miércoles, 17 de enero de 2018

Poner la guinda en el pastel


Expresiones relacionadas con la cocina VIII: postres



Después de haber preparado los utensilios para cocinar y haber elaborado jugosos primeros y segundos platos en artículos anteriores (al final aparecen los enlaces),  ahora vamos a hablar  del   postre:  a poner la guinda, para que la comida resulte más sabrosa y mejor presentada.



En una comida festiva es mejor no  pedir peras para postre, por si se las pedimos  al olmo, ni poner la manzana prohibida. Conviene  servir un pastel,  porque a nadie le amarga un dulce, aunque no sea la flor y nata del mejor postre. 

Para elaborar con mimo los dulces tenemos que dedicar el tiempo suficiente (¿no son buñuelos?), y no ahorrar en el coste de los ingredientes, porque el ahorro sería  como el chocolate del loro y el resultado podría convertirse en  un churro. De esta forma, terminaríamos pareciendo  el tonto de los pasteles dedicándonos a   vender miel al colmenero, mientras vemos  cómo otros se reparten el pastel sin contar con nosotros.



Si hay que  descubrir el pastel, hay que hacerlo con sumo cuidado, para que no sea una mala noticia que nos  den disfrazada  con azúcar o con queso, y nos deje cuajados. Es preferible hablar claro y llamar al pan, pan,  y al vino, vino, porque siempre se dijo que  las cosas debían ser  claras, y el chocolate espeso.  Además, nunca es  recomendable ser más dulce de lo que conviene y hacerse de miel, pues si somos excesivamente melosos parece que estamos haciendo unas gachas y, si hay que enfrentarse a un problema, con azúcar está peor. 

Para cocinar buenos  postres conviene evitar los momentos en que no está el horno para bollos, porque nos podemos armar un  bollo en la cabeza, especialmente si nos tomamos de postre  otro chocolate no comestible. Siempre es preciso seleccionar la masa, porque, si el pastel  es de  mala masa, un bollo basta

Pero, si el esfuerzo resulta excesivo, hay que perdonar el bollo por el coscorrón, salvo que nos apropiemos del esfuerzo ajeno y actuemos como ese que hace bollos que no se han cocido en su horno.



Es imprescindible  cocinar con tino y tranquilidad y estar a punto de caramelo, pues si estamos nerviosos como un flan, es posible que nos pasemos de rosca y el resultado sea un pestiño, aunque nos cueste la torta un pan. ¡Y ay de nosotros si encima nos lo pagan con una torta o una galleta!

Si los bollos no nos salen bien, porque estamos con la torrija, siempre podemos hacer la rosca de forma interesada. Quizá consigamos  turrón, porque lo que sí está claro es que no nos comeremos la rosca que estábamos preparando. Desde luego, cualquier postre dulce: pasteles, miel (sobre todo si es miel sobre hojuelas), bollos, roscas, pestiños…  nos lo vamos a comer como  rosquillas.

Si no somos melindrosos, como la dama de la almendra, podemos olvidarnos de los dulces y poner en la mesa unos frutos secos. Si se trata de nueces,  debemos cascarlas nosotros mismos, porque a nuestro pelo no le agradaría nada que le cascaran las nueces de otra persona. Comer  castañas también es una buena elección: asadas,  cocidas…  Y, sobre todo, las exquisitas marrón glacé.


En cambio, si no se comen, no nos gusta que algo resulte una castaña, ni que nos den para castañas, ni tener que sacar las castañas del fuego a alguien… Es un fruto sabroso, que no cansa, siempre que no pase de castaño oscuro o que las castañas o nueces vuelvan al cántaro sin apretarle a nadie la nuez. En definitiva, siempre que no haya que decir: ¡Vaya castaña!

Los postres no siempre van acompañados de  dulces palabras, salvo que estemos hablando de una luna de mielBrava mermelada se llama a un despropósito que, aunque sea una afrenta, nunca debe terminar con jarabe de palo. Es mejor que cualquier desencuentro acabe con jarabe de pico, a pesar de que las promesas no se vayan a cumplir, especialmente si el que se embarca en ello lo hace con poco bizcocho. 
 
Las frutas también pueden acompañar, como postre, a los pasteles. El que quiera fruta tendrá que subir al árbol y, si es fruta prohibida, la más apetecida, pero que el trepador no sea un soplaguindas porque, si sopla, la fruta se cae y se estropea. 

Cogida la fruta, hay que prepararse   para mondarla, pero en plan serio, porque si nos mondamos de risa nos podemos cortar.  Y si nos decidimos por las  naranjas, que sean las nuestras, y enteras, que no queremos medias naranjas ni naranjas de la China.


Si elegimos la pera, que sea una perita en dulce, pues no parece apropiado que al convidado  le demos para peras. Pero si elegimos peras al vino, quizá alguno termine hecho una uva, por eso es mejor catar el melón antes y comprobar la capacidad de resistencia de cada uno. Y si elegimos manzana, que no sea la manzana podrida o la de la discordia.

