Dentro del lenguaje del disfemismo...
La riqueza del español es notable para
expresar los lugares pintorescos a los que quieren que nos dirijamos cuando nos
comportamos como auténticos pelmas o tenemos
la lengua muy larga y acabamos con
la capacidad de aguante de nuestros interlocutores.
Cuando somos expulsados de un lugar,
porque no nos quieren ver ni en pintura,
ni siquiera aunque la pintura sea muy
colorista y absolutamente inofensiva, suele ser porque insistimos en una
actuación molesta para nuestros acompañantes que nos consideran pesados
como plomos, unos auténticos plomazos
o pelmazos; somos pegajosos como plastas, o somos tan empalagosos como
los pestiños.
Si actuamos así, pareceremos
tostones, que haremos saltar chispas y hervir la sangre de los demás, sobre
todo, si también lo acompañamos con
una musiquilla peculiar y nos dedicamos a dar la barrila o la lata, que tienen un sonido desafinado, o
somos como una murga de mala música que da la
serenata.
Desde luego, de una u otra forma, daremos mucha guerra y conseguiremos dar cien patadas al
agraviado, que se enojará de tal forma que se le hincharán las narices, la hinchazón le llegará hasta la coronilla y no
querrá cuentas con nosotros. Lo menos que podemos oír en ese caso es un
rotundo olvídame, pero lo más
probable es oír una invitación a que nos alejemos del lugar. En ese caso, nos darán para el pelo, ya que, después
de ponernos de vuelta y media, seguro
que nuestros cabellos necesitan un buen arreglo. También nos pueden leer la
cartilla para alfabetizarnos o
cantar las cuarenta que es una
canción que no siempre suena bien.
¿Cómo nos echan?
Suelen echarnos con cajas destempladas, como
se echaba a los soldados. Pero pueden simplemente
darnos puerta y ponernos de patitas en la calle, sin preocuparse de lo que pasará con nosotros. Si se apiadan un poco, pueden sugerirnos que nos cubramos las narices por si nos dan con la puerta en ellas. Y así, ya en la puta calle, ¡que nos den morcilla! Aunque bien mirado, mejor tener morcilla que no tener qué comer, siempre que no lleve veneno como el que les daban en otra época a los perros callejeros, camuflada en una apetitosa morcilla, hecho que ha dado origen al dicho popular.
Si son más violentos con nosotros, nos pueden despachar, defenestrar, dar pasaporte, dar boleto, dar la puntilla... Seguro que en ninguno de esos casos volveríamos a molestar. Si nos diéramos una vuelta por Hispanoamérica, oiríamos también que nos botaron, rajaron, corrieron, nos mandaron a la chingada...
Pero no es necesario hacer méritos especiales, sobre todo, si hablamos del ámbito laboral, es decir, si nos echan del trabajo. En estos tiempos que corren, nos pueden largar, después de haber dado el callo, dándonos una patada en el culo, sin mayores explicaciones. Eso sí, en algunos casos serán muy "finos" con nosotros y nos agradecerán los servicios prestados...
Y ya en la calle, ¿a dónde nos mandan?
No nos engañemos pensando que siempre
podemos elegir a dónde ir. Con frecuencia nos mandan a los lugares más
insospechados. El enojado reclamará tranquilidad diciéndonos cuatro cosas. Desde un inicial déjame en paz, pasando por el lárgate, y luego, piérdete, hasta desear que desaparezcamos como por ensalmo con un esfúmate.
Incluso pueden optar por señalarnos un
camino para que vayamos más lejos y una serie de actividades para que pasemos
un tiempo entretenidos, y siempre fuera
de la vista de aquel al que hemos irritado en demasía.
Nos pueden mandar a paseo y, bien mirado, no es mala opción, porque nos mandan a tomar viento e incluso a buscar un bosque y perdernos, y si no encontramos el bosque nos pueden mandar por ahí adelante, en su búsqueda, hasta que lleguemos al quinto pino, que debe de estar muy lejos. (El quinto pino parece que existió realmente. Estaba situado en el Paseo del Prado de Madrid, después de cuatro más que estaban más cercanos al centro, todos plantados en el reinado de Felipe V).
Pero si quieren mandarnos lejos, lejos, nada
mejor que organizarnos un largo viaje sin vuelta que nos conduzca a la
Cochabamba boliviana o, más lejos aún, a
la Cochinchina vietnamita.
Otras veces las opciones que nos
proponen no son tan tentadoras, porque exigen de nosotros un esfuerzo, un
trabajo. Que nos manden a hacer puñetas
requiere mucho tiempo de ocupación, para
hacer las finas puntillas que caen de las bocamangas de los jueces, pero al menos veremos que
nuestro trabajo es lucido. Y cuando terminemos con las puñetas podemos pedir que nos zurzan, porque así descansamos
mientras nos arreglan nuestra pobre indumentaria. Pero peor que trabajar con las
agujas en un apartado monasterio es
tener que escardar cebollinos, pues
trabajaremos a la intemperie y nos
dolerá la espalda. Además parece que los cebollinos no siempre se juntan con
los más listos de la clase.
