domingo, 7 de mayo de 2023

Reseña de "Antaño", de Marien del Canto Fernández

 

Título: Antaño

Autora: Marien del Canto Fernández

Poemario

Páginas: 99

Autoeditado



No resulta fácil realizar un comentario, y menos un análisis de una obra poética, pues nunca se puede tener la certeza  de que interpretamos de forma plena y correcta lo que nos quiere trasmitir un poeta. Voy a tratar de  acercarme al poemario Antaño de Marien del Canto Fernández como una lectora, como una lectora amante de la poesía y del arte de la palabra a la que han emocionado los versos contenidos en este poemario. Si la poesía es algo, creo que debe ser emoción, ritmo y arte de la palabra. Este es el primer poemario de la autora, aunque ha participado en muchos actos culturales y  en diversas publicaciones y antologías colectivas, la última, 17 Diversas, en la que compartimos espacio poético. Marien del Canto, además, sabe mirar la vida desde  el arte de la fotografía, otra mirada que complementa al arte de  la palabra poética.

Después avanzar despacio por las páginas de Antaño, de  dejarme arrastrar por el arroyo de sus sentimientos, lo primero que debo decir es que el título es un acierto, pues  recoge muy bien el contenido de los poemas. Antaño es una palabra simple, contundente, clara, que  nos hace mirar al pasado. Y lo hacemos a través de los sentimientos y las palabras de la autora. Encontramos  muchos elementos en este poemario con los que nos trae al primer plano la añoranza de ese pasado, unas veces plácida y, las más,  dolorosa. Ahí están sus antepasados: sus padres, su abuela... También la referencia a los amores perdidos, la superación de problemas relacionados con la salud, las cicatrices que ha dejado el sufrimiento… Casi todo en la vida, según la autora, te arrastra a situaciones de antaño.

Lo  que más llama la atención a medida que nos adentramos  en este poemario es que es un libro que rezuma verdad. Y lo hace tanto en los temas que trata, que   son esos temas que preocupan a todos los seres humanos, porque son la vida misma,   como en el estilo claro y limpio con el que nos llegan los versos que los contienen.

El amor es uno de los temas más presentes en sus poemas. En ello siga la estela de la poesía lírica universal en  la que el amor es el sentimiento  que más ha inspirado a los poetas. No solo es  un  sentimiento universal, sino que, además, querer y ser querido es una necesidad vital del ser humano.  Como dice la propia autora, el amor es  el sentimiento más bello / intenso / el más puro. Y en otro verso: es la esencia del perfume más caro. Pero el amor, además de alegría, besos, ilusión…  en los versos de Antaño  es  también, con frecuencia, desengaño, dolor,  un mar convulso (poema Vete), un puñal clavado por la espalda. Las dos imágenes reflejan bien el dolor que produce la mentira y el desengaño, dolor  que deja el corazón hecho añicos. A veces ama en secreto sin ser correspondida o  nos presenta a un  amante que  no es más que un donjuán que deja burlada a la persona que supuestamente amaba. 

De esos desengaños amorosos han pervivido las cicatrices sentimentales, pero también el recuerdo de las sensaciones eróticas experimentadas. No rehúye la autora la expresión de la sensualidad en la unión de los cuerpos de los amantes: Me sumerjo en tu azul / beso ardientes labios / absorbo la esencia. Las sensaciones están bien reflejadas en el léxico que alude a los sentidos físicos: sumergirse, azul, besos, ardientes, absorber… Busco tu olor, dice en otro verso. Y quizá la mejor forma de expresarlo sea este verso bimembre: caricias hambrientas y pieles sedientas.

La muerte y la vida también  salen al encuentro del lector. La muerte es presentada como  un temor cierto y cercano que ha vivido la propia autora. Irrumpe  con una gran fuerza expresiva en el poema Cuarta Planta, cuando evoca la muerte de un familiar y otra estancia previa suya  en el mismo hospital. Es pasillo de un sentido / pabellón de la muerte / habitaciones blancas ajadas por el frío / vagón de cadáveres vivos. Las metáforas usadas, el símbolo del frío y la acertada paradoja  cadáveres vivos producen impacto emocional en el lector.

La muerte aparece  personificada, con una imagen clásica, la  de una mujer vestida de negro con su guadaña, en medio de una noche oscura. Así la describe: famélica silueta de negros hábitos.  A pesar de ello, la autora parece hacerle frente aferrándose a la esperanza o aceptando que, en determinadas circunstancias, la muerte puede ser liberadora. Y en cualquier caso, cuando emprenda el viaje / sin retorno y la muerte se lleve la vida, no quiere la soledad de un cementerio, no quiere flores, quiere regresar a la vida en forma de  luz, quizá como esos muertos que permanecen a nuestro lado  / en discreto silencio.

La vida, que es tiempo, el tempus fugit del que hablaban los clásicos, se nos escapa de las manos, precisamente porque es tiempo y no podemos detenerlo,   por mucho que corramos tras él. La vida se presenta como incertidumbre, por ella  nos arrastra irremediablemente la rueda de la fortuna. Pero,   antes de que el tiempo acabe con la vida, Marien del Canto se propone disfrutarla, aprovechar los instantes, en definitiva, asume el  tópico literario y la filosofía del  carpe diem. Lo refleja muy bien en el poema de cierre del poemario: Quiero vivir /  hasta que la llama de la vida apague mi aliento (…) Gritar hasta perder la voz… El poemario acaba, pues, con una afirmación de vida.

