lunes, 3 de febrero de 2025

Reseña del poemario "Sombra y ceniza", de Ainhoa Lorenzo Montilla

 


Título: Sombra y ceniza

Autora: Ainhoa Lorenzo Montilla

Género: Lírica

Páginas: 109






Es un placer para mí realizar una reseña del poemario Sombra  y ceniza, de Ainhoa Lorenzo, porque hay una relación especial que me una a ella: la de profesora y alumna. Ainhoa fue alumna mía en Bachillerato, en el centro Santo Domingo Savio. Conmigo aprendió  a desentrañar los secretos de los textos literarios. La conocí años antes de darle clase, pues participó en el año 2010, cuando cursaba segundo de ESO, en un recital organizado por mí, con alumnos mayores, con motivo del Centenario de Miguel Hernández. Y  en otros posteriores.  La poesía ya brotaba en ella y aquellos   recitales fueron como la lluvia que incrementó el manantial poético. Y siguió escribiendo versos, a pesar de que su formación posterior fue científica (médica neuróloga).

El libro tiene una  portada hermosa. De la Sombra y  ceniza  del título  y de las imágenes surgen flores blancas, incluso su nombre y el título ceniciento se eleva sobre el fondo: pone luz. Se funden, pues,  la  fría oscuridad y la ceniza que es el rescoldo del fuego que da luz y   purifica.

Pero con ese título y ese fondo oscuro   tenemos que sospechar que el poemario de Ainhoa no habla de jardines bucólicos, de paisajes serenos, de amores idealizados… Y estamos en lo cierto. Dando  un paseo visual sobre el índice  nos asomamos  a los títulos de los poemas y allí encontramos ya la sombra y la ceniza: Existencia, Sentido, Nada, Buscando un día más, Agonía, Traición, Corazón solitario, Alma solitaria, Infierno terrenal, Caos global, Insomnio, Encrucijada, Sueños Ahogados, Sobrevolando el abismo, Cuenta atrás…  Y cuando el lector comienza a leer se encuentra precisamente con esos temas: existencia y sentido o sentido de la existencia. Ahí está la clave para buscar el sentido de la vida, desde un corazón que sufre. A lo largo de todo el poemario hay un sentido de pérdida que lleva a un afán de búsqueda, la búsqueda de algo perdido. En el poema  En busca de lo perdido  el sentimiento de pérdida afecta a la propia inspiración poética: Busco inspiración / busco claridad / hasta esperanza / busco ya. La pérdida metafórica de la palabra es una de las peores pérdidas, pues para Ainhoa Lorenzo la palabra poética es liberadora y sanadora. En varias ocasiones  parece viajar hacia esa niña interior que evoca    ilusiones de infancia.  Decía Rilke que “nuestra verdadera patria es la infancia”.

Otro tema presente en el poemario es el paso del tiempo: “tempus fugit”, que decían los clásicos. Un tema vinculado con el anterior,  porque  hace huir  a la autora hacia atrás y  regresar a la infancia para contrarrestar ese tiempo desbocado que avanza de forma inexorable. Por ello, siente anhelos de otras épocas. En su poema Tiempo pasado  habla de un pasado aún presente / en la cabeza y en el corazón, de un  tiempo irrecuperable / perdido en las arenas del reloj. En otro poema dice  estar contemplando la vida mientras el tiempo pasaba. En el poema Cuenta atrás asegura que  el tiempo se escapa / entre las grietas / irreparables. Frente a ese paso rápido   aparece el latido de un corazón agonizante por reconstruir el pasado. La angustia por  el paso del tiempo tiene mucho que ver con el sentido de la vida. Lo plasma bien en un poema muy breve titulado  Polvo de estrellas: Punto de partida / punto de final /de dónde venimos / y adónde partimos / de esta fría tierra que es el mundo.

 Ese sentido existencialista de la vida  refleja la forma de ser de la protagonista, una persona  que  siempre ha sido muy reflexiva: Yo voy sin rumbo / buscando algo, un algo más profundo. Aparece con frecuencia su  afán de buscar explicaciones: de aprender.  En ese proceso de búsqueda está muy presente la soledad: Somos almas solitarias, repite este verso  a lo largo de un poema, que termina así: Simplemente eso. / Almas solitarias. / Almas vacías. / Almas olvidadas. En esa soledad sufre su corazón, sufre su alma: Gusanos en el corazón. / Corazón negro. / Corazón vacío. Y en otros versos: Pequeños instantes de gloria / se desvanecen en el caos de la vida / simples destellos centelleantes / entre la apatía de cada día. Eso siente cuando cumple veintitrés años que son para ella veintitrés rosas marchitas.

También está presente la ciudad en el poemario que es un símbolo más de soledad, de soledad acompañada, que es la más dolorosa, porque se siente vacía entre la multitud: Ando entre el gentío / voy buscando en todas las miradas / cómo llenar el vacío de calles olvidadas. La ciudad es también símbolo de caos  global que la rodea: El caos global retumba / en mi pecho herido por el tiempo.