Las tareas culinarias son una buena
elección cuando ya se ha puesto al pesado a
caldo y se le han puesto las peras al
cuarto. Y si elaborar un buen caldo es algo complejo,
se puede optar por mandarle realizar la labor de freír, que es algo más simple.
Puestos a freír, podemos freír
monas, aunque sea más adecuado
hornearlas; espárragos, trabajo un tanto inútil, porque los espárragos
se comen hervidos, pero no fritos e, incluso, morcillas.
Nos pueden mandar al chorizo que es otra forma de mandarnos a paseo, no sabemos si a
convivir con ladrones o a
comernos allí un sabroso bocadillo. Y si
somos golosos, mejor dedicarnos a freír buñuelos,
churros y rosquillas. Al final, después de tanto freír, es lógico que el
esfuerzo nos tenga fritos a nosotros.
Nos pueden dejar salir de la cocina y
quedarnos cerca, siempre que vayamos a
hacer gárgaras que nos tengan las bocas ocupadas en los enjuagues y no
podamos hablar.
Pero lo peor sería irnos a la porra, que no tiene en su origen un sentido sexual, sino que estaba relacionado con un castigo militar. (Era el bastón del tambor mayor que se clavaba en una esquina del campamento e indicaba el lugar donde se castigaba a los soldados y al que debían acudir cuando se les mandaba a la porra).
Pero lo peor sería irnos a la porra, que no tiene en su origen un sentido sexual, sino que estaba relacionado con un castigo militar. (Era el bastón del tambor mayor que se clavaba en una esquina del campamento e indicaba el lugar donde se castigaba a los soldados y al que debían acudir cuando se les mandaba a la porra).
Si la porra no nos gusta, ir al cuerno está también entre las opciones disponibles, aunque no sabemos si quedamos a merced de un cuerno de toro o nos envían a un lugar tan lejano como el cuerno de la luna.
Si nos gusta la coprofilia y usamos
un lenguaje más soez, no aceptaremos de mal grado lo de ir a la
mierda, o a la puta mierda o, si
la mierda es de gaviotas, al guano. ¿Dónde
se halla el lugar? Difícil encontrarlo, sobre todo, si la indicación está
abreviada y solo nos mandan a la M.
¡Qué culpa tendrá esa letra de nuestro desconcierto! Pero siempre podemos pedir,
irónica e insidiosamente, que nos indiquen cómo se va o irnos directamente, conducidos por el olor, al pedo o a cagar a la vía. Seguro que el lugar
buscado no anda muy lejos.
Tenemos también destinos relacionados
con lo sexual, a los que aludimos con expresiones un tanto obscenas. Nos pueden enviar al quinto
coño, que está
en la quinta puñeta, que suponemos no andarán muy lejos del quinto
pino. O a hacer otras puñetas (masturbarse, según otra acepción
del DLE), dedicación solitaria que
llevará su tiempo y será más placentera. Puede que nos deseen que nos jodan y nos manden a
tomar por el culo, con su eufemismo, a
tomar por el saco, porque saco es otro nombre del culo, tomado del habla
coloquial gitana.
Mandar al carajo o carallo –en gallego-, tiene
connotaciones muy negativas, sin embargo, carajo no
es en su origen una referencia al miembro viril, aunque así lo
parezca. (En los antiguos barcos de vela, el carajo era una canasta que colgaba del palo mayor, llamado verga, en el que iba el vigía, normalmente un marinero que cumplía un castigo). También mandar a la verga es otra posibilidad idiomática, más frecuente en Hispanoamérica. Y ya que estamos en un barco, lo peor sería desearle a alguien: ¡Que te folle un pez! A veces somos un poco más pudorosos y convertimos la expresión en una abreviación sugerente: Anda y que te den...
Si los agraviados quieren comportarse de forma más fina, quizá busquen alusión al mundo del espectáculo y opten por invitarnos a hacer mutis por el foro o a irnos con la música a otra parte o, al menos, a cambiar de disco, porque el que se oye está ya muy rayado y termina rayando también al personal.
Finalmente, si nuestra presencia se convierte en insoportable, lo más probable es que nos digan hasta nunki (así para los más modernos) y nos condenen eternamente. Entonces, lo mejor es que la expulsión de esta tierra sea definitiva, por lo que oiremos lo de vete al diablo. En su compañía llegaremos a un lugar tan alejado como el quinto infierno. Allí nos quedaremos per secula seculorum, y... ¡santas pascuas!
Quizá ese lugar sea solo un infierno veraniego y podamos seguir buscando por allí los otros cuatro pinos que acompañan al quinto famoso, mientras nos relajamos, nos tomamos unas vacaciones y dejamos de molestar.
¡Feliz verano!
He pasado un agradable rato con la lectura de tu articulo "el arte de mandar a la porra", siempre me sorprendes con ellos, un saludo
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