En ese tiempo de Antaño está muy presente la familia. Aparece la abuela que se vincula con los recuerdos de infancia: cuentos, paseos, la manta de lana, la muñeca de trapo… Y la soledad de la vejez, que da título al poema Cárcel de vejez, parece fundirse con la de la autora: con ella comparto enfados / penas, añoranzas / y fervientes anhelos. Aparece  la madre, a la que echa de menos en medio de su soledad, a la que necesita  sentir cercana  y a la que muestra su gratitud. El padre también  está presente en un poema, que rezuma afecto, y la poeta evoca sus recuerdos de infancia junto a él y el transcurso de la vida de este hasta la ancianidad. Pero quizá el poema más expresivo y desgarrador sea el titulado Mi hija,  en que la escritora increpa duramente  a la muerte, poniéndose en el lugar de esa madre que pierde a su hija de forma inesperada.   La autora se siente identificada con el dolor de  esa madre   que se enfrenta a la muerte impotente y   llena de  sufrimiento y  de incredulidad: lágrimas aladas recorren el rostro / ante esta incredulidad 

En la contraportada se asegura que Antaño es un poemario en gran medida autobiográfico y que su autora anda sobre las piedras del recuerdo, de recuerdos que le causaron gran dolor en ese tiempo alado sobre el que se posan  los versos, recuerdos que han dejado serias cicatrices, imagen esta que se repite en varios poemas. 

A pesar de que su poesía es  de palabra desnuda, de claridad expresiva, con un estilo contenido  que no abusa  de la adjetivación, se deslizan unas cuantas  imágenes que nos hacen comprender a los lectores los sentimientos y las experiencias vividas por la autora: besos de humo, pañuelo rosa, frías miradas, corazones rotos, viajeros en la balsa del tiempo perdido, náufragos de amor… Es un hecho que la poeta se desnuda ante los lectores y nos hace llegar sus sentimientos, de forma cercana y creíble, como decía al principio de esta reseña.

Los poemas están escritos en versos libres, sin rima, con ritmo desigual (algunos, entre la poesía y la prosa poética), pero todos logran conmover al lector, un elemento esencial de la expresión poética.  

Seguro que Marien del Canto Fernández    nos ofrecerá, después de este Antaño, su primer libro, otros poemarios que le regalarán un futuro prometedor  en el campo del género lírico y que celebraremos los amantes de la poesía. Y encontrará esas manos tendidas   que reclamaba en el  poema inicial (Yo): Llamé a muchas puertas / pero nadie me tendió su mano. Los lectores  le abrimos la puerta   y le tendemos las manos para que pueda saludar a nuevas  primaveras ansiadas, llenas de multitud de bulbos, que anuncien  prometedores  y exquisitos frutos. De momento, esta ya es  una primavera prometedora...


©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora




lunes, 20 de marzo de 2023

Soy Primavera: la primavera

 

            Ser primavera


Primavera en los montes de Omaña. Cuesta del Ocidiello en Fasgar. Foto: Paco Álvarez

      ¡Qué gozo y privilegio saber que la invitan a una a hablar de sí misma! Me piden que hable de la primavera.  Y no podían haber elegido mejor. Me presento: yo soy Primavera, la primavera.  ¡Quién mejor que yo podría saber cómo soy! Lo mismo que otros son agua, camino, huerto…  yo soy una estación del año. Y tengo el privilegio de ser la primera, aunque mi cumpleaños sea en marzo.  Así que os hablaré de mí, de mis tres meses de reinado sobre los valles, vallinas, lombas y  montes de Omaña. A Omaña llego un poco tarde. Resulta costoso llegar hasta aquí por la difícil orografía de esta tierra. Ya lo dice la omañesa que me ha invitado a hablaros de mí: Nuestra  "primavera tarda", / como dijera el poeta, / pero seduce sentidos / "bella y dulce cuando llega".  Soy una estación privilegiada: la estación de la vida. Hago revivir la naturaleza , que ha estado dormida durante los largos meses de invierno. También lo dice la autora citada antes: Todo anuncia que Natura / ha despertado del sueño / y acicalada de luz / relumbra como un lucero. 

Apuntando la primavera en  el  Puente Colgante. Paladín. Foto: MAR

Conmigo renace la  vida de los omañeses. Cuando llego yo,  la gente sale de las casas  y se pone al solín en las abrigadas, aunque, algunas veces y sin mala intención, juego al engaño   y  envío alguna marzada o  días de excesiva temperatura, que me hacen oír aquello de que si marzo mayea;  mayo marcea. Y, también, pueden escapar a mi control algunos turbones de nieve o fuertes pelonas. Pero esta nieve dura poco  y apenas provoca problemas, porque es blanda y se derrite pronto. No en vano se dice que   dura más la mala vecina que la nieve marcelina. Marcelina llaman algunos omañeses a la nieve de marzo.

 Pero estos hombres de Omaña no se quitan aún esa gorra de paño que les tapa cabeza durante casi todo el año. Es verdad que sigo enviando  noches  frías, pero, durante el día una luz brillante lo inunda todo. El sol recobra con mi llegada su color azul brillante con algunas  nubes, especialmente blancas y esponjosas, que  se  deslizan armoniosamente  y seducen las miradas.