El léxico del poemario, como los títulos de los poemas, tiene mucha relación con esta angustia existencial. Abundan los sustantivos que reflejan desconcierto o miedo: incertidumbre, duda, encrucijada, noche, negrura, bestia dormida, abismo, destino… Dolor punzante: pesadumbre,  dolor, angustia, lamento, lágrimas, puñaladas, estocada,  alaridos, pesadillas… soledad: vacío, engaño, incomprensión, silencio…Y las referidas específicamente a la naturaleza  tempestuosa  e inhóspita descrita: huracán, vientos que arrecian, vendaval, bramidos, océanos infinitos, escarpadas costas. Ocurre algo similar con los adjetivos que también reflejan lo violento, la sensación de falta de libertad, la inconsistencia de la vida: maniatada, atrapada, asfixiante, desierto, inerte, quebradizo… O con las acciones que reflejan  verbos como  atrapar, abandonar, traicionar, fustigarse, llorar, cegar…

¿Dejamos a la autora en ese abismo del que quiere salir y parece que no puede? Parece que no. Se puede intuir que en los últimos poemas se vislumbra la luz, pues los títulos ya la sugieren: Blanca nostalgia, Pausa, Mente en calma, Alma sin pena. Los sueños dan vida al alma, dice en un poema. Y en ese mundo tan hostil, en la búsqueda  de la esperanza,  solo queda colgarse a los sueños, volar en sus alas. Los sueños tienen una gran presencia: Noches estrelladas en que los sueños cristalizan / esperanza / de que algo cambie mi vida / para que las sombras que me acechan se vayan de forma definitiva. Y en el poema Sueños nos aconseja: No dejes de soñar / aunque imposibles sean tus sueños / imposibles habrá / todavía más inciertos, / mas solo imposibles por nuestros miedos. Así, colgada de los sueños, se levanta por encima de la angustia. Incluso pide a otra persona: susúrrame los sueños. Los sueños de luz van ganando presencia a  medida que avanzamos por el poemario.

Al fin, vemos aparecer las flores blancas en medio de la ceniza; habla de luces, de compañía, de la magia de la niñez que aún perdura, de  la calidez de la sonrisa…Pasan los días tranquilos y despreocupados. Se vacía el pensamiento y las preocupaciones en él contenidas. Aparece  el mar en calma y un cielo armónico y límpido. La poeta se prepara para afrontar un nuevo día con una sonrisa que ilumina su cara. Nos reconcilia con la vida leer los últimos versos  del último poema: Suspiros de sol. Un poema en que la luz  de la primavera es protagonista, un sol que da calor a ese corazón mortecino, que le trae un latido alegre que genera paz, paz que se expande por cuerpo y espíritu que se sienten en un edén. Sonrisa pálida. / Mirada serena. / Mente en calma. Alma sin pena.

La poesía  es sentimiento. La de Ainhoa lo tiene. Los otros dos pilares de la poesía son el ritmo y la belleza de la palabra. La autora lucha poema a poema por conseguir el ritmo de los versos y lo consigue unas veces con versos libres y otras con versos que siguen el ritmo del octosílabo, del heptasílabo y del endecasílabo, usando el primero para crear textos en forma de romance y los segundos para intentarlo con la lira, estrofa complicada. Le gustan las rimas como forma de conseguir ritmo,  en general  asonantadas y con frecuencia agudas. A veces el ritmo reside  en  paralelismos sintácticos que repite en las distintas estrofas: Noches vacías…  Noches solitarias…Noches estrelladas… Noches eternas… En ocasiones consigue notables hallazgos sonoros con aliteraciones de la s,  como en estos versos: Los suspiros se escapan / ocultos entre mis labios temblorosos / los minutos se pasan / entre sollozos ansiosos / escondidos entre llantos acuosos. Nos recuerdan a los místicos: los ríos sonorosos / el silbo de los aires amorosos. (San  Juan de la Cruz).

Nos encontramos con bellas y expresivas metáforas: la balaustrada del balcón de mi vida… Mis ojos arden de dolor…Con paradojas muy expresivas: ruidoso silencio. Sinestesias: fragante clamor.

Es un poemario que recoge algunos poemas de adolescencia al inicio  y luego  va cobrando madurez a medida que  avanzan las páginas.  A buen seguro que aún  podremos ver madurar más  a Ainhoa Lorenzo como poeta, en siguientes publicaciones, que seguro que las habrá, porque ella seguirá transitando por los caminos del verso.  Seguiremos poniendo el oído atento y los sentimientos alerta para seguir disfrutando de sus versos, de estos versos de Sombra y ceniza o  de otros versos de colorines.

Ainhoa, recibe la  enhorabuena de tu vieja profesora de Lengua y Literatura.

Es un placer  para mí como docente acompañar a antiguas alumnas y alumnos en la presentación de sus libros. Y ya van varios...

 ©Margarita Álvarez, filóloga, profesora y escritora


Ainhoa Lorenzo  en  la presentación del poemario en Madrid 


Antigua alumna con antigua profesora

 

 

jueves, 16 de enero de 2025

De la vida y el vivir

 

Entre un paisaje otoñal se esconde la casa donde nací. Paladín-Omaña (León)


En cada cumpleaños, tú, vida, me permites celebrarte, aunque también  me recuerdas que la meta final está más cercana. Pero para apresar ese tiempo huidizo tú misma me das la receta. Me recomiendas que no tenga una actitud  pasiva, de resignación o de enfado, sino que sea dueña de mi vivir: que lo aprese, que lo exprima, que lo disfrute.  Te he hecho caso.  He aprendido a sorprenderme cada día con una nueva emoción o descubrimiento. He aprendido a evitar la rutina, porque la rutina va devorando el  vivir. He aprendido también que ese vivir mío  debe  dejar alguna huella en la memoria  de quienes me conocieron.  Ese es el secreto de la inmortalidad. 