También podemos comernos unos  higos, una de las frutas más dulces, y   la que más connotaciones tiene en el ámbito del disfemismo. Pero, ¡no caerá esa breva! El que está en la higuera (quizá haya subido por eso de que el que quiera fruta tendrá que subir al árbol) está  ajeno a la realidad circundante, por eso no la estima en un higo, ni da un higo por ella. Es posible  que lo que  tenga alrededor no valga un higo, pero, si no baja  a tiempo del árbol, se va a quedar  tan arrugado como los  higos que le hacen compañía. 


Si aspiramos a tener una piel de melocotón, esa es la  fruta que debemos tomar, aunque a veces nos tenemos que conformar con la poco lustrosa piel de naranja. Y si elegimos las uvas, no seamos unos camuesos y   estemos  de mala uva mientras las comemos. 

A veces, se alarga tanto la sobremesa que   nos pueden dar las uvas de la medinoche, y no, precisamente, de segundo postre.  En una comida larga también se pueden generar discusiones, sobre todo, si se mezclan uvas con agraces o alguien está a por uvas o se dedica a mondar nísperos. Al final, todo suele terminar  en mucho ruido y pocas nueces.

Desde luego, hay que desembarazarse de los posibles melones que haya a nuestro lado en  la mesa que no sean comestibles, porque la conversación con ellos sería insustancial. Y mejor prescindir de  la cereza, porque son como los males, detrás de una vienen cincuenta.  También hay que  estar atentos para que no nos hagan   una pera, porque esta fruta se daña y,  dañada una pera, dañadas las compañeras, y  no comer  los nísperos, porque el que nísperos come y besa a una vieja, ni come ni besa. 

Y para postre, lo peor sería tener que compartir mesa aguantando  a algún maestro Ciruelo. Siempre suele aparecer alguno que se las da de café con leche y consigue darnos el té. Aunque no se sabe si es mejor aguantar al presumido, al inexperto yogurín o al pastelero que se acomoda a todo y pone la guinda en el pastel. También se puede cortar de cuajo la armonía de una comida, porque alguien, a los postres,  descubra algún pastel no comestible o porque quiera dárnoslo con queso.

Después de haber  servido la comida en bandeja y de haber comido como es menester, porque quien come mal, a la cara le sal(e),  nos retiramos a descansar con mucho cuajo, porque ya nadie va a pasar la bandeja.  Y, ya se sabe: comida  sin siesta, campana sin badajo. 

Otro día seguiremos, pues, aunque esta no se coma, no hemos colgado la galleta.




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12 comentarios:

  1. Sólo puedo añadir que "te ha salido a pedir de boca". Gracias por compartirlo.
    Un abrazo.Almudena Guadalix

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    1. Pues, mira, después de tanto cocinar con palabras, creo que no tengo recogida esa expresión. Me la apunto. Gracias, Almudena. Un abrazo.

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  2. Así es difícil estar a dieta. Me encanta. Besos.

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    1. Estos dulces no engordan. Peor es ponerlos en el plato, pero de vez en cuando también se pueden comer. Besos

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  3. A pesar de que el reto no era fácil, veo que no has dudado en «abrir el melón» de los postres en otro de tus interesantísimos artículos.
    Tu forma de hilvanar entre sí todas esas expresiones coloquiales, la mayoría aforismos o verdaderas sentencias, denotan un oficio de escritora «de dulce».
    Mi admiración y afecto siguen cotizando al alza.
    Un beso

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    1. Es un pequeño juego lingüístico, que se realiza con paciencia, un poco de humor y mucho gusto por la palabra. Gracias, Alfonso, por tus palabras de amigo. Un abrazo.

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  4. He disfrutado con tus postres y con muchas de tus "palabras" y dichos con ellos relacionados, lo del "soplaguindas" "el maestro ciruelo" y demás me han parecido geniales.

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    1. Gracias, Paco. Si al menos despierta alguna sonrisa, ya vale la pena. Un abrazo.

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  5. Me has hecho reflexionar sobre el abismo existente entre poseer una piel de melocotón, o de naranja, y me quedo perpleja porque son dos frutas que me gustan mucho, además del melón, que por la mañana es oro, por la tarde plata y por la noche mata.
    gracias.

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    1. No pretendía tanto como hacer reflexionar sobre naranjas y melocotones, con una pequeña reflexión sobre la riqueza del idioma y una sonrisa ya me conformo. Gracias por dejar tu comentario. Un abrazo.

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  6. Me he relamido de gusto leyendo tu escrito sobre tantos y tan buenos postres; como decía mi madre, "a ningún tonto le amarga un dulce.
    Muy bonito como siempre Margarita.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias, Aureliano, por dejar tu opinión, me alegro de que te preste. Un abrazo.

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La Recolusa de Mar por Margarita Alvarez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.