En el mes de marzo suelo azuzar al  viento para que sople con fuerza. Por eso todos conocen bien el refrán: Marzo ventoso, abril lluvioso, sacan a mayo florido y hermoso. En abril prefiero que el agua sea la protagonista: En abril, aguas mil. Aunque con esto del cambio climático ya no controlo bien los distintos meteoros. Cuando las nubes que cubren mis cielos de marzo y abril están amarañadas, empedradas  o parecen aradas, la gente sabe que  anuncio con ellas lluvia fuerte y racheada: Nubes a hatajos, agua a bandazos. Cielo empedrado, a los tres días suelo mojado. Todos recordaréis estos refranes. La lluvia suele ser bienvenida siempre, si se produce antes de san Juan (junio), porque la lluvia por san Juan quita vino y no da pan.

Yo regalo más horas de luz que mi predecesor el invierno y veo feliz cómo la gente sale de sus casas y comienza a realizar las diversas labores agrícolas: ralbar, binar, sembrar… Veo también cómo las gentes se paran a hablar en la calle y disfruto mientras escucho con atención su forma de hablar. Casi siempre hablan de lo mismo: de cuándo sembrar las patatas, los fréjoles… Del tiempo que hace: si llueve mucho, poco… Hablan del ganado… Hablan de los hijos que están fuera… De la salud… Pero me gusta mucho la forma cómo lo hacen. ¡Qué melodiosa es esa fala omañesa! Escuchándoles me entero de los nombres de lugares adonde van a trabajar: El Coto o Couto, La Chana, La Veiga, Los Jardines, El Molín de las Zancas, la solana, el avesedo…

También me siento feliz porque, cuando llego, visto el paisaje de una alfombra verde (“el verde” que a veces se siega para el ganado) que poco a poco se transforma en un manto  multicolor. Os envío a las violetas como las flores más madrugadoras que, con su cabeza inclinada y su aspecto humilde e insignificante, perfuman los bordes de los caminos. Son tan sacrificadas que a veces crecen en cualquier resquicio, hasta en un hueco del asfalto resquebrajado. Ya sé que a ti, mi valedora, te gustan las violetas, porque has escrito sobre ellas. A mí también, por eso os las mando como primeras embajadoras para que podáis disfrutar de su belleza insignificante. Fijaos en ellas, antes de que el resto de las flores atraiga vuestra mirada. 


Foto: MAR

También os hago disfrutar de las cerzales y las guindales,  cuyas flores relucen en medio  de los praos, en el caso de   las cerzales silvestres,  y también en las huertas.  Su copa algodonada anuncia las  arracadas rojas que colgarán de sus ramas en verano. Pronto, las perales, también cubiertas de flores  blancas, les tomarán el relevo. Y sus compañeros,   los manzanales  o las manzanales, que de las dos formas los llamáis,  para no ser menos, se tiñen también  de  un blanco sonrosado. A veces ese manto blanco se ve bruscamente teñido de marrón por alguna fuerte pelona tardía. Yo también lo lamento, porque la lucha con el invierno, que se resiste a marcharse, me hace perder la batalla.  Pero volveré a levantarme rápidamente para sacudirme esa decepción y recuperar mi alegría.

Verdes primaverales y cerzales silvestres en la ribera del río Omaña. Paladín. Foto: MAR

 Mientras los árboles frutales florecen,  la alfombra  verde que cubre los praos se decora, a modo de lunares amarillos, con los campanones (que otros llaman capilotes o narcisos) y otras flores, como las del diente de león,  que dibujan sobre ella  arabescos que van del  blanco al amarillo. El amarillo es, sin duda, el color predominante de  mi primavera omañesa. Al lado de ellas, pero de una forma más sobria y humilde, aparecen las margaritas y también la manzanilla silvestre que acompaña a las margaritas y  guarda un gran parecido con ellas.  Flores modestas, pero que encierran los secretos del amor. Otra Margarita dice de ellas:   De amarillo y blanco ornadas, / las flores del sí y el no, / nos traen la primavera / y predicen el amor.

Los montes también se visten con un traje multicolor. El cantiueso os regala sus flores moradas  y, junto con el tomillo,  aportan  aromas primaverales.  Podéis disfrutarlos a la orilla de los senderos y caminos que surcan las laderas omañesas.


Como yo, Primavera, a pesar de mi juventud, llego tarde a vuestros valles y montañas, porque me cuesta subir estas montañas, laderas, cuetos y riscos que tenéis ante los ojos, es en mayo y en  junio cuando me muestro en todo mi esplendor y me ofrezco de forma generosa. Por eso, oigo que repetís un refrán:  Por santa Cruz el monte reluz: el tomillo, la escoba y la urz. Y así es.  

 Porque, sí, soy muy generosa con vosotros y cubro vuestra Omaña de una belleza espectacular. Y no solo  los valles y lombas, sino también  los montes. Encargo a las  ramas de  las urces   que vistan  de gala  a  los montes. Y lo hacen hasta bien entrado el verano.  No podía haber mejor nombre para sus flores que galanas, pues saben engalanar como nadie a los montes omañeses, con sus flores albares (blancas) o cabriteñas (rosas). Y hasta tenéis un pueblo que se llama La Urz.  Al lado de las urces   escobas,  peornos, argomas y carqueisas también compiten en ese certamen de belleza y  se convierten en muchas acuarelas amarillas que destacan entre las flores de  las urces que tapizan los montes de Omaña.  