De niña me sorprendía, en mi mundo rural,   al observar  cómo cambiaban los colores con  el paso de las estaciones, al  ver correr el agua de un río en busca de su mar, mientras dejaba un rumoroso murmullo, al contemplar   cómo se movían las nubes  o me hacían guiños las estrellas.  Me sorprendía  al ver renacer la naturaleza cada primavera…  Desde entonces, vida,  me enseñaste a observar y a admirar. Y el eco de esa mirada es parte de lo que escribo: artículos, poemas, libros… 

En el último año vivido he podido plasmar en un libro muy personal, “Omaña, la voz del agua”, parte de esas observaciones y vivencias: en ellas están las huellas de mi vivir. Un libro con el que he conseguido emocionar a unas cuantas personas. Y conseguir que una persona, aunque fuera una sola, se emocione con algo escrito por mí es un regalo de la vida.

Y esa forma de vivir, viendo con los ojos del cuerpo y con los del alma, la trasladé de adulta al paisaje urbano,  que  también me ha permitido  sorprenderme  y aprender. Me maravillo al descubrir un día cualquiera la belleza de un edificio que me había pasado desapercibida, me paro ante  las estatuas y  las observo con distinta mirada, según las estaciones. Y a veces hasta entablo con ellas un diálogo silencioso… Escucho conversaciones para tratar de encontrar en ellas una palabra nueva, una palabra olvidada, una palabra maltratada, una palabra acariciada... Y la apunto... Y la hago mía... Y reflexiono sobre ella...  Pero, sobre todo,  disfruto de cada nuevo amanecer que me permite ponerme a caminar por la vida, para ponerme al servicio de los demás, para plantearme retos y despertar, una vez más, al dios que todas las personas llevamos dentro: el  dios del entusiasmo.  Porque eso significa etimológicamente la palabra entusiasmo (en theos:  un dios dentro).

Vida, tú me das los días como regalo, pero  soy  yo la que  los decoro y les doy sentido con mi forma de  vivir. También los caminos de la vejez pueden ser caminos de entusiasmo, como decía el poeta Benedetti: 

Aquí no hay viejos

solo que llegó la tarde. 

Viejo es el mar y se agiganta,

viejo es el sol y nos calienta,

vieja es la Luna y nos alumbra,

vieja es la Tierra y nos da vida

viejo es el amor y nos alienta.

Aquí no hay viejos

solo nos llegó la tarde.

Mundo urbano, Madrid, distrito de Vicálvaro
  

                    ©Margarita Álvarez Rodríguez


domingo, 29 de diciembre de 2024

Reseña de Si quieres hacer reír a Dios, de Fuencisla Avial


 

 Género: novela

 Editorial: Adarve

 Páginas: 229 

 Madrid, 2024

Fuencisla Avial Sancho es una escritora segoviana. Estudió Magisterio y Sociología  y ha dedicado su vida  a la docencia. Ha cultivado la narración  en forma   de novela y de relato. En este último subgénero ha obtenido  un premio y ha llegado  a finalista  en algunos certámenes literarios. Su última publicación, anterior al libro que nos ocupa, fue la novela titulada Historias de antes (2019), que recreaba la historia de una saga familiar en un pueblo segoviano. 

Si quieres hacer reír a Dios es una novela  que tiene un argumento, en apariencia, simple. Una profesora, que termina de jubilarse, busca actividades para el tiempo  libre del que va a disponer y, entre sus proyectos, aparece el de  escribir una novela. Mientras busca  un argumento para ella  va desgranando ante el lector sus actividades diarias, sus ilusiones, sus compromisos, su visión del mundo. Argumento simple, obra compleja.

Estamos ante una  novela  realista que parte de pequeñas experiencias personales de la vida cotidiana que se elevan de una forma  muy  acertada al plano  literario. El deseo de la autora es “escribir una novela realista, pero de las que conmueven, de las que tocan el corazón, las que hacen aflorar las emociones más profundas que llenan sus páginas  y las emociones que contienen”.

 La narración tiene una aparente forma de diario, pues sus capítulos son los nombres de algunos días que la autora señala en su calendario particular  y que están espaciados por varias semanas. La historia comienza un día 8 de enero, final de unas vacaciones en que ya no se tendrá que reincorporar al instituto, y termina en la Nochevieja del mismo año. Un año, pues, con sus meses, sus días y las vivencias de  la protagonista.

La estructura interna de la narración gira sobre dos elementos esenciales: la metaliteratura y la intertextualidad.

El  hilo argumental que da unidad al texto es el deseo de escribir una novela  y la búsqueda del propio argumento. Es la literatura dentro de la literatura: la metaliteratura. Y no solo  por esta búsqueda del tema y argumento de la proyectada novela, sino también porque en algunos momentos de la misma busca un pretexto para incluir otras pequeñas narraciones que parecen ajenas al argumento principal, pero que, en realidad, son parte sustancial del mismo. Así, mientras el lector sigue los pasos de la narradora en busca de inspiración, en realidad, se está encontrando con el argumento,  está inmerso en él. 

El otro elemento esencial de la estructura es la intertextualidad, pues las referencias a otras obras literarias son múltiples. Se mencionan autores y títulos y, de vez en cuando, fragmentos de esas obras que Fuencisla Avial incorpora hábilmente para reflexionar sobre algún tema. Con ese pretexto nos da a conocer los libros que pueblan las estanterías de su biblioteca, sus abundantes lecturas y sus preferencias literarias, entre las que ocupa un lugar fundamental su gusto por las biografías.  Dentro de esa intertextualidad también está presente el refranero, que se usa como una especie de argumento de autoridad para apoyar alguna reflexión. Y en varios momentos algún artículo de textos legales sobre derechos de rango universal que tienen el mismo cometido.  

