atacados.   Llamamos peseteros (o lo hacíamos en tiempos de la peseta) a los que valoran demasiado el dinero.  Peseteros eran los soldados  liberales que defendieron a Isabel II en la primera Guerra Carlista a los que se  pagó con unas monedas cuyo valor era una peseta. Con la historia de las guerras españolas están relacionadas las expresiones no hay moros en la costa y al enemigo que huye, puente de plata,  expresión que se atribuye  al Gran capitán.

En el siglo XXI,  han surgido guerras nuevas, como las espaciales  guerras de las galaxias, que se sitúan en una galaxia ficticia y en un tiempo lejano , y  las que  en el presente se libran en el ciberespacio. Estos  ciberataques ya no tienen fronteras  y  sus  ejércitos,  formados por troyanos (guerras antiguas y modernas están presentes en ese término) y seres de su jaez,  son muy difíciles de detectar.  La incorporación de la tecnología, la guerra de la información,  la economía de guerra y otros procedimientos nos hacen hablar hoy de guerras híbridas.

También salen del tintero de la guerra  otras muchas palabras: aliado, asedio, barricada, batalla, coalición, contingente, despliegue, deserción, emboscada, escuadrón (escuadrones de la muerte), incursión, maniobra, mercenario, munición, recluta, repliegue, vanguardia, retaguardia, trinchera, zafarrancho… Y unas cuantas más.

Es evidente, pues, que el lenguaje bélico forma parte sustancial de nuestra lengua coloquial. Tanto en las guerras reales como en las figuradas los contrincantes desean llegar  al final  cantando victoria y sin tener que rendirse sin condiciones. Y en todas, antes de entregar las armas o firmar el arsmisticio, se intenta quemar el último cartucho, a veces después de  cometer horrendos crímenes de guerra, por no respetar las leyes de la guerra del Derecho Internacional.  Aunque lo de crímenes de guerra, mirado desde el punto de vista meramente lingüístico, parece una redundancia, porque la guerra ya es un crimen en sí misma....

Y como este artículo sobre el  lenguaje bélico  es ya demasiado largo, vamos a tomarnos una tregua, a dejar en paz al lector y  a despedirnos  a la paz de Dios  ¡Y aquí paz y después gloria!  

¡No a la invasión de Ucrania! ¡No a   la guerra!


 ©Texto: Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga.
     Fotos de uso gratuito: Pixabay.com

10 comentarios:

  1. Margarita, muy oportuno y muy bien escrito. TE FELICITO, la guerra es una peste que nos manda a la prehistoria.

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    1. Muchas gracias, Carlos. Mucho ha influido el "arte" de la guerra, en el idioma, sin duda.

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  2. Tus artículos siempre vienen 'al pelo'. Hay guerras que pueden terminar en una victoria pírrica, pero,a pesar de ello...
    Nadie escarmienta en cabeza ajena
    M.luisa

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    1. Tristemente, así es. La guerra es el elemento más repetido de la historia de los pueblos. Y ha dejado una buena muestra en el idioma. Gracias por el comentario.

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  3. Excelente artículo Margarita, que aún no he terminado de leer, pero no me he resistido a comenzar. Qué razón!
    Odio, sin paliativos la palabra guerrero/a, cuando se alude a un enfermo, lucho como un guerrero. O cuando los evangélicos dicen que son guerreros de Dios. Puede ser que esto lo hayas apuntado tú.
    Has comenzado con una frase en latín, que me ha congelado la sangre, al leer "para bellum".

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    1. Gracias. Seguro que se me han olvidado unas cuantas... La sombra de la guerra es muy larga. Un abrazo.

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  4. Genial!!!! Eché en falta que las armas las carga el diablo... o se me pasó. Y hablando de pasar, lo paso a dos o tres amig@s eruditos que van a ser felices... tanto como yo. Mil gracias!!!🤗🤗🤗💐😘

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    1. Se ve que este diablo no reivindicó estar dentro del artículo. Pero entrará. Gracias por la aportación.

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  5. Gracias Margarita, la palabra "guerra" es rica en acepciones, tanto como en el dolor que guarda en su esencia. A mi me gustaría poder olvidarlas todas. Un abrazo.

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    1. Tienes razón, Fuencisla, pero la lengua no es culpable de nada, solo es "un arma cargada de futuro", como decía Celaya de la poesía. Tristemente refleja lo que ha sido nuestra historia y lo que sigue siendo. Un abrazo.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.