Galanas. Foto: MAR


Cerca de los núcleos urbanos  crece el sabugo y se cubre de flores de un olor muy penetrante. Sus arbustos son como un cielo cuajado de estrellas con sus pequeñas flores de color blanco cremoso. Y ya sé que los omañeses conocéis las propiedades medicinales de estas flores y que las habéis usado muchas veces en infusión para curar catarros y  para otros fines.  No solo tenéis vuestro nombre leonés para el saúco, sino que  además lo habéis convertido en un nombre propio para denominar a un pueblo y para un apellido. ¡Sabéis aprovechar bien los nombres que os regala vuestra exuberante  naturaleza! Y no lo digo solo yo. ¡Con razón los Valles de Omaña y Luna fueron declarados en 2005 Reserva Mundial de la Biosfera! Y recientemente (2022) os ha incluido también la FAO en territorio SIPAM (Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial), como  Sistema Agrosilvopastoril Montañas de León. ¡Ojalá esta declaración os traiga mucha ventura! Yo seguiré llegando, primavera tras primavera, y observaré los cambios que se produzcan.

 Foto: Paco Álvarez

 Las zarzas,  el espino nigral y espinos comunes también se cuajarán de flores blancas y rosáceas. No quieren mostrar sus espinas, que esconden muy bien bajo su vestido de pétalos florales. No solo el  campo se cubre de rosas silvestres,  pues a  las puertas de las casas, en los meses de mayo y junio, llega la belleza  y el aroma de los   rosales propiamente dichos. También ellos nos seducen con sus capullos y rosas y nos hacen olvidar sus espinas y las de la vida.

Y  para que sonriáis conmigo, no solo os regalo este espléndido colorido, sino que os lo lleno también de los cantaridos y del colorido del plumaje de los pájaros que pueblan árboles y prados: lavanderas, relinchones, mierlos,  cuquiellos, bubillas, forines, verderones… Y no puedo olvidar al pardal, que es uno de los pájaros más conocidos por todas las gentes de esta tierra.  Es grisáceo como su vida, pero acompaña constantemente  la nuestra.  Ya sé que, para algunos, es pájaro poco simpático, porque es un poco lambrión. Si puede, come el grano de las espigas, el del muelo de la era, la comida de las gallinas… Tanto lo conocéis que tengo constancia de que en algunos pueblos se usa hasta como apodo.  

 Cada uno de los pájaros que pueblan mi tiempo primaveral se apresta a deleitaros con los cantaridos  de su concierto singular. Uno de los más curiosos es el del  cuco.   Cómo alegra el final de la primavera con ese canto que hasta tiene letra: Cucú, cuquiello, rabiello, rabo de escoba, ¿cuántos años faltan pa la mi boda? Y muchas personas cuentan a continuación  el resto de “cucús” para conocer el número. ¿Y qué me decís de la hermosura del porte solemne de la cigüeña que pasea entre el verde de los praos y se encarama  sobre su nido en lo alto de alguna espadaña?  Cerca de las casas, bajo aleros y en las tenadas, anidan las golondrinas, que son aves especialmente queridas y respetadas por el simbolismo religioso que tienen en Omaña. Si las cigüeñas regresan por san Blas, estas llegan en torno a san José: Por san José, la golondrina veré. Pájaros, nidos, huevos, pajarines… La vida de las aves que resurge con fuerza y que recoge este refrán que muchas veces he oído de vuestros labios: Marzo, ñalarzo; abril, gogueril; mayo, pajarayo; por san Juan volarán y por Santa Marina se buscarán la vida. Las mariposas también añaden notas de color y de armonía en sus vuelos. Y las abejas, que de flor en flor, van libando el polen… Es verdad que no todo es bueno, pues animales que os causan perjuicio también asoman y se preparan para sus fechorías: Por santa Cruz, los lobitos ya ven la luz.

    Por si lo anterior fuera poco, os regalo aguas abundantes y cristalinas en ríos, arroyos, cascadas, fuentes, regueros... El río Omaña y sus afluentes fluyen con abundante caudal, porque recogen el agua del desnevio. Y sus aguas empiezan a ser abanicadas por las hojas de los chopos y los alisos  de sus orillas, que van despertando de su letargo invernal: Desde tus frescas riberas / se inclinan sobre su faz / abanicos de verdores / que soplan sobre un cristal.

¡Aguzad los sentidos, omañeses! No os perdáis ni un color ni un olor ni un sonido de los que yo,  Primavera, os entrego de forma generosa. Yo despierto cada año, después del sueño de invierno, y quiero que vosotros despertéis conmigo y, con todos los sentidos atentos, os dejéis seducir por mi guapura y la de vuestra tierra.

¡Gracias, Primavera!


Si no conoces Omaña

dedícale tu atención, 

omañeses y omañesas

te esperan con ilusión.

Para conocer su encanto, 

encontrarás ocasión, 

piérdete por estos lares,

ven a Omaña, que es León.