Sobre estos dos elementos va desgranando a lo largo de  narración una gran variedad de temas, todos ellos vinculados a un compromiso de tipo social, moral, medioambiental, educativo…  Por la novela pasan hechos históricos del pasado entretejidos con situaciones del presente, y todos ellos permiten a la autora realizar una reflexión sobre el bien  y el mal. Quizá sea este uno de los temas esenciales de la novela. 

La narración está escrita en primera persona, a través de la cual  la protagonista va plasmando sus vivencias y reflexiones. Los demás personajes son absolutamente secundarios, excepto uno, su perrita Jara. Ella está siempre presente en esa búsqueda de la autora y ella es también  su mejor confidente. En cierta medida recuerda un poco aquellas famosas Charlas con Troylo de Antonio Gala. La protagonista, desde su cocina, delante del desayuno, vive  el presente y reflexiona sobre él,  elevándose desde la experiencia personal a la reflexión universal.  Con frecuencia  una visión retrospectiva del pasado le sirve  también para analizar el mundo presente. La narradora es, en gran medida, un trasunto de la personalidad de la propia autora y del mundo que la rodea.

La novela está escrita con un estilo claro y un léxico  variado y preciso. La autora  usa de forma acertada la adjetivación y  la enumeración, que suelen ir unidas. También maneja con soltura el uso de imágenes, que embellecen el texto, y tiene una enorme habilidad para la evocación. Con gran plasticidad nos acerca  el mundo de las sensaciones: los  olores, colores, sabores y las vivencias que experimenta en un lugar determinado, de tal manera que  nos hace entrar  en ese río de sensaciones y sentimientos y nos arrastra por él. Consigue que el lector pueda oler el café del que disfruta en el desayuno la protagonista, que capte los paisajes de sus viajes, que  sienta el frío y el calor de las distintas estaciones, que oiga los  sonidos que la rodean.  Con ella   disfrutamos y aprendemos  de sus lecturas, nos identificamos con  su amor por el silencio y nos dolemos con ella  de su sufrimiento, tanto del personal como del social.

Al principio de la obra Fuencisla Avial asegura  que  quiere escribir “una historia llena de pasión y sentimientos, una historia que atrape al lector, que lo perturbe de tal manera que no pueda abandonar el libro hasta que llegue al final e, incluso, que una vez que haya vuelto la última página, las emociones transmitidas sigan instaladas en su corazón durante mucho, mucho tiempo”.

Y, ciertamente,  va a conseguir que las emociones vividas se instalen en el corazón del lector. La lectura  de Si quieres hacer reír a Dios no nos va a dejar indiferentes, pues podremos aprender (siempre está presente su afán didáctico), reflexionar, viajar, emocionarnos: disfrutar. Para ello solo hay que coger este diario en las manos, adentrarse en él,  ponerse a leer y dejarse seducir por la magia de los sentimientos y las palabras.  

             Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga y escritora


El texto  que antecede figura como prólogo de la novela Si quieres hacer reír a Dios. 


Fotos de la presentación de la novela,  el 9/XII/2024, en el Centro Segoviano de Madrid


 

domingo, 24 de noviembre de 2024

Llora la vida

 



Gritos como cuchillos hieren el aire

y  le  arrebatan el oxígeno de la dignidad.

Y esa mujer se  va asfixiando...

Sus días  se van tiñendo de noche en cada ocaso.

Noches y miedos. Miedos y noches.

Y el mundo sigue rodando…

Pero  hoy la luz lacerante del alba le ha cerrado los ojos.

Impotencia, rabia, vacío, dolor…

Las violetas rezuman lágrimas de amargura.

Sollozan las palabras.

¡Llora la vida!


 © Margarita Álvarez Rodríguez

25N 2024

DÍA MUNDIAL

PARA LA ERRADICACIÓN 

DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Omaña, la voz del agua: Una manera de sentir, por Sol Gómez Arteaga





El pasado 8 de noviembre de 2024  se presentó en la Casa de León en Madrid el libro Omaña, la voz del agua, de Margarita Álvarez Rodríguez. La obra  se divide en tres grandes bloques: Una manera de vivir, Una manera de sentir y Una manera de decir (mal). La escritora leonesa Sol Gómez Arteaga participó en dicha presentación e hizo  un análisis concienzudo,   emotivo y, en gran  medida, literario de la segunda parte del libro:  Una manera de sentir. Se reproduce a continuación el contenido de su disertación.


Una manera de sentir, por Sol Gómez Arteaga


Quiero felicitar a Margarita por este nuevo e ingente trabajo que hoy nos presenta “Omaña, la voz del agua”, que completa  publicaciones anteriores “El habla tradicional de la Omaña Baja” (2010) y “Palabras hilvanadas. El lenguaje del menosprecio” (2021), en las que desde el punto de vista literario y lingüístico -lo lingüístico siempre está presente en su obra-,  aborda sus lugares de apego. Ello le ha valido la distinción de Omañesa del año 2.013, otorgada por el Instituto de Estudios Omañeses y la de socia de honor del Ateneo Rural Urbicum en el año 2.023.  (También escribe poemas, relatos, reseñas, artículos que plasma en ese estupendo blog titulado “De la palabra al pensamiento” (www.larecolusademar.com), imparte conferencias, promueve actos culturales, vinculados muchos de ellos con la Casa de León en Madrid  y, en suma, realiza un trabajo imparable en pro de la cultura en general y de la cultura leonesa en particular).

 Margarita es escritora, docente con una trayectoria de cuarenta años de trabajo en la enseñanza, promotora y revitalizadora de la cultura de nuestra tierra, lingüista y amiga, y por todo ello es un honor que haya querido contar conmigo esta tarde en esta mesa para que hable de la segunda parte de su libro: Una manera de sentir, es decir, una manera de percibir Omaña a través de los sentidos. Es esta la parte más literaria, como así nos lo expresa ella al comienzo del capítulo, pero también, sin duda, la parte más de entraña del libro, la parte más emocional.

La emoción se define como una alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática. Verba movent, las palabras conmueven, y sus palabras llenas de evocaciones de sus lugares de apego, de recuerdos plagados de olores, colores, sonidos…, hacen contacto con los lectores, y nos mueven, conmueven, remueven, y desde luego, no nos dejan indiferentes.  

Divide esta segunda parte en una tierra que habla, una tierra que inspira, una tierra que canta.

En Una tierra que habla, Omaña se convierte a través de sus componentes naturales en un cuerpo vivo que nos cuenta en primera persona sus vivencias.

Se presenta a sí misma como una anciana escondida entre montes del noroeste de León, tan bella que le ha valido el atributo moderno de Reserva Mundial de la Biosfera. Se define como laboriosa, agradecida, acogedora, leal. Lamenta el abandono –ese mal endémico de lo rural- de que es objeto, se duele de ese jingrio (jolgorio) de chiguitos que ya no escucha, como ya no escucha  los sonidos de animales o el bullicio de las gentes por sus calles, reivindica tener un médico que atienda la salud de sus habitantes, que se cuiden sus montes, que se desbrocen sus caminos. No obstante, elige ver el mundo desde una óptica positiva. Y sueña con poder compartir los dones de sus cielos azules y el verdor de sus profundos valles, siendo su máximo deseo que la conozcan y reconozcan en toda su riqueza natural, que es mucha.

Habla el camino, orgulloso de su destino, de servir de comunicación  entre personas de tantas generaciones como han pasado por él y ser guardián entre las piedras de un sinfín de conversaciones escuchadas en el transcurso del tiempo. Tan humilde que su única pretensión es seguir siendo lo que es, camino, en presente.   

Habla el árbol, no un árbol cualquiera, sino un chopo del país, espectador privilegiado que contempla la vida desde arriba, y nos presenta a sus hermanos los alisos, las cerezales, las paleras, los salgueros, las nogales, las perales, los  manzanales, las brunales, los negrillos u olmos, y también los sabugos, avellanos, castañales, robles, rebollos, bidules o abedules, pinos, acebos… que conforman variada familia del paisaje omañés. 

Habla la casa típica de Omaña, de piedra y barro, humildes materiales, dice, con los que hicieron milagros, los canteros, con su cocina como eje de la vida doméstica, aunque no menos importantes fueron el resto de habitáculos (dormitorios, pajar, cuadra, corral). Una casa ya remozada y modernizada que, tras dar cobijo a cinco generaciones de una misma familia, conserva la memoria olfativa de antaño (a pan recién amasado, a manzanas, a matanza, a rosas), también la memoria gustativa (a patatas con bacalao, a berza, a sopas de ajo).

Habla el pozo, cuya vida ha corrido paralela a la de la casa, hoy un poco abandonado e inútil por mor del agua corriente y del progreso. Es por ello que reivindica, con un poco de amargura creo yo, su papel de símbolo de trabajo de la mujer campesina que ha acudido a él para atender necesidades básicas de la familia (saciar la sed, poder cocinar o lavar el sudor de sus fatigas).

Pozo que inspira el capítulo Ser pozo. En Paladín (León). Foto: MAR

Habla la huerta, cuya vida trascurre al compás de las estaciones, y sus productos se han visto mejorados gracias a toda una cultura de ensayo y error que ha ido pasando por transmisión oral de generación en generación. Huerta cuidada con amor y mimo también por mujeres.

Habla la piedra pequeña, ligera, aventurera, como la de León Felipe que cambia de lugar según el arbitrio de las gentes que pasan por su lado y la meteorología, pero también habla la piedra grande, y entre otras, la Peña de la Fortuna, que es seña de identidad para los omañeses y símbolo de buena suerte para los viajeros que, en busca de un destino mejor, la encontraban a su paso.  Piedra que no muere porque no vive, piedra que frente a la inconsistencia humana, nos dice, vive un presente eterno.

Y hablan las estaciones. Su primavera llena de vida y del color que nos regala sus frutos y flores, sus hierbas y plantas aromáticas y que, como dijera el poeta, también en Omaña, tarda. En ella el agua, tras el desnevio o deshielo, cobra protagonismo especial. 

Su verano o braño, corto, de noches tan frescas que a veces requieren el abrazo de un cobertor. Tiempo de siega, de regreso de gentes que tienen sus raíces en Omaña, retornando entonces, con el jingrio (bullicio) de rapaces y no tan rapaces sentados al oscurecido al fresco, la ilusión de tiempo detenido en el tiempo.    

Su otoño convertido en un crisol de colores rojos y encarnados, de sabores, emociones, sensaciones voluptuosas.

Su invierno, estación desnuda, blanca, la más desvalida, de la pausa y el silencio aparente de puertas para fuera, pero de intensa convivencia vecinal.