De Canto a Omaña (M. Álvarez)


Villabandín. Foto: Paco Álvarez


©Texto: Margarita Álvarez Rodríguez

Nota: Las fotografías son de primaveras pasadas.






domingo, 19 de febrero de 2023

"Querencia recíproca", de Marcelo Tettamanti

 

Marciano Sonoro Ediciones

89 páginas



Este es el segundo libro en solitario de Marcelo Tettamanti, después de Lugares comunes. Editado por Marciano sonoro, en una edición muy hermosa,  consta de 66 poemas, de distinta extensión. Hay poemas que ocupan más de una página y otros que no llegan a media docena de versos.

Tuve la suerte de presidir la mesa del acto de  presentación del libro Querencia recíproca en la Casa de León en Madrid, en la que el autor estuvo acompañado por la escritora Sol Gómez Arteaga y la cantautora Isamil9. En ese acto Marcelo Tettamanti recitó varios de los poemas contenidos en este poemario. Ya entonces me impresionó la belleza de  los textos y la emoción que ponía el poeta en la recitación.  

El    poemario Querencia recíproca habla de la vida, de la vida dolorida, de sueños perdidos y de esperanzas queridas, de decepciones y de  esperas, del pasado y del presente… Es la vida una rama con sus giros y torsiones, dice el poeta. Y en otro verso define la suya como una semilla que creció entre las baldosas. Esa semilla germina y crea emociones que el poeta transmite al lector. Semillas que el autor ha ido recogiendo, no como labrador, sino como pájaro,  un pájaro que sobrevuela las emociones, que las observa,  se las cuelga en las alas y vuelve al hogar por el que tiene querencia.

De las querencias habla esencialmente este poemario: de la necesidad  querer y de ser querido. Parece que  la querencia recíproca no es tanto la que tiene el autor, sino la que desea. La reciprocidad es imprescindible en la vivencia amorosa. El poeta nos habla de un amor que necesita implicación, compromiso, de un sentimiento que debe ser cosa de dos, pero ese  amor ha herido   y su alma tiene cicatrices. Ese abandono, ese amor no correspondido, le lleva a invitar a la amada a oler la tierra recién mojada. ¿Tal vez con el riego de sus lágrimas?

El símbolo máximo de ese amor parece el beso, que es que es como  un hilo conductor que une muchos poemas. El beso  del que nos habla es un símbolo de pasión, pero la pasión vivida en el pasado se ha quedado  convertida en ceniza.  Los   besos que evoca y que ansía  se han caído, se han perdido, se marchitan como pétalos. De esa pasión amorosa aparecen muestras abundantes, especialmente cuando en algunos poemas describe el encuentro amoroso, de una forma muy sugerente  y poética: de tu cadera dormida rezuman / verbos prohibidas. Y en otro verso: entre cuatro paredes / dos cuerpos amainan la tormenta. O también: Me quemé en el fuego del encuentro. El autor, para hablar de la pasión amorosa, recurre  a las imágenes del   fuego y   de la ceniza que son recurrentes en la literatura universal. Ese amor añorado, perdido, en cuya espera impaciente  se encuentra el autor, es su refugio ante la incertidumbre: ese es mi refugio. Pero ese amor buscado parece desvanecerse ante él, por ello, hasta sueña con encontrar un te quiero en un papel escondido en un bolsillo, cuando lo atenaza la soledad, cuando siente que la soledad / te duele en todo el cuerpo.

La espera de ese amor que no llega va recorriendo todo el poemario, como un cauce donde se van encontrando y recogiendo los sentimientos doloridos (y las lágrimas) que rezuman sus versos. Esa   búsqueda va de la niebla a la luz, que a veces parece  teñirse de mil colores, pero que al fin resulta engañosa, pues acaba vistiéndose de amarillo y, del tono otoñal, pasa después  al gélido invierno. Es muy hermoso ver como Marcelo Tettamanti juega con los símbolos naturales, las estaciones, la luz,  el ocaso, la niebla, la sombra… Se siente como un árbol que espera la señal / de la primavera, pero,  en su invierno, lo atenaza el silencio del que no consigue salir: habla la piedra / y yo aún permanezco mudo.

Otro  símbolo que se repite es el del  arcoíris y  la tierra mojada. Y a veces, la tormenta.  Tal vez son otro anuncio de las lágrimas derramadas, que están muy presentes en el poemario: la lágrima / perfila su forma en mi horizonte. Hay imágenes bellísimas cuando habla de las lágrimas: Dentro de la nube / mi alma se libera / y mis lágrimas / abrillantan las conchas / de los caracoles. Son lágrimas que causa el desamor, pero que le hacen sentirse vivo. Resulta más doloroso  cuando no están presentes las lágrimas, ya  que, en su sequía, se asemeja a un desierto lleno de incomprensión y de falta de afectos. Así te busco / con la esperanza de sentir / la vida más allá de mí. Y siempre  busca besos y  caricias que se mueren sin su dueño.