 

Todos esos elementos que componen Omaña hablan a través de la voz de Margarita que nos transmite su sentir desde los lugares de apego, matria y patria, lugar del padre y de la madre respectivamente, en los que fue bendecida, acariciada, y que por eso mismo son caricia para nosotros, sus lectores.

Nos muestra unos usos y costumbres, unas formas de ser, de hacer, de  sentir, de hablar, de un tiempo pasado que, como la autora señala, se hacen presentes de nuevo en la evocación, en la palabra dicha, pronunciada, escrita, para perpetuar y quedarse en la memoria colectiva.

Asimismo nos regala la autora toda una ristra incalculable de palabras (esto es una constante en su obra como lingüista ineludible que es) que son patrimonio cultural importantísimo, pero también de refranes, dichos populares y saberes recogidos de las gentes sabias de su tierra. En la página 299 sin ir más lejos, hablando de la lluvia que, a veces, acompaña a la estación del verano, en dieciséis  líneas nos obsequia con cinco refranes seguidos: Merculina a los nueve días termina. Si llueve por Santa Ana, llueve un mes y una semana. Agua en agosto, poca miel y mucho mosto. Septiembre o seca las fuentes o lleva las fuentes (o los puentes). En septiembre, el que no tenga ropa que tiemble.  

También nos regala sensaciones. Nos invita a conocer y a disfrutar de lo que ella conoce y disfruta, de lo que la emociona, de lo que filtra a través de su atenta y sensible mirada, oído, gusto, tacto, olfato (esos cielos azules, esos ríos cristalinos, esas vallinas verdes de vida), haciendo que nos fijemos en ellos y los hagamos propios. A estas alturas sabemos que no solo de pan vive el hombre y entonces Margarita, cumpliendo con la máxima de Shakespeare en “Romeo y Julieta”: “Cuanto más (te) doy más tengo”, que la autora incorpora para sí y hace propia, nos regala también poesía.

Rescato en este punto unos preciosos párrafos que evocan ese tiempo de frutos y sensaciones de la estación en la que nos encontramos, pg. 301.  

Es tiempo de frutos. Sensaciones voluptuosas nos rodean por doquier. Las patatas se desnudan ante nuestros ojos, el olor a nueces envuelve nuestro olfato, los magostos de castañas deleitan nuestro gusto, la tersura de las manzanas verdes, amarillas y rojas acaricia nuestro tacto, viento de otoño resuena en nuestros oídos. Un tiempo que alerta todos los sentidos. Las ramas llenas de fruta cabecean hasta el suelo como queriendo postrarse a los pies de quien las contempla. Esa naturaleza exuberante atrapa con su mundo mágico y dadivoso que presagió la primavera y anunció el verano. Aquellos frutos que eran una esperanza primaveral y que se sazonaron con el calor veraniego ahora están entre las manos del recolector como el mejor regalo del otoño. Y también el tiempo de otoño es tiempo de sementera: En octubre, echa pan y cubre (…).

Hay también en su evocación a veces un punto de aflicción o añoranza como el párrafo que sigue a continuación, pag. 302, que incide en ese mal generalizado que asola nuestros pueblos, que es la despoblación.

Sabor a hogar, a tardes tranquilas, a voces apagadas. La luna y el sol se hacen carantoñas entre las rubianas (nubes enrojecidas) del ocaso teñidas de amorosos colores rojizos. Pronto las chimeneas serán el mejor símbolo de vida y de acogida. Ellas indicarán, de forma clara, qué casa está abierta. También comienzan a verse madreñas en las puertas, aunque es verdad que cada vez menos. En la calle reina la soledad, solo alterada por el ladrido de algún perro. Puertas cerradas, persianas bajadas… De los rosales cuelgan restos de rosas secas y, aunque echan de menos esa mano amiga que las retire, siguen aportando notas de color y de vida. A su lado se mantienen en flor las caléndulas. Y cerca de algunas casas florecen los crisantemos. Y en noviembre nos puede visitar ya la nieve (y termina de nuevo este párrafo con un refrán): Por los Santos, nieve en los altos, por san Andrés, nieve a los pies.   

Sentir poético el de Margarita, sentir nostálgico. Pero aun así también regalo de un otoño que la autora resume en cuatro palabras: esencia de dorada melancolía.

 

Colores de otoño sobre el río Omaña. Foto: MAR

Una tierra que inspira lo componen relatos y microrrelatos que la autora ha creado, basándose en el vivir y en el sentir omañeses.

Se trata de cuentos inspirados en la evocación de la propia infancia, en el homenaje a los padres que se fueron pronto una noche de otoño, y otros cuentos en los que la autora de nuevo se mete en la piel y sentir del despertar estacional de la tierra, Gaia; en el de un árbol que lamenta (sus lágrimas son las hojas que caen) la llegada de la primera helada;  en la tímida violeta, que con su color y olor aporta al paisaje la belleza de la insignificancia; en ese paso o pisada que se funde en el paisaje otoñal; en el roble que deja de ser árbol para convertirse en alma de fuego, alma de hogar, (¿qué haríamos los seres humanos sin calor?); en el atardecer de fuego que se funde con la noche; en la rosa distinta, cada pétalo de un color, que es un canto a la pluralidad;  en esa luna llena que compite con en las estrellas o la Piedra de la Fortuna que en vez de ser herida por otras piedras es, por primera vez, abrazada.