Además de ese amor de pareja perdido, el poeta siente que le faltan otros amores, amores lejanos en el tiempo y en el espacio. Marcelo Tettamanti es un emigrante, asentado en León, que hace unos cuantos años dejó atrás su Argentina natal. Allí quedaron muchas de sus querencias: su madre, sus paisajes, su paisanaje: hecho de tango y río / en cuna de llanura / nací para migrar. En sus versos está también su río Paraná: nací bajo la cruz del mar del sur, dice en otro verso. Allí, en el pasado y en la lejanía, se quedaron sus raíces: Vengo del tiempo en el que tenía / abuelos y era guapo. En el presente esas querencias le producen añoranza. Pero, a pesar de que se ha encontrado entre dos aguas sin saber  nadar, también  se siente bien acogido en su tierra de adopción, pues entre esas gentes  encontré / la esencia de mi tierra. Y la madre,  siempre abnegada, siempre amorosa…  Siempre presente. Siente que nació entre algodones de amor y que su madre le enseñó una forma de ver la vida. Su hijo también aparece en algunos poemas, le recuerda al niño que fue. También él transita por caminos / sinuosos y arbolados. Los abrazos del hijo cercano compensan los amores lejanos.

La pandemia, con su confinamiento,  asoma también entre algunos de sus versos: Camino por la casa y veo, / entre cuatro paredes un desierto. Hasta las mascarillas  se nos presentan con   imágenes que las embellecen y humanizan: hablan los ojos / asomados al balcón / de una mascarilla. Nos habla de días duros de ausencia de caricias y de abrazos.

Aunque el poemario habla más bien de la visión metafísica de la vida, de la espera, de la pérdida… también aparece la crítica social. Crítica  la “modernidad  líquida” de la que nos hablaba Zygmunt Bauman. Vamos como animales enfurecidos / detrás de las necesidades que nos han sido impuestas / esclavos sin saberlo.  Esa vida  impersonal, vida de pantallas,  vida de prisas para no ir a ninguna parte: corremos para ir a ningún lado…  Se critica la hipocresía,  la indiferencia y  el materialismo en varios poemas y, de forma especial, en el poema final: hincamos la rodilla al capital…  Olvidamos  pensar, leer, soñar

El poeta llega a preguntarse por qué los abrazos son tan huecos / y los besos me saben a mordiscos. Pero el gran tema del poemario es, sin duda, la visión de la vida. Una vida que no ha sido fácil para el poeta: la moneda  siempre fue  cruz. Nunca pude sonreír en plenitud, / siempre algo ahogó mi risa, se lamenta.  Hay un dolor del cuerpo y del alma que parece acompañarle en todo el poemario: no se me permite pedir / no se me permite llorar / solo esperar. Habla, pues, de decepciones, de sufrimiento, incluso de miedo, en su entorno familiar, de esperas no fructíferas, de sueños muertos. En muchos versos parece que hay un cansancio de vivir:  uno empieza a apagarse en los silencios. Intenta gritar, pero su grito es mudo. En algún caso, el dolor busca esconderse en el alcohol: cuando el alcohol me deja En ese cansancio también  la muerte traicionera amenaza  desde el  acantilado al que se asoma o en imagen  de una guadaña o  de un pájaro negro… El amor es el único  refugio ante la incertidumbre, pero su ausencia nos deja a la deriva.

Es un poemario escrito en versos libres, con una palabra poética muy cuidada. Usa muchas imágenes (metáforas y símbolos) para expresar sus sentimientos. Las lágrimas cobran un protagonismo especial, junto con el arcoíris, los truenos  y las tormentas que  las presagian y la tierra mojada que es su consecuencia. Está lloviendo en mis ojos. El invierno,  el desierto, el cántaro seco, las sombras, la niebla son imágenes  de la ausencia de amor. La negrura presagia la muerte. También encontramos bellas comparaciones: gritos como truenos negros, lágrimas como granizo helado.

Acompañamos al autor verso a verso sin que decaiga nuestra atención y nuestra emoción. El poeta logra cautivarnos con muchos de sus poemas. Creo que debemos pedir tres cosas a un texto para que sea verdadera poesía: emoción, ritmo y belleza en el uso de la  palabra poética. Pues las tres las consigue con creces este poemario de Marcelo Tettamanti.

Al llegar al final el lector siente con el escritor que, después de todo, la vida es una rama… con su hoja verde, / a centímetros de la hoja / muerta / como el sueño muerto / junto a la esperanza. La esperanza sigue ahí (el árbol espera la señal / de la primavera…)  en el simbolismo de  esa rama viva que  abraza la portada y contraportada, rama que sale de la casa del poeta en pos de un abrazo: el de la Querencia recíproca. 

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga, profesora y escritora.




Otras reseñas de poemarios en este blog:

"Cauces", Antonia Álvarez Álvarez

"Te lo dedico a ti", de Raúl Portugués Matilla

"Entre el jueves y la noche", de Manuel Ramos López

"Tréboles refulgentes", de Ana Ortega Romanillos

"El arca de los días", de Antonia Álvarez Álvarez

"Un árbol que tiembla",  de Isabel Marina

"Las caras de la sal",  de Margarita Campos


sábado, 11 de febrero de 2023

"Las caras de la sal", de Margarita Campos Sánchez

 

Editorial Visión libro, 2020

Páginas 143




Escribo…  Porque me lleno de brisas y también de tormentas…

Cien poemas forman el poemario Las caras de la sal de Margarita Campos Sánchez. Un hermoso título, cuya simbología se va “develando”, como dice Juanmaría G. Campal en el prólogo, a lo largo de su lectura.  Ante el mar, que contempla la marcha definitiva  de su amante, la poeta envía un beso bañado de sal… Con la mar se funde la sal de mis lágrimas, dice en otro poema. Y lágrimas del cuerpo o del alma se derraman en la mayoría de los textos.

Margarita Campos Sánchez es una escritora madrileña que participa de forma habitual en tertulias y encuentros poéticos. Ha colaborado y publicado en antologías poéticas y este es su segundo poemario en solitario, tras Sendero de sentimientos.

El poemario Las caras de la sal arranca con un poema en que la poeta se presenta como un ser raro, una persona que quiere romper con lo establecido, con las convenciones sociales, morales, literarias… Soy la loca /  que arrasa por las calles…/ cada predeterminado comportamiento / destruyendo saberes / y conciertos. En el poema 6 abunda en la misma actitud y se burla irónicamente de que alguien pueda considerarla amoral: Dicen que soy amoral. / Posiblemente lo sea.  Esa aparente no cordura la lleva a sentirse un paño de limpiar sombras. Ya sabemos, pues, cómo se siente Margarita Campos desde el inicio del poemario.

El tema nuclear de este poemario es el amor, o mejor, los sentimientos de añoranza y dolor que siente la poeta  por el abandono de la persona amada. La autora nos presenta en la mayoría de los poemas el sentimiento de pérdida. Y  ese sentimiento de pérdida va ligado a la noche. Es el ámbito de la noche lo que aviva el recuerdo y desencadena el dolor: Cae la noche / apagando las luces que llevamos dentro (poema 20). El amor ha sido algo pasajero en la vida de la poeta, un pequeño instante / que dulcificó el semblante y lo llenó de luz, pero ella se empeña en seguir  soñando,  persiguiendo ese amor: Pero soñar no es gratis / deja un sabor agridulce. Por ello, sus sueños están poblados de soledad.

El amanecer es, en algunos textos, un halo de esperanza para disipar el dolor que genera  la ausencia de la persona amada, un amanecer que nos llenará de luz.  En esa “presencia ausente” de la persona amada en algunos momentos parece que se levanta el ánimo de la poeta: Y seguiré con la costumbre de tenerte / por muy lejos que te encuentres (51). Incluso cree que es capaz de dejar de llorar y de olvidar: Olvidaré para poder renacer, para contradecirse en el verso siguiente: aunque no podré olvidar / cada momento que a tu lado pasé. Así pues, esa subida de ánimo suele acabar en espejismo, pues no siempre el amanecer mitiga el dolor: Hoy amanezco / huérfana de brazos que me acunen… Hoy, solo amanezco (15). El recuerdo de las noches de entrega entre los amantes siguen causando dolor. La autora  no  solo se lamenta de la ausencia de un  amado concreto, sino que se siente desgraciada por  no haber encontrado un  amor sincero a lo largo de  su vida: Siempre quise / simplemente querer. Pero no me quisieron…

Para buscar consuelo evoca la presencia  del amado ausente de forma mental  y de forma física. Hubo un tiempo / que me alimenté de amor /… Hoy me alimentan los recuerdos. Los sentimientos expresados son contradictorios, parecen moverse en vaivén. Por una parte, desea librarse del recuerdo de la persona amada, pero al mismo tiempo busca traer al presente, una y otra vez, las sensaciones que vivió con ella. Esa evocación está llena de sensualidad y de erotismo, pues  revive una relación amorosa  pasional que despierta los sentidos: sentimientos cargados de pasiones.

Aparecen sensaciones relacionadas con el oído, con el tacto, con la vista, con el olfato… Cobra una presencia especial el recuerdo de la voz del amado: El solo sonido de tu voz / reverberando a través del viento, / me trae aromas de amores, / flores y besos.  Son los versos que forman el poema 48. En este poema tiene una gran presencia la sinestesia, ya que mezcla sensaciones que captamos a través de distintos sentidos y también sentimientos con sensaciones. La sinestesia es uno de los recursos literarios más presentes en el poemario. En el 68 también aparece el deseo de oír de nuevo la voz del amado: los silencios / se hacen tan grandes /…esperando tu voz. La necesidad de querer, de  buscar amor y compañía la lleva a estar constantemente buscando esa red / ese abrazo / esa voz. También el sentido del tacto: unas sábanas le  recuerdan a la persona amada.

La pasión queda reflejada en la imagen del fuego, imagen recurrente del amor apasionado  en la literatura universal: Besos que encendían mi cuerpo hasta / convertirlo en cenizas. O también beso con sabor a deseos. O ardientes manos.  O labios ardientes. Son imágenes muy plásticas pues la evocación se hace en presente: Sé que me quieres / cuando tomas mi mano… O  quiero que sujetes mi cuerpo / llevándome al éxtasis deseado y soñado (89).