 

Una tierra que canta es en mi opinión todo un poemario dentro del libro. Está formado por coplas y romances que eran la forma de versificar -verso octosílabo y rima asonante en versos pares- de gentes humildes que no habían ido mucho a la escuela. Esta elección de la autora no es azarosa sino fruto una vez más de ese empeño incesante de transmisión de lo que siente propio.

El primero de los poemas es un canto de boda que rescata de boca de su tía Adoración Álvarez en Paladín. Pero hay dentro de su sentir poético, como no podía ser de otra manera, un extenso canto dedicado a Omaña. Y a través de distintos poemas (un río que nace, de omaña al mar, reflejos, ocasos de agua, tardes de oro, ojos agostados…) hace todo un reconocimiento a ese río de la vida que, como en el caso de Jorge Manrique, va a dar a la mar: río de grandes crecidas,/ río de tristes estíos,/ sigues corriendo, corriendo,/ buscando el mar infinito.  

Río Omaña, en su curso bajo. Foto: MAR

Otros signos de identidad de Omaña sobre los que versifica son un pino solitario, brotes, espadañas, la Peña de la Fortuna de nuevo, las estaciones, los  cancillones o un pontón. Tiene evocaciones gastronómicas (el yantar de don Carnal y doña Cuaresma), y a la Historia e intrahistoria de antiguos señoríos, como es ese romance dedicado a don Ares, decapitado a manos de su tío, Suárez de Quiñones. 

Margarita, en suma, escribe desde la memoria personal de lo que fue y es hoy su tierra, Omaña, y desde esa esquina suya nos convida a que la conozcamos.   

Como lingüista que es, rescata un acervo de palabras que son patrimonio de la tierra omañesa, que dotan al libro de una inmensa, inconmensurable riqueza lingüística.

Como docente y educadora, acomete una labor ingente de transmisión de conocimientos que son fruto de su saber y hacer incansables.

Como escritora y poeta, cuenta desde el amor y la enorme gratitud que profesa hacia la tierra que la vio nacer y crecer. A estas alturas ya sabemos que lo importante es sentir, en sentido positivo o negativo, agradable o penoso, y que esta es la misión de todo arte. Un sentir que trasmite y hace poso en nosotros. Hasta las piedras sienten en este libro de Margarita. Y hablan. Nos hablan. Solo hay que poner el oído y estar muy atentos a lo que humildes, generosas, hospitalarias nos quieren decir. 


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Sol Gómez Arteaga, la autora de esta reseña, ha publicado varios libros de relatos:  Los cinco de Trasrey y otros relatos (2012), El sol a la tinaja y otros cuentos (2017) y Trazos de sombra (2021). Una novela breve: El vuelo de Martín (2020). Y un poemario: Tiempo de vilano (2023).


Acto de presentación del libro en la Casa de León en Madrid. 8/XI/2024. Foto: Casa de León en Madrid 



miércoles, 24 de julio de 2024

De colorido leonés. Y tú, ¿qué lengua hablas?

 

Artículo  publicado en la revista La Curuja de Noceda del Bierzo en el número de julio de  2024

  De colorido leonés

                                                       

Y tú, ¿qué lengua hablas? Si quieres responderme, es posible que me contestes,  con total seguridad: Yo hablo castellano o español. Y probablemente es  verdad, pero solo una verdad a medias, porque yo, que soy también una lengua milenaria, estoy ahí, a tu lado, agazapada bajo tu castellano, y en cualquier momento afloro a la superficie y pongo un color especial lleno de musicalidad   en tu forma de hablar. Yo soy la lengua leonesa, eso que ahora muchos llaman llionés. En realidad lo que tú  hablas es un castellano “leonesizado”, del que a veces no eres consciente.  Pero, aunque no lo sepas, ahí estoy, como fiel compañera, ayudándote a ver el mundo con ojos leoneses.  Te enseño a medir el tiempo por ratines o minutines, las cantidades por pizquinas, si son pequeñas, o abondo,  a embute,   a esgaya o bien d´ello, si son muy abundantes. Te ayudo a repartir besines, que yo revisto de especial cariño…


Incluso cargo de afecto las palabras bobín y bobina, porque mis auténticos bobos  son los fatos; mis atolondrados, los tolos o tarolos, y mis pillos son los  alipendes o pillabanes. Mis niños se llaman guajes o rapaces y mis adolescentes, mocinas. Y mis heridas son mancaduras que recubres con encaños hasta que se formen las  postillasY,  como los leoneses sois personas que queréis aprovechar el tiempo,  aguantáis para volver luego, que no es después, sino pronto. ¡Y quisió cuántos cientos o miles de  palabras que, ensin más ni más, vas introduciendo en ese castellano tuyo peculiar, porque la mayoría de los achiperres que tienes alrededor tienen nombre leonés! ¡Cuánto me presta seguir oyendo esas palabras que siempre he puesto a tu disposición!


Yo soy esa lengua leonesa que, como el castellano  y otras, procedemos del latín, pero que las vicisitudes históricas han hecho que a ellas  siempre se les haya dado la consideración de lenguas,  que a mí  me han negado durante siglos. Y eso que soy más antigua que mis hermanas. Pémeque algunos estudiosos incluso me consideran un dialecto del castellano  o una forma paleta de hablarlo.  Nada más lejos de la realidad. Decía Unamuno: “Nadie aprendería nada de su propia experiencia, si no tuviera a la vista el diccionario de la experiencia ajena, el lenguaje. Nadie distinguiría los síntomas de la Naturaleza, sino gracias a los nombres que les hemos puesto”.


A ti que has nacido   en las montañas del noroeste de León (Bierzo Alto, Laciana, Babia, Omaña…), yo, tu lengua leonesa, te regalo un montón de palabras para que distingas bien los signos de esa  naturaleza  exuberante en que te mueves. Palabras  que nos hablan de los cambios que se producen, a lo largo del año, en ese entorno en que vives o  palabras que nos hablan de sentimientos relacionados con él. En esta carta que te escribo  solo puedo recordarte algunas. Por ejemplo, las  “palabras de nieve”, porque la nieve forma parte de tu forma de vivir y de ser leonés.


Ahí van algunas. Si caen falampos o simplemente unas farraspinas  echas mano de las madreñas una vez que, a fuerza de espaliar, has abierto una buelga y puedes afullancar a través de la nieve, si alguna trabe no te lo impide. Si la nieve está muy seca, la llamas fallusca y la enterrentas para que llegue antes el desnevio. Y cuando el día está de blandura, los ríos crecen  y se produce una llena, porque baja  una tangada de agua.  Si hay mucha friura y te mantienes  albentestate del abesedo se te arfía la cara, especialmente si por la noche ha caído una fuerte pelona. Aún en la primavera  nos podemos encontrar con muchos días gafos  de marzadas en que el aire bufa. Y qué decir de los ñuberus o reñuberus, esos espíritus de las nubes ─que no tormentas, puesto que  en León vien la nube─ que nos asustan  con sus  fuertes tronidos y temibles colubrinas. Y caminando hacia la otoñada verás cómo se marea la hoja en los árboles y, al tiempo que recogemos los frutos, nos preparamos para los magostos que son una buena forma de defendernos de esa niebla, poco densa, que empieza a bajar al valle  y para la que te regalo otra palabra leonesa: calabrina. ¡Qué  mengua se produciría en tu capacidad de expresión si olvidaras todos estos matices y las palabras que los nombran! Conocer distintas lenguas siempre enriquece.


 No me olvides, no me desprecies, no me consideres inferior.  No me conviertas en una lengua extinguida, como esas veinticinco que desaparecen cada año en el mundo.  Siéntete orgulloso, porque no soy una modalidad lingüística inferior. No soy chapurriau, como algunas de  las gentes de la montaña  llaman, de forma un tanto despectiva, a esa forma de hablar que mezcla los dos idiomas. Para cada hablante, independientemente de la importancia social que se dé a su lengua,  su forma de hablar es la más importante del mundo, porque es su forma de percibir la realidad, de pensar  y de expresarse. Y de dejar huella para la posteridad. Por este motivo es una tragedia cultural el hecho de  que una lengua desaparezca.


Yo, tu lengua leonesa, estoy ahí: en tu pensamiento, en lo que dices y en lo que oyes, y en todo aquello que te rodea. Cuando  expresas la intensidad de un sentimiento con interjecciones  como hospe, home,  meca… estás usando la  lengua leonesa. Y cuando lo haces  con gestos, también pongo a tu disposición unas cuantas palabras para llamar a cada uno: gayolas, esparavanes, esparajismos, licuelas, cigañuelas…Todas estas palabras, muy expresivas, presentan una gran variedad de matices.


 Cada día, desde que ves la luz de la amanecida  hasta que contemplas   las rubianas del ocaso, aunque no seas consciente, yo, tu lengua leonesa, tiño  varias veces  tu mente o  tu habla  de colorido granate. Solo con que me reconozcas alguna vez, ya me siento agradecida  y afalagada. ¡Y viva!


Margarita Álvarez Rodríguez, filóloga







                 

sábado, 15 de junio de 2024

 

Madres que alumbran palabras (y 4)

Ciento y la madre

Universidad de Bolonia. Alma mater studiorum


Seguimos hablando de palabras y expresiones relacionadas con la palabra madre, tanto de expresiones que incluyen la palabra latina mater como de expresiones  españolas usadas en distintos lugares o ámbitos del español.

Algunas expresiones latinas son muy usadas en la lengua culta. Una de las más conocidas es alma mater que significa  madre nutricia. Alma es el adjetivo femenino correspondiente a  almus (que nutre o alimenta). En Roma designaba a la diosa madre. Posteriormente esta denominación fue aplicada a la Virgen. Actualmente alma mater  se aplica a la universidad, porque se la considera generadora de alimento intelectual. La expresión original completa era Alma Mater Studiorum y comenzó a ser utilizada para denominar a la  Universidad de Bolonia que se creó en 1088.

 El Diccionario Panhispánico de dudas recomienda que se use el artículo en femenino ya que el adjetivo alma  es femenino lo mismo que mater y el artículo  la solamente se cambia por el masculino  el ante sustantivos femeninos que comienzan  por /a/ tónica, pero en este caso precede a un adjetivo. Por tanto, debería decirse la alma mater. Actualmente es frecuente que esta expresión latina se use para  referirse a la persona que da vida a algo, por confusión con la palabra castellana alma (del latín anima), pero, en sentido estricto, solo debe aplicarse a la universidad. Cuando nos referimos a una persona bastaría usar la palabra alma, con su significado español: Luis es el alma del proyecto. En nuestra lengua esta expresión latina empezó a utilizarse en el siglo XIX. Es evidente que la relación con madre viene del hecho de que ambas nos nutren, la madre biológica, en el aspecto físico, y la universidad, en el aspecto intelectual.


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Ciento y la madre


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