Ante la lejanía de la persona amada la poeta, además de dolor y soledad, siente desconcierto: me encuentro perdida / perdida fuera de tu mirada. Trata de consolarse con seguir aguardando: Cierro la ventana / y aguardo (19). Pero el ánimo vuelve a caer, porque está convencida de que la oscuridad me persigue / desde el principio de mis días (65). Y es que los sentimientos que expresa Margarita Campos en este poemario nos dan la sensación de que van  montados  en una montaña rusa, en una permanente contradicción. Pasado de presencia, presente de ausencia. Pasado de sonidos, presente de silencios. Noches de amor, noches de dolor. Momentos de esperanza, momentos de desolación… La mujer amante no se resigna a olvidar el amor: quiero seguir tatuada / en un rincón de tu cerebro. En otro poema dice: No, no aprendí a no tenerte. Y en el poema 38 asegura: Encerrada en el capullo / que aun siendo de seda / es una dura coraza que encierra / un corazón enamorado.  En varios momentos expresa su gran error sentimental: No aprendí a desamarte.

Hay algunos poemas (30, 31 ,33, 43…) que parecen hablar del goce de  la libertad o de la  falta de ella. La libertad entendida como atrevimiento para romper con las ataduras, con los grilletes, para recuperar la libertad que es presa. Aparecen los pies y las alas como símbolos que parecen querer alejarla de esa realidad dolorosa: Alas que vuelan / cual gaviotas. Pies libres. Pero la libertad ya no se estila. / La libertad calla.

Los  sentimientos presentes en estos poemas son sentimientos encontrados, pero vivencias que sentimos como verdad. Los seres humanos sufrimos por el desamor, por la soledad, y vivimos, con frecuencia, sentimientos contradictorios. Es esencia del ser humano. Nos empeñamos en seguir amando a quien nos ha causado daño y aún nos sigue dañando a través del recuerdo. Pero esa contradicción hace más creíbles los sentimientos. Y aquí nos hace más cercano y real el yo lírico de la poeta, porque este poemario gira en torno a ese yo. Sentimos que la poeta se desnuda, verso a verso,  por eso sus sentimientos los hacemos nuestros.

Los cinco últimos poemas tienen un corte muy diferente, el de una mujer que encuentra el verdadero amor, un amor generoso y sin condiciones: el amor de madre.  La madre que se enamora, con un  amor sin medida y se siente gozosa al ver la carita de su hija recién nacida. Si los anteriores son poemas de noche, estos son poemas de luz. Esta imagen u otras similares se repiten en ellos. Me enamoré de ti, / y de la curiosidad de tu mirada. Poemas dedicados a sus tres hijas Elena, Sandra e Irene y a otros seres queridos: Con colores dorados y azules / eclipsó la luz del día, dice de su tercera hija. Y remata con un poema lleno de tequieros.

Desde el punto de vista formal, los poemas están escritos en versos libres. La autora proclama el amor al verso libre y hace una declaración poética: Libre de todo impedimento / quiero escribir mis versos y asegura que están escritos sin métrica ni rimas,  pero, en varios poemas, nos sorprende con llamativas asonancias. También aparecen concatenaciones (26) y paralelismos  como  otros elementos de ritmo.

 Ya he comentado más arriba la importancia de la sinestesia para hablar de la pasión, pero se repite también  en otros poemas: suave calor, rocío perlado, sentimiento sepia, piel de seda, versos dulces, suspiros de anhelos… Por supuesto, aparecen también  símbolos: las alas, la noche, el alba  Y sugerentes metáforas: me balanceo en tus pupilas, tormenta de pasiones… 

Los poemas carecen de título. Ese es un aspecto que les da unidad y continuidad temática y contribuye a que el lector sienta que las emociones que le llegan se presenten como matices de un único sentimiento, la montaña rusa del desamor y la soledad que siente la protagonista femenina de esos versos. Es como un círculo amargo del que no puede salir  y que la lleva a una reflexión existencialista  sobre el sentido  de la vida: Los seres humanos llevamos sobre los hombros / una carga / que no nos deja levantar / el alma hacia el firmamento, dice en el poema 8. Más adelante repite: Solo la inexistencia / me sería agradable. Incluso en un poema se siente como una mercadería que se vende por piezas (85). Grito, / pero me estrello contra el muro de silencio (94). Y  al final de su trayectoria se siente aprisionada por la verdad y con una carga de alas rotas, dispuesta a asumir el vacío, el pasado, el silencio… Pero, sobre todo, desearía volver atrás para no tener que soportar esa pérdida.

Este poemario va creciendo en intensidad emotiva y en calidad literaria a medida que avanzamos por sus versos y nos dejamos seducir por ellos. La autora dice en el poema 32 que escribe porque tiene palabras / con las que emocionar a quien me lea. Escribo… Por poner palabras de abono en la tierra / donde flores silvestres / se enamoren de ellas.

Y, aunque en otro poema decía: Hoy vuelan poemas / sin que nadie los recoja, / sin que nadie los sienta / en su corazón y mente…, los poemas de Margarita Campos Sánchez sí han encontrado lectores que los recojan y  los sientan. Al fin, han conseguido abonar la  tierra y enamorar  a las “flores silvestres”.

©Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y profesora de Lengua y Literatura.

 




Otras reseñas de poemarios en este blog:

"Cauces", Antonia Álvarez Álvarez

"Te lo dedico a ti", de Raúl Portugués Matilla

"Entre el jueves y la noche", de Manuel Remos López

"Tréboles refulgentes", de Ana Ortega Romanillos

"El arca de los días", de Antonia Álvarez Álvarez

"Un árbol que tiembla",  de Isabel Marina




 